En una charla íntima con LA NACIÓN, repasó la carrera de su padre, el tiempo que vivieron distanciados y también contó cómo lo afectó la salida de Canal 9 y lo difícil que fue el final; “En algún punto fue triste la vida de mi papá, era todo divino, 50 puntos de rating, pero llegaba a su casa y estaba solo”, aseguró
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Una billetera con un papel que dice “Pauli”, relojes de poco valor y fotos son algunos de los objetos que Paula atesora de su papá, José de Zer. Pero también lleva consigo la forma de sus ojos, su extroversión a la hora de contar historias y su pasión por el periodismo, aunque ya no ejerza, decisión que en parte tiene que ver con que no quiere repetir la historia. “Mi viejo resignó el 90 por ciento de su vida por la profesión y yo a mis treinta y pico dije ‘no’. Vi morir a mi papá dejando su vida por esto”, dice en diálogo con LA NACIÓN.
Mamá de Agustín de 19 y Sofía de 14, Paula admite que aún 27 años después sigue extrañando a su papá y lamenta que su marido e hijos no lo conocieran. En su casa en el barrio de Olivos está dispuesta a charlar de todo, se toma la tarde para estar con este medio, espera la entrevista con un budín recién horneado en su mesa y una botella de dos litros de agua, parece exagerado, pero a medida que las preguntas, las respuestas y los recuerdos avanzan, el agua baja, es que había mucho que contar: “Esto casi no se sabe, pero mi papá tenía dos fechas de cumpleaños”, “tuvo una vida triste y dura de chico”, “respecto al trabajo tenía cierta inseguridad, le faltó empoderarse”.
El paso del tiempo la ayudó a comprender muchas cosas, el film de Diego Lerman El hombre que amaba los platos voladores sirvió para atar cabos, aunque sabe que hay muchos capítulos incompletos para ella en la historia de su padre, como su dura infancia y su llegada a la Argentina desde Israel o su paso por la guerra, episodio del que él evitaba hablar. Tampoco sabe muy bien cómo y por qué fue la salida del periodista de Canal 9, pero sí recuerda que ese momento fue un quiebre en su vida: “Se había caído bastante tras esa decisión. Estaba dejado. Eso lo entristeció mucho y empezó en picada”.
“La película la hicimos con mucho amor”, le dijo Leonardo Sbaraglia antes de que la viera y 107 minutos después lo comprobó. “Me lloré la vida y cuando terminé de verla lo abracé a Leo como si fuera mi viejo”, recuerda quien no estuvo en el guion del film que se podrá ver desde el 18 de este mes en Netflix, pero sí colaboró con el protagonista que quería conocer todos los gestos, modismos y expresiones del periodista.
—¿Cómo surgió la idea de hacer la película sobre tu papá?
—Se venía hablando hace mucho. Hace unos cuatro años, se cambió de productora, yo pensaba “no sale más”. Y en ese cambio de productora toma el proyecto Diego Lerman y a los dos meses me llaman, me dicen que tienen al protagonista. Y luego todo pasó en ocho meses.
—¿A Diego y a Leonardo Sbaraglia los conocías?
—A Diego no y con Leo había trabajado en Canal Nueve en Sin Condena hace muchos años.
—¿Y en el proceso participaste o pusiste alguna condición?
—Nada. Es más, cuando empezó todo esto hace cuatro años, querían los derechos, una abogada conocida mía me dijo que firmara. Yo pensaba que no se haría, y que en caso de que se hiciera mi papá estaría contento. Y condiciones nada porque mi papá no escondía nada y no iban a tomar la vida personal de él. “Queremos mostrarlo a él con los ovnis, no a él, si tenía 20 mujeres, 30, él con los ovnis”, me dijeron.
—¿Leonardo te pidió ayuda para el papel?
—Sí, vino a mi casa, miramos fotos, videos. Me preguntó por los gestos de las manos, por cómo hablaba, cómo fumaba, me quedé helada cuando lo vi. Además fue a ver a los editores de mi papá, a la familia del Chango, se asesoraron de muchas cosas, se reunieron con un montón de gente.
