Se sobrepuso a un tumor maligno y su “ojo de cristal” se convirtió en un sello de identidad; enfrentado a sus hijas, sus últimos años vivió bajo la tutela de su segunda esposa; se cumplen diez años de su muerte
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“Just one more thing”. El famoso latiguillo de Columbo, aquel famoso detective de la división homicidios de la policía de Los Ángeles, también puede definir la vida de Peter Falk, el popular actor que lo interpretó entre 1968 y 2003 a lo largo de 69 episodios. El protagonista, que aportó la icónica y vetusta gabardina para vestir a su criatura de ficción, tuvo una vida atravesada por sufrimientos físicos y emocionales. Cada vez que la paz parecía ganar la batalla, el destino se entrometía para susurrarle ese “solo una cosa más” que, generalmente, tenía un sabor amargo.
Desde muy pequeño, Peter Falk supo de pesadumbres físicas. Y, más de una vez, tuvo que sortear la aciaga sensación de la discriminación. Tampoco los de su sangre se la hicieron fácil. Hace diez años abandonaba la vida terrenal, diezmado por una cabeza que no le respondía con lógica y un cuerpo achacado, pero, sobre todo, desolado ante el ostracismo al que fue condenado en medio de una batalla legal y campal entre una de sus hijas y su segunda mujer. El 23 de junio de 2011 partía el actor que había nacido con vocación de marinero y se consagraría en buena parte del mundo gracias a aquel investigador que lograba desbaratar al más osado de los delincuentes, pero que no podía con su propia vida.
Sobreponerse
Hijo de inmigrantes de Europa del Este, Peter Falk nació el 16 de septiembre de 1927 en la ciudad de Nueva York. Su madre rusa y su padre polaco criaron con esfuerzo, pero con lo necesario, a Peter Michael, ese hijo deseado con el que atravesaron un duro momento cuando apenas había cumplido los tres años.
Fue a esa edad cuando los médicos alertaron a los padres del pequeño que un tumor maligno se había desarrollado en uno de sus ojos. La gravedad del diagnóstico tenía una sola solución posible: extirpar el ojo afectado y reemplazarlo por uno de cristal. Si bien los primeros tiempos fueron de agobio e incertidumbre, lo cierto es que, de niño y adolescente, Peter se desarrolló como un gran deportista de básquet, beisbol y atletismo. En los claustros escolares demostraba inteligencia y rapidez para memorizar las bolillas, así como luego lo haría con extensos libretos.
Si bien mantenía una nutrida vida social y era rápido para enamorarse, es cierto que no faltaron los traumas y que, en más de una oportunidad, debió recurrir al apoyo de sus padres ante algún comentario desafortunado de parte de algunos compañeros de colegio que se mofaban de su discapacidad visual.
Antes de consagrarse en el mundo del espectáculo, Falk probó en rubros bien dispares, aunque el arte siempre merodeaba entre sus intereses. A los 12 años debutó en un escenario, pero su prioridad era otra: alistarse en la Marina. Eran los tiempos de la Segunda Guerra Mundial y sentía que su lugar estaba en la contienda armada, así que cuando su edad se lo permitió, intentó cumplir su aventura. No pudo ser. Su problema en un ojo le cercenó el camino en la milicia. Sin embargo, el océano era su pasión, se sentía un hombre de mar. Menos conflictivo fue su ingreso a la Marina Mercante, ámbito en el que se desarrolló como cocinero. Sin embargo, el año de trabajo sobre las olas terminó por hastiarlo. Además, las travesías de varios días le impedían rendir en tiempo y forma sus estudios universitarios. En 1951, ya alejado de los barcos, se diplomó en la carrera de Ciencias Políticas. Luego cursó estudios sobre administración pública e intentó ingresar a la CIA. En el medio, hubo un viaje de seis meses por Europa. “No sabía qué hacer con mi vida”, recordó en varias oportunidades sobre ese momento de incertidumbre, vocaciones múltiples y algunos rechazos afectivos.
Para sortear aquellos vacíos, la actuación fue el camino superador. Impulsado por esa vocación algo dormida, comenzó a estudiar actuación con Eva Le Gallienne, aquella legendaria actriz y directora inglesa radicada en Estados Unidos. Ella apostó por Peter, su alumno preferido, y fue quien lo impulsó a un nuevo rumbo en su vida, luego de varios desaciertos.
