La historia de los Perkins rememora una época en la que Argentina era sinónimo de fortuna y trabajo. Proveniente de Warwick, Inglaterra, llegó Edmundo Banbury Perkins al Nuevo Mundo en 1863 con 18 años recién cumplidos y un pequeño capital para comprar tierras. Las encontró en Chacabuco, donde empezó a amasar su fortuna y fue adquiriendo campos con clara visión y esfuerzo. Sin embargo, el golpe maestro lo dio cuando compró "San Carlos", una propiedad con 45 mil hectáreas ubicada en las pampas fértiles entre los pueblos de Vedia, El Dorado y Alberdi, provincia de Buenos Aires, donde años después estableció "El 29", el verdadero emblema de su poder y un símbolo de su amor por sus raíces inglesas. El nombre lo tomó del 29 de julio de 1875, fecha en la que un malón mató a los albañiles italianos que habían llegado de Junín para construir el casco de la estancia San Carlos. "Fue una jornada triste para la estancia, por eso mi abuelo decidió bautizar el campo como ‘El 29’. Era una forma de recordar con respeto aquel día sangriento para los anales de un progreso cuyo precio en vidas muchas veces permanece ignorado", explicó una de las nietas de Perkins. Se dedicó principalmente a la explotación ganadera y su poder llegó a ser tal que cuando se construyó el ferrocarril de Buenos Aires al Pacífico, el gobierno decidió construir una pequeña estación con su nombre que pasara por sus dominios. Junto a su mujer, Margarita Diharce, crió a sus seis hijos y preparó a Carlos, el mayor, para que siguiera con la administración de las tierras.
En 1928, Carlos Edmundo Perkins recibió en herencia catorce mil hectáreas compuestas por potreros, buenas aguadas y un casco antiguo, pequeño. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que transformara radicalmente el lugar al construir un nuevo casco rodeado de árboles en el que se instaló a vivir con su familia en forma permanente. Y pareciera que el destino quiso que Perkins se instalara en el sur de las Américas, ya que su hijo mayor se enamoró de la única hija del barón Gastón Peers, quien era el administrador de San Carlos cuando era propiedad de la compañía de tierras de origen belga a la que Edmundo le compró la estancia. Miembro de la nobleza belga, el barón era un apasionado de los caballos, el polo y la pampa salvaje que vino al país en 1888 y se casó con Ernestina Costa de Oliveira Cézar, con la que tuvo una sola hija: Carmen, mujer culta y educada en Europa. Con los años, la hija de Peers se transformó en una belleza y conoció a Carlos en el mismo barco en que viajaban de vuelta al país en 1923. El flechazo fue inmediato: Carmen y Carlos se casaron al año siguiente. La casa se pobló con la llegada de los hijos –Rosemary, Mercedes, Gastón (fue campeón argentino de Turismo Carretera en 1969; murió en 2006), Margarita, María Adela, May Helena, Juan Carlos, Inés Josefina, Cynthia y Martín–, que crecieron en el campo y aprendieron a querer lo que enseña la vida en contacto con la naturaleza, los caballos y la actividad ganadera. En 1952, tras la muerte de Carlos, la estancia se dividió nuevamente entre sus hijos y sus largas y frondosas avenidas marcaron la dirección hacia las cuales sus descendientes crearon nuevas estancias de entre 1000 y 1200 hectáreas cada una, que conservan el casco y los edificios aledaños. Uno de los diez nuevos establecimientos que nacieron alrededor de "El 29" es "La Providencia", la estancia de May Perkins (murió en 2008) y en donde su hija Desirée De Ridder (44, artista plástica) recibe a ¡Hola! junto a sus primas Carmen (hija de Mercedes), Florencia (hija de Juan) y Bárbara (hija de Martín) para hablar del amor por el campo y la admiración que siente por sus antepasados.
Esta casa fue hecha por un gran artista y eso queda en evidencia en las terminaciones, los detalles, la simetría de su diseño…
–Desirée, ¿cuáles son tus primeros recuerdos de "El 29"?