—¿Y cómo fue ver la película?
—Antes de verla, Leo me dijo “la hicimos con mucho amor, tené en cuenta eso” Cuando la vi lloré la vida, mis hijos me miraban. Y cuando terminó abracé a Leo y le dije: “sentí que abrazaba a mi viejo”. Y le agradecí.
—Sentiste ese amor que te había mencionado Sbaraglia…
—Sí. De hecho me dijo “viste que te dije que lo habíamos hecho con mucho amor”.
—¿Te pasó de enterarte cosas a partir de la película o de esta búsqueda?
—No, hay cosas muy personales que no sabía, no sé, lo de la guerra, unos me contaron una versión, otros otra, Chiche (Gelblung) me contó también. No era un tema del que le gustara hablar. Aunque no lo creas, mi papá tenía dos fechas de cumpleaños, una para la familia y otra para el resto, no sé cuál es, y me fui enterando cosas así. Y en la película, vi gente que no conocía, pero que fui atando cabos con cosas que me contaba del Uritorco por ejemplo.
Recorrer el pasado
—¿Volviste a ver los videos que hay en YouTube de tu papá?
—No, ya los vi mil veces. Se los muestro a mis hijos que no lo conocieron o mis amigos lo ven en la tele y me avisan. Todo lo he visto, todo, mil veces. A los chicos les mostré y con la peli confirmaron lo que yo contaba. Y cuando lo veo como productora digo “cómo hacían con dos pesos con cincuenta semejante historia”.
—Había un contrato entre él y el público, que por ahí el público sabía que los extraterrestres no existían, pero compraban igual y querían ver, ¿o no? También tiene que ver con la forma de contarlo.
—Sí, tenía una facilidad de palabra, un chamullo y cosas que se le ocurrían en el momento. Hoy con la tecnología, eso no existe, en ese momento era más cabeza que otra cosa. Cuando me contaba cosas era igual, e inventaba historias, todas cosas inofensivas y de color.
—¿Cómo era la relación entre ustedes? Vivieron separados mucho tiempo…
—Mis papás se separaron cuando yo tenía dos años. Desde los 13 a los 18 viví en el interior de Buenos Aires con mi mamá y a los 18 me vine a vivir con él para estudiar periodismo. Él se subía un micro, dos horas de viaje, bajaba allá en el pueblito, comíamos por allá y se volvía, pero lo hacía para que podamos pasar el día. Pero en esa época no nos veíamos mucho porque tenía problemas con una mujer que tenía que era muy celosa. Lo veía mucho por tele, pero lo extrañaba y después me saqué el gusto cuando vine para acá.
—Cuando viniste a Buenos Aires, ¿recuperaron el tiempo?
—Sí, hacíamos de todo juntos.
—¿A él le dolía no haber podido estar más presente cuando vos eras chica?
—No lo sé. Era cariñoso y demostrativo, pero hasta ahí, era de llevarte, acompañarte. Tenía una historia muy pesada, muy triste de chico y eso fue lo que lo llevó a ser de grande tan chispa. Vivió en Israel, sus abuelos se murieron, eran muy humildes y vinieron de la guerra, perdió un hermano de chico y eso lo llevó al carisma. Mis abuelos murieron poco antes de que yo naciera. Quedó una tía que se fue a los Estados Unidos.
—Sobre el hecho puntual que retratan en la película, sobre un ovni en un cerro en Córdoba, ¿te contaba algo él? ¿Había algo de show?
—Él no me decía que era un show armado, solo me decía que pusiera la tele y tampoco cómo eran las internas del noticiero. Recuerdo que hablaba pronunciando mucho las d y me preguntaba por eso.
—Y la exposición esa, ¿cómo la vivías? Ustedes tenían una vida normal, a pesar de los 50 puntos de rating.
