Patricio Contreras, su vínculo con Chile, su amor por la Argentina, la culpa del ocio y su orgullo: su hija Paloma
El actor de 73 años está disfrutando de esta etapa de su vida, después del aprendizaje que le dejó la pandemia; reflexivo habló con LA NACION y repasó su carrera, su salida de su país natal y sus vínculos afectivos
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Un cálido sol de finales de invierno entra por la ventana de su departamento de Barrio Norte. Es un lugar acogedor, con libros, CD’s y sillones de tonos claros. También hay un espejo enorme y un caballito de madera de juguete, que alguna vez fue parte de la escenografía de la obra La vida es sueño, el clásico de Calderón de la Barca que protagonizó hace unos años. Patricio Contreras se entrega a una charla con LA NACION y recorre su historia, su vida en Chile, la decisión de mudarse a nuestro país, su relación con su hija Paloma, el aprendizaje que le dejó la pandemia. Y reflexiona sobre el resultado del plebiscito sobre la reforma constitucional chilena.
-Estás en un período de ocio que anhelabas...
-Hoy mi negocio es el ocio porque el negocio es negar el ocio. El poeta chileno Gonzalo Rojas dice eso en uno de sus versos y me parece lindísimo. Además concuerda con el libro que terminé de leer, La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han, que afirma que el ocio tiene la virtud de hacerte meditar, que el aburrimiento te puede llevar a una liberación del espíritu. Con la pandemia tuve la sensación de que, por primera vez, no sentía culpa de no hacer nada. Al contrario fui un digno representante de quienes defienden la salud de la humanidad. Siempre me da mucha culpa no hacer nada porque los actores tenemos el hábito de estar siempre trabajando; es muy difícil que un actor diga que “no” a un proyecto porque es muy inestable lo nuestro. Con la pandemia quedó clarísimo que si no tenemos una reserva, y difícilmente la tengamos, no podemos vivir.
-¿Tenés proyectos de trabajo?
-Me han ofrecido un par de obras, un par de películas en Chile, pero recién serían para el próximo año. Se está filmando mucho en Chile y por fortuna me llaman, no se olvidan de mí. Algo cambió con la pandemia y yo me siento extraño. Creo que la moneda nos cayó después y quedó un paréntesis muy raro. Por ejemplo, puedo contar hasta el 2019, que estuve en Chile haciendo la serie Los carcamanes, y los dos años siguientes están en una nebulosa. Por otra parte, uno siempre desea estar en la casa, sin obligaciones, porque se imagina que puede escribir el cuento que no escribió, el guion que no desarrolló y no es así, en absoluto. Vi películas, eso sí, debo haber leído un poco más, efectivamente, pero no fue tan productivo.
-¿Vivís solo?
-Vivo solo. Y me visita mi hija Paloma, y mi pareja, Silvia.
-Tenés novia con cama afuera...
-Sí, evita los conflictos duros. Y Paloma viene a verme, aunque ahora está muy ocupada, trabajando bastante, dirigiendo una obra que escribió ella y muy metida con un taller de desarrollo de ideas, de narraciones teatrales. Probó la dirección y resulta que sabe bastante de eso.
La luz de sus ojos, su hija Paloma
-¿Te da orgullo que tu hija siga tus pasos y los de su mamá, Leonor Manso? ¿O te da temor por la inestabilidad laboral del actor?
