Pity Álvarez: las revelaciones del podcast documental sobre el espiral autodestructivo del cantante que culminó en un crimen
Colegas, familiares, especialistas y amigos de la infancia dan su testimonio en Intoxicado, una producción de seis episodios que recorre sus inicios dentro de la música, su exitoso recorrido como frontman y compositor, y el asesinato que lo llevará a juicio el año próximo
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-¿Qué paso, Pity? ¿Vos disparaste contra ese hombre? –pregunta una periodista, con el Pity Álvarez caminando con su abogado hacia una comisaría. Las primeras informaciones habían sido confusas. ¿Un ajuste de cuentas? ¿Una discusión entre amigos? “El Pity estaba re zarpado. Mi amigo, el Gringo, le dio un cabezazo y terminó en su tragedia”, cuenta luego un testigo.
Una noche de invierno de 2018, Cristian “Pity” Álvarez (46) mata de cuatro balazos a Cristian “El Gringo” Díaz, de 36 años, en un barrio de monoblocks de Buenos Aires. El barrio se llama Cardenal Samoré y está ubicado en Villa Lugano. Durante las siguientes treinta horas, el Pity se convierte en el hombre más buscado de la Argentina. Al entregarse, finalmente, rompe con el suspenso: confiesa el crimen frente a las cámaras de televisión.
Las últimas horas del Pity son reconstruidas en el primer capítulo del atrapante podcast documental Intoxicado. El caso de Pity Álvarez, a la luz de lo que surgió directamente del expediente judicial. Se cuenta cómo el Pity, horas después de matar a Díaz, maneja un auto junto a su novia camino a un recital de Ulises Bueno en Pinar de Rocha, en la madrugada. Le pide a ella que descarte el arma tirándola en una alcantarilla, fuma en el camino, rompe su celular y prende fuego su campera. Después del recital del cuartetero se instala en la casa de su novia, en Hurlingham. Piensa entregarse en la comisaría, pero se arrepiente.
-¿Sos inocente, Pity? –lo aborda un periodista, cuando ya no tiene escapatoria-.
-Creo que sí.
Y entonces, la confesión.
-Sí, fui yo el que disparé. Era él o yo. Cualquier animal haría lo mismo. Lo maté porque si no me iba a matar él.
El podcast, compuesto por seis episodios que van desde los quince minutos a treinta de duración, abarca una polifonía narrativa: archivos de llamadas al 911, testimonios de familiares, testigos, músicos, especialistas y hasta se permite una dramatización, con voces de actores. La producción estuvo a cargo de Anfibia Podcast, con su director Tomás Pérez Vizzón como productor ejecutivo junto con Spotify. También trabajaron en el guion y la investigación Pablo Plotkin y María Florencia Alcaraz, y en la voz en off aparece el actor Diego Alonso, famoso por encarnar a “El Pollo” en la serie Okupas.
No hay personaje sin una marca de destino, sin un entorno social; no hay relación lineal entre victimario y víctima sino una compleja red de vínculos. Allí aparecen la hija y la hermana del asesinado para componer la historia del Gringo: una vida entre changas, delitos, cárcel, remís y una precariedad como cualquier vida en la pobreza. Y una adicción a las drogas que se convierte en una huella infernal: metido en el paco, como el Pity. “Mi hermano un día estaba fuerte y al otro recaía. Por suerte había salido hasta que lo sorprendió la muerte. Igual, yo lo entiendo al Pity”, dice la hermana del Gringo en el podcast.
El paco: una droga barata, similar al crack, fuertemente destructiva y que a partir de los ´90 empezó a hacer estragos en los barrios marginales de Buenos Aires. El podcast no esquiva que en aquella época se cimentaron la extrema pobreza, la violencia y la criminalidad con las políticas del menemismo como marco de exclusión social. “Durante un largo tiempo no había olor a porro en los pasillos de los monoblocks. Se dejó la marihuana por el paco. Había olor a querosén. El paco se comió una generación”, cuenta un hombre que organizaba el festival Ciudad Oculta Rock, donde solía tocar el Pity. “La pasta base les comió el cerebro”, agrega, en un tono de sentencia fatal.
