Patricia Sosa pasa la cuarentena en Capilla del Monte, entre meditaciones y caminatas por el jardín
CÓRDOBA. A Patricia Sosa se la escucha tranquila; bromea, cuenta cómo es su día y cómo se reacostumbró a convivir con Oscar Mediavilla, de quien se había divorciado y regresado pero en casas separadas. La cuarentena por el coronavirus los encuentra juntos en una casa que soñaron y diseñaron hace muchos años. Está a cuatro kilómetros de Capilla del Monte, en el norte del Valle de Punilla. Tres vuelos suspendidos para regresar desde Estados Unidos los llevaron a decidir que harían su aislamiento en Córdoba para no poner en riesgo a la mamá de Patricia, de 90 años, con quien vive ella. Después llegó la cuarentena dispuesta por el Gobierno y acá se quedaron.
—¿Cómo terminaron en Capilla del Monte?
—Empezamos la cuarentena acá, ya estábamos en esta casa cuando comenzó la cuarentena obligatoria para todos. Habíamos viajado a Estados Unidos con Oscar los primeros días de marzo por cinco días por cuestiones profesionales. Regresábamos el 12, cuando comenzaron las suspensiones de vuelos. Nos empezó a agarrar miedo. Era todo una locura. Nuestro pasaje era con millas por lo que no nos daban prioridad. Ya sabíamos que al regresar debíamos aislarnos 14 días y decidimos que fuera en Córdoba, porque mi mamá tiene 90 años y no iba a exponerla a nada. Nos dejaron el auto en el aeropuerto con la llave escondida, con las valijas. Paramos dos veces en todo el trayecto y apenamos bajamos la ventanilla para pagar.
—¿Cómo llevás la separación de tu mamá? Hace casi dos meses que no la ves.
—Está cuidada por mi cuñada y mi sobrina. La extraño muchísimo a ella y a mi hija. Sabemos que seguramente llevará un tiempo más volver. Hago videollamadas y así nos vemos. Tiene su móvil, pero hace unos líos bárbaros y los primeros días no había forma de hacerla salir de la habitación. Tenía miedo, tuve que hablarle mucho, insistirle en que podía estar con ellas. Hasta me llamó para preguntarme si podía jugar a los dados; todo esto la asustó mucho. Su círculo está muy asustado; hay muchos que no tienen ninguna ayuda y tienen que salir a hacer una compra. Ella está muy bien, pero no deja de preguntar "cuándo venís".
—Muchos de tus colegas aprovechan el aislamiento para componer, para grabar...
—Acá no hay ni una guitarra, no hay nada. Lo que hago en redes sociales es con el micrófono del teléfono. Tengo una rutina que me he propuesto y que la cumplo. Por ejemplo, medito de 14 a 15. Estuve dos veces en India formándome con Brahma Kumaris y para los de habla hispana hacen su clase y meditación a esa hora. Así que durante 60 0 75 minutos me dedico a eso. Cuando baja el sol, tipo 18, hago una caminata por el jardín de la casa; 45 minutos a paso acelerado. Cuento plantas, saludo al buda en el medio del jardín.
—¿Cocinas? Es un entretenimiento para muchos en esta cuarentena.
—Cocino. Le empecé a encontrar el gusto de nuevo. Antes cocinaba mucho; ahora bastante. Una vecina que va una vez por semana al pueblo nos hace las compras. Nosotros todavía no fuimos nunca.
—¿Cómo va la convivencia con Oscar, se habían desacostumbrado? ¿Seguirá después del aislamiento?
—Va bárbaro. El destino hizo que estuviéramos conviviendo ahora; cada uno tiene su espacio porque tenemos energías diferentes. Yo soy más tranquila, leo, medito. Él está mucho enganchado con su trabajo. Compartimos lo que hay que compartir. No sé si seguirá después, habría que acomodar desde a dónde quedarnos a otras cosas.
En la Argentina somos 500.000 personas las que vivimos de la música. Los que tenemos la suerte de ser populares, de haber ahorrado un poquito viviremos hasta que alcance, el resto la está pasando mal
—¿Cuánto te preocupa el parate de la actividad?
—Sabemos que somos el último eslabón a habilitar. Nosotros no sólo tenemos lo vinculado al espectáculo, tengo la escuela cerrada y el centro cultural que tenemos con Oscar también cerrado. Es todo un gasto enorme sumado a que no hay certezas. Todo se paró no sólo acá, en el mundo. Me preocupa, claro. La meditación hace que viva el aquí y el ahora, que mi fe esté puesta en el aquí y ahora y en el bien común. En la Argentina somos 500.000 personas las que vivimos de la música, miles de familia. Los que tenemos la suerte de ser populares, de haber ahorrado un poquito viviremos hasta que alcance, el resto la está pasando mal. Yo siempre decía que de hambre no nos vamos a morir porque podíamos pasar la gorra. Jorobaba con eso pero ahora ni esa posibilidad. La escuela de canto demorará en regresar, tal vez el centro cultural pueda abrir con más restricciones, shows capaz que hasta el verano nada, pero el estudio de grabación podría volver. Está Oscar sólo con un técnico y un músico, hay que apelar a la responsabilidad individual. No queda otra.
—¿Extrañas el contacto con el público? ¿Cuánto te ayudan las redes sociales?
—No reemplazan nada. Las uso, hago vivos, estoy con gente que me quiere, que me contesta, me divierto pero me hace falta el abrazo. Nunca van a reemplazar a lo presencial. Los artistas seguimos haciendo cosas como servicio, los que tenemos un don tenemos que compartirlo. Están los que exponen su vida en este contexto; se lo agradecemos, sosteniéndolos moralmente, cantándoles, abrazándoles de esa manera.
—¿Tenés miedo, angustia?
—Los primeros dos días, cuando llegamos, lloré todo el tiempo. Había vivido mucho estrés; en Estados Unidos estábamos preocupados pero la gente parecía en carnaval. Nosotros encerrados con un susto bárbaro, nos compramos barbijos y nos miraban como bichos raros. Cuando llegamos a la casa después de conducir sin parar desinfectamos todo y me cayó la ficha. Los primeros 14 días Oscar me pedía tres veces por día que le tomara la fiebre, estaba paranoico. Creo que todos pasamos un poco por eso. Me da miedo el contagio; habrá que volver a la ciudad con todas las precauciones pero habrá que salir, hacer trámites.
—¿Saldremos mejores como repiten algunos?
—Digo que esto es un reseteo planetario. El planeta quiso silencio, quiso que nos guardemos y veremos de qué manera entramos en este reseteo. Algunos vamos a salir mejores, otros peores, depende de la fibra, del ADN de cada uno. Los vecinos me cuentan que acá hay un verdulero que vende la mercadería al triple que otro. Creo que empezará a haber una suerte de justicia social, de decir "no te compro más", de dejar sola a la gente que se aprovecha.
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