-Creo que la inestabilidad ya no es inherente al actor, en toda la humanidad somos actores (risas). Trabajo seguro ya no hay en ningún lado, no existe el sueldo, se gana de otra manera. Paloma ha elegido un oficio muy bello y me consta. Y cuando tenés una pasión y una vocación muy fuertes, son muy lindas las gratificaciones que te dan, y las emociones por las que transitás. Me alegra que haya elegido este oficio porque la hace muy feliz y fue muy emocionante trabajar con Paloma en teatro, en el Hamlet que hicimos, en 2018. En televisión hicimos El elegido, y Paloma hacía de hija nuestra, de Leonor y mía. Fue hace tiempo, en 2011. A veces los hijos se revelan y siguen otra profesión diferente a la de los padres, como una forma de independizarse. Y Paloma se defendió mucho tiempo, nunca nos enteramos que quería ser actriz hasta que dio examen en el CBC para hacer Ciencias Políticas en la UBA, y al mismo tiempo hizo el Conservatorio de Arte Dramático. Ahí nos enteramos. En la mesa siempre protestaba porque con Leonor hablábamos de teatro, cambiábamos opiniones y ella decía que no se sentaba más a la mesa si no dejábamos de hablar de lo mismo. Los actores a veces nos preguntamos de qué habla la gente si no habla de teatro... (risas). Ella tuvo que estudiar obras de las que fue testigo del ensayo como Esperando a Godot, que dirigió Leonor y actuaba yo. También le tocó estudiar Made in Lanús.
Un corazón dividido entre Chile y la Argentina
-Llegaste a nuestro país hace 45 años, ¿a esta altura sos más argentino que chileno?
-Creo que a esta altura sí. Conozco más la Argentina, he crecido más acá. Me emociona cuando me presentan como actor argentino, no porque niegue mi condición de chileno, pero me parece que me he ganado el afecto. Así me presentó Graciela Duffau hace años, precisamente por la película Made in Argentina, cuando gané el premio al mejor actor de aquel año en el Festival de La Habana. Y me encantó que dijera eso, aunque los que se enojaron fueron los chilenos que estaban en ese momento.
-Aprovechaste una gira teatral en 1975 y te quedaste en nuestro país, ¿por qué?
-Porque no quería volver. Estábamos haciendo una obra que tuvo mucho éxito hasta el golpe de Pinochet y después hubo que hacerle cambios. El grupo teatral al que yo pertenecía se llama Ictus y todavía existe en Chile. Era una obra de corte popular que se llamaba Tres noches de un sábado, y contaba tres historias de amor en tres estratos sociales diferentes: una pareja de la burguesía acomodada, un juego de seducción entre empleados públicos, y el amor en un matrimonio humilde y había una mirada sociológica favoreciendo los valores de la clase más baja en su manera de relacionarse amorosamente, idealizando algo que no necesariamente es así. Vinimos en el ‘75 a Buenos Aires y estuvimos dos meses en la Teatro Lasalle, una hermosa sala que está cerrada desde hace muchos años, en Perón y Pasteur. Yo no quería volver a Chile porque estaba la dictadura y pedí permiso en el grupo de teatro. Digamos que disfracé mi manera de irme porque tampoco quería volver con la frente marchita. Era una aventura y no sabía cómo podía pasar.
-No querías cerrarte todas las puertas...
-En realidad quería irme a Europa y conocer Italia, por el afecto y el enriquecimiento de los actores italianos de la comedia de la época, como Alberto Sordi, Ugo Tognazzi, Marcello Mastroianni, Nino Manfredi, Vittorio Gassman. Quería conocer ese país que producía esa gente tan divertida y talentosa. Nunca había salido de Chile, tenía 25 años y quedé fascinado con Buenos Aires; era el sumun, los miércoles la calle Lavalle estaba llena de gente que iba al cine, a los restaurantes, a los bares, a los teatros, todo rebalsaba. Me atrajo la belleza de esta ciudad, la actividad cultural y teatral, el nivel actoral y de producciones. Decidí quedarme, pedí permiso en el grupo de teatro y fue una manera astuta de dar un paso al costado. Ya tenía pasaje reservado en un vapor, el Rossini. Lo devolví y poco a poco me metí en la actividad teatral. Recuerdo que pensé en quedarme porque Buenos Aires es como Europa, pero en castellano, y además estaba más cerca de Chile, donde quedaron mis padres.
-¿Quién te dio la primera oportunidad?
