A los 78 años, el recordado juglar de las infancias sueña con montar una operita para niños que le permita acercarse a una nueva generación de público; “No me angustia la muerte”, asegura
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“Tengo 78 años, me fui de la Argentina hace aproximadamente una década, me instalé en Alemania que es la tierra de mis mayores, como un chico que se cansa de la casa de sus padres y se va a la de sus abuelos”. A pesar de los más de doce mil kilómetros que separan a nuestro país de aquella tierra nacida bajo la histórica lengua germánica, el juglar del acordeón y la boina sigue vigente. Pipo Pescador aún vive en el recuerdo de tantísimas generaciones que disfrutaron de su arte durante la infancia y en muchos niños que aún hoy son acompasados con algunas de sus canciones, entre ellas su clásico hit “El auto de papá”, ese que vociferaba “vamos de paseo, en un auto feo”. Quien diga que no lo conoce, que tire la primera piedra.
El artista regresó al país para participar de dos conversatorios públicos organizados por el dramaturgo y productor Claudio Regis. Uno sucedió en la sala independiente El Tinglado y otra en el hall del Teatro San Martín -“La gente me hizo llorar, vinieron con boinas y discos para que les firmara”-, pero su estadía en Buenos Aires también tiene como objetivo avanzar en las charlas con diversos programadores de sala para ofrecerles Cáscara colorada, una ópera para niños -con texto y música de su autoría- que le gustaría montar en el corto plazo en la Argentina. “Interpreto a un abuelo que les narra a los niños la historia, mientras transcurren las escenas de la operita”, cuenta.
-¿Se hará este año?
-A la gente que tiene la decisión de programar el espectáculo, les puedo garantizar hacerlo ya; el año que viene no lo sé.
-¿Por qué ese énfasis?
-A mi edad, un año es mucho tiempo. A esta altura, cada año es un martillazo, no es lo mismo tener 78 que 80 u 82. Sucede lo mismo que en la niñez, un chico de siete años no tiene nada que ver con uno de nueve.
-¿Cómo se lleva con el paso del tiempo?
-No tengo ningún problema con eso, tampoco con la muerte. Lo único que hay es vida. La muerte es un cambio, como lo fue no existir y nacer. No me preocupo por un estado que, para mí, es absolutamente la nada. No me angustia la muerte. El error es mirar la muerte desde la vida, es absurdo.
-Seguramente, para quien cree en un proceso de reencarnación, hay otra mirada.
-Creo en las reencarnaciones, pero no en las de la personalidad, sino en la energía de la vida que nunca se agota.
-En su caso, como sucede con todo artista, su obra lo perpetuará.
-Ya hay escuelas y bibliotecas con mi nombre.
-¿Qué le produce eso?
-Las cosas deben ser nombradas a lo largo del tiempo. Me gusta que las maestras quieran ponerles mi nombre a diversos espacios; es justo, han pasado cincuenta años desde que debuté.
Sin embargo, confiesa que hubiese preferido que todo eso sucediese más adelante, con una mayor perspectiva en el tiempo.
-¿Cómo surgió Pipo Pescador?
-Nací con muchas actitudes artísticas, siempre me manejé desde la sensibilidad de un chico que tocaba el piano y el acordeón, escribía y dibujaba.
-Nació artista.
-En mi pueblo, todos sabía que Pipo Fischer era artista. A los nueve años, tenía una orquesta llamada Los Bambis donde tocaba el piano.
-¿Junto a otros niños?
-No, estaba integrada por músicos adultos, el único chico era yo. Tocábamos en los clubes con permiso policial firmado también por mi papá, porque era menor.
Irse y volver
Su abuelo se llamó Ernest Fischer, apellido que, en alemán, significa “pescador”; “Pipo fue un apodo de la niñez, en la vida de provincia todos teníamos que tener un sobrenombre”, expliica. Allí reside el gran secreto de su nombre artístico.
En la rama paterna eran protestantes luteranos y del lado materno se ejercía un catolicismo practicante que incluía algún arzobispo en la familia. Nació en Gualeguaychú “la única ciudad que siempre está resfriada” (explica la broma en torno al sonido del nombre). En esas cuchillas entrerrianas se cimentó su innata vocación artística que desarrolló de manera autodidacta. “No sé nada de música”, revela el autor de tantísimas partituras.
