La actriz estrenó Volvió una noche, la pieza de Eduardo Rovner que desafía el vínculo entre una madre y un hijo y los mandatos en torno a las tradiciones familiares
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Mucho más alta que lo que aparenta en televisión. Con cierta timidez hasta que la charla va tomando su tono y comienza a desandar no sólo su presente laboral y personal, sino también a repasar mojones de una carrera intensa.
Si Eugene O´Neill retrató parte de su historia familiar en aquel Largo viaje del día hacia la noche, Patricia Palmer podría rubricar su enorme travesía de Mendoza a Buenos Aires, de ser estrella de las telenovelas a docente en su propia escuela, de actriz que jamás abandonó el teatro a la gestora cultural que hoy se atreve a producir ópera a gran escala.
Un extraño aura de misterio la envuelve. Y una cadencia en el hablar que rápidamente instala en la provincia cordillerana donde nació. “Amo a Buenos Aires, pero no soy de acá, soy y me siento mendocina; no soy porteña, soy provinciana”, sostiene de entrada.
Su hoy la encuentra protagonizando Volvió una noche, el delicioso texto del dramaturgo Eduardo Rovner -fallecido en Pinamar en 2019-, un clásico del teatro nacional contemporáneo. “En la carrera de dramaturgia, en el entonces IUNA, tuve muchos profesores, pero mi gran maestro fue Rovner. Tengo una gran admiración por él, conozco toda su obra”, afirma Palmer, quien luego de cursar aquella carrera, continuó tomando clases con el dramaturgo, quien incluso llegó a utilizar El Taller del Ángel, el espacio que fundó la actriz, para dictar algunos de sus cursos.
Una idishe mame -el rol a cargo de la actriz- “regresa de la muerte” azorada porque su hijo -interpretado por Dan Breitman- decidió casarse con una chica no judía. La pieza, una de las más hilarantes en el corpus dramatúrgico de Rovner, se ofrece los fines de semana en el teatro Picadilly. El tono de comedia permite pensar en el sostener, o no, los legados familiares y las tradiciones más arraigadas que, muchas veces, se contraponen con el armado de otra vida posible.
De profesión maternal
-La madre de Volvió una noche se fagocita a su hijo...
-Todas las madres sienten que su hijo es su propiedad. Pero tampoco creo que no exista, aún hoy, una madre que no sienta, en algún momento de la vida, que ese hijo ya no es como ella pensaba que sería, que dejó de ser una proyección de sí misma; anulando todo lo que sintió cuando estaba en la panza o cuando se lo adoptó porque no sólo tiene que ver con las madres biológicas.
La actriz reconoce que tiene “una gran vocación de madre” y afirma que, muchas veces, se encuentra muy parecida a Fanny, su personaje en la pieza que interpreta. “En una escena le dice a su hijo: ´te lo digo yo que sé cómo son las cosas´”.
-Infalible...
-Siente que sabe todo. Por otra parte, aparecen los mandatos, todo justificado en el amor, pero que llena de presión a ese hijo.
-La obra muestra a una familia judía, pero podría trasladarse la historia a otras comunidades, culturas y religiones.
-Puede suceder con un hijo católico que decide casarse con una chica judía. Tiene que ver con el instinto de supervivencia de los pueblos, responder a las mismas tradiciones y cultura.
Patricia Palmer es madre de dos hijos. Su hija mayor es la cantante lírica Paula Alba, quien luego de un breve paso por la carrera de Psicología decidió, justamente, escuchar el consejo de su madre y probarse como aspirante al Conservatorio Manuel de Falla. “Ella siempre jugaba a cantar, de chica cualquier objeto se convertía en un micrófono; por eso, los padres tenemos que estar muy atentos a los juegos de los niños, porque allí está su vocación, que en latín significa llamado del alma. Se trata de entender para qué se llegó a este mundo”.
Desde hace tiempo, madre e hija están al frente de la productora Celebrarte, a través de la cual producen obras de cámara y óperas. “Tratamos de hacerlas completas, con todos los roles, un gran esfuerzo porque no tenemos ningún tipo de subsidio de ningún estado”. El 10 de mayo, en la sala Casona de Buenos Aires ofrecerán Sor Angélica, de Giacomo Puccini y luego Carmen, de Georges Bizet, en la ciudad de Rojas. “Es costoso, sacrificado, no nos deja dinero, pero es muy placentero. Además, es un proyecto que le da trabajo a mucha gente. Armamos cooperativas y todos cobran”.