En escena
Peter Falk se inició en el teatro más independiente, demostrando su talento en una versión de Don Juan de Moliere ofrecida en una sala del off Broadway en 1956. A pesar de estar transitando el camino elegido, por momentos, el actor se arrinconaba en sus propios pesares y se dejaba abatir por aquellos malos augurios de quienes le profetizaban que ningún productor se interesaría por él debido a su cuestión ocular. Ese ojo artificial fue un sello que marcó su identidad y, si bien nunca le faltó trabajo, lo cierto es que también fue una limitación, según los criterios de algunos productores. “Por el mismo precio, tengo un actor con dos ojos”. La desafortunada frase fue atribuida a Harry Cohn, una de las máximas autoridades de Columbia. “Más de una vez me dijeron que jamás haría cine o televisión debido a mi ojo de cristal”, confesó en una entrevista en una cadena norteamericana.
Pero Falk encontraba en los inconvenientes una herramienta superadora. A mayores sinsabores más férrea se tornaba su personalidad. Esa tenacidad fue la que lo llevó a demostrar sus habilidades en las galerías de los grandes estudios. Rápidamente, llamó la atención de unos cuantos representantes, quienes veían que su ojo de cristal podía ser hasta un rasgo definitorio. Su carnadura como actor lo llevó a no eludir jamás ningún tipo de plano de cámara con el fin de disimular su característica física.
No le fue nada mal. En 1960 debutó en cine integrando el elenco de El sindicato del crimen. Con su actuación, no solo llamó la atención de sus compañeros, sino también de la crítica especializada. Por el papel en esa película obtuvo una candidatura al Oscar como Mejor Actor de Reparto. Ese año, además, recibió una nominación al Emmy por su trabajo en The Law and Mister Jones. Enseguida, se cruzó con Frank Capra, quien lo incorporó al elenco de Un gánster para un milagro, papel por el que volvió a estar nominado para el Oscar. Corría 1961 y su trabajo en The price of tomatoes, de la serie The Dick Powell show, le permitió ganar un Emmy.
Peter Falk convencía en sus interpretaciones. El público ya había comenzado a posar su lupa sobre él. Sin embargo, como había sucedido con aquel gerente de la Columbia, no faltaban las voces disonantes. No es que no confiaran en él, sino que decían que la gente “no compraba los personajes porque ese ojo atrofiado los igualaba a todos”. A pesar de esos agoreros, durante los 60 Falk participó en varias producciones y trabó amistad con figuras como John Cassavetes, quien lo convocó para trabajar en Maridos o Una mujer bajo la influencia. Win Wenders también se fijó en Falk y lo llevó al elenco de El cielo sobre Berlín (las alas del deseo). Los grandes directores confiaban en él. Y así como había debutado en el circuito independiente, ahora era el teatro comercial el que lo convocaba. En 1972, estelarizó en Broadway una puesta de El prisionero de la segunda avenida de Neil Simon. Para ese entonces, ya había aparecido en su vida aquel detective de gabardina rasposa.
Columbo
El famoso personaje vio la luz, por primera vez, el 20 de febrero de 1968 para un especial de la cadena NBC. Debido al éxito, en 1971 la misma señal estrena Ransom for a Dead Man, la segunda película donde aparece el personaje.
La serie, el formato más difundido donde se pudo ver al agente en buena parte del mundo, salió al aire desde 1971 y hasta 1978, y en esporádicas secuelas entre 1989 y 2003.
Peter Falk hizo de Columbo una verdadera creación. Si el carácter del personaje era un imán carismático, la construcción externa con la vieja gabardina, camisa y corbata, y vetustos zapatos serían un sello. Las prendas, casi como una cábala, eran siempre las mismas.
Si bien el teniente de investigación era algo torpe y olvidadizo, lo cierto es que siempre resolvía los casos que le tocaba desentrañar. Cuando Columbo, que parecía marcharse, se daba vuelta, retrocedía, y espetaba el famoso “solo una cosa más…”, el criminal sabía que había sido descubierto.
Tal fue el éxito de la serie que, en 1975, su protagonista recibía una paga de 125 mil dólares por episodio, uno de los cachets más abultados de la industria de entonces.
Lo que pocos saben es que Peter Falk entabló un buen vínculo con aquel joven director que tomó las riendas solo del primer episodio llamado Steven Spielberg. Se dijo que fue el realizador de ET quien alertó a los productores que no había que dejar escapar a Falk debido a su enorme capacidad interpretativa.
Así como bajo las órdenes de Cassavetes no obtuvo ningún premio prestigioso, interpretando a Columbo estuvo candidateado en diez oportunidades al Emmy (ganó cuatro estatuillas) y en nueve ocasiones fue ternado en los Globo de Oro (ganó sólo una vez).
