Los actores compartieron 50 años de vida juntos, enfrentaron tragedias y momentos tormentosos, pero siempre apostaron por su especial vínculo, retratado en el documental de HBO Max Las últimas estrellas del cine
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Ya lo dijo Gore Vidal: “Paul Newman y Joanne Woodward presidieron el cine como una de las últimas formas del arte. El cine fue absorbido por las miniseries de televisión, que son más interesantes para la audiencia que los largometrajes. Creo que la gente los considerará las últimas estrellas del cine”. El escritor y dramaturgo, muy amigo del legendario matrimonio de actores, deslizó esa reflexión en su extensa charla con el guionista Stewart Stern, quien entrevistó no solo a Paul (para sus memorias) sino también a su primera esposa, la actriz Jackie Witte, a algunas de sus hijas, a colegas, cineastas, amigos...Una constelación infinita en la que no faltó la propia Joanne.
Sin embargo, el actor de La leyenda del indomable no tardó en arrepentirse de esas grabaciones y, en un paseo en auto con su hija, se bajó y las quemó junto a su traje. Las transcripciones de Stewart, en cambio, se conservaron, y fueron la materia prima para la creación de la miniserie documental disponible en HBO Max, Las últimas estrellas del cine, dirigida por Ethan Hawke, y con grandes actores poniéndoles las voces a esas entrevistas que no solo son un testimonio sobre el valor del arte sino también (y sobre todo) sobre el vínculo de cinco décadas entre dos “huérfanos cósmicos” quienes, desde que se conocieron, no pudieron soltarse nunca.
Una obra que cambió sus vidas para siempre
Se vieron por primera vez en 1953 en los ensayos en Broadway de la obra Picnic, de William Inge. Previamente, habían cruzado miradas en el emblemático Actors Studio, donde compartieron clases con Marilyn Monroe, Marlon Brando y James Dean. Allí forjaron una amistad muy fuerte que se convirtió en amor rápidamente, aunque Joanne misma explicó que no se trató de la clase de amor que es parte del imaginario popular. Ni a ella ni a Paul les gustaba el término. “No creo haberlo amado desde ese momento en que lo vi, entonces sentía un enamoramiento. A ninguno nos gustaba la palabra amor, creo que lo vimos fueron dos versiones del otro que eran muy diferentes a la realidad”.
Según la actriz, percibían mutuamente imágenes que poco se vinculaban con lo que eran. “Yo pensaba que era un galán muy seguro de sí mismo y, por supuesto, no era tan así”. Esas erróneas primeras impresiones los condujeron a intentar llegar a la esencia del otro, la clave de un vínculo en el que se acompañaron especialmente en los momentos más duros, como el divorcio de Paul. Si bien en el ámbito al que pertenecían se sabía que estaba enamorado de Joanne y que entre ellos existía algo más que una relación platónica, cuando se separó de Witte en 1958, su decisión tuvo un efecto dominó indetenible.
Ambos habían formado una familia con sus hijos Scott, Susan y Stephanie, y no querían abandonar ese proyecto de vida. Para Paul, el amor por Joanne era más fuerte, y terminó casándose con ella el mismo año de su divorcio, y mudándose a Westport, Connecticut. Según los testimonios de Jackie y sus hijas, la ruptura la dejó desolada, y veía en Woodward a la mujer en quien ella aspiraba a convertirse. Sin embargo, el principal foco de conflicto fueron las escasas visitas de Newman a sus hijos. Poco antes de morir, en 2008, el actor reconoció que hubiese manejado muchas situaciones con sus hijos (incluso con las hijas que tuvo con Joanne, Nell, Lissy y Clea) de manera diferente, e intentó subsanar sus errores en la vida adulta de todos ellos, sobre todo tras la muerte por sobredosis de Scott, quien trabajó con él en varios films, pero con quien nunca pudo estar lo suficientemente presente. El joven falleció con tan solo 28 años.
A la par de la construcción de su vínculo sentimental originado por una combinación de admiración y deseo, Newman y Woodward fueron también compañeros en la actuación. “Eran artistas y, por lo tanto, eran apasionados, mercuriales, más de una vez en casa volaban las cosas y se escuchaban gritos, eran temperamentales”, recordó una de sus hijas. A pesar de que sus carreras tomaban rumbos bien distintos, siempre se elegían como compañeros de pantalla, y con el cineasta Martin Ritt como aliado, como sucedió con El largo y cálido verano y Un día volveré. Dieciséis películas, tres obras de Broadway y una complicidad que los llevó a colgar en su hogar un cuadro con la frase “¡La suerte es arte!” ya que ambos creían que lo importante no era solo recibir buenos proyectos (algo que a veces consideraban fortuito) sino lo que hacían con ellos.
