La cantante y actriz vive uno de los momentos más intensos de su vida y su carrera, tras haber sido sometida a una criocirugía y estrenado Perdida Mente
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Siempre le interesó todo lo referido al cerebro y las emociones, por eso desde hace años escucha atentamente cada intervención en los medios de Facundo Manes y de su médico de cabecera Daniel López Rossetti, dos eminencias en la materia. Pero nunca imaginó que debutaría en una obra de texto que girara entorno a esa temática. Hoy Patricia Sosa es una de las protagonistas de Perdida Mente, la comedia dramática de José María Muscari y Mariela Asensio sobre el deterioro cognitivo y sus implicancias afectivas y aún no sale de su asombro. “El ofrecimiento me tomó de sorpresa. Yo estaba muy tranquila en mi casa de Córdoba, mirando el Uritorco, cuando de repente sonó el teléfono y me habló el productor Carlos Rottemberg. En un principio la propuesta me desestabilizó, luego -cuando supe que el director sería Muscari- me tenté. Me interesó entrar en su mundo, que es un mundo diferente del teatro, un mundo siempre al límite de algo. Más tarde, cuando me enteré quiénes serían mis compañeras dije: ‘Uau, esto es jugar en Primera A’. Y si me quedaba alguna duda ahí la perdí inmediatamente”, recuerda la cantante, sobre la génesis del proyecto.
Si bien a lo largo de su carrera había probado suerte intermitentemente con la actuación –tanto en televisión (Poliladron, RR DT, Chiquititas, Un cortado…historias de café) como en cine (Ningún amor es perfecto, Otro corazón, Noche de ronda y Papá por un día) y teatro (Las hijas de Caruso y El principito)-, y le había ido muy bien, esta es su primera vez en “teatro de texto”. La acompañan en el desafío Leonor Benedetto, Ana María Picchio, Karina K y Julieta Ortega. “Esto es tan diferente para mí –relata Patricia a poco más de una semana del debut-, y mirá que tengo cientos de escenarios recorridos, de acá y del resto del mundo, pero esto es otra cosa, algo que no conocía, que me sacó de mi zona de confort y me obligó a tirarme a la pileta. Hoy estoy chocha con la experiencia”.
–Aunque pareciera conocerse todo sobre tu vida artística, pocos saben que estudiaste -y mucho- actuación.
–Es verdad, nunca lo hice público. Primero estudié con Pepito Cibrián, luego con Villanueva Cosse, después cuatro años con Julio Chávez, y por último con Cristina Banegas. Yo siempre estuve muy entusiasmada con estudiar teatro porque ayuda mucho a mis interpretaciones como cantante, me da otras herramientas. Aparte es una terapia maravillosa. Cada vez que acepté un trabajo de actriz traté de volcar todos aquellos conocimientos y técnicas que adquirí durante tantos años de estudio. No siempre eso fue posible. Pero me sentí preparada y sólida.
–En Perdida Mente sos Selva, una abogada corrupta, un personaje al comienzo muy antipático, opuesto a lo que la gente está acostumbrada a ver en vos. ¿No temiste el rechazo del público?
–Lo tomé como un desafío. En el teatro jugás a ser otra y a mí me gustó mucho jugar a ser todo lo opuesto a lo que en realidad soy. Yo no hablo tan rápido como mi personaje, empecemos por ahí. Y no sabés lo que me costó lograrlo, eso que llevo años de foniatría. Me costó mucho que no se me trabara la lengua y para eso tuve que ensayar mucho el texto. Selva es un personaje muy rico porque ha naturalizado la corrupción y nosotros, los argentinos, estamos empapados en eso, en la naturalización de la corrupción. Por eso Selva va lo más campante por la vida, porque –desgraciadamente- la normalidad está de su lado.
–Tu hija, Marta Mediavilla, es actriz, ¿recurriste a ella como coach? ¿Le pediste una devolución de tu trabajo? ¿Qué te dijo?