Cuando su hija tenía once años, Pipo se radicó en España para trabajar en la Televisión Española durante cuatro temporadas. Superada esa experiencia, regresó a nuestro país, pero su hija se quedó en Madrid junto a su madre. Con los años, la joven se casó, tuvo dos hijos y se radicó en Alemania.
Hoy, el actor y conductor vive en con su hija, yerno y su nieto menor en una casa de ensueño en Eberbach, en pleno bosque, a orillas del río Neckar, a cien kilómetros de Frankfurt y quinientos de Berlín. “Es en el sur, cerca de Francia, abro la puerta de mi casa y a veinte metros están los árboles, en mi callejón de noche andan los ciervos, por la mañana le doy de comer a los cuervos”, aclara para reafirmar lo paradisíaco de su terruño adoptivo. “No me quise ir de Argentina hasta que falleciera mi madre, no quería verla sufrir con mi ausencia”, confiesa.
-¿Cómo fue la partida de nuestro país?
-Vendí todo lo que tenía y doné todo lo que pertenecía a Pipo Pescador a diversas instituciones y personas.
-¿Todo?
-En el Instituto Magnasco de Gualeguaychú hay cincuenta cajas con libros, muñecos, dibujos, cuadros, objetos, acordeones y vestuario.
-Seguramente habrá boinas.
-Por supuesto. Todo eso está ahí para quien quiera estudiar, investigar. A veces, llevan a niños de escuela, pero, para ellos, es lo mismo que nos pasa a nosotros cuando nos hablan de Matusalén. Solo perduro en los niños de hoy por “El auto de papá”.
-¿No conservó nada de Pipo Pescador?
-A mis sobrinas y sobrinos les di, a cada uno, una caja con programas, boinas, recuerdos para que pudieran mostrarles a sus nietos. Otra parte se la dejé a la librería La Nube. Ni siquiera me quedé con fotos.
En su migración a Europa, se llevó consigo algunos acordeones, los primeros LP y una boina “para tenerla siempre”. Le dijo adiós a Pipo Pescador. “Durante ocho años hice la vida de un señor semicampesino, donde una de las actividades principales fue caminar por el bosque junto a mis perros. Pensaba que el ciclo Pipo Pescador estaba cerrado completamente, pero uno propone y Dios dispone”.
-¿Qué sucedió?
-La que me llevó a reflexionar fue mi hija cuando me dijo “papá, ¿vos ya pensás darte por muerto? Tenés que seguir creando, sos un artista, no tenés que dar por terminado el ciclo, gente con más edad que vos siguen trabajando, ¿por qué elegís el ostracismo?”.
Sabia reflexión la de esa hija que es doctora en filología hispánica y que llevó a la reflexión a este hombre que lleva una vida idílica.
Cada mañana, aún cuando en invierno es noche cerrada y los senderos se cubren de nieve, sale a realizar sus caminatas. “Con una luz en la cabeza, como hacen todos a esa hora”. Desayuna y almuerza, pero en su dieta no existen la merienda y la cena. Un precursor del hoy llamado “ayuno intermitente”. “Bajé diez kilos controlado por el médico. Cocino muy bien y mi nieto y mi yerno también. Me gusta comer rico, pero puedo estar diez horas solo tomando agua, lo hago hace diez años”, dice.
No fuma, no toma alcohol. Y se lo percibe un sibarita, un amante de las buenas cosas. “Muy bien, te has dado cuenta”, elogia a su interlocutor. “No puedo vivir sin objetos bellos. Si se concreta mi temporada en Buenos Aires y me tuviera que quedar tres meses, debería comprar un cuadro antiguo y objetos muy buenos para ubicar en la suite del hotel, porque no podría estar en un lugar horrible e impersonal. Mi casa es un anticuario, un museo, necesito eso. No puedo comer si no tengo un mantel, pero no es por mandarme la parte, es que no puedo”, asegura.
Se lo ve radiante, con una agilidad envidiable y ese mismo tono de dulzura con el que les hablaba a los niños que conformaban su audiencia. Coqueto, luego de la sesión de fotos con LA NACION, comienza su propio trabajo de curaduría y le argumenta a la fotógrafa “no te voy a decir qué foto tiene que acompañar la entrevista, pero te voy a indicar cuáles no deben ir”.
