Murió Pino Solanas, el director que transformó el cine político y llegó a ser candidato a presidente
El cineasta y político Fernando "Pino" Solanas murió a los 84 años. Estaba internado por coronavirus en París, donde ejercía su rol como embajador ante la Unesco.
"Enorme dolor por Pino Solanas. Murió en cumplimiento de sus funciones como embajador de Argentina ante la Unesco. Será recordado por su arte, por su compromiso político y por su ética puesta siempre al servicio de un país mejor", expresó Cancillería al comunicar la noticia.
Enorme dolor por Pino Solanas. Murió en cumplimiento de sus funciones como embajador de Argentina ante la UNESCO. Será recordado por su arte, por su compromiso político y por su ética puesta siempre al servicio de un país mejor. Un abrazo a su familia y sus amigos.&— Cancillería Argentina [R][R] (@CancilleriaARG) November 7, 2020
A mediados de octubre pasado, había anunciado que dio positivo de Covid-19; unos días después lo internaron en observación y enseguida se informó que el embajador argentino ante la Unesco se agravó y lo trasladaron a una sala de terapia intensiva.
Amig@s sigo en terapia intensiva. Mi estado es delicado y estoy bien atendido. Sigo resistiendo. Con mi mujer, Angela, que también se encuentra internada, queremos agradecer los apoyos a todos. No dejen de cuidarse.&— Pino Solanas (@fernandosolanas) October 21, 2020
El año pasado, Solanas fue elegido diputado nacional por el Frente de Todos, pero renunció a su banca antes de asumir para tomar el rol de embajador argentino ante la Unesco que le había ofrecido el presidente Alberto Fernández. Como tal, fue recibido el 5 de octubre por el papa Francisco en Santa Marta: menos de diez días después, desde sus redes sociales, "Pino" anunciaba que él y su mujer Ángela Correa habían dado positivo al Covid-19 en París.
"Quiero contarles que junto a mi mujer, Ángela Correa, dimos positivos de Covid-19, aquí en París. Por mi parte me encuentro en el hospital bajo observación médica. Mi mujer aislada en nuestra casa. Gracias por los mensajes de apoyo. Cuidémonos entre todos", tuiteó el 16 de octubre, junto a una foto en la que se lo veía en una cama de hospital y con un tapabocas. Cinco días después, escribió una actualización: "Amig@s sigo en terapia intensiva. Mi estado es delicado y estoy bien atendido. Sigo resistiendo".
Solanas nació el 16 de febrero de 1936 en Olivos. Referente de la centro-izquierda nacional, fue diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires entre 1993 y 1997 por el Frente Grande, y nuevamente entre 2009 y 2013, con Proyecto Sur. Ese año asumió una banca en el Senado, dentro de la coalición UNEN, que reunía a la CC-ARI, la UCR, el Partido Socialista, el GEN y Libres del Sur. Participó como convencional constituyente en la reforma de 1994 y fue candidato a presidente en 2007, con un mensaje enfocado en la defensa del medio ambiente.
En 2019 volvió a ser elegido diputado como cabeza de la lista en la Ciudad de Buenos Aires por el Frente de Todos, pero renunció para aceptar la embajada en la Unesco. "Voy a renunciar a la banca a pedido del presidente electo. Alberto [Fernández] quiere que esté trabajando en el exterior, quiere que me desempeñe en la Unesco, he trabajado en otras oportunidades allí, soy conocido afuera en el ámbito de la cultura", dijo en ese momento.
Un referente del cine nacional
Una vez que las coyunturas políticas pasen de época, la trayectoria de Fernando Ezequiel "Pino" Solanas ocupará el privilegio inherente a los grandes nombres del cine nacional dentro de un legado indiscutido: haber generado un camino donde se ubica el derrotero del cine político argentino dentro del contexto de este movimiento en su faceta internacional, pero construyendo una identidad y una voz indudablemente propias.
Solanas fue un realizador movido por la filiación ideológica, pero también por el profundo conocimiento del medio cinematográfico, que le permitió brindar tanto obras de excepcional jerarquía artística como otras consustanciadas con las instancias políticas inmediatas, con resultados de menor vuelo, pero también de mayor repercusión y polémica debido a su urgencia.
Su muerte también clausura el último testimonio del Grupo Cine Liberación, la experiencia de cine político anclada en el revisionismo peronista donde confluyó con Octavio Getino y Gerardo Vallejo, y que era parte del denominado Tercer Cine que, originado en un escrito de Solanas y Getino de 1969, encontraría repercusión en la génesis de otros movimientos revolucionarios o de protesta en el campo del séptimo arte, como es el caso del grupo Ukamau en Bolivia, con el nombre eminente de Jorge Sanjinés; el Cine imperfecto surgido al amparo de la Revolución cubana con Tomás Gutiérrez Alea, Humberto Solás y Santiago Alvarez; el Cinema Novo brasileño que agrupó a Glauber Rocha, Nelson Pereira dos Santos y Ruy Guerra, o en Chile, con los nombres de Miguel Littín o Patricio Guzmán retratando desde un cine militante al gobierno socialista de Salvador Allende e incluso su final.