–Absolutamente. Marta no solo me ayudó a preparar el texto sino a estudiarlo y a pasar letra. Como Marta es muy inteligente confié en un cien por ciento en lo que me fue diciendo. Es más, vino a ver la obra y a juzgar mi trabajo mucho antes del ensayo general. José María se lo permitió porque entre ellos existe cierta familiaridad, ya que la dirigió en La casa de Bernarda Alba. Ese día su devolución fue muy buena, me dijo que le había gustado mucho mi trabajo, pero me pidió que no me contuviera en la emoción. Y no se equivocó en su observación porque después eso mismo me lo pidió José María.
–El hecho de compartir hoy la misma actividad, el mismo oficio, ¿las une aún más?
–No hay forma que Marta y yo estemos más unidas. Somos muy unidas en todo, con el oficio de por medio y sin el oficio; solo que ahora sé que tengo a quién preguntarle determinadas cosas. Todavía no me siento una actriz, soy una cantante que está actuando. Si me preguntan cuál es mi profesión contestaría que cantante, pero me gusta hacer de actriz.
–Marta es hija única, ¿te hubiera gustado tener más hijos?
–Ay, sí. Si hay algo de lo que me arrepiento en la vida es de no haber tenido más hijos. Siempre lo conversamos con Oscar: tranquilamente podríamos haber tenido más, qué digo más, muchos más hijos. Lo que pasa es que planificamos la vida y eso no se hace. Primero lo pospusimos porque no teníamos plata, después porque nos queríamos mudar, luego porque nos salieron giras, más tarde porque tuve éxito como solista y no tenía tiempo de nada y así la vida fue pasando y finalmente ya no se pudo. Me hubiera encantado que Marta no fuera hija única, que tuviera al menos dos hermanos. Ella no me lo reprocha porque está muy apegada a sus primos menores –los hijos de mi hermano-, que son como sus hermanos, y eso me hace bien.
–¿Qué sucedió cuando en medio del proceso de los ensayos surgió lo de tu afección coronaria? ¿Temiste tener que abandonar el proyecto?
–Como soy meditadora tengo bien ordenada las prioridades y lo primero es lo primero, o sea, la salud. Y lo segundo es la familia. Cuando supe lo que tenía lo llamé a José María, le conté todo y le dije que me iba a operar y que a partir de ahí iba a tener que estar una semana en reposo, o sea que no iba poder ensayar ni hacer ningún esfuerzo, y que después no iba a poder subir escaleras ni levantar pesos. Él me entendió y me dijo: “La prioridad es la salud y nosotros te vamos a esperar lo que sea necesario”. Eso es una manifestación de amor de alguien coherente, que no le importa retrasar un proyecto laboral para darle prioridad a lo realmente importante. Para mí eso a Muscari lo subió 10 escalones.
–En un principio se dijo que habías sufrido un infarto, ¿qué fue lo que realmente pasó?
–Tuve un episodio feo, volviendo de un ensayo, en plena Panamericana. Sentí como una explosión en el pecho y de repente un fuego que me incendiaba el corazón, pensé que me estaba infartando. Fue algo insoportable, empecé a transpirar y luego a marearme. Pese a los síntomas no me puse nerviosa, agarré fuerte el volante y apoyé la cabeza sobre él; y a los diez segundo, ponele, se me empezó a pasar. Doy gracias a Dios de que, como era hora pico, todo esto me sucedió con el tráfico detenido, sino no sé qué hubiera pasado... Cuando logré recobrarme salí de la Panamericana y me volví a mi casa por los barrios y llamé al cardiólogo. Al otro día me atendió y me tuvo internada en la Favaloro haciendo estudios, desde las 10 de la mañana hasta las 16. Me dijeron que todo estaba perfecto, lo cual lejos de alegrarme me pareció horrible porque no hay nada peor que te digan algo así cuando vos sabés que tuviste un episodio. De todos modos, me dejaron un Holter por 24 horas y volviendo otra vez a mi casa, repetí el episodio. Gracias al Holter pudieron leer que tenía una arritmia auricular severa; esto significa que se me chispoteó uno de los marcapasos naturales que tiene el corazón, algo que, me dijeron, le puede pasar a cualquiera.
–¿Fue entonces que decidieron operarte?