Tres veces por año se instala en un pueblo español, donde también cuenta con una propiedad. Esa vida algo trashumante, lo llevó a hacerse de amigos en buena parte del mundo, “todos saben que, cuando me voy de un lugar no soy de estar llamando o escribiendo muchos mensajes; al tiempo, cuando regreso, los vuelvo a ver a todos”.
-¿Mira para atrás?
-Para nada.
Está claro que el despojarse de casi todo lo que pertenecía a Pipo Pescador, convirtió a Enrique Fischer en un hombre que vive el hoy. “El otro día leía algo de Miguel Bosé que me gustó mucho, él decía que ´hay que abandonar cosas del pasado, porque si no, no hay lugar para el presente´. A mí no me importan ni el pasado ni el futuro”.
-Vamos a explayarnos en eso.
-El pasado, casi siempre es dolor y el futuro es ansiedad. Yo no quiero tener ni dolor ni ansiedad, quiero ser feliz, mi estado natural es felicidad.
-¿Su pasado es dolor?
-No todo, para nada, pero, cuando uno va para atrás, eso aparece, ya que se comienza recordar a quienes se fueron antes, las cosas que uno perdió, lo que hacía y no hace más, el abandono de lugares y de personas, los recuerdos. Todo eso es triste.
-¿Cómo se hace para trascender esas sensación abismal?
-Hay que vivir el presente que es la única certeza que tenemos, por eso abandoné todo lo de Pipo Pescador, soy una máquina de regalar cosas, pero hoy tengo otras cosas.
Cuenta que regaló decenas de acordeones y que, incluso, cuando observa talento en alguien, no duda en ofrendar uno de sus instrumentos, como sucedió con Valentín, un joven de veintiún años -hijo de amigos suyos- al que le legó uno de sus instrumentos fileteado por él mismo. Se empecina en mostrar el video del muchacho de veinte años empuñando ese acordeón justificándose, “mi nieto siempre dice ´el abuelo no miente, pero adorna un poco lo que cuenta, porque es artista´”.
Se desvive contando sobre sus nietos y se preocupa por alcanzarles películas, libros para amortizar el inexorable efecto de las pantallas de los celulares. Así como su nieto menor vive cerca suyo, la mayor lo hace en Berlín. “No me cuesta la disciplina, soy hijo de alemanes, mi padre era igual”, asume.
-¿Qué le sucede cuando llega a Argentina?
-Soy un argentino más que come pizza. Si estoy en Alemania, disfruto eso y cuando estoy en mi país, lo vivo ciento por ciento. No estoy a media en los lugares donde vivo.
-¿Una estrategia de defensa?
-Lo hago para sobrevivir, lo mismo me sucede con las personas. Hay personas que pertenecen al pasado, no puedo convivir con todos mis tiempos, sería una mochila que no me dejaría caminar.
-No es un nostálgico.
-No, lo fui y ya no quiero eso. No quiero sufrimiento. El dolor no se puede evitar, pero el sufrimiento, sí. Si me sucede algo que me duele, trato de salir lo antes posible, eso me lo enseñó el budismo en estos últimos veinte años.
Un éxito, un litigio
-¿Es cierto que, en España, los payasos Gaby, Fofó y Miliki cantaban “El auto de papá” y jamás lo mencionaron a usted?
-Quiero ser muy precavido, porque no deseo tener ningún tipo de problema.
-Usted es el autor de esa canción.
-Obvio. Yo te contaré qué sucedió, pero sin acusar a nadie.
-Lo escucho.
-Un día llegué a España, me senté en una plaza, y cerca de mí pasó una señora, con un cochecito, cantándole al bebé “El auto de papá”. Empecé a averiguar y me enteré que la canción era conocidísima y que Gaby, Fofó y Miliki la habían cantando y la habían hecho tan famosa como en Argentina. Fui a la Sadaic de España, que se llama Sgae, y me dijeron que esa canción había sido grabada, usado en teatros, y hasta en juegos electrónicos, pero que eso ya estaba prescripto, y que si quería tener más datos, me dirigiera a la Sadaic (Sociedad Argentina de Autores y Compositores), donde me iban a decir qué había pasado.
-¿Cómo siguió el tema?
-Le puse un juicio a la Sadaic con todo mi dolor, porque le tengo una alta estima a esa sociedad, pero no me quedaba otra. Ningún socio de Sadaic puede tener contacto con las otras sociedades sino a través de Sadaic. En el juicio se vieron cosas. El juez terminó dándome la razón a mí y Sadaic me tuvo que pagar una fuerte suma que no era ni el dos por ciento de lo que me robaron.