-Tuvimos muy buena crítica por nuestro trabajo en teatro e inmediatamente tuve ofrecimientos. Osvaldo Bonnet dirigía un ciclo que se llamaba Comedia brillante, en Canal 7 y me llamó. Trabajé en varios unitarios hasta que llegó el protagónico con Buscavidas. Hice muchísimo cine porque, por mi tipo de físico, daba para roles de personas del interior del país. Fue muy grato y yo era joven, tenía la fantasía de vivir esa idea romántica del artista pobre y lo experimenté. En Chile había sido afortunado porque mis padres eran de clase trabajadora y nunca tuve que trabajar. Fui muy mal alumno en la secundaria, pero mis padres respetaron mi tendencia a lo artístico: dibujaba, pintaba, escribía. Era una especia de artista que vivía a costa del mecenas de mi padre (risas). Como un Medici en Italia, que bancaba a los artistas. Mi padre tuvo ese respeto, por lo que notó que era una gran vocación en mí. Empecé a estudiar teatro a los 16 años y a los 20 ya estaba trabajando profesionalmente. Mi elección de ser actor fue porque quería estar sobre un escenario y no por la seducción de la pantalla de cine o televisión, eso vino después como yapa.
-Tu momento de más éxito posiblemente fue cuando hiciste Made in Lanús en teatro y Made in Argentina, en cine. ¿Qué recuerdos tenés?
-Made in Lanús, de Nelly Fernández Tiscornia, es una gran pieza de teatro, sólida, que se transformó en el sentir de los argentinos y del mundo porque la hicimos en España y fue un éxito también; todos se identificaron con la Yoli (Leonor Manso) porque veían a sus madres, a sus abuelas. Habla del exilio, un tema universal, y por eso conmueve tanto. Estuvimos dos años y medio, y además se dio una curiosidad única porque en la mañana y la tarde hacíamos la versión cinematográfica y a la noche funciones en el teatro. Es una obra modesta, pequeña, con cuatro discursos diferentes y esas cuatro opiniones coexisten. La pasamos muy bien, e invariablemente la gente entendía y se emocionaba. El director, Juan José Jusid, nos contaba una anécdota que le pasó en la India, después del estreno, cuando un grupo de gente de cine se le acercó para decirle que ellos también eran de Lanús, como dando a entender que comprendían perfectamente la historia. Y eso tiene esta obra. Todavía hoy, a veces me sucede que un taxista me habla de esa obra y uno me confió que la había hecho en un grupo y se sabía textos enteros. O algún quiosquero que me dice un bocadillo: “Negro, cómo te vas a ir de Lanús, acá sos el Negro, allá quién vas a ser”. La historia sigue vigente porque cada tanto dan ganas de dejar todo e irse.
-¿Tenés buena relación con Leonor Manso?
-Tenemos buena relación y siempre la cuidamos por nuestra hija. No andamos de compadreo, pero nos tenemos un gran afecto, un gran respeto y compartimos muchas celebraciones también. Y de hecho trabajamos juntos varias veces después de separarnos.
¿Qué pensás del resultado del reciente plebiscito constitucional en Chile?
-Voté, por supuesto, como cada vez desde que se consiguió el voto de los chilenos que viven en el exterior. Estoy apenado con el resultado. Es una cosa muy enredada porque hubo gente que lo rechazó porque no estaba de acuerdo con ese texto. Parece que el proyecto de Constitución era extremadamente de avanzada para un país conservador como Chile. La gente quería educación libre y gratuita, y le ofrecieron un Estado plurinacional, y fue demasiado. Creo que querían resolver cosas más concretas que esta idealización de una sociedad más igualitaria. No alcanzo muy bien a entender qué pasó, pero lo bueno es que se rechazó lo que alguna gente quería y es retomar la Constitución de Pinochet y hacerle apenas unos toques elegantes. Eso quedó claro porque el pueblo chileno lo rechazó en una ocasión. Sin embargo, esta Constitución que propusieron es muy de avanzada. Además, hubo una campaña vergonzosa, que decía que los indígenas iban a ser dueños de todo, que la propiedad privada se iba a terminar. El mismo discurso de hace 50 años contra la candidatura de Salvador Allende, cuando tiraban panfletos con tanques rojos atacando al Palacio de gobierno. Las mismas cosas que argumenta la derecha para evitar los cambios sociales.
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