La serie cobró popularidad en diversos mercados americanos y europeos. En España fue Colombo, pero en Latinoamérica se le respetó el apellido original. Mientras la serie se desarrollaba y luego de concluido su grabación, Falk trabajó intensamente bajo las órdenes de directores como su amigo Win Wenders. Falk solía sentarse en su camarín a conversar con él, quien escuchaba atentamente las historias de dolor personal y laboral de su amigo. “Win, mi ojo no fue tan malo conmigo”, reflexionaba. Si hubo puertas que se cerraron por su característica física, muchas más se abrieron. Y lo cierto es que a Columbo, aquel ojo siempre brilloso le sentaba de maravillas, le confería ese aire misterioso y distante que el inspector necesitaba.
La guerra de los Falk
Cuando Columbo nació, el actor ya estaba casado con Alyce Mayo, su primera esposa y quien lo acompañó entre 1960 y 1976. Juntos adoptaron dos niñas: Catherine, que se convertiría en detective, y Jackie. Mientras las hijas fueron pequeñas, la paz reinó en el hogar. Cuando ambas traspasaron la adolescencia, ya con sus padres separados, las relaciones se fueron tensando.
En 1977, un año después de su divorcio, el actor inició una relación con la actriz Shera Danese, a quien había conocido en los sets de Columbo. Este nuevo matrimonio no fue del agrado de sus hijas, sobre todo de Catherine, la más combativa de la familia y quien tenía diferencias profundas con su padre desde que este habría dejado de pagar la cuota de su universidad. El actor le llevaba 22 años a Shera Danese, un dato que enojaba a Catherine y a Jackie, quienes suponían que la mujer buscaba fama y fortuna al involucrarse con Falk.
Si los vínculos estaban sumergidos en una patología creciente, todo empeoró cuando Catherine denunció que la mujer de su padre no le permitía visitarlo. Finalmente, corría el 2009 cuando el actor quedó bajo la custodia de su mujer debido a que un juez de Los Ángeles lo declaró incapacitado para desarrollarse de manera independiente debido al avance de su demencia senil. Aquella sentencia se respaldó en estudios médicos y en la palabra de un profesional que lo atendía al actor, quien afirmó que, desde el 2005, venía padeciendo el avance del cuadro de senilidad.
Cuando Shera Danese se hizo cargo legal de su esposo, solo emitió un breve comunicado en la página web de Falk y se retiró de la vida pública. Con los años, Peter Falk fue perdiendo la noción del tiempo y el espacio. Atrás había quedado su sagacidad para interpretar a Columbo y hasta los dolores al ser discriminado por su ojo de cristal. Triste paradoja la de la vida, su vida, el hombre de memoria prodigiosa envejecería encerrado en una mente que ya no le respondía.
Como un guiño entre la ficción y la realidad, Falk le pidió a su esposa “solo una cosa más”: asistir al homenaje que le harían en Ossining, la villa de Nueva York donde había nacido. En 2005, antes que el cuadro de Alzhéimer lo impidiera, se le realizó un homenaje y se bautizó a una calle con su nombre. Cuando hubo que descubrir la placa que indicaba la nueva nomenclatura de la arteria, no se descubrió una tela, sino una vieja gabardina digna de Columbo. Aquel momento resultó conmovedor. Buena parte de los presentes conocían el deterioro intelectual del actor. Los desinformados, lo percibían.
El 23 de junio de 2011, a los 83 años, Peter Falk falleció en su rancho de Beverly Hills. Ya casi no reconocía a nadie, aunque con la mirada perdida parecía buscar algunos de los lienzos que portaban aquellas pinturas con las que se evadía de los sinsabores de la vida cotidiana. Había muerto un actor que debió sortear la discriminación, demostrando que un defecto físico no lo disminuía en sus capacidades interpretativas y en llegar al público con credibilidad. Se había ido el actor multifacético que podía transitar la televisión, el cine y el escenario teatral con igual idoneidad. Había partido el hombre que le ofrendó su cuerpo, su voz y su mirada a uno de los personajes más entrañables en la historia de la ficción televisiva. Alejado de sus afectos, evadido en una mente que había creado su propio mundo paralelo, moría Peter Falk y pasaba a la inmortalidad el legendario agente Columbo, el personaje único, diferente, que se salía de la norma.
Solo una cosa más… en Budapest, una estatua lo recuerda con figura erguida, un perro faldero a su lado y un vetusto sobretodo de gabardina.
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