-¿Se pagaron los derechos de autor a Sadaic?
-No, nunca llegaron. Sadaic tuvo que pagar por no cumplir con su misión, pero Sadaic no recibió nada, porque si hubiera recibido algo, me lo hubiera dado. Sadaic es una gran sociedad, el problema es que allá hubo ladrones, canallas, que se las arreglaron de alguna manera para que yo no recibiera nada. ¿Quién cobró esos millones? No lo sé. Yo no acuso a nadie. Como está prescripto, nadie me explicó nada. Lo único que sé es que alguien me estafó en muchos millones de euros, que, en ese momento, eran pesetas.
-¿Conoció personalmente a Gaby, Fofó y Miliki?
-Trabajamos en muchos festivales en Argentina, pero nunca me dirigieron la palabra. Cuando “el” Miliki vino al país, pasó por al lado mío en un pasillo de Canal 13 y no me dijo ni “hola”. Los payasitos herederos de ellos dijeron “El auto de papá” es de un autor argentino, pero no se tomaron el trabajo de decir Pipo Pescador. Insisto, no acuso a nadie, porque, encima que se me robó el dinero, lo último que me falta es que me alguien me haga un juicio por calumnias e injurias, prefiero que la gente saque su propia conclusión. Yo lo único que sé es que ellos se lo llevaron, lo cantaron, lo gastaron y yo no recibí nada. ¿Qué pasó? ¿Por qué no recibí nada? No lo sé. Están todos muertos y los millones los debe tener otra persona. Hay un principio que dice que el dinero no desaparece, cambia de dueño.
-¿Cómo nace “El auto de papá”?
-Cuando todavía me ganaba la vida en cumpleaños y en los jardines de infantes, me llamó por teléfono una mamá que me había contratado para asistir a la fiesta de cumpleaños de su hijo. Me contó que el chico no podría participar de forma activa, porque se había quebrado un tobillo. La mujer estaba preocupada, porque mi propuesta era de movimiento, hice algo que cambió al mundo infantil, que fue pasar de la pura canción decorada a la acción con el niño, eso lo hice yo, no me lo quita nadie y los demás me lo copiaron. Que yo diga “vamos de paseo” y los chicos respondan “ti, ti, ti” y manejen o el canguro, donde los papás llevan a los nenes, ese juego, esa manera de ver el teatro para chicos, fui el primero que la usó. Hasta ese entonces, lo maravilloso era lo de María Elena (Walsh), pero siempre el público de un lado y la canción del otro, yo hice sentir que la energía la ponían los niños. No desvalorizo las otras maneras. Hugo Midón fue una artista extraordinario, yo fui uno de los que llevó su cajón en el cementerio. Lo valoro y lo reconozco, pero su manera de ver lo infantil no tenía nada que ver con la mía, eso se llama convivencia y diálogo para disfrutar de las dos cosas. En lo mío, los chicos quedaban agotados.
-Vuelvo a lo de antes, ¿cómo nació “El auto de papá”?
-Iba en un taxi pensando qué podía hacer para ese chico que se había quebrado el tobillo y no se podía mover. Así se me ocurrió “vamos de paseo, ti, ti, ti”. La fui armando y se transformó en un boom internacional, se canta también en inglés y en portugués.
-Entonces, el tema nació en un taxi.
-Sí, en un viaje desde Juncal y Bustamante, donde yo vivía, hasta la casa en Belgrano donde se iba a festejar el cumpleaños para el que me habían contratado.
-En tiempos de redes sociales, ¿cómo ve a la infancia hoy?
-La mirada de la infancia nunca va a cambiar. Lo que le pasa a los niños cuando son niños, siempre es igual. Lo que cambia es la manera de acceder a las cosas según los tiempos. Lo que yo hacía podría servirles a los chicos muy chiquitos, pero ya no a los de doce, que también iban a verme y jugaban, hoy es otra historia. Mi nieto de trece años, llega del colegio, me abraza y se sienta a almorzar con un teléfono en la mano. Están inducidos en la pantalla. El esfuerzo está en ver cómo se los sacan para que sean más normales, que puedan leer, hacer gimnasia. ¿Por qué pasó esto? Porque la tecnología y las grandes corporaciones hicieron un trabajo sutil y fabuloso para aprisionarlos.
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