Patricia Sosa y Oscar Mediavilla, un amor que venció el paso del tiempo y el divorcio
La cantante cuenta su novelesca historia de amor con su pareja, con quien está hace 43 años; noviazgo adolescente, éxito compartido y divorcio a mitad de camino
Esta historia de amor tiene influencias musicales polarizadas. O quizás no. Nació sobre adoquines arrabaleros, cerca del “viejo puente, solitario y confidente” como reza el tango y sin embargo, fue marcada a fuego por el rock. Ella, de Barracas. El, de Valentín Alsina. Las aguas turbias del Riachuelo no fueron divisorias para que, 43 años atrás, naciera el poderoso amor que une a Patricia Elena Sosa y Oscar Eduardo Mediavilla, los protagonistas de este cuento novelado tan real como querible. Digno de un tango apasionado y del rock más rebelde.
Endúlzame los oídos
Causalidades, así suele suceder. Ese mal llamado azar, que no es otra cosa que un destino que se mueve acercando energías, uniendo certezas, hizo lo suyo. Patricia tenía 16 años, estaba terminando la secundaria y cantaba en el grupo folklórico Vocal Azurduy. La aventura artística la compartía con su amiga Alicia, familiar de Oscar. “Me dijo que un primo suyo tenía un grupo de rock y necesitaba unos coros para hacer un demo”, recuerda sin esfuerzo la ex líder de La Torre como quien rememora algo ocurrido ayer. “Era la primera vez que iba a Valentín Alsina. Toqué el timbre y lo vi”. El tenía novia, así que luego de la grabación, el saludo de cortesía, ¡gracias por todo! y se fue.
Su interpretación de “Penélope” logró que Oscar reparara en esa adolescente inquieta y de voz tan personal. Ella, dejó Valentín Alsina con ese sabor agridulce de algo que gusta, pero no es para uno. “A mí me había encantado”, confiesa a LA NACION. Era el descubrir del amor para una adolescente que comenzaba a abrirse a la vida con todas las dudas y con la fascinación de lo nuevo brotando en su piel.
Cinco meses después, otra vez ese destino camuflado de azar hizo lo suyo y se volvieron a ver. El ya no tenía compromisos. ¡Era el momento! “Oscar tomó la iniciativa. Me invitó al cine y acepté. No hubo demasiadas palabras, ni declaraciones formales. Sucedió. Uno al lado del otro y de golpe nos estábamos dando un besazo. Éramos chicos. ¡Nos enamoramos mucho! Al principio, me cautivó su vocación tremenda por la música, la polenta que tenía para encarar un negocio incierto”, dice.
Existen los amores no correspondidos, los platónicos o los prohibidos. En el caso de Patricia fue tan potente que asegura: “Fue el único amor de mi vida. Un privilegio maravilloso. A esta altura del partido, te das un abrazo y te das cuenta que llegás a tu refugio, al lugar donde pertencés, donde no molesta nada, donde estás cómoda”.
Nada me detiene
Los primeros tiempos no fueron fáciles y los prejuicios hicieron lo suyo. El tenía a toda su familia en contra, menos a su madre. De a poco, Patricia y Oscar fueron dominando el mundo familiar antes de salir a enfrentar el universo artístico con La Torre, una de las bandas más exitosas que haya dado el rock nacional. "Para la familia, Oscar era el vago de pelo largo. La madre fue la única que lo apuntaló en su carrera. Me decía: ´nena no te fijes en lo que dicen los demás, seguí a tu corazón´. Eso me ayudó, siempre fuimos para adelante con felicidad", recuerda.
Ella tranquilizaba a los suyos con una carrera de arquitectura que no concluiría, pero no se amedrentaba en presentar a su pelilargo novio de botas texanas y pantalones bombilla, de color rojo, que la había enamorado con su humor. “Toda esa gente que nos mira y nos fusila, no entiende la libertad”. La Torre canalizó en sus letras algunas de las vivencias de la pareja. La familia de ella se inquietó ante la llegada de él: "¡La nena con un rockero!". Pero la vocación de la nena no tardó en estallar en simultáneo con el amor y los claustros de arquitectura pasaron a mejor vida. Ella cambió los planos por el micrófono. Cimbronazo familiar, discusiones y el sabio Oscar que hacía lo suyo para que el romance no naufragara.