–No, esa decisión la tomé yo. Primero me dijeron que con un antiarrítmico iba a respirar tranquila durante dos o tres años, pero que eso no significaba que no volviera a vivir otro episodio. De todos modos, me aseguraron: “De eso no se muere nadie”. Les acepté el antiarrítmico pensando en todos los compromisos que tenía y que debía seguir cumpliendo, pero cuando llegué a mi casa lo consulté con un amigo que había vivido algo así y me dijo que con el antiarrítmico había tirado un montón hasta que un día, durante unas vacaciones en Mendoza, es decir, en una zona de altura, le explotó el corazón y lo tuvieron que operar de urgencia. Ahí reflexioné y aunque era muy tarde lo llamé al cardiólogo y le dije: “¿Me podés operar mañana?” Me dijo que era la mejor decisión que podía tomar, pero -por cuestiones de calendario- me operó cinco días después.
–¿En qué consistió la operación?
–La operación fue vía cateterismo, con anestesia total. El médico me la explicó así: “Acá, en la Favaloro, están los plomeros y los electricistas. Yo le voy a pedir permiso a los plomeros para entrar por las arterias hasta el corazón y cuando lleguemos ahí le vamos a pedir una mano a los electricistas para que lo perforen e ingresen en él”. Y así fue nomás, perforaron por los dos lados, por el costado derecho y el costado izquierdo del corazón e ingresaron por ambas partes para ver en qué aurícula estaba el desperfecto. Lo tenía en la aurícula derecha. Entonces me inyectaron adrenalina para provocar la arritmia, para que el corazón lata a mil, pero, pasadas las dos horas de operación, mi corazón no reaccionaba con la adrenalina... Entonces el médico me despertó y me informó: “Patricia, te voy a tener que operar despierta porque tu corazón no reacciona dormida a la adrenalina”.
–¿Y vos cómo reaccionaste? ¿Qué le dijiste?
–Mirá, entre que no había dormido la noche anterior, me habían empezado a operar a las 7 de la mañana y estaba bajo los efectos de la anestesia, le dije: “Operáme, matáme, hacé lo que quieras”. ¡Es que me dormía, no te puedo explicar el sueño que tenía! De todos modos, sentí y escuché todo... No sabés cómo me empezó a bombear el corazón. Hasta que el médico se me acercó y me dijo: “Ya estás curada”. Y digo que se me acercó porque no me operó estando al lado mío. El médico opera desde un control que parece de la NASA y desde allí maneja todo con un mouse y hace los disparos desde la computadora. La mío fue una criocirugía y con no sé bien cuántos grados bajo cero me quemaron las terminaciones nerviosas que se habían vuelto locas. Ingresaron a mi cuerpo desde la ingle y visualizaron todo desde una pantalla. La cánula que me introdujeron por la ingle era tan finita que no me quedó ni una marca, es como si me hubieran pinchado con una aguja y nada más. Ahora estoy genial. Justamente ayer el médico me entregó unos nuevos estudios y me dijo que tengo la salud de una niña de 15.
–¿Se te pasó en algún momento por la cabeza la idea de la muerte?
–No. Mi aprendizaje espiritual me sirvió un montón para afrontar tranquila la intervención. De todas maneras, yo no le tengo miedo a la muerte, como sí puedo tenerlo por el sufrimiento físico o el deterioro. Para mí morir es solo cambiar de plano.
–Tu pareja, Oscar (Mediavilla), no estuvo junto a vos en ese momento, ¿por qué?
–Oscar por poco se infarta cuando se enteró que me iba a operar. Me dijo: “¿Cómo se te ocurre operarte cuando yo no estoy?”. Él estaba trabajando en Chile y aunque lo hubieran dejado regresar inmediatamente tampoco hubiese podido estar a mi lado porque debía hacer cuarentena. Si yo lo esperaba, todo hubiese sido un incordio: o se atrasaba un montón el estreno de Perdida Mente o me tenían que reemplazar. Yo tenía un compromiso con el espectáculo y no quería jorobar a nadie. Pobre Oscar, la noche previa a mi operación no durmió y no dejaba dormir a nadie, se la pasó llamando a Martita para ver cómo estaba yo, hasta que en un momento, tipo tres de la mañana, lo tuvo que ubicar: “¿Y cómo va a estar, papá, ¡durmiendo!” (risas).
–A falta de Oscar, ¿a quién te aferraste en ese momento? ¿A Marta?