Joanne y Paul estaban unidos por una pasión por la actuación que, de todos modos, no los enceguecía. Cuando el actor finalmente recibió el Oscar a destiempo (en 1987 por El color del dinero, y tras nueve nominaciones) ni siquiera se presentó a la ceremonia, un gesto similar a cuando quemó las entrevistas para sus memorias.
Dos caminos diferentes en el cine, mismo compromiso
Quienes conocieron a Woodward afirman que la actriz y maestra de actores (desde Laura Linney hasta Allison Janney, quien le dedicó su Oscar) actuaba con una naturalidad asombrosa. Sin embargo, otros artistas, como el caso de Zoe Kazan (quien le puso la voz a la primera esposa de Newman en el documental de Hawke), reveló que no vio ninguna de sus películas. La discrepancia entre los testimonios responde a lo fluctuante que fue una carrera que, en cierto punto, era más atractiva que la de su esposo pero que no recibió tanta exposición. La joven Joanne (bautizada así en homenaje a Joan Crawford) oriunda de Thomasville, Georgia, se hizo famosa muy rápido y fue la actriz número 30 en ganar el Oscar por las Tres caras tiene Eva, en 1958.
En esa ceremonia se la pudo ver con un orgulloso Newman al lado, una postal de tantas que reflejaban su camaradería. Luego, vendrían grande trabajos en La mujer del prójimo, Piel de serpiente y Venus a la venta, un proyecto muy importante para ella que fue arruinado en el montaje. “De todos modos, considero que allí brindé una de mis mejores actuaciones”, expresó Joanne, y lo mismo hizo cuando coprotagonizó junto a Newman El corazón lleva una máscara que fue, curiosamente, otro malogrado film.
Mientras ella disfrutaba del reconocimiento, Newman luchaba por hacerse un lugar en un Hollywood donde las comparaciones con Dean y Brando eran inevitables. Cuando el actor de Rebelde sin causa muere en 1955, el panorama cinematográfico da un vuelco, una parte importante de ese mundo moría con él. Frustrado por no poder desarrollar su potencial fácilmente (para muchos directores “había algo que lo trababa”), Newman atravesó un período duro, pero nunca bajó los brazos. Su belleza le habrá dado estatus de estrella, pero el trabajo que puso en cada interpretación fue lo que lo convirtió en un actor extraordinario.
En 1963 interpretó a Hud Bannon en Hud de su amigo Martin Ritt, un rol demandante con un personaje detestable, pero dos años antes ya había desplegado su carisma en El audaz, una suerte de precuela en espíritu de El color del dinero de Martin Scorsese. Así, Newman se fue destrabando. “Se volvió menos analítico respecto de lo que hacía”, declararon amigos y colegas. De esta forma empezó esa carrera que lo consumió con películas como Cortina rasgada (dirigida por Alfred Hitchcock), La leyenda del indomable, Butch Cassidy and the Sundance Kid, El golpe, Infierno en la torre, y Ausencia de malicia, entre muchísimos otros títulos.
El recorrido de Joanne fue otro. Alcanzó la fama muy rápido, y luego se abocó a la crianza de sus hijas y a mantener la armonía de la familia ensamblada. En una de las entrevistas que le brindó a Stern, remarcó que sus hijos eran lo más importante de su vida, pero que le dolió relegar su carrera para permanecer en su casa. Sus reflexiones estaban circunscritas a su individualidad, a sus decisiones, nunca fue “La mujer de Paul Newman” sino una artista que se había ganado el respeto mucho antes que su esposo. Basta hacer un repaso por la cantidad de revistas que hicieron informes sobre ellos, donde ambos estaban en la tapa, siempre unidos, incluso cuando la vida los puso a prueba.
Infidelidad, adicción y otras turbulencias
En 1971, Newman se puso al hombro Casta invencible, la película que el director Richard A. Colla abandonó al comienzo del rodaje. El actor, quien ya había debutado como realizador con Raquel, Raquel (su ópera prima en la que dirigió a su esposa, quien brindó una actuación memorable que marcó su vuelta al ruedo, escenario que se repetiría con El complejo de una madre), se puso demasiada presión a sí mismo y volvió a consumir alcohol de manera desmedida, lo que era un secreto a voces en su entorno.
Su adicción era muchas veces volcada a sus interpretaciones, al igual que la compleja relación que tuvo con su hijo, eje del film 500 millas, donde también se plasmaba su pasión por el automovilismo, otra de las tantas etapas de su fascinante vida.
