Pedro Pascal: la historia detrás del hombre de la máscara de hierro
El hombre del traje de acero. Ese podría ser el santo y seña para reconocer a Pedro Pascal en The Mandalorian. El que habita la armadura de baskar como una segunda piel, según los estrictos códigos de su credo ancestral. Pero detrás de esa superficie curtida asoma uno de los héroes más inesperados de la franquicia Star Wars y el protagonista del gran éxito de la nueva plataforma Disney+.
Más allá de que es El Niño la verdadera estrella -esa criatura rebautizada como Baby Yoda por los fans y hoy el centro de un culto ferviente e inesperado-, es Din Djarin –conocido como Mando- quien ha conseguido ser su guardián incansable. También huérfano, viajero de las galaxias, audaz cazarrecompensas y fiel a los mandatos de su tribu de adopción, Mando ha forjado su valor con la firmeza de su armadura, y Pascal ha conseguido una composición certera y magnética, afirmada en el carisma que proyecta con su sola presencia, con el eco de su voz, con la constancia de su debido peregrinaje.
El elegido
Pascal ya había sido un peregrino en su propia historia. Junto a su familia debió abandonar Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet, y a sus cuatro años ya era un espectador de Superman de Richard Donner en sus primeras salidas al cine en Texas. La ciudad de San Antonio se convirtió en el perfecto escenario para esas periódicas excursiones al cine, para la entrada a la cultura popular de Estados Unidos, para el descubrimiento de su vocación. No podía imaginar entonces que el tiempo lo llevaría de regreso al universo de DC Cómics, ahora como el villano Maxwell Lord, el empresario petrolero en la conquista de sus más peligrosos deseos en la nueva Wonder Woman 1984 (todavía sin fecha de estreno en nuestro país). Intenso y monumental, Lord es todo lo opuesto del silencioso Mando, es la explosión de aquella teatralidad que el propio Pascal también cultivó como parte de su formación como actor, que demostró el año pasado en su participación en King Lear junto a Glenda Jackson, que hoy lo ha convertido en el artífice de su promisorio futuro.
"Se parece a las viejas estrellas del cine clásico por su encanto y su entrega", cuenta Jon Favreau, showrunner de The Mandalorian, en una extensa nota sobre el actor en Variety. "Y se toma su oficio muy en serio". Ese profundo compromiso con su trabajo fue el que terminó de convencer a Favreau de que no se había equivocado al vislumbrar en el guerrero maldito y seductor de Game of Thrones, Oberyn Martell, el rostro oculto de su escudero de la orden mandaloriana. De alguna manera, aquella destreza que mostró en GOT lo colocó en el radar de Hollywood, porque después de encarnar al príncipe de la dinastía Martell su nombre se convirtió en común denominador de travesías de riesgo y extraordinaria voluntad. Así fue un incansable perseguidor de narcotraficantes en la Colombia de Narcos (2015-2018), el enemigo de turno de Denzel Washington en esa impensada saga comandada por Antoine Fuqua que es El justiciero 2 (2018), y el piloto de los mercenarios de Triple frontera (2019), a la caza de la fortuna de un jefe narco oculto en el corazón de Los Andes.
De alguna manera, todos esos personajes condensan en la destreza física la fortaleza de su carácter. Como ocurría en el cine clásico de aventuras en el que el rostro de los héroes era el termómetro de su moral: la sonrisa de Errol Flynn sintetizaba sus desafíos a la perfidia del príncipe Juan de Claude Rains en Las aventuras de Robin Hood (1938), y la destreza acrobática de Tyrone Power el triunfo a la hora de poner en ridículo al pobre Basil Rathbone en La marca del Zorro (1940). Esos héroes hacían de su cuerpo la mejor arma para la defensa de sus ideales, y su carisma siempre trascendía el origen literario y encontraba en la imagen el perfecto material para su inmortalidad. Pascal consigue nutrirse de aquella tradición, y lo hace con astuta hidalguía cuando prescinde de histrionismos y teatralidades y consigue amalgamarse a la perfecta vestidura que lo contiene.
"Si bien solo tenía un par de escenas que incluían intercambios uno a uno con otros personajes, y en algunos momentos me sentía extraño por no poder controlar del todo al personaje, siempre sentí que era práctico para mi actuación, signada por ese aplomo, depender de los creadores. Cuando se trata de una franquicia tan grande como Star Wars, eres un pasajero de la forma en la que van a forjar ese mundo", relataba Pascal a Variety. Pese a los dobles de riesgo y a las férreas limitaciones de la producción en el control del personaje, Mando consigue modelarse en la postura del actor, en el tono de sus inflexiones de voz, en ese humor que se vislumbra en sus interacciones con El Niño, su travieso compañero de viaje. Para sumarlo al proyecto, Favreau decidió seguir su intuición y empapeló la sala de reunión de la primera entrevista con los storyboards de todo el arco narrativo de la primera temporada. "Parecía surrealista pero, en general, en las experiencias de los actores siempre se hacen ajustes para ver si funciona y aquí ya todo estaba ajustado de antemano. Faltaba que dijera que sí y lo hizo".