–Completamente. ¿Sabés lo que me pasó ese momento? Me emocionó ver a Marta tan idónea, tan inteligente. Porque para mí ella fue siempre mi Martita y yo estaba para cuidarla, no para que ella se ocupara de mí. Pero de golpe la vi cuidándome, hablando con los médicos y poniendo optimismo y alegría. “Dale mami, va a estar todo bien, no te asustes, yo estoy acá”, decía para tranquilizarme. Me decía todo lo que una mamá le diría a un hijo. Ahí fue que pensé: “Qué suerte que la tengo, qué suerte”. Y no se movió de mi lado en una semana. Trasladó su casa a la mía, estuvo pendiente de mí todo el tiempo y hasta durmió conmigo en la cama grande.
–¿La operación cambió en algo la relación familiar?
–A mí siempre me costó mucho pedir. Bueno, a partir de la operación me cuesta menos porque Marta me decía: “¿Querés un mate cocido?”. Bueno, le decía yo, si bajás haceme uno. “No, pedime que te lo haga”, me corregía y sumaba: “Acostumbrate a pedir y a dejarte cuidar, toda la vida cuidaste a todos, ya es hora de que los demás podamos hacer algo por vos”.
–¿Hoy estás más en contacto con tu vulnerabilidad?
–Absolutamente. La primera semana lloré mucho. Lloraba y lloraba y no sabía por qué lo hacía. Imaginate, miraba Pasapabras y lloraba (risas). Decían: “Club de fútbol cuya cancha está en La Boca” y yo respondía llorando: ¡Boca Juniors! (risas). Ahí me agarró esa cosa de decir: “Yo también soy muy vulnerable, no soy la Mujer Maravilla”. Y qué lindo que me estén cuidando, qué emoción. Mirá lo que me pasó con mi mamá: ella tiene 90 años, vive conmigo y está espléndida, pero siempre le prohibí que suba al primer piso, donde está mi cuarto, por temor a que se cayera por las escaleras. En cuanto me intervinieron desoyó completamente mi pedido y estuvo sentada en una silla al lado de mi cama, mate en mano, durante todo el post operatorio. El primer día la reté, le dije: “¿Pero por qué subiste, ma?”. “Porque sos mi hija y te tengo que cuidar, porque te quiero hacer compañía”, me contestó. Esas son cosas que yo nunca había vivido porque siempre fui muy independiente. Yo estaba para cuidar, ahora me doy cuenta que me encanta que me cuiden.
–¿Y qué sucedió cuando finalmente regresó Oscar?
–Cuando volvió Oscar, unos días después de la operación, ahí sí me largué a llorar como loca. Tomé conciencia de cuánta falta me había hecho, de cuánto lo necesitaba. Es que Oscar es mi compañero, el hombro donde siempre me apoyo, pero también comprendí que había contado con Marta y con mamá, a las que nunca había tomado como sostenes. Ahora me doy cuenta que existe un hilo invisible entre las tres, entre hija, madre y abuela, un vínculo irrompible, y eso me llena de orgullo y emoción.
–Con Oscar se conocen hace casi 50 años. Se han casado, se han divorciado y se han vuelto a enamorar, pero decidiendo vivir en casas separadas. ¿Volverán a pasar por un registro civil? ¿Y a apostar por la convivencia?
–Siempre fantaseamos con volver a vivir juntos, pero finalmente no lo ponemos en práctica. Él está re bien en su departamento y yo en mi casa, vivimos lejos -él en el centro y yo en San Isidro- pero nos vemos casi todos los días. En el comienzo de la cuarentena obligatoria, el año pasado, nos agarró en nuestra casa de Córdoba. Estábamos solo los dos, a mil metros de altura, en plena montaña y con el pueblo más próximo a cuatro kilómetros. Pensábamos que iban a ser solo 15 días, como unas vacaciones, pero terminaron siendo cinco meses. Yo le agradecí a Dios porque había pasado el tiempo, habíamos crecido y nos habíamos reelegido. Nuestra convivencia fue fantástica, no fue como cuando éramos jóvenes y no parábamos de discutir y nos tirábamos con todo. Antes discutíamos por la profesión, por el disco que acabábamos de grabar o por una entrevista. Ahora a ninguno de los dos nos importan esos temas, solo nos interesa estar bien con el otro; es más, un día Oscar puso música y me sacó a bailar lento, cosa que no había hecho nunca, ni siquiera en los comienzos de la relación, porque Oscar directamente no baila. Y me encantó estar abrazada a él bailando un lento porque en ese abrazo había mucha historia, la historia de los dos, la de toda su vida y la de toda la mía, la de todo lo bueno y todo lo malo que vivimos y de cómo lo fuimos tamizando para que se convierta en algo lindo. Hasta un día puso una pista de karaoke y me cantó “El día que me quieras”. Tendría que haberlo grabado, ¡no creo que se vuelva a repetir! (risas).