Casi como salido de un tiempo cromático en blanco y negro, el galán del conurbano se esmeraba por agasajar a su chica. “Estaba muy pendiente de mí, era muy caballero. Yo tenía 16 años y me encantaba que me pasara a buscar, que no quisiera que yo pague y yo sabía que él no tenía un mango. ¡Y yo tampoco! Hasta compartíamos el helado”. A esa edad, enamoramiento de por medio, los sacrificios y las privaciones no se viven como tales, al contrario sellan y fortalecen el vínculo. “Fuimos construyendo todo, hemos edificado una hermosa historia. Los comienzos fueron duros, pero felices. Oscar terminó el secundario de noche, así que el único momento en el que lo podía ver era cuando salía de trabajar. Nos comíamos un pancho en Chacarita y luego lo dejaba en la puerta de la escuela. Eso solo lo hacés por amor”.
Llegó el casamiento y Marta, la hija que heredó los genes artísticos de la pareja. La construcción de la que hablaba Patricia se erguía con cimientos sólidos.
Estamos en acción
Bastante le costó a Patricia hacerse su lugar en un mundo machista. Rock. ¡Y del heavy! Poco tenía que hacer la chica de Barracas allí: “En los conciertos me decían: ´las minitas del músico abajo´ y te agarraban y te tiraban”. Pero ella era la cantante de la banda. Su lugar era en la escena y no abajo confundida como una groupie. Cada noche explicaba lo mismo y en cada show sufría una humillación: “Esa parte fue bastante fea. Yo tengo una personalidad muy conciliadora, para mi todo es paz y amor. Así que me tuve que poner una careta de dura para que no me lleven por delante. Fueron años de mucha soledad porque me armé ese personaje y no se me acercaba nadie”. De a poco se fue ganando un espacio y un nombre. La Torre, la banda que lideraba y de la que formaba parte su marido, quien además era el visionario productor, escalaba posiciones y sus temas se convertían en hits. Pero, sabido es que trabajo y vida doméstica no es sencillo de conciliar: “Siempre era una complicación: cuando se zarpaba algún fan, cuando no me dejaban subir a un escenario, cuando me peleaba con alguien... En cambio, no era complicado cuando a la noche cenábamos o nos poníamos a componer en casa”.
Rompé mi amor, rompé
A comienzos de la década del noventa, Sosa y Mediavilla parecían conformar una pareja indestructible. Un matrimonio sólido y enérgico. Tanto como los conciertos de La Torre o la nueva etapa solista de Patricia. Viajes por el mundo, discos que se vendían como pan caliente y una marca artística consolidada. Para el afuera, vivían la perfección soñada por todo el mundo. Puertas adentro, las cosas no marchaban del todo bien. “En 1992, largué un segundo material como solista con el tema 'Endúlzame los oídos'. Vendimos un millón y medio de discos. Eso implica giras permanentes por el país y Latinoamérica. En junio de ese año me mudé y recién dormí dos noches seguidas en la nueva casa en septiembre. Yo no quería tanto y Oscar, sí. El era productor desde que lo conocí. El labura para eso. Yo no. Yo componía, pensaba en otra cosa. Nuestra relación se transformó en la de productor y producida. Era muy difícil. Y más aún para pibes que se hicieron muy de abajo. Discutíamos mucho. Fue una época muy triste. Así fue como llegó la separación”, se emociona al rememorar.
El afecto no estaba roto, pero algo ya no funcionaba en la relación: “Fue horrible. Había planeado una familia, estaba enamorada, estaba mi nena. Fue tremendo, de golpe nada. Yo no quise cantar más nuestros temas. No grabé más. Me hice actriz”. Su paso por la actuación, casi como un modo de terapia alternativa, la llevó a recorrer los sets de los programas RRDT de Pol-Ka y Chiquititas de Cris Morena. El maestro Ariel Ramírez la sumó a Mujeres Argentinas y Cantata Sudamericana. Más tarde llegaría La Misa Criolla. Recorrió el mundo y ganó prestigio en círculos no frecuentados.