Con todos ellos se emparienta la trayectoria inicial de "Pino" Solanas desde La hora de los hornos, film que –para quien dudara de su perfil, anterior al manifiesto del Tercer Cine– añadía a su título: "Notas y testimonios sobre el neocolonialismo, la violencia y la liberación"; y también los dos trabajos firmados por el Grupo Cine Liberación: Perón, actualización política y doctrinaria para la toma del poder y Perón, la revolución justicialista, ambos rodados en octubre de 1971 en Puerta de Hierro. La experiencia tendrá un posterior correlato desde la ficción con Los hijos de Fierro, película con la firma de Solanas que circuló clandestinamente y recién tuvo estreno formal con el gobierno de Raúl Alfonsín en 1984.
Pero existen también los trabajos previos que contribuyeron a su formación como cineasta y al entendimiento del mundo del cine desde su temprana aparición como extra en Dar la cara (1961), notable film de la denominada Generación del 60 que dirigió José Antonio Martínez Suárez, para proseguir con sus primeras experiencias en el cortometraje con Seguir andando (1962), una historia de amor que integró los festivales de Sestri Levante y San Sebastián y, particularmente, Reflexión ciudadana (1963) donde retrataba la algarabía por la asunción del radical Arturo H. Illia mezclada con la represión vigente en las calles y el interrogante sobre las posibilidades de un gobierno débil. Ese trabajo contó con la fotografía de Félix Monti y Alberto Fischerman, la banda sonora de Raúl de la Torre y la cámara de Juan Stagnaro, quienes luego realizarían sus propias y notables trayectorias en el cine argentino, y un guion del escritor Enrique Wernicke quien, poco antes de morir, también colaboró en La hora de los hornos, film que coincidió con el arribo de la dictadura de Onganía al poder y el pase a la clandestinidad como forma de eludir la persecución y la censura, enmascarando su realización en la productora de publicidad donde Solanas había hecho consecutivos proyectos relacionados que le brindaron experiencia en el cine.
La hora de los hornos consiguió terminarse en Italia gracias a los habituales productores de los hermanos Taviani, se estrenó en el Festival de Pesaro y ganó premios en Mannheim, Mérida, Locarno, obtuvo el gran premio al mejor film extranjero del British Film Institute y participó de la Semana de la Crítica de Cannes. Como toda una declaración de principios, la primera parte estaba dedicada al Che Guevara; la segunda, al "proletariado peronista" y la tercera al "hombre nuevo", tan a tono con el radicalizado 1968. Cuando se estrenó finalmente en la Argentina, en 1973, el rostro del Che pasó a mezclarse con los de Perón y Allende, lo que no le ahorró críticas. Pero el film, desde entonces, sigue siendo analizado en universidades y escuelas de cine de todo el mundo como ejemplo modélico del documental político.
Le seguirían esas dos experiencias devocionales producidas por el "Movimiento Peronista" y con Perón como figura absoluta para abrazar la máxima aspiración dentro del "cine militante", y luego concretar por fuera de los cánones del Grupo Cine Liberación otro de su grandes trabajos, Los hijos de Fierro (1978), suerte de revisita al poema épico de José Hernández pero trazando un paralelo con la caída de Perón hasta su retorno. Sin abandonar su identidad política, Solanas construye un film de notable sustancia estilística, fruto de su estructura en verso pero también por su depurado encuadre cinematográfico (la fotografía es de Juan Carlos Desanzo). Uno de sus protagonistas, Julio Troxler, fue asesinado por la Triple A y el propio realizador fue amenazado de muerte. La película pudo culminarse en Europa para ser presentada en 1978 en el Festival de Cannes.
Exiliado en París desde un año antes junto a su pareja de entonces, Chunchuna Villafañe, y su hijo (el hoy también realizador Juan Solanas), luego de un intento de secuestro, Solanas recién volvió al cine en 1980 con la única producción por encargo que realizaría en toda su carrera, Le regard des autres (La mirada de los otros), producida por el Conservatoire National des Arts et Métiers de Francia para el Año Internacional de la discapacidad y con la que volvió a una de las secciones del Festival de Cannes obteniendo el favor de la crítica.
Ya en democracia vendrían dos reflexiones sobre la identidad y el exilio que componen lo mejor de su carrera: El exilio de Gardel (Tangos), que mezclaba la música de Astor Piazzolla y José Luis Castiñeira de Dios con la búsqueda de la supervivencia en el exilio parisino, por la que ganó el Gran Premio Especial del Jurado en Venecia en 1985. A ella le seguirá otra obra de gran jerarquía como Sur (1988), nuevamente con la referencial música de Piazzolla y la parábola del encuentro luego de la larga noche de la dictadura con un protagonista (Miguel Ángel Solá) que sale de la cárcel y navega en sus recuerdos antes de volver a ver a su gran amor, pero en cuyos ecos emocionales del reencuentro con los años perdidos probablemente también se encuentre el perfil de un director retornado del exilio. Trabajo exquisito que recorre una tan fantasmal como arquetípica Buenos Aires, recibió la Palma al Mejor Director en el Festival de Cannes.