-Así que está más cerca la convivencia...
-Sí, después de esta experiencia no te digo que estemos cerca de volver a casarnos, pero sí de vivir juntos. ¿Y sabés por qué? Porque cuando uno se va haciendo grande lo más lindo que hay es irse a la cama a ver una película juntos; o poder decir: “Ay, qué ganas de tomar un mate que tengo a esta hora” y que el otro baje y lo haga; en fin, hacer esas cosas que hacían nuestros padres y que los mantenían tan felices. Además está eso de estirar la mano en la cama y saber que el otro está ahí.
–Muscari sostiene que debiste hacerte un service del corazón para poder trabajar bien con tus emociones en Perdida Mente.
–Puede ser. Yo las emociones las tengo absolutamente trabajadas porque con el canto paso de un lado al otro, puedo llorar en el medio de una canción y después seguir con el recital como si nada. Pero acá era otra cosa, tal vez como no estoy tan ducha en ser actriz ponía demasiado corazón al servicio del papel en los ensayos. Yo me daba cuenta que en algunas escenas terminaba temblando y que, si miraba a mi alrededor, a las demás no les pasaba eso.
–Para colmo tu personaje es el que, sobre el final de la obra, termina convocando a la emoción...
–Sí, mi personaje es el que renuncia a todo con tal de quedarse al lado de la amiga. “Hagan lo que quieran con su guita, no me importa, pero yo a ella no la voy a dejar sola”, digo en un momento. Pone a la amistad por sobre todo. También dice: “Hace bien la cuarentena porque ponernos en cuarentena mental nos ordena las prioridades y los sentimientos”. Mi personaje cambia radicalmente, del principio al final, es el único personaje que hace ese proceso.
–Algunos pensaban que serías la frutilla de la torta; sin embargo, resultaste ser uno de los ingredientes fundamentales. ¿Qué te dice el público a la salida del teatro?
–Aún no puedo creer las devoluciones de la gente. Me están elogiando tanto como cuando canto. Incluso recibo opiniones totalmente positivas de actrices y actores, de gente que sabe del asunto. Me dicen: “¿Por qué no lo hacías antes?, ¡vos no podés dejar de actuar!”. Cuando escucho eso me quedo sorprendidísima. Igualmente, a medida que van pasando las funciones, voy tomando más confianza y me doy cuenta que lo estoy haciendo bien. Gracias a Dios que me tocó hacer este personaje y no otro, creo que estuvo muy acertado que me eligieran para darle vida a esta abogada, por el tipo de temperamento y la voz que tengo, porque puedo emitir con más volumen y marcar sentencias por la pronunciación y ser categórica. Sabía que tenía las herramientas para hacerlo, de todos modos tuve que entrenar mi voz hablada, aprender a colocar bien la voz para gritar y no afectar a mi voz cantada.
–Y a partir de este debut como actriz de teatro, ¿en qué lugar queda la música y tu carrera de cantante?
–Yo soy audio, soy una cantante que actúa. En este momento, paralelamente a la obra, estoy componiendo un montón. Además hice dos clips y estoy a punto de hacer un tercero, que se llama “Tu ego”. Los iré bajando a las redes hasta completar una lista de 10 ó 12 temas. Finalmente los presentaré en algún concierto. Podría ser un domingo, después de la función de Perdida Mente, que es temprano. Cruzaré la 9 de julio y me subiré al escenario del Opera o del Gran Rex. No podría dejar a la cantante de lado, no me da el corazón para eso, no puedo estar sin cantar. No sé qué voy a hacer durante el verano, cuando habrá un montón de festivales, pero supongo que lo resolveré yendo de un lado para el otro los lunes y martes.