–Yo me crié en este campo con mis padres y mis siete hermanos y tengo los mejores recuerdos. Me tocó ir a la escuela rural que se construyó para los chicos de la estancia y que, como era de esperarse, bautizaron como "Perkins". No creo que hubiese tenido una infancia más simple y feliz. Crecí jugando con mis primos y aprendiendo a amar esta tierra. Nuestros días pasaban entre animales, carretas, lagunas. Era muy libre y mi imaginación no tenía límites. Hoy, que miro al pasado, puedo decir que el clima era lo que marcaba el ritmo de nuestros días. Cada estación implicaba actividades distintas.
–Hablemos de tu abuela Carmen…
–Fue una mujer extraordinaria que hizo de "El 29" un templo de amor y cariño. Dividía sus días entre la estancia y su departamento de la calle San Martín de Tours, aunque yo siempre la veía en el campo. Fue muy amiga de todos los intelectuales de su época, en especial de "Manucho" Mujica Láinez, con quien podía conversar durante horas de política y arte. Era muy sofisticada y adoraba a sus nietos, a los que veía jugar desde la galería. Siempre nos regalaba algo hecho por ella. La recuerdo como una mujer sumamente austera y jamás la escuché quejarse.
–¿Cómo fue crecer rodeada por tantas mujeres maravillosas?
–Creo que tanto mi madre como mis tías son seres espléndidos. Todo lo que soy se lo debo a ellas. Siempre apasionadas y con una fortaleza que pocas veces conocí, siempre las vi como heroínas que no le temían a nada. Se educaron como pupilas en el Michael Ham y todas fueron grandes amazonas, campeonas de varias disciplinas de caballo, salto, adiestramiento y atalaje. Lo que siempre he admirado de ellas es el tesón y la autenticidad con la que vivieron. Jamás buscaron ocupar un espacio porque sí y dieron su vida por el campo en el que crecieron y en el que criaron a sus hijos. Son verdaderas estancieras que siempre trabajaron sus tierras sin descanso.
–¿Y "La Providencia", la estancia de tu madre…?
–Cuando murió el abuelo Carlos, mi tía Mercedes contrató a Alejandro Bustillo para que le diseñara el casco. Como estaba desbordado con miles de proyectos, le encomendó a su hijo Jorge que dirigiera la obra y, con el paso del tiempo, todas mis tías establecieron una relación muy cercana con los Bustillo y le pidieron que también proyectara sus casas, incluida la de "La Providencia".
–¿Se podría decir que tu infancia definió tu vocación como artista?
–Totalmente. Estudié Bellas Artes y me dediqué a la pintura a principios de los 90. Primero incursioné en la pintura y después me volqué hacia la cerámica. A los 26 años me fui a vivir a París y ahí conocí el mundo de la cerámica, el cual hasta el día de hoy me tiene fascinada. Porque debo decir que la arcilla, que es con lo que se fabrica la cerámica, es el material más noble y orgánico que uno pueda trabajar. Me conecta con la tierra y mis raíces. "Pinta tu pueblo y serás famoso", escribió Hermann Hesse y creo que eso es lo que intento hacer.
LAS PERKINS, ESTANCIERAS DE ESTIRPE
Mezcla de damas refinadas con sencillas productoras rurales, afectuosamente se las conoce como Las Perkins. Amantes de los caballos y la tradición criolla, parte de sus vidas ha transcurrido por la ruta 7, entre Buenos Aires y Alberdi (partido de Leandro N. Alem), en cuyas estancias pasan (o han pasado las que ya no están) la mayoría del tiempo rodeadas por el cariño de sus hijos y sus nietos. Rosemary, Mercedes, Margarita, Adela, May, Inés y Cynthia compartieron su afición por la vida de campo viviendo y trabajando las tierras que resultaron de la subdivisión del establecimiento paterno "El 29". Su madre, Carmen Peers, se encargó de educarlas para que fueran madres dedicadas y empresarias. Y así se catapultaron como referentes de una generación de mujeres fuertes e independientes.
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