—Yo tengo otro apellido, Horacio de Dios le dijo que se pusiera De Zer. Una vez Santillán me hace una nota porque le hacía notas a hijos de famosos y ahí muchos se enteraron que era hija de él. La gente se ponía contenta cuando lo veía, le hacían preguntas. Lo abrazaban, lo tocaban. ¡Lo amaban! Llamaba la atención cómo de nada hacía toda la historia y cómo todos se quedaban mirando. En las reuniones era igual, hacía historias, o se hacía el enojado.
—¿Y la relación con “El Chango” y los camarógrafos cómo era?
—Todos lo querían, lo defendían. Chango, Juan Carlos y Ever, eran un equipo y creo que más de una nota la complotaban entre todos y eran parte de eso. Capaz estaban diez días afuera y eran como una familia.
—¿Y por qué creés que él empezó a buscar esto de armar estas historias? O sea, ¿le gustaba? ¿Quería?
—Yo creo que fue una mezcla. Lo quería a Fabio Zerpa y por otro lado, creo que primero le gustó y vio qué pasaba y después él le vio la veta porque mirá que ha hecho de todo y es conocido por eso, o sea, estuvo en tiroteos, espectáculos… Y con eso marcó y levantó el noticiero. Estaba contento, estaba feliz con eso. Amaba el micrófono, la televisión, era su vida, estaba feliz, pero era humilde, hoy creo que con 50 puntos de rating no te saludan y él iba en bermuda y chancletas al restaurante de en frente.
—¿Y cuando vos dijiste que querías ser periodista?
—Se puso feliz, feliz, feliz. Yo empecé a trabajar con Flavia Palmiero como asistente, él estaba chocho que había logrado entrar al canal. Al año terminó y me dijo que fuera a hablar con Hugo Móser, estuve tres días sentada en la puerta de la oficina hasta que me preguntó ‘¿Vos me estás esperando a mí? ¿De dónde viniste?’ Y le dije que era la hija de José. Así era, mi viejo no pedía nada. Cuando yo entraba al canal, capaz él me estaba esperando en el pasillo para comer juntos o para volver a casa.
Éxito y soledad
—Pasaban tiempo juntos, pero era un tipo solitario.
—Sí, estaba solo la mayoría del tiempo. Re solitario. Los fines de semana le gustaba levantarse tarde, tomar su café, leer los diarios porque era un apasionado y en la semana tenía los cinco diarios con su cafecito y ya de ahí, se iba al canal. Él entraba a las nueve, pero a las ocho estaba en el canal. Porque además tenía eso de respetar mucho a su jefe, ¿viste? Y él se sentaba ahí por si el jefe lo necesitaba. Una vez, cada tanto, íbamos a la pileta, en verano, y si iba de vacaciones era poco tiempo, enseguida volvía al canal. No sé, era como este miedo a perder el lugar, lo que había logrado. Me parece viéndolo hoy a distancia.
—Sin embargo, era José de Zer, ¿quién iba a echarlo?
—Sí, pero él nada, ¿viste? Él estaba sentadito esperando a que lo llamaran para hacer una nota, imaginate. No estaba empezando, pero tuvo ese miedo, esa inseguridad.
—¿Le costó a él entrar en el medio?
—No. Yo creería casi que no. Era distinto antes. Entró a revista Gente, en donde conoció a Chiche (Gelblung).
—Y hoy hablamos de los ovnis, pero estaba preparado para todo.
—Sí, estuvo en la Tablada. Él iba a un móvil y hacía lo que fuera, siempre listo. Capaz venía el cámara a buscarlo a casa y se iban charlando de lo que iban a hacer. Le faltó empoderarse y decir, ‘soy fulano de tal’, pero no.
—Era un laburante por más que tenía el nombre y los 50 puntos.
—Es que no se hacía cargo de los 50 puntos y era muy buena onda con toda la gente del canal. Trabajaban todos 20 horas por día, 12, así que eran todos una gran familia y el 50 por ciento de los que yo llegué a conocer o estaban separados o se estaban por separar, porque era…
—Un ritmo muy difícil, teniendo una hija, si estás casado, ¿no?
—Sí. Ya te digo, yo cuando empecé a trabajar, entraba a la mañana y salía a la 1 de la mañana, pero yo estaba sola y con papá y vivía a cinco cuadras. En ese momento no era consciente.
