"Solo el amor inalcanzable puede ser romántico", decía María Elena, el personaje de Penélope Cruz en el film Vicky Cristina Barcelona. Mientras que Juan Antonio, encarnado por Javier Bardem , esgrimía en ese arriesgado título de Woody Allen: "Después de miles de años de civilización, aún no han aprendido a amar". Composición tema: el amor. Una vez más el arte para escudriñar los laberínticos y misteriosos designios de uno de los sustentos esenciales del ser humano. Esencia shakespeareana. Y allí estaban ellos, Penélope y Javier para dejar en claro no solo por qué son dos de los actores más mimados de la industria sino también para comenzar a construir un amor más allá de la fábula, algo impensado a comienzos de la década del ´90 cuando se conocieron. Un cuento propio que resguardaron bajo siete llaves. En 2007 ocurrió ese reencuentro con sabor fundacional, enmarcado por las callejuelas del Barrio Gótico, la catedral de Nuestra Señora del Mar, la Rambla y el Passeig de Gràcia.
Prohibido pasar
"No puedo estar lejos de mi casa más de dos semanas, afecta a mi físico", dijo hace poco tiempo el actor rompiendo su infranqueable intimidad para radiografiar el sentimiento que lo une a los suyos: su mujer y sus dos hijos Leo y Luna. Penélope y Javier son militantes de la sobriedad y el buen gusto. Enarbolan la bandera de la discreción. Saben del valor de la privacidad y será por eso que la preservan. Difícil empresa. De la pareja se sabe mucho. Algún apresurado diría "casi todo". Viven permanentemente requeridos por los medios. Son protagonistas de noticias fundadas; gossip shows que le dedican programas enteros sostenidos en algún que otro malentendido; sin dejar de soslayar, desde ya, todo lo que se dice sobre ellos en las redes sociales de la mano de fanáticos y de algún que otro detractor aburrido que husmea en la cizaña. Sin embargo, el matrimonio estelar vive en "modo silencio", apartado del ruido mediático. Están en todos lados, pero no se los ve jamás. ¿Un contrasentido? No lo es. Es que la diosa de 44 años, nacida en el municipio de Alcobendas, a 15 kilómetros de Madrid, y el galán maduro de 48, oriundo de Canarias, conforman una de las parejas más estelares de la industria cinematográfica. Con todo, su fama y proyección internacional, son proporcionalmente inversas al estricto perfil bajo que mantienen.
"Hay que tener cuidado con la fama porque se te puede subir a la cabeza. Tan solo soy una cosa a la que le hacen fotos", resumió con precisión ella al referirse a su rango estelar y el statu quo de su vida pública. Penélope y Javier no son amantes de las entrevistas ni de mostrar los secretos de su vida marital. No se esfuerzan en cerrar ninguna puerta, simplemente porque no las abren. Juntos o separados es muy difícil verlos circular. Salvo, en contadas excepciones, paréntesis de la austeridad exigidos por los compromisos a los que deben responder para promocionar sus trabajos, en alguna ineludible red carpet que los convoca para una premiere propia o para la entrega de algún premio. En eso están hoy: presentando Todos lo saben, la última producción cinematográfica que los reunió esta vez junto a Ricardo Darín. Puro glamour latino para recorrer el mundo con el film dirigido por iraní Asghar Farhadi, que se estrena esta semana en la Argentina.
Pero cuando los compromisos ineludibles no alteran la agenda, tal es el secretismo acerca de sus vidas que hasta su propio casamiento fue anunciado una vez sucedido. Ellos juegan muy bien su juego. Hacen de la vida pública escueta la más reservada de las estrategias de marketing y posicionamiento mediático. Todo amparado, vale decirlo, por el talento y la magistral elección de los proyectos laborales que encaran.
Con acento catalán
Josep Joan Bigas Luna fue el responsable de vincularlos. El soberbio director, nacido en Barcelona, los escogió para integrar el elenco protagónico de su película Jamón Jamón. Corría 1992 y, por primera vez, Penélope y Javier cruzaron sus miradas como quien no quiere la cosa. Aunque ella era apenas una adolescente de 16 años, eso no los privó de conversar y pegar química. Nada que no se saliese de los parámetros normales de dos compañeros de trabajo. Ella, en pleno despertar de la sensualidad. El, un joven seductor que sabía manejar muy bien sus armas en pos del amor. Ella, que le debe su nombre al fanatismo de su padre por la canción de Joan Manuel Serrat; y él, que provenía de una notable familia de artistas reconocidos como su prestigiosa madre Pilar, se encargaron de husmearse todo lo necesario. Reconocimiento de campo virtual. Intuitivo. Nada más. Así fue hasta el último grito de "¡corten!" del director.