“Yo les pido silencio porque lo que hace el Pity es de una orfebrería emocional tan fuerte que me lo vas a agradecer”, decía Fito Páez en un recital de 2007 en La Trastienda y a punto de tocar “Cable a tierra” con Pity como invitado. “Fue un momento estremecedor”, recuerda Fito en el podcast. “En un par de minutos sale el sol/si ya no hay nada que anestesie tu dolor/si no llegás, si no alcanzás a verme/tirate un cable a tierra”, canta el Pity en aquel concierto.
Astuto y carismático, desfachatado, poético y delirante, con una voz tan rota como cálida, el Pity es el pibe que salió del barrio e inventó una nueva forma de ser una estrella de rock. Así lo define el podcast, a través de una mirada crítica en torno a cómo pasó de ser Dios del Olimpo a un ángel caído. Están sus grandes canciones, como “Nunca quise”, “Homero”, “Está saliendo al sol”: admirado por Luis Alberto Spinetta, por Juanse, por L-Gante. “Si hubiera cuidado su entorno y asumido su responsabilidad social, sería el artista que hoy tendría la antorcha del rock”, apunta Juanse.
En el devenir del podcast se pinta cómo la historia de victimario y víctima podría ser la de cualquiera de los barrios postergados de Buenos Aires, con sus conflictos y sus cuentas pendientes. Hay momentos de notable tensión narrativa. Poco antes de entregarse, el Pity le manda un audio de WhatsApp a su madre y cuenta que pronto lo buscará su abogado. No sería capaz de tolerar un nuevo encierro. Lo único que le dolería, le dice a su madre, es no poder ver a su hija. “Por un gil se va terrible artista. No sé dónde va, pero se va”, remata, con su megalomanía a flor de piel.
El Pity de Piedrabuena, nacido en un complejo habitacional de Villa Lugano, una de las zonas más marginales de la Capital. Viviendo todos los días en una estructura laberíntica, de puentes y casi como en una ciudad aparte, de pandillas y razzias policiales a ras del suelo. El pibe de sudoeste que aprendió a tocar la guitarra en el calvario, que sacó los acordes de “Angie”, de los Rolling. La historia de la familia del Pity es la de la historia de las villas de emergencia del país: familia de changas, excluida por el Estado y que con la ayuda de la Iglesia accede a una vivienda. “Desde que lo conozco, ya de chico, el Pity se drogaba mucho”, dice Juan Diego Incardona, escritor y compañero de secundaria del Pity. Se rateaban juntos hasta que el Pity fue expulsado del colegio. “Era muy inteligente, era muy de los amigos”, sigue contando Incardona.
Su inclinación por la electricidad, las ciencias exactas, el cariño por su abuela, que murió cuando tenía quince años, el padre que trabajaba en la construcción y como disc jockey. La muerte de su padre aconteció con el Pity en la cima, y tal como había pasado con la de su abuela, lo llevó hacia el abismo. Un primo que le hizo escuchar rock pesado, de Iron Maiden a AC/ DC. Pappo, Los Redonditos y el rock barrial que creció en los ´90. Zapadas de jóvenes en cada esquina, bailando en las veredas, la génesis del “rollinga”, vecinos que se quejaban y la policía que pegaba palos. Sonaban Almendra, Manal, con una creatividad que nacía de las calles: pronto aparecerían las primeras letras del Pity, su enorme sensibilidad y lucidez para narrar el mundo suburbano. Sus primeras bandas: de baterista a guitarrista. El debut de Viejas Locas en 1989. Introvertido, el Pity era el único que componía pero cantaba sin mirar al público. Un nuevo culto surgía con fans que eran militantes-fieles. “Éramos los cabezas del rock, donde íbamos era quilombo”, reconoce el manager de Viejas Locas en el podcast.