“Yo sabía que Paul era alcohólico”, declaró Joanne. “En Navidad, yo era quien envolvía los regalos, él se quedaba dormido en el sillón”. Un día, cuando Newman protagonizó un accidente doméstico, la actriz le prohibió la entrada a su casa. Su esposo le rogó que le abriera y pasó días en la puerta, hasta que Woodward le pidió que deje de consumir o no volvería a verla nunca más. Ese episodio fue un punto de inflexión para el matrimonio, que ya venía golpeado por la infidelidad del actor con la periodista Nancy Bacon y por los naturales reclamos de sus hijos, quienes lo veían muy poco por su ajetreada agenda.
Cuando uno ve a Joanne interpretar a Beatrice Hunsdorfer en la mencionada El complejo de una madre -donde trabajó junto a su hija Nell, con dirección de Paul-, se percibe el acto de catarsis que realizó en ese rodaje, donde expulsó su bronca por hechos que había soportado en una personificación que le valió el premio a la mejor actriz en el Festival de Cine de Cannes.
Un hecho que generó una fuerte crisis fue cuando a Newman le preguntaron en una entrevista por su infidelidad. Su respuesta (“¿Para qué buscar una hamburguesa si tengo un filete en casa?”) irritó a Joanne, no solo por haber sido reducida a un trozo de carne sino por la noción de que el hombre decide en términos de cómo luce su esposa. La superficialidad del comentario no se condecía con Paul, quien luego le suplicó a Joanne que permaneciera a su lado para el que sería un nuevo capítulo de su relación. “Ya no éramos eso chicos que ensayaban para la obra Picnic, estábamos muy lejos de eso”, apuntaba la actriz. En efecto, se habían casado siendo muy jóvenes y era tiempo de asumir las responsabilidades.
El último film que protagonizaron, un símbolo de su amor
En cierta forma, fue apropiado que James Ivory los haya dirigido en el último proyecto que hicieron juntos en 1990: Sr. y Sra. Bridge. A fin de cuentas, nada dice romance como Ivory, como las palabras de Evan S. Connell, como el guion de Ruth Prawer Jhabvala. En la película, Newman y Woodward interpretaron a Walter e India Bridge, un matrimonio que residía en Missouri en la década del 30, y que había logrado conservar su amor intacto con el paso de las décadas.
Si bien los actores siguieron trabajando en sus respectivos proyectos (Newman volvió al teatro impulsado por Joanne, ella trabajó en films televisivos por los que arrasó en los Emmy y se convirtió en mentora de futuros talentos), Sr. y Sra. Bridge marcó su final como dupla creativa y es difícil no conmoverse viéndola. La pareja luego renovó sus votos, y se dedicó con compromiso a la filantropía en el campamento The Hole in the Wall Gang (un guiño a Butch Cassidy), un lugar donde recibían a chicos enfermos en su sede de Ashford, Connecticut.
El 26 de septiembre de 2008, el actor fallecía a los 83 años a causa de un cáncer de pulmón en su casa de Westport. Newman había recibido el diagnóstico con nueve días de diferencia del de su esposa, quien fue diagnosticada con Alzheimer. Woodward siempre estuvo sobrevolada por esa enfermedad que había afectado a su madre e incluso protagonizó un film alusivo, Do You Remember Love. Antes de morir, Paul le dejó un último regalo de Navidad: una brújula dentro de una media, para que nunca perdiera el rumbo, para que pudiera volver, al menos por un rato, a esos recuerdos tan maravillosos de su fructífera vida. La actriz, de 92 años, permanece junto a sus hijas y nietos, y alejada de la vida pública desde hace mucho tiempo.
“El mundo es violento y voluble; se saldrá con la suya. Somos salvados solo por el amor: el amor mutuo y el amor que derramamos en el arte que nos sentimos obligados a compartir. Ser padre, ser escritor, ser pintor, ser un amigo. Vivimos en un edificio en llamas perpetuamente y lo que debemos salvar de él, todo el tiempo, es el amor”. La cita de Tennessee Williams es la elegida por Hawke para cerrar su extraordinaria miniserie, que no es sobre Joanne Woodward o sobre Paul Newman: es sobre esa tercera entidad que surge de la unión de dos espíritus afines. Cuando su hija Clea se casó, sus padres le dijeron: “Sabés que estás haciendo lo correcto cuando elegís a alguien como tu persona, aunque haya momentos terribles, también va a haber un gran éxito: tener a alguien que pase toda la vida a tu lado”. Las palabras precisas que solo pueden surgir de la experiencia compartida.
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