Penélope noviaba con el músico Nacho Cano, a quien había conocido al participar en un videoclip del grupo Mecano. Javier estaba en pareja con una traductora que fue su amor hasta comienzos del nuevo siglo. El actor, en principio reacio a incursionar en los estudios norteamericanos porque le disgustaba los papeles que le ofrecían, también habría tenido un breve affaire con Belén Rueda.
Al igual que Javier, Penélope ascendía sin pausa y con prisa. Justamente, fue Hollywood el mercado que le permitió a conocer a Tom Cruise y enamorarse de él. La pareja duró tres años y fue una de las más sonadas en su momento. Ella lo dejó a él. Tiempo después, la audaz niña mimada del cine, se enamoró de Matthew McConaughey, pero esta vez fue él quien decidió terminar el vínculo. Matt Damon y Nicolas Cage fueron otros de los nombres que sonaron como posibles galanes que atravesaron la vida de ella. Pero su perfil bajo, ¡otra vez el famoso perfil bajo! convirtió en poco factibles estas relaciones.
En todo ese tiempo, mientras amaron y desamaron, Penélope y Javier compartieron trabajos sin cruzarse en el set y fueron integrantes de los repartos de títulos tales como El amor perjudica seriamente la salud y Carne trémula. Estaban cerca y lejos al mismo tiempo.
El reencuentro
Había corrido mucha agua bajo el puente. Amores de un lado y del otro. Carreras ascendentes y estelaridad en permanente ascenso, incluidos varios de los más importantes reconocimientos de la industria. Aparecieron los premios Goya para uno y otro. El film Volver le permitió a ella obtener una candidatura al codiciado Oscar de la Academia en 2006. Un año después, Sin lugar para los débiles es el film que le permitió a él llevarse a su casa la estatuilla más preciada de la industria. El Oscar para Penélope llegaría con Vicky Cristina Barcelona. Los galardones, que hoy son muchos, jamás los llevaron a rivalizar. "La competencia no ejerce dentro de nuestra casa. Entre nosotros el vínculo es auténtico y profundo, y cada uno se alegra por el triunfo del otro", dijo él alguna vez. Penélope en idéntica sintonía expresó: "Todo lo bueno que le suceda a Javier es como si me sucediese a mí. Y de igual modo de parte de él".
Quince años después de cruzarse gracias a Bigas Luna, Woody Allen los convocó para estelarizar Vicky Cristina Barcelona. Corría 2007 y ambos rápidamente le dieron el sí al director neoyorquino que ahora se metería con una historia de amor apartada de la fórmula binaria enmarcada por una Barcelona bajo sus ojos agudos. "Pe", como le dicen en España, se mostró encantada de compartir el elenco con Bardem.
Entre toma y toma comenzaron las miradas. Nació el amor. Pero, como no podía ser de otra manera, la discreción primó dentro y fuera de los sets. Las revistas del corazón insinuaban, luego contaban, más tarde afirmaban. ¿Ellos? Ni una palabra. Hasta que lo inocultable no se pudo tapar más y hubo alguna leve confirmación camuflada en metáforas. "Como nos conocimos mucho tiempo antes, al volvernos a ver vimos a las personas y no a las estrellas del cine o a los personajes", analizó el actor. La actriz fue clara: "Al volverlo a ver me dije, ¿cómo no reparé en Javier antes?".
2010. El 14 de julio, en las Bahamas, en una paradisíaca mansión perteneciente a Johnny Deep, Penélope y Javier contraían enlace en el más absoluto hermetismo. A su modo. Fieles a ellos mismos. Nobleza obliga, hay que decirlo, la fecha, en realidad, también es un misterio. Dicen algunos que la unión real habría sucedido tres meses antes del día oficializado para la opinión pública.
Lo que nació en un set, maduró en un vínculo matrimonial profundo. De convicciones firmes y austeridad pública. Los pequeños Leo y Luna son el fruto de esta familia que, sin mostrarse, es una de las más populares del show business internacional. "Esto es el verdadero amor incondicional", definió alguna vez Javier sobre el rol de la paternidad.
Blindados. Así es esta pareja, familia, de celebridades mundiales. Lejos de la estelaridad, puertas adentro, tratan de llevar una vida "normal". Una tarea titánica, quizás la más difícil que les haya tocado encarar, debido al lugar que ambos ocupan en la industria del entretenimiento. La fama, la fortuna amasada juntos y separados, parecen no hacer mella en el orden interno. Penélope y Javier, los españoles sexys de rasgos marcados y esencia latina, hicieron de la reserva un culto. Una fórmula que les permite preservarse y, por qué no decirlo, acrecentar el aura que los sobrevuela. A más misterio, más éxito. Se sabe todo sobre ellos. Y, sin embargo, no se sabe nada.
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