Hace 30 años, agobiada por la fama desde muy temprana edad, decidió dejar de actuar para dedicarse a otra pasión; hoy vive en el país vecino y quiere tener una segunda oportunidad en el medio; “de chica sufrí bullying y no sabía siquiera que eso existía”
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Fue uno de los personajes más atractivos de la tira Pelito, en los 80, y siguió trabajando durante algunos años hasta que se dio cuenta de que su destino era otro y se alejó del medio. Hoy Paula Dougan vive en Brasil, desde 2001, y se dedica a la construcción, el reciclado y alquiler de propiedades. En diálogo con LA NACION, recuerda anécdotas de los tiempos en que fue actriz, cuenta por qué se alejó de la televisión y habla sobre su realidad, hoy.
-¿Por qué dejaste de trabajar como actriz?
-Hace 30 años que hice el último programa en América, cuando todavía se llamaba Canal 2, Diosas y reinas. Me llamó Jorge Palaz, que fue el productor de Pelito; yo ya tenía 23 años, y acepté porque era una muy buena propuesta: era protagonista con Ana María Picchio, Betiana Blum, Selva Alemán, Chunchuna Villafañe. Tomé la decisión de dejar de actuar cuando veía y escuchaba que trabajar en la tele podía significar estar largos períodos sin actividad y pasarla mal. Escuchaba que había que estudiar algo más y no quedarse solo con eso. Y la verdad es que, después de Pelito, quedé con un trauma porque sufrí el asedio de la gente, y no podía subir ni al colectivo tranquila o hacer una salida con amigas.
-¿Sufriste la popularidad repentina?
-Si. Pelito no fue mi primer trabajo en la tele porque cuando tenía 11 años hice una película con Soledad Silveyra, La casa de las siete tumbas; estaban buscando el personaje de Solita cuando era chica y me acuerdo que quedamos Gloria Carrá y yo, y finalmente me eligieron a mí. Después hice Como la gente, donde interpreté a la hija de Guillermo Bredeston y Nora Cárpena. Ese año, que fue el año de la vuelta de la democracia, grababa este unitario muy contenta porque tenía un personaje buenísimo y tenía como hermano a Luis Luque (risas). Pero empezaba la secundaria y de un colegio primario estatal pasé al Huerto de los Olivos, que era muy exigente. Y no podía estudiar y ensayar y grabar. Sentí que era agotador. Cuando terminé la comedia, inmediatamente me llamaron de Pelito, sin hacer casting y me dijeron que iban a ser cinco capítulos. Después me entusiasmé y seguí los tres años y medio. Hicimos tira, teatro y en la calle todos tenían algo para decirle a Pelusa, y sentí asedio. También hice un unitario buenísimo con Luis Brandoni y Charo López.
-Hubieras querido pasar más desapercibida…
-Sí, porque era una adolescente. Calculo que hoy en día no me molestaría, pero la adolescencia era bastante ingrata y por ahí me pedían un autógrafo y después me lo rompían en la cara; sufrí el bullying, que entonces no se llamaba de esa manera y yo ni sabía que existía. Pelusa era un personaje medio bobo, que usaba ropa ajustada, permanente.
-Vivías en la ficción lo mismo que te pasaba en la realidad, quizá…
-Sí. Por ejemplo, en el viaje a Bariloche no podía ir al boliche y estar en la pista; me tenía que esconder. Una vez me pararon en Pinamar y casi me pongo a llorar porque me sentí rodeada. Otro día fui a ver un partido de fútbol en Vélez y tuve que irme. No me bancaba eso. Me han llegado a cortar el pelo, para quedarse con un mechón de recuerdo. Todo el mundo quería estar en Pelito.
-¿Y cómo la pasabas grabando?
-¡Bien! Por eso quise seguir. Era una banda hermosa. Me acuerdo que muchas veces tenía que salir antes del colegio para grabar, e iba a las corridas, de Olivos a Constitución. A veces llegaba tarde y quería que me tocara trabajar en un estudio en el que podía pasar desapercibida y sin pasar por el control (risas). Por suerte los exteriores se hacían en La Lucila, cerca de mi casa. O a veces grabábamos en Teleinde, donde ahora es Telefe. Canal 13 fue mi casa durante años, merendaba un tostado en el bar de la esquina y siempre me acompañaba mi mamá, hasta que tuve 18 años y pude comprarme mi autito. Me acuerdo que mi papá compró un auto y mi mamá hizo un curso de manejo acelerado para llevarme. ¡Lo que yo sufría porque no sabía manejar bien (risas)! Cuando nos agarraba el semáforo subiendo la 9 de Julio y quedábamos ahí, me decía: “Ay… Si largo el freno se me va para atrás”. Pasábamos muchos nervios hasta llegar al canal y el auto se rompía a cada rato (risas). En Pelito conocí a amigas como Solange Matouk, que es como la hermana que no tuve porque soy hija única, y a Claudia Flores. A Solange le presenté a su actual marido.