A fines de mayo de 1991, cuando se encontraba trabajando en el montaje El viaje, a la salida de los laboratorios Cinecolor, fue víctima de un atentado luego de ratificar su denuncia en los Tribunales contra Carlos Saúl Menem. El entonces presidente envió a su médico personal para que revisara las cuatro heridas de bala que Solanas tenía en sus piernas pero fue echado de la clínica por el realizador, que responsabilizó a la SIDE por un hecho que nunca fue aclarado. El vínculo entre ambos se había roto mucho antes, con la privatización de Galerías Pacífico –hasta entonces en manos de Ferrocarriles Argentinos– que frustró el anhelo de Solanas de construir allí el centro cultural más grande del país. Tres años más tarde Solanas fue un eslabón fundamental para la sanción de la Ley de Cine que aprobó el Congreso de la Nación.
Sus siguientes obras, El viaje (1992) y La nube (1988) quizás sean recortes fragmentarios, no del todo logrados pero con inteligentes momentos, de sus tradicionales obsesiones. En la primera aparece junto a la crítica política en su cine, por primera vez, una a su propio color partidario con la figura del hombre rana que satiriza la presidencia de Carlos Menem por su cercanía al neoliberalismo. Su siguiente realización, basada en Rojos globos rojos, de Eduardo Pavlovsky, metaforiza con sus dardos certeros la época de las privatizaciones en la figura de un grupo de actores que defiende como puede su teatro independiente. Con estructura de musical, otra vez la película pierde su vuelo poético al buscar la denuncia directa, pero será uno de los grandes trabajos de Pavlovsky en el cine. Con todo, siguió cosechando reconocimientos en el exterior: El viaje recibió la mención del Jurado Ecuménico en Cannes y La nube conquistó el premio Unesco en el Festival de Venecia.
Pero como si esas denuncias políticas del momento fueran tomando por asalto un cine construido por metáforas y resignificaciones y ganando espacio junto a su recorrido como líder político, es a partir de Memorias del saqueo (2004), cuando Solanas vuelve al documental de observación directa y absolutamente situado en el análisis de cómo la historia argentina desembocó en la realidad inmediata. En este caso, con la cronología desde 1978 hasta la crisis de 2001, a la que continuará La dignidad de los nadies (2005), sobre las consecuencias de esa crisis y, en Argentina latente (2007), añadirá a tono con sus pasiones políticas su mirada al petróleo y los trenes. Esto último se acrecentará en La próxima estación (2008) sobre la crisis ferroviaria y Tierra sublevada: oro impuro (2009) sobre la megaminería y Tierra sublevada: oro negro (2011) sobre el petróleo, dos de los elementos que lo enfrentaron al gobierno de los Kirchner en el terreno de la política.
Añadirá en 2013 La guerra del fracking, sobre los efectos contaminantes de Vaca Muerta, y Viaje a los pueblos fumigados (2018), sobre los agroquímicos. Fueron otras formas de volver a los orígenes, tal como sucedió con la fallida El legado estratégico de Juan Perón (2018), donde incluye conversaciones informales inéditas que habían tenido lugar con un anciano Perón fielmente custodiado por López Rega en esos encuentros madrileños de 1971. En todas ellas subyace progresivamente la intención de transmitir un discurso político propio, y la repercusión inicial de estos ensayos donde subyace la voz de Solanas instalándose desde el cine-denuncia fue menguando frente al fárrago televisivo. Si bien no tenían la trascendencia artística de su mejor época, Solanas continuó conquistando premios, siendo reconocido por el conjunto de su carrera con el León de Oro a la trayectoria del Festival de Berlín en 2004, recorrido que continuó ampliándose hasta hoy, donde queda por estrenar su último trabajo, el documental Tres a la deriva.
Una de sus últimas apariciones públicas en la Argentina relacionadas con el cine fue en el homenaje a Federico Fellini realizado en el CCK a mediados de enero último, junto al ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer y al presidente del INCAA, Luis Puenzo, a la sazón, todos cineastas: "Conocí a Roberto Rosellini gracias a La hora de los hornos y conocí a sus hijos, que distribuyeron la película. Renzo Rossellini fue productor de La ciudad de las mujeres y me invitó al rodaje. Tuve la suerte de conversar un entremés de mediodía, comiendo alguna cosa, con Federico. Era extraordinario ver en Cinecittá a alguien que jugaba con el cine, que se divertía, cambiaba continuamente y nos remontaba a la forma de trabajar de Chaplin. Fellini me dijo: 'Mire Solanas, el cine es también un juego, sin juego no hay cine', declaraba entonces.
Situándose siempre en el centro de la polémica, Fernando "Pino" Solanas construyó una filmografía que fue fundamentalmente fiel a sí mismo. Supo exponer algunas constantes creativas y las muchas obsesiones y mitificaciones propias del peronismo, a las que unió su reflexión sobre los postergados de la tierra con una mirada anclada en el manifiesto que había escrito nada menos que cincuenta años atrás, como un modo de entender el cine que no podía ser escindido de la toma de partido en la lucha política.
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