—Él resignó cosas de su vida por el periodismo, por más que lo hiciera feliz. ¿En algún momento a vos eso te hizo ruido cuando eras chica?
—Sí, resignó el 90 por ciento de su vida por el periodismo. Ya a mis treinta y pico dije “no”. Vi morir a mi papá dejando su vida por esto, se lo llevó de golpe. Dije basta. Ahí fui mamá y dije “acá hay algo que no quiero repetir”, dije “stop”, pero él no. No me daba cuenta, yo era pendeja a mis veinte años, estaba empezando, estábamos los dos en la misma vorágine y hablábamos el mismo código, imagínate.
—¿Tu mamá no estaba de acuerdo con que estudiaras periodismo?
—No le gustaba, pero después se acostumbró y miraba los programas que yo hacía. Eran otras épocas, estaba Romay que me adoraba. Y yo a mis hijos les digo que tienen que hacer lo que aman. Yo hice lo que amé y trabajé 20 horas. Era mi pasión. Bueno, eso era él. Amaba su profesión.
—¿Con tu mamá cómo se llevaban?
—Por momentos como perro y gato, y después se amaban. Yo tenía dos años cuando se separaron, pero las peleas de mi vieja eran por las novias que él tuvo porque por ahí, a veces, me dejaba de lado por su pareja. Mi viejo siempre dijo que su amor y su vida era mi mamá. De hecho, en el velorio, que fue muchos años después de separados, la que estaba ahí como mujer fue ella. Y fue la que estuvo dándole la mano porque mi papá estuvo muy solo los últimos tres días y estábamos yo y mi mamá. Ella se quedó en paz que le dio la mano y mi papá dijo que se iba a ver a sus padres. Ella siempre se quedó con “tu papá murió en paz porque yo le di la mano”.
El fin de una carrera
—¿Y cómo fue la salida del canal de tu papá?
—No recuerdo bien, creo que Nuevediario empezó a bajar y papá ya no estaba rindiendo mucho, ya estaba enfermo al final. Estaba tomando mucha medicación antidepresiva, tomaba café, ya estaba medio medio de la cabeza. Bueno, después se descubrió que tuvo cáncer de pulmón. Y Romay fue como… “ya no me sirve”. Después se portó muy bien, igual. Romay cuando murió mi papá, pagó todo, él estuvo con mi mamá y conmigo, pero fue un golpe para mi papá salir del canal.
—El trabajo era su vida y también sería lo que lo mantenía activo.
—Sí, ahí yo era chica, hoy hubiese tomado de otra manera las cosas. La psicóloga que le puse al final que estuvo hasta el último día, me dijo, “¿no le podés inventar algo, ir con una cámara?” Yo creía que estaba loca, pero ahora lo entiendo. Sí. Llevarle una cámara, alguien que le invente un programa. Se había caído bastante, tras esa decisión. Estaba dejado, o sea, se dejaba la barba, a veces no se bañaba por dos días. Pasó poco tiempo desde la salida del canal hasta el final. Un año casi, menos, te diría. Eso lo entristeció mucho y empezó en picada.
—¿Y no lo llamaron de otros lados? Porque era José de Zer.
—Que yo sepa no. Sí estaban sus amigos, Chiche estuvo, Santo Biasatti, los cámaras, lo iban a visitar porque vivía a cinco cuadras del canal, salían e iban. Gente verdadera que estuvo a su lado.
—¿La tele es desagradecida?
—Y también ¿sabés qué pasa? Que había marcado Nuevediario él. Entonces no lo llamaban porque él era la cara, era muy fuerte la asociación. Él era Nuevediario. No sé si un productor lo hubiera visto como cuando hay un actor cualquiera que siempre hace de malo.
—Y ese último año, ¿vos cómo lo viviste? Porque él estaba sin trabajar, y su salud se deterioraba, y vos estabas a full trabajando en el canal.
