Pino Solanas, un director siempre dispuesto a mostrar su obra y a debatirla
A Fernando Solanas siempre le gustó someter su obra al debate público. Lo había hecho de manera ostensible en el primer tramo de su carrera, cuando sus películas militantes estaban destinadas sobre todo a los cenáculos de militantes clandestinos que trabajaban para el regreso del peronismo al poder desde los sectores más radicalizados de esa corriente, muchos de ellos comprometidos inclusive con la lucha política armada que desangró a la Argentina en los años 70.
Con la recuperación democrática en 1983 y final de la censura ese cine político volvió a la luz. Y el regreso del exilio político de Pino Solanas fue de la mano con el rescate de Los hijos de Fierro, una de sus películas más paradigmáticas. Quienes descubrían esa obra (sobre todo estudiantes y jóvenes) exhibida en alguna sala de cine arte de la avenida Corrientes se encontraban con sorpresa a la salida de la proyección con la figura del mismísimo Solanas, dispuesto a la conversación en una suerte de debate espontáneo e instantáneo que se repitió muchísimas veces.
Esa conducta se hizo costumbre y se amplió todavía más cuando empezaron a conocerse algunas de las obras posteriores del realizador, menos políticas, más poético-alegóricas y con presencias musicales notorias como las de Roberto Goyeneche o Fito Páez. El encuentro entre Solanas y el público a la salida de las exhibiciones de Sur y Tangos: el exilio de Gardel fueron una constante de esos tiempos. En el amplio hall de algunos cines grandes o pequeños que ya no funcionan en Barrio Norte, Recoleta o en cercanías de Cabildo y Juramento (en el barrio de Belgrano), el coro que se formaba cada noche de sábado alrededor de Solanas marcaba también el pulso de la repercusión de esas obras, que por cierto resultaba entonces bastante considerable.
En el fondo, este tipo de encuentros funcionaba como otra manifestación del estilo de Solanas, un director que creía en la presencia constante y explícita del autor en su obra cinematográfica. Podemos ver en cada una de sus obras cómo Solanas narra una historia y al mismo tiempo vemos en proceso en el que el director va construyendo esa misma narración.
Por supuesto, eso es mucho más visible en su última etapa de documentales testimoniales hechos casi artesanalmente por un director que sale con una pequeña cámara portátil a registrar imágenes, hacer preguntas y recoger testimonios luego recopilados a través de una narración en off con su propia voz. Pero también esa conducta queda a la vista en sus obras de ficción más conocidas, a través de las cuales elige un tono más poético y alegórico, pero siempre cargado de sentido político y poniéndose todo el tiempo en juego.
Esa conducta queda a la vista en La mirada, un libro editado en 1989 que es el resultado de una larga entrevista a Solanas realizada por el exdirector de la Biblioteca Nacional Horacio González. Allí aparece recopilado todo el pensamiento de Solanas sobre el cine junto a extensas definiciones sobre política y cultura, y recuerdos personales dentro de una larga crónica del rodaje de Sur.
Allí cuenta, por ejemplo, que podía permanecer meses enteros envuelto en dudas y "angustiosas" idas y vueltas hasta encontrar una primera línea creativa para una obra. "Me despierto cierta mañana con alguna idea, generalmente una imagen, que luego podrá parecerme mediocre. Hasta que se hace presente otra. Una vez que decido se reproduce lo mismo, pero ya en el terreno del tema que elegí. Todo ese largo proceso de ir comparando y eligiendo creo que es el de toda la creación artística. Siempre hay que elegir", explica.
También reconoce allí que las ideas que pasan por su cabeza se ponen a prueba constantemente y hasta el final, con varias correcciones sobre la marcha. "Los actores algunas veces se sorprenden porque creen que estoy escribiendo el diálogo o inventando la escena en el rodaje. La estoy, sí, reinventando, porque si yo llegara al rodaje y allí no pudiera inventar nada nuevo me sentiría muerto, lo viviría como un fracaso", cuenta en otro tramo del libro. Ese proceso de cambio permanente sigue hasta el montaje, en donde inclusive llegó a reescribir escenas y corregir diálogos.