-Hablabas de “entender para qué se llegó a este mundo”. Tu misión está clara.
-En lo profesional es actuar y, sobre todo, interpretar comedia, a pesar de que hice muchos dramas.
-Y en lo personal, ¿cuál es esa misión?
-Indudablemente tengo una misión, una vocación por la maternidad.
-Además de Paula Alba, tenés un hijo adoptivo.
-Así es.
-Tengo entendido que tiene distrofia muscular.
-Exacto.
Cuando la actriz se vinculó con su hijo, ya se encontraba manifestada su característica física, pero ella, ante la insinuación de lo loable de su decisión, es categórica: “A ningún padre adoptivo nos gusta que nos digan que hacemos una obra loable. Si tu hijo biológico nace enfermo, ¿no sería loable?, pero nadie le diría ´que loable lo tuyo´. Un hijo es un hijo, no es una obra de bien ni de caridad”.
-Coincidirás en que también hay padres biológicos que no están a la altura, no responden al compromiso.
-Hay muchos padres que se embarazan sin tener esa vocación y eso, afortunadamente, está cambiando, para bien de los adultos y de los niños. Si no se tiene el deseo, no es una obligación tener un hijo.
-Ya no se “enjuicia” a la mujer que no desea ser madre.
-Hasta hace no mucho tiempo se la juzgaba. Lo mismo pasaba con el varón, que tampoco tiene la obligación de ser padre si no lo desea.
Lo propio
Habla de una forma que podría relajar al más acelerado. Allí emerge su cadencia mendocina: “Cuando actúo, la tonada no se me nota, pero cuando me pongo a hablar de cuestiones personales, es increíble cómo sale eso a flote”.
-¿Siempre conservás el tono pausado?
-Sí, me encanta Buenos Aires, me parece el mejor lugar del mundo, pero soy absolutamente mendocina.
La actriz afirma: “Me hice mi propia Mendoza”, refiriéndose a que vive en el mismo edificio que su hija y que su teatro El Taller del Ángel queda a pocas cuadras. “No soportaría correr de un lado al otro”.
-¿En qué año inauguraste tu sala?
-En 1997.
-Es muy complejo sostener un espacio independiente durante tanto tiempo.
-Y jamás recibimos un subsidio.
-¿Fue una decisión?
-Fue una decisión, pero también tuve la posibilidad porque hice mucha televisión y, además, programando bien las funciones y las clases, no hubo necesidad. Nunca pretendimos hacernos ricos con el teatro, sino dar oportunidades y hacer las cosas que nos gustan. También la decisión tuvo que ver con no pegarse a ningún color, pero hubo mucho trabajo para poder mantenerlo. Allí trabajan mis hijos, mi yerno, trabajaba mi hermano hasta que falleció.
-¿Seguís dando clases?
-Ahora no, porque estoy con poco tiempo y, como decía Alfredo Alcón: “Cuando voy a la peluquería ya tengo la agenda del día completa”.
-De todos modos, sostenés varias actividades en simultáneo.
-Sí, de hecho seguimos haciendo funciones de Radojka.
La obra transita su cuarto año de presentaciones. Ahora, con funciones semanales los miércoles en la sala del Metropolitan, Palmer se encuentra acompañada por Marcela Kloosterboer, siempre con la dirección de Diego Martín Rinaldi.
El “Zar”
Durante años, la actriz encabezó telenovelas con notable repercusión de público. Las cifras del rating televisivo de esas ficciones, que salían al aire durante la tarde, superaban ampliamente los números que hoy obtiene un “éxito” en el prime time. Una industria del entretenimiento que generaba figuras ante un mercado actual aniquilado, al menos el de las señales de aire.
“Lamento mucho la falta de ficción, lo siento por la gente joven. Nosotros tuvimos la posibilidad de entrar a las casas del público todos los días y convertirnos en rostros familiares. Eso ya no sucederá más, no creo que vuelva esa televisión”.
-¿Por qué?
-Hoy la gente exige productos de calidad casi cinematográfica. El decorado fijo ya no va más, el público se aburriría.
-Es decir que hoy hacer ficción implicaría mayores costos.
-Un capítulo de El marginal, una de las últimas grandes ficciones que se pudieron ver, costaba cerca de trescientos cincuenta mil dólares. ¿Cómo se amortiza eso ahora? Por otra parte, la torta publicitaria se pulverizó, hay más señales, redes sociales. Antes existían solo tres canales.
-Se podría vender al exterior, como sucedió en otras épocas.
-Pero hoy se requiere una calidad técnica superior y eso es muy costoso. En Argentina tenemos mucho talento, pero poca plata, entonces se hace lo que se puede.
En un casting, cuando aún no era una figura conocida, la exigente directora Martha Reguera le dijo: “Haceme reír y haceme llorar”. Palmer cumplió el cometido y pudo ingresar a la televisión. Cuando su nombre comenzó a sonar, y ya formaba parte del staff de Canal 9 Libertad, su propietario Alejandro Romay la descartó para el rol principal de la tira Dulce Ana, argumentando que era “muy refinada, bella, elegante”, características que se contraponían con el personaje principal de la tira a estrenar.
-Es cierto que te camuflaste para convencer al “Zar” Romay?
-Sí, ¿cómo sabés eso?
-¿Cómo fue aquello?
-Me presenté en su oficina totalmente caracterizada y, cuando lo saludé, me propuse hablar con dificultad. Le costó reconocerme. Aquella historia luego se transformó en Betty, la fea; pero antes había sido Pobre Clara, con Alicia Bruzzo.
-¿Qué te convocaba de la historia?
-Actoralmente era un desafío muy grande, salía del lugar común.
Finalmente, Romay quedó subyugado con su caracterización de pelo tirante, cejas gruesas y anteojos prominentes y, además, con su osadía. “Me dijo: ´el personaje es tuyo´”. Aquella tira, en la que Palmer estuvo acompañada por Susana Campos y Orlando Carrió, y en cuyo elenco figuraba una jovencita llamada Natalia Oreiro, fue un gran éxito vespertino.
-¿Alejandro Romay te dio 7000 dólares para que pudieras comprar tu primer departamento?
-Estaba muy angustiada porque la mamá de mi cuñada me había prestado ese dinero y, como comenzó a dispararse el dólar, no se lo podía devolver.
A finales de la década del ochenta, la deuda de la actriz se estaba convirtiendo en una bola de nieve imposible de detener. “Era desesperante, no podía juntar ni la mitad de lo que debía. Contándole el tema a un técnico del canal, me dijo: ´Andá a la Fundación Alejandro Romay y pedí un préstamo´. Yo ni sabía que existía esa fundación. Fui temblando a la oficina de Romay, apenas si podía hablar, y le dije: ´Señor Romay, no puedo pagar una deuda, es un gran problema para mí´”.
-¿Qué te respondió?
-Llamó a Gladys, su secretaría y le dijo: “Traiga siete mil dólares para la nena”. Yo tendría unos 26 años. Me acuerdo que le comenté: “¿Cómo se los voy a devolver?” y él me respondió: “No te preocupes, vas a ganar mucha plata en este canal”.
Cambio de época
-Te iniciaste en una televisión donde eran habituales los gritos y hasta cierto maltrato.
-Sí, tiempos de directores como Martha Reguera, Martín Clutet, Nicolás del Boca, Alejandro Doria. Eran bravos.
-¿Te ha tocado transitar algunas situación incómoda?
-No de maltrato, pero sí de mucha disciplina y gritos.
-La televisión no se encuentra al margen de los cambios de paradigmas que atravesó la sociedad. En los comienzos de tu carrera, estaban naturalizados determinados mecanismos de acoso. ¿Te tocó vivir algún momento repudiable?
-Sí, alguien me quiso cambiar trabajo por sexo.
-¿Un productor?
-Un director de televisión muy conocido.
-¿Qué sucedía ante la negativa?
-Te tenías que ir llorando a tu casa. Accedías o te ibas, algo que generaba mucha impotencia.
-En un medio tan chico, los manejos de ese tipo de personajes no serían desconocidos.
-Cuando participé del casting de la novela Aprender a vivir, iba superando las distintas instancias, hasta que quedamos quince candidatas. Ahí fue cuando un señor me propuso: “Si esta noche salimos a cenar y después hacemos algo...”. Al negarme, me respondió: “Entonces no vas a poder seguir”. Salí de ahí con odio, angustia, caminaba por la calle con lágrimas en los ojos.
-No era un tiempo donde se podía denunciar fácilmente.
-Por supuesto que no y, por otra parte, yo era un cero a la izquierda.
-¿Esa persona era reconocida en el medio?
-Sí, muy conocido. Además, si no accedías, pasabas a ser considerada “problemática”. Pero, y quiero hacer hincapié en esto, de cada cien hombres con los que trabajé, ya sean actores, técnicos, productores o directores, este tipo de gente conformaba el uno por ciento. La mayoría de los varones me ayudaron, me dieron oportunidades y me respetaron. De ninguna manera puedo generalizar a todos los varones, pero siempre había un desubicado que se aprovechaba de su poder.
Un cuerpo en un cuerpo
Más allá de la admiración de Patricia Palmer por Eduardo Rovner, la llegada de Volvió una noche a su vida tiene una anécdota que la cruza en su destino: “En 2015, caminando por las calles de Praga, vi que, en un teatro enorme, estaban dando la obra”. Compró su ticket y presenció una de las funciones, lógicamente representada en idioma checo. Su conocimiento exhaustivo del material le permitió que la lengua desconocida no fuera una traba para disfrutar del acontecimiento.
“Me impresionó ver cómo la gente se reía a carcajadas y también se emocionaba. Ahí comencé a soñar con eso. Llegué a decírselo a Eduardo (Rovner) antes que ´se fuera de gira´, y quedé casi con la obligación, con la promesa de hacerla, aunque me hubiese encantado que la dirigiera él”.
La dirección de la actual versión la comparte con Dora Milea, “dado mi rol en la obra, sola no hubiese podido; confío muchísimo en ella, me dirigió en La música, de Marguerite Duras; en Telémaco o el padre ausente, de Marco Antonio de la Parra y en Rudolf, de Patricia Suárez”.
-El vínculo madre e hijo atraviesa a todos, ya sea por presencia o ausencia, porque es estrecho o no.
-No hay ser humano que no conozca ese vínculo, mal o bien, como sea, no hay forma de prescindir de esa relación tan fundante, como diría Freud. Es un cuerpo en un cuerpo, no hay otro vínculo igual. Melanie Klein diría: “Cuando quiero te doy la teta o te la saco”; aparece el amor-odio. Es un vínculo muy complejo, con mucho amor, demanda, reclamo. Sobre ese vínculo se trata Volvió una noche y, a mis 68 años, doy fe que no se termina nunca, tenés a tu mamá hablándote todo el tiempo, en todas tus decisiones aparece. Y lo peor es que uno quiere agradarle siempre.
Palmer también estudió Psicología Social, razón por la cual se filtra en la charla algunos de sus conocimientos en ese campo.
-¿Te convertiste en una influencer de los cuidados físicos y la buena alimentación? ¿Sos un referente?
-No me considero una influencer, se dio naturalmente. Me preguntaban qué hacía con mi piel o con mi pelo y empecé a contarlo. Hoy hay un montón de gente que me sigue en las redes y presta atención a esos consejos. En realidad, no hay nada producido, no me maquillo, de pronto estoy haciendo algo y decido mostrarlo. Hubo mucha adhesión, incluso de varones que me dicen cosas hermosas.
-Y no sólo ofrecés consejos de belleza, también tejés y cocinás.
-Creo que esto reemplazó a la televisión.
-¿Por qué?
-Porque genera la cercanía diaria con el público, algo muy reconfortante. Yo los llamo “la tribu”. En este mundo tan frío e individualista, pertenecer a un grupo con compromiso es valioso. Todos los días, algo les cuento. Y si me escriben, siempre respondo. Hay mucha soledad, enfermedades, historias muy duras, así que es importante estar.
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