—Yo era chica y no lo sentí. No pensé que sería así y tan pronto el desenlace. En su momento no le di la magnitud de que estaba cayendo en depresión. Porque él era muy hipocondríaco, estaba todo el día en la enfermería del canal. Pero de golpe en un momento él me decía ‘¿vos quién sos?’ o no sé qué. Se vino a pique y ya no había mucho más para hacer.
—Era otra época donde casi no se hablaba de depresión.
—No. Hoy pienso que tal vez si alguien lo agarraba a tiempo, lo hubieran podido tratar mejor. Pero también fumaba mucho y no se me ocurría decirle nada, era un vicio. Además creo que son personas que vivían otra vida, más al límite, él u Olmedo, murieron a los 50 pensando que vivirían 80, estaban como más jugando en el hoy, más en el descontrol. Mi papá no se pegó un palo con un auto, pero no se hizo ver por un médico, no dejó sus cuatro atados por día… Vivía de forma muy intensa.
—¿Y vos te pudiste despedir en ese último año?
—Fue difícil. Él iba para adelante, pero ya estaba muy mal. Estuvo un mes internado, pero yo pensé que volvía a su casa… Yo tenía 19 años cuando pasó. Una tarde suena el teléfono y era de la guardia del Colegiales. Cuando fui ya había fallecido, me dijeron si quería entrar a despedirme, dije que sí y lo vi, pude hablarle, abrazarlo, besarlo. Tenía fama, lo conocía la gente, pero ahí, estaba solito, él y yo. Los dos.
Dar vuelta la página
—¿Cómo seguiste? ¿Porque acá te quedaste sola en algún punto?
—Diez años de terapia me llevó. No era ni de allá ni de acá. Hubo una infancia dura, pero se puede remediar, hay que cerrar el círculo. Se pueden dar vuelta las cosas de la vida.
—¿Tu decisión de alejarte de los medios tuvo que ver con no repetir el final de tu papá?
—Yo quería tener mi familia, mis hijos, disfrutarlos… El medio es divino, también la gente, me encanta la adrenalina, pero no quiero terminar joven.
—Claro, además venía de una escuela en la que la profesión era a todo o nada, sin medias tintas.
—Es cierto. Y ahí cuando me di cuenta fue cuando me empecé a ir. Era triste, en algún punto fue triste la vida de mi papá. Era todo divino, pero llegaba a su casa y estaba solo. Después la última mujer que tuvo, no solo no lo visitó sino que le había robado ropa de la casa y cuando falleció me pidió la heladera. Mi mamá sí lo acompañó y estaba sentadita ahí en el hospital.
—¿Te quedaron cosas?
—Pocas. Me quedé con ropa que la fui regalando a gente que sabía que la usaría. Él alquilaba. Fotos sí me quedaron. Unos relojes viejos que no valen nada, pero los tengo porque los usaba él, su billetera de toda la vida que tiene un papel que dice “Pauli” con mi teléfono, algunas revistas en las que había salido y sus primeras notas.
—Entre sus amigos, mencionaste a Chiche Gelblung.
—Ellos se conocieron de muy jóvenes, en Gente y desde ahí nunca más se separaron. De hecho, cuando muere mi papá llega la primera corona gigante que era de él, vino con la mujer y se quedó hasta el final, que nos quedamos mi vieja y yo, solas. Y como a las dos de la mañana también llegó Santo Biasatti que venía de hacer el noticiero de la medianoche, se quería despedir de su amigo, se quedó una hora encerrado con él y cuando se fue nos dejó una tarjeta con su número y nos dijo que para lo que necesitáramos, estaba. Al tiempo cuando me fui del canal, me llama él para decirme que buscaba productora, mi mamá lo había contactado. Esos son actos. Mauro Viale también me ha llamado para trabajar, yo después ya no pude, pero esos amigos sí estuvieron. A Chiche lo vi hace poco y me dijo “nieta” porque mi papá le decía “papá”. Tenían mil anécdotas, de hecho Chiche le había enseñado a vestirse, a caminar, a hablar, agarrar el micrófono, todo, todo… En mi casa era todo el tiempo “Chiche, Chiche, Chiche”.
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