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Hace exactos 40 años llegó de su Mendoza natal con muchas ilusiones y una hija en sus brazos. De a poco se fue haciendo un nombre en la televisión y a mitad de la década del 90 se convirtió en una estrella de telenovelas. Hoy el presente laboral de Patricia Palmer pasa fundamentalmente por el teatro, un ámbito en el que se desempeña como actriz y profesora. También es dueña de una sala independiente, el Taller del Ángel, que mantiene sus puertas momentáneamente cerradas por la pandemia.
El comienzo de la cuarentena dejó trunco su desembarco en España, donde iba a debutar en el Teatro de la Abadía con Telémaco, de Marco Antonio de la Parra, y también el reestreno en el Celcit capitalino de Golpes a mi puerta, de Juan Carlos Gené. Ahora, luego de intensos meses dedicados a la docencia virtual, el teatro le vuelve a ofrecer una oportunidad de contacto directo con el público. Desde hace unas semanas protagoniza junto con Cecilia Dopazo la comedia Radojka, de Fernando Schmidt y Christian Ibarzabal, que cuenta con dirección de Diego Rinaldi y se ofrece en el Picadilly los viernes y sábados, a las 21.
–¿De qué trata Radojka?
–No puedo contar todo porque no quiero pincharle el globo a nadie. Son dos trabajadoras adultas, grandes como yo, que por una circunstancia equis están al borde de perder un muy buen trabajo, pagado en euros, cosa muy difícil de conseguir para gente que ha pasado los cincuenta y pico de años. Entonces ellas, dentro de sus cabecitas (porque no son muy ilustres), hacen lo imposible por conservar ese trabajo porque saben que fuera de él nos les va a ser fácil la vida.
–El eslogan publicitario de Radojka es “¿Qué estarías dispuesto a hacer para no perder tu trabajo?” ¿La obra pretende hacer un link con el angustiante panorama laboral actual?
–No. La trama de la obra es un disparo para situaciones muy desopilantes y graciosas. Radojka fundamentalmente tiene como objetivo hacer reír, no tiene otra pretensión más que entretener. De todas maneras el tema está, pero contado desde el humor, que es una manera bastante digerible de contar algo innegablemente angustiante. Mi personaje se llama Gloria y creo que es producto de una sociedad alienante, donde a una persona de cincuenta y tantos se la descarta del sistema. Esto produce una alienación. Si alguien no tiene demasiados recursos emocionales e intelectuales como para hacerle frente a esa situación angustiante, sin un entorno que la contenga (ya que Gloria es sola), no le podemos pedir una conducta racional. El ser humano necesita una red emocional y cuando no la tiene es sumamente peligroso.
–Un poco lo que está pasando ahora con la gente sola, ¿no?, fundamentalmente la mayor, que sufre deterioros de todo tipo.
–Se evidencia más ahora, pero eso siempre pasó, solo que hoy queda más al descubierto. Porque las personas que están solas ni siquiera pueden distraerse saliendo a la calle o yendo a un teatro, y eso provoca alienación. El ser humano es gregario, es social, todos necesitamos la vinculación humana para poder sobrevivir. Otras especies pueden ser solitarias, nosotros no.
–¿La gente más joven queda necesariamente a salvo de este tipo de alienación?
–No. Noto la alienación aún más en la gente de entre 30 y 50 años. Lo notás por la violencia. Nunca hubo tantos femicidios como en estos momentos. Es una lástima que no haya programas (sociales) que estén orientados a eso, dándole toda la importancia que el tema tiene para una sociedad. Ninguna persona debería estar sola, tiene que tener una red social que la contenga, un grupo al que pertenecer, un coro o un club de barrio o lo que sea. Es algo beneficioso para toda la sociedad, no sólo para el individuo.
–¿Es por eso por lo que decidiste vivir en un mismo edificio con tu hijo, tu hija, tus nietos y hasta amigos?
–Sí, exacto. Pero estamos todos en diferentes departamentos, ¿eh? (risas). Cada uno hace su vida pero nos vemos seguido. El nuestro es un edificio bastante amiguero, como tiene amenities eso hace que nos veamos permanentemente con los vecinos, que son amorosos. Tenemos un grupo que se llama La comunidad, como la película de Álex de la Iglesia.
–Sin la posibilidad de trabajos presenciales durante la mayor parte de la pandemia, ¿cómo sobreviviste?
