Premios Oscar 2018: por qué ganó La forma del agua
El Oscar , todos lo sabemos, es la celebración que Hollywood se brinda a sí misma cada año. Y al mismo tiempo es el reflejo de su actualidad. En este momento, el debate que enfrenta Hollywood cuando se mira en su propio espejo y en el escenario social y político en el que vive y se mueve es particularmente fuerte. De alto perfil. Los conflictos en el interior de la Academia y los reclamos a favor de mayor diversidad se hicieron esta vez todavía más fuertes que en 2017 y se extendieron de la comunidad afroamericana a los latinos, grandes ganadores en varios flancos durante esta ceremonia. A este factor se unieron, inevitable y necesariamente, las cuestiones relacionadas con la afirmación femenina, las denuncias de abuso sexual y los reclamos en favor de mayor igualdad de género, expresados en plenitud desde la contundente arenga de Frances McDormand cuando recibió el premio a la mejor actriz protagónica. El cóctel se completó con unas cuantas alusiones muy explícitas en contra de Donald Trump, de la Asociación Nacional del Rifle y de varios otros asuntos muy sensibles para el ánimo del progresismo hollywoodense. Todo un enfoque sintetizado en la corrección política extrema visible y apreciable en cada intervención de Jimmy Kimmel, que ni se despeinó.
Sin embargo, también era inevitable que el homenaje de Hollywood a Hollywood quedara impreso en letras de molde durante un festejo como el de anoche. El Oscar cumplía 90 años y cada aniversario redondo impone la necesidad de reforzar el espíritu autorreferencial del tributo. Mucho de ese aporte lo hizo ese espléndido montaje de imágenes (una de las cosas que mejor sale siempre en las ceremonias del Oscar) a modo de celebración de estas nueve décadas. Imposible no emocionarse frente a tantos y tan bien elegidos momentos icónicos del cine estadounidense, con títulos premiados que apenas vislumbrados dan ganas de volver a ver en una secuencia parecida al binge watching de cualquier buena serie. También hay que leer en esa dirección la presencia estelar (y colosal) en el escenario de Eva Marie Saint, que nació un año antes de que comenzara la historia del Oscar. Una historia varias veces invocada, vale recordar, en los monólogos y las bromas políticamente correctas de Kimmel.
Finalmente, todo cerró. El premio mayor a La forma del agua, anunciado luego de una interminable espera en la que se acumularon las únicas dudas e incertidumbres de toda una larga noche casi sin sorpresas, mezcló con habilidad los temas de actualidad y la (auto) declaración de principios de Hollywood. La película de Guillermo del Toro es, como toda su filmografía previa, una virtuosa amalgama de géneros que rinde tributo al cine fantástico de los 50, al melodrama, a la ciencia ficción, al musical y a las películas de intriga político-testimonial. Y a la vez, puede leerse en clave de actualidad como un manifiesto de afirmación de las diversidades.
Del Toro usó palabras muy sinceras e inteligentes al agradecer el premio mayor. Reivindicó a quienes, como él, llegaron a Hollywood con no poco más que sus propios sueños en las alforjas y trabajaron muy duro para abrirse camino y encontrar su lugar. Pero esa afirmación fue de la mano con otra, conectada en un 100% con el amor al cine. "Yo cuando niño pensaba que esto no podría ocurrir y ha ocurrido. Usar la fantasía para contar historias. Esta es la puerta, patéenla para que se abra y sigan viniendo", dijo. Una puerta abierta a la diversidad de expresión y a la posibilidad de hacer cine desde los sueños. Estas afirmaciones son las que Hollywood quiere escuchar y hacer escuchar al mundo, pero en el interior de la industria en principio no sugieren nada demasiado nuevo. Del Toro es un cineasta afirmado, que se mueve con comodidad en medio de la maquinaria industrial de Hollywood y viene exhibiendo hasta aquí con sobrada solidez sus credenciales de autor.
Tal vez este Oscar le dé todavía más libertad para ejercitar su talento de director que sabe jugar con los clásicos y al mismo tiempo experimentar con las posibilidades del cine fantástico en toda su magnitud. Pero más allá de estas especulaciones, lo que importa es el hoy. El Oscar es un premio del presente puro. Y a nueve décadas exactas del primer reparto de su gran reconocimiento al mérito, Hollywood se las ingenió una vez más con la invalorable ayuda de un talentoso y creativo realizador mexicano para mostrarle al mundo que quiere mantener intacta su esencia, que también es su mayor capital.
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