Hits sexuales, adrenalínicos, de rock bailable. “Letras cien por cien concretas, cosas que nos han pasado o que podías ver desde un colectivo”, decía el Pity por esa época, y luego: “El bien y el mal para mí no existen”. El colapso del 2001, la sorpresiva decisión del Pity de dejar Viejas Locas y arrancar con Intoxicados. La “exitoxina” como la peor adicción. Los nuevos tiempos del rap, del reggae. El diagnóstico de un especialista de la salud que lo llegó a tratar: “Una personalidad paranoide y de desconfianza hacia su entorno por el amor a muchos tóxicos desde su juventud”. Eso no le impidió una plenitud creativa como la grabación de Otro día en el planeta Tierra, disco con el que encontró su pico artístico, tal como reconoce Andrés Calamaro, que grabó la canción “Fuego”.
La tormenta se fue asomando sobre su figura. Aislado de sus compañeros de banda, el Pity hizo su último álbum casi en soledad. Rearmó Viejas Locas, pero no duró demasiado. Mal dormido y sin bañarse, haciendo alarde de la posesión de armas -cuando tiempo atrás había dicho que cantaba contra las armas para que haya paz en el mundo-, con paranoias cada vez más localizadas -había empezado a salir con una chica que supuestamente era novia de un pirata del asfalto y sentía una amenaza latente-, fue de rock star a gangster, fascinado eternamente por lo marginal.
Cóctel explosivo a punto de estallar, destrozó un celular de una fan porque se negó a que lo filmara, fue denunciado por el robo de una cámara por un periodista y por tenencia de munición de arma, se cayó de una escalera después de tomar 40 pastillas de Clonazepam, internado en una clínica por sus adicciones, y denunciado por violencia de género después de golpear a una mujer. Un arco dramático que sus conocidos, en el podcast, reconocen de un principio luminoso a una oscuridad que fue cercando su destino. “¿Te sirve de algo esto?”, le pregunta Juan Di Natale después que el Pity apoyara un arma sobre una mesa. “Sí, para espantar giles”, responde el Pity, que por esos momentos asumía que se había cansado de ser buena gente: “A partir de ahora voy a ser un hijo de puta”.
Un Pity difícil de controlar, que se declamaba víctima de permanentes estafas, que se subía a una moto y caía rápidamente, que suspendía conciertos, que se atrincheraba en su búnker y dejaba pagando a todos, incluso a los fans que nunca lo habían dejado: el público llegó a quemar una torre de sonido en Tucumán mientras el Pity se maquillaba y pedía un Rivotril. Poco después, salió al escenario como si nada y cantó “Fuego”. Pero el hechizo había terminado, pese a que había pedido perdón públicamente por el fallido retorno de Viejas Locas. Fue dos meses antes del asesinato de Cristian “Gringo” Díaz.
-Vos me faltaste el respeto –lo cruzó el Gringo en el barrio Cardenal Samoré.
El Pity trató de descomprimir la situación, pero el Gringo siguió y lo invitó a pelear. Sabía que el Pity estaba armado.
-Si vas a tirar, tirá gato –fueron las últimas palabras del Gringo.
“Jugaba con la muerte. Con el Pity yo siempre estaba a la espera de una noticia de mierda”, confesó una corista de su banda. ¿Había otro destino posible para su vida? ¿No lo supieron cuidar? ¿No se dejó cuidar? ¿Fue abatido por su propio personaje, encandilado por su oscuridad? Sin escapar a los efectos tóxicos de la fama y los estragos de la exclusión social, en el podcast se termina de configurar un Pity indomable que nunca deja de sonar con sus canciones en las radios, alguien a quien sus amigos ven como indestructible pese a su momentánea reclusión en el pabellón psiquiátrico del penal de Ezeiza, y su actual prisión domiciliaria mientras espera su juicio para el año próximo. Un Pity que nunca pudo, en definitiva, dejar el barrio y sus demonios.
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