“Durante el primer año de separados no nos hablamos. Estábamos enojados. En esa época nos tuvimos que ir a Los Ángeles a grabar. Nos alojamos en el mismo hotel, pero en pisos diferentes. Nos llevábamos muy mal. ¡Re mal! Luego las cosas se fueron aplacando. La cólera se fue. Yo entendí mis propias dificultades para aceptar un montón de cosas. Oscar entendió las suyas. Empezamos a hablar más. Comenzó un período más calmo”.
Quédate en mi corazón
“Hay que humillar al ego, ponerlo debajo de tu pie”, esa fue la fórmula que Patricia concibió y aplicó para que luego de varios años de distanciamiento, decidiera llamar a Oscar. Lo necesitaba. Se necesitaban como antes, como siempre. Corría 1999.
“Es fundamental despegarse del ego. Si se empieza con los reproches, no sirve. Obvio que uno pasa por eso en una separación, pero no es valioso. Yo encontré la meditación. Desde el ´96 que medito todos los días. Ahí hallé una manera propia de poder alinearme y que no me contagie todo lo demás. Yo soy esto que soy y lo demás es un decorado y Oscar empezó a estudiar metafísica”. En ambos, algo interior estaba mutando y preparando el espacio de sabiduría para poder generar un nuevo vínculo, modificado, más maduro.
“A fines del ´99 lo medité y lo llamé. Humillé al ego. Yo no sabía si él estaba con otra pareja o no, podría ser”, explica sin ningún tipo de pudor. “Mirá, Oscar, yo te amo y me gustaría empezar el milenio con vos”, le dijo. El, enigmático, le pidió unos minutos. Al rato, le devolvió el llamado con un “compré dos pasajes en un crucero para que nos vayamos juntos”. Era el comienzo de la nueva etapa. La continuación de una pareja que, a pesar de todo, jamás dejó de quererse. “No fue fácil empezar de nuevo. Nos pasamos facturas, no fue un vivimos felices de golpe. Discutíamos y nos dejábamos de ver tres días. Volvíamos y lo intentábamos de nuevo. Así se reconstruyó el diálogo. Nos dimos cuenta que teníamos que estar juntos. No hay nada más cómodo que apoyar el hombro en el ser amado”.
Fuera de mi casa
La fórmula parece funcionar. De los 43 años que llevan juntos, más de la mitad fue sin convivir bajo el mismo techo. Luego del reencuentro, ellos decidieron que lo más saludable era mantener momentos de distancia, no volver a esa vorágine donde el trabajo y la rutina de la cotidianidad asfixian. “Los ronquidos son causal de divorcio”, explica con humor y bastante verdad Patricia y agrega: “Los espacios hay que conservarlos. Oscar mira política todo el tiempo y a mí no me gusta tanto. Yo de noche leo, toco, compongo, veo mucho cine. El se levanta muy temprano y yo abolí la mañana. De todos modos, para vivir separados, hay que estar muy seguro de uno mismo”.
Con todo, hoy la pareja disfruta de este momento idílico. Un noviazgo eterno. “El amor no es el mismo de chico que de grande. Cuando tenés una relación tan larga, las cosas van cambiando. Nadie que no haya vivido algo de toda la vida como nosotros puede comprenderlo. Vivir en casas separadas es darle toda la libertad del mundo al otro. Para mí es ideal. La nuestra es una relación tan relajada, de amor, de compañerismo. Yo veo otras parejas de muchos años y no es lo mismo. La convivencia algo les robó. No entiendo la posesión del otro. La única posesión es del corazón, pero uno es de la vida, del mundo”.
A pesar de que la ecuación cierra por todos lados, ellos fantasean con una vejez compartida bajo el mismo techo: “Cuando se envejece te necesitás más, pero será con cuartos separados”.
Patricia Sosa encontró en la búsqueda interior el modo de conectar con el afuera y de recuperar lo más sagrado que haya construido jamás: su pareja con Oscar Mediavilla. El mismo que en la firma del divorcio le regaló un ramo de flores para agradecerle los momentos compartidos. Ella le consultó a la jueza si podría volver a casarse con el mismo hombre. Se estaban distanciando, pero algo muy profundo les hacía pensar en la vuelta.
“Para mí, el amor es que el silencio no te incomode; que la mirada de tu pareja te importe desde la profundidad y no desde la crítica; que sepas que el otro quiere lo mejor para vos. El amor es relajarse”, concluye.
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