La herencia
No era la primera vez que Pascal vestía un traje que ocultaba su rostro en su carrera como actor. Una experiencia interesante fue la fábula de ciencia ficción Prospecto (2018), una película discreta pero interesante que puede hallarse perdida en el catálogo de Netflix. Dirigida por Christopher Cadwell y Zeek Earl, con ecos al universo de Alex Garland, la película cuenta la historia de una adolescente y su padre, quienes se aventuran a excavar riquezas en una luna lejana del sistema solar. La aparición de Pedro Pascal como Ezra, un errante buscador de gemas que se topa con los aventureros, es extraña e inquietante. Su rostro se pierde en el traje de astronauta, su voz reverbera a la distancia en una pelea que termina en tragedia y muerte. A partir de allí la travesía que lo une a la adolescente que interpreta Sophie Thatcher es esquiva y llena de imprevistos peligros. Su carácter permanece opaco hasta el final, agudo en sus reflexiones pero esquivo en sus intenciones, Ezra es el rostro oculto de ese territorio de riquezas y demonios, la sombra de la ambición que define a todos los arriesgados viajantes, el que asegura el fin de toda inocencia en ese mundo desconocido.
"Construir un personaje complejo debajo de una armadura fue todo un desafío, pero no fue tan terrible, era algo que quería afrontar como actor". Su deseo de adecuarse a escenarios complejos fue algo que le permitió sobrevivir a las sombras de su temprana infancia. Con solo cuatro meses, sus padres lo dejaron junto a su hermana mayor en la casa de una tía para ocultarse de las razias de la dictadura de Pinochet. Seis meses después su familia logró escabullirse en la embajada venezolana durante un cambio de turno y pedir asilo. Desde allí llegaría su exilio, primero a Dinamarca y luego a San Antonio, donde su padre consiguió un puesto fijo como médico. Su historia chilena recién reapareció en su memoria con viajes posteriores a Santiago, visitas a sus primos, recuerdos más cercanos. La mudanza a California en su adolescencia supuso una difícil adaptación, pero fue la escuela de artes y el hallazgo del teatro lo que abrió un nuevo horizonte. "En el último año del colegio un amigo de mi madre me regaló una entrada para una obra de teatro en el centro de Los Ángeles. Era el preestreno de Ángeles en América antes de su llegada a Broadway. Me cambió para siempre, casi de una manera religiosa".
La carrera de Pascal comenzó en Nueva York en la Escuela de las Artes Tish y siguió en los sets de series como Buffy, la cazavampiros, Touched by an Angel, NYPD Blue, todavía como Pedro Balmaceda, hasta que el duelo por la muerte de su madre abrió un importante receso en su trabajo como actor. "Eran tiempos difíciles para la profesión y no podías escapar del encasillamiento por ser latino. ¿Cuántos papeles de pandillero me iban a ofrecer? El sueño simplemente era poder pagar el alquiler". Por ese entonces Pedro ya llevaba su apellido materno y se había hecho amigo de Oscar Isaac, con quien compartían algunas obras en el off Broadway. Cuando parecía que solo le esperaban episodios aislados en series como La ley y el orden o Nurse Jackie, llegó el llamado para Game of Thrones. Fue su amiga Sarah Paulson quien lo recomendó a Amanda Peet, casada con David Benioff, uno de los showrunners de GOT. "Fue una audición vía iPhone", recuerda Benioff. "Fue improvisada y amateur, excepto por la interpretación de Pedro que resultó perfecta".
El resto es historia. Su tiempo de incertidumbre en las calles de Nueva York, buscando pequeños papeles en teatro o alguna aparición esporádica en televisión, se coronó con el triunfo de su actuación en GOT, con películas que le permitieron escapar de los estereotipos como Prospecto, o parodiar su condición de guerrero como Superheróicos (2020) de Robert Rodriguez –también disponible en Netflix- y con grandes éxitos como The Mandalorian y la nueva Wonder Woman 1984. Su condición de guerrero trasciende ya la silueta del traje de acero, se fue afirmando a lo largo de años de logros y pérdidas, de difíciles adaptaciones, de viajes silenciosos y luchas histriónicas, de villanos con luz propia y conquistas impensadas. Debajo de ese casco que oculta su mirada y camufla sus sentimientos, late ese vital sobreviviente que no solo a ha recorrido todas las galaxias, ha protegido a ese huérfano que le recuerda su condición, sino que ha forjado su definitiva fortaleza. La misma de quien viste ese traje con todo el peso de una valiosa herencia.
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