Sin tiempo para jugar
-¿Seguiste los consejos y estudiaste otra carrera?
-Sí. Terminé la secundaria gracias a una tremenda exigencia que tengo hasta hoy en día. Mis padres eran muy exigentes y con el tiempo me di cuenta que yo no quería trabajar en la tele y que mi mamá, que falleció hace muchos años, reflejaba su vida en mí. Esa es la conclusión que saqué; a ella le hubiera encantado ser actriz y como yo tenía un primo que hacía publicidad, se enteró de un casting para Cantaniño y me llevó. Así empecé, en el coro “sapito de oro”. Tuve una gran responsabilidad desde muy chiquita y no tenía tiempo ni de jugar. No sé si era lo que yo quería. Estudié diseño de interiores, y durante algunos años no trabajé para estudiar, y como tenía que solventarme la carrera, volví a la tele e hice participaciones en muchas novelas.
-¿Y cómo te ganaste la vida en todos estos años?
-Ser actriz me encanta, para ser sincera. Me recibí de diseñadora de interiores y guardé el título porque yo hubiera querido ser arquitecta. Pero me daba miedo ir a la ciudad universitaria, por la gente. Era muy buena en diseño proyectual, hacía renders 3D y empecé a dar clases; ahí me sentía que actuaba. Durante 10 años capacité a personas en muchas empresas y en la Municipalidad de Vicente López. Me gusta actuar, pero no que me conozcan en la calle. Nunca fui muy sociable (risas).
-¿Volverías al medio artístico hoy?
-Sería la oportunidad de saber realmente si dejé porque era una adolescente que no le gustaba que la miraran. Hace unos años hubo una posibilidad de hacer Chicas retro, en teatro, con Laura Tuny y Gloria Fichera. Pero la autora falleció y todo quedó en la nada. Después iba a producirlo Moria Casán y vino la pandemia. Ahora hay una posibilidad de hacer algo con Laura Tuny. El tema es que estoy mucho en Brasil.
-¿Cuándo te fuiste a Brasil?
-Hace 20 años que vivo en Brasil. Con la crisis de 2001, me mudé. Mi papá y mi tío tenían una pequeña constructora en Zona Norte y, como siempre me gustó, yo iba a las obras y daba una mano. Cuando sucedió la crisis en Argentina, vinimos a trabajar a Brasil, al norte de Camboriú, en Praia Brava, en Itajaí. Y desde entonces hago el trabajo de arquitectura, que siempre me apasionó. Hoy soy socia de mi papá, que tiene 83 años así que me hago cargo de todo, hacemos reformas, alquilamos departamentos. Ese fue mi sustento durante todos estos años. Viví en Brasil con mis hijos hasta que ellos quisieron volver a Buenos Aires, donde tenían a todos sus primos. Así que por mucho tiempo fui y vine. Hoy mis hijos ya están grandes, y ya me quedo en Brasil.
-Entonces durante 20 años viviste entre Argentina y Brasil…
-Si, y siempre hago el viaje en auto. Me encanta la ruta. No me gusta la rutina y creo que tiene que ver con mi historia, porque no tuve paz (risas).
-¿Estás en pareja?
-Me casé, tuve a mis dos hijos, Thiago y Chiara, que hoy tienen 21 y 20 años, y me divorcié. Hace 12 años que estoy con mi amor, Mauro, que durante años fue y vino y ahora ya se va a quedar en Brasil y está mudando su taller mecánico, desde San Isidro.
-¿Fue un problema el idioma y adaptarte a la idiosincrasia de otro país?
-Hablo con acento argentino. Nunca pude hablar como una brasilera. Me quedé porque hay otra calidad de vida. En Argentina uno se acostumbró a vivir mal y no sabe que existe otra vida. Todas son trabas y es una pesadilla. Además, termino de trabajar y voy a la playa, camino, me conecto con la naturaleza; los bares tienen música en vivo. Es otra historia.
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