–Ya ha pasado más de un año del enfrentamiento con Valeria Lynch cuando ella reprogramó un streaming para el día en que vos hacías el tuyo. ¿En qué estado se encuentra hoy la relación? ¿Volvieron a hablar? ¿Se encontraron en algún lado?
–Para mí no fue un enfrentamiento, fue una ruptura. No hay relación ni la va a haber. Lo del streaming fue la gota que rebalsó el vaso. Con eso me cayó la ficha. Me di cuenta que estaba dando mucho amor a alguien que no lo quiere, que estaba poniendo demasiado de mi parte. Después de tantos años me cansé de sostener una amistad, por qué debería seguir haciéndolo, me pregunté, si hay otra gente que me ama tanto, ¿por qué tengo que soportar una situación así? Lo que ella siempre me hacía me dolía, pero me la pasaba justificándola hasta que me cansé. Así que nuestra amistad es una etapa absolutamente terminada.
–¿Y si ella de repente te pidiera disculpas?
–Me parecería perfecto que lo hiciese, pero de ahí a retomar una relación como hermanas, como yo la sentía a ella, no se puede. Se perdió la confianza. ¿Y sabés por qué? Porque nadie le pone el pie en la cabeza a un amigo. La última semana de venta de los streaming es la más importante, es en la que realmente se venden las entradas. Hacía seis meses que no trabajábamos y yo lo hacía con 12 personas cuando Valeria trabajaba solo con una (su pareja, el líder de Ataque 77 Mariano Martínez). Yo quise ser leal a mis músicos y a mis técnicos y por eso había decidido dividir la guita entre todos y en partes iguales porque me parecía inmoral cobrar un mayor porcentaje, por ser la figura, en medio de la situación que estábamos atravesando. Se lo expliqué a Valeria y a ella tampoco le importó eso. Por nada del mundo quiso cambiar la reprogramación de su streaming.
–Más allá del caso Valeria, vos tenés una excelente relación con tus pares y de hecho formás parte de un grupo de cantantes con las cuales te reunís habitualmente (Sandra Mihanovich, Julia Zenko, Marilina Ross, Lucía Galán, Marcela Morelo, Elena Roger, Soledad Pastorutti). ¿Creés que esa mística podrás alcanzarla también con tus nuevas colegas, las actrices?
–Ay, ojalá. En principio hoy me llevo re bien con mis compañeras de Perdida Mente, son todas un amor. Tienen diferentes energías. Yo la escucho a Karina, que es budista, haciendo sus rezos en el camarín, antes de cada función. Repite un mantra para entrar en sintonía con el trabajo. Después esta Leonor con su serenidad, con sus palabras siempre tan atinadas y su sabiduría. Anita es imparable, hace chistes todo el tiempo y cuando me sale bien una escena me guiña un ojo en el escenario. Es genial, tiene tanta trayectoria... Y Juli es de una dulzura y de una delicadeza... Es una chica tan educada, se nota que los padres la han educado muy bien. Es de pedir permiso, disculpas, de traerte un regalito, en fin, es un amor. Me parece una cofradía hermosa, no es una casualidad que estemos todas juntas en este proyecto.
–¿Pensás que lo de Perdida Mente es una excepción en tu carrera o que la actriz de teatro llegó para quedarse?
–Puede llegar para quedarse siempre y cuando conviva con mi cantante. A partir de ahora no me voy a dedicar solo al teatro, yo soy una autora, canto mis canciones, grabo mis discos, salgo de gira y tengo alma de hippie y de rockera. Me encanta subirme a un micro con mis músicos y recorrer el país. En cuanto a la actriz, lo que me interesa es hacer un buen papel, estar a la altura de los acontecimientos y codearme con gente de primerísimo nivel, como son hoy mis compañeras y Muscari, un director que vino a cambiar el teatro y extrajo de mí lo mejor.
Cuándo y dónde ver Perdida Mente. De miércoles a domingo en el Multiteatro.
Agradecimientos: Loi Suites Recoleta Hotel.
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