–Sobreviví con mi trabajo de profesora. Afortunadamente pude seguir dando clases en forma online. Al principio me resistí, pero mis alumnos me convencieron de continuar e insospechadamente fue un año de intensísimo trabajo porque hice dos seminarios muy lindos: uno de montaje de obras de Nelly Fernández Tiscornia [la autora del recordado ciclo televisivo Situación límite, con historias para sólo dos actores] y otro sobre títulos de Shakespeare, en el que analizamos nueve de sus obras y trabajamos sobre varios de sus monólogos. Obviamente no fueron clases normales, sobre un escenario, pero eso nos sirvió para imaginar otros tipos de formatos.
–Mientras te reconvertías laboralmente gracias a la virtualidad debiste cerrar tu teatro Taller del Ángel, ¿no?
–Sí, pero creo que vamos a comenzar las funciones presenciales en abril. Al comienzo de la cuarentena tuvimos subsidios, pequeños, pero que fueron una gran ayuda; sirvieron para pagar la luz y el gas. Yo no me quejo de nada porque sé que la pandemia no fue provocada por alguien en especial sino algo que sucede en todo el mundo. Hoy yo sólo tengo agradecimiento para la gente que me acompañó en los cursos y para quienes nos otorgaron los subsidios para los teatros independientes. Este es como un momento de guerra, hay que agradecer estar vivo y sano.
–Hablando de subsidios… Tenés un hijo discapacitado. ¿Recibís algún tipo de ayuda del Estado?
–No sólo no recibo nada sino que es tan difícil este país para una persona discapacitada… Es muy difícil, porque todo es “no”. Por empezar, hace unos años Macri quitó la pensión por discapacidad, lo cual fue una barbaridad, en vez de hacer una investigación seria sobre las pensiones truchas, que las debe haber y eso está mal. Él, en cambio, dijo: “las sacamos todas y después vemos”. Eso fue tremendo. Después se volvieron a incorporar algunas. De todos modos, yo nunca pedí una pensión para mi hijo.
-Hace unos años se promulgó una ley sobre enfermedades poco frecuentes. ¿Se cumple?
-No, muy poco. Las obras sociales no cumplen con lo pactado. Y las coberturas médicas también tienen lo suyo. Mi hijo tiene Swiss Medical y cada cosa tenés que pelearla con dos abogados al lado. Y después, está todo el resto: por ejemplo, la falta de rampas. En los Estados Unidos y Europa todos los castillos y museos tienen rampas, acá hay edificios y restaurantes que se hacen de cero y se inauguran sin rampas. Cuestan dos pesos y hay una ley nacional que las exige, pero a nadie le importa. Nadie debería tener la habilitación si no tiene las condiciones para recibir a un discapacitado.
–¿Qué tipo de discapacidad padece él? ¿Necesita de tu asistencia permanentemente?
–Tiene distrofia muscular y está en sillas de ruedas. No puede caminar ni hacer demasiada fuerza con los brazos. Vive conmigo. Él es un chico bárbaro, hermoso y feliz, que realiza trabajos administrativos.
–Volviendo a Radojka: con Cecilia Dopazo ya trabajaste en cuatro ocasiones, en los programas Regalo del cielo y Pensionados y en las obras Falladas y Gente feliz. ¿Son amigas o simplemente van coincidiendo en diferentes proyectos?
–Nunca fuimos amigas. Yo no tengo amigos en el medio. Así que con Cecilia siempre nos volvemos a reunir por casualidad. Pero obviamente es un placer trabajar con ella.
–Pertenecen a dos generaciones diferentes. ¿Qué las une y qué las distancia?
–Nos une el amor, que es un elemento unificador por excelencia. Yo la amo, la admiro, he sido su madre en la ficción, la he visto crecer, la he visto casarse, tener hijos, sufrir, ser feliz y todo eso sin dudas te une. ¿Y qué nos distancia? El trabajo, que a veces te lleva por distintos caminos y por eso te dejás de llamar y de ver.
–Pese a tu edad te acercás ideológicamente a las posturas y reivindicaciones de su grupo etario, ¿no? Es reconocida tu posición feminista y tu apoyo a la Ley del aborto.
–Bueno… las verdaderas ideólogas y luchadoras de todo esto, como Rita Segato y Adriana Guzmán, son mujeres grandes. Y si vamos más atrás, está Alicia Moreau de Justo, que también era una mujer grande. La ideología no tiene edad. Eso es lo que hacemos las feministas: luchamos para alcanzar una sociedad mejor, tanto para la mujer como para el varón.
–¿Siempre fuiste feminista o tu acercamiento al movimiento fue a partir del #MeToo, como sucedió con muchas actrices jóvenes?
–No, yo tuve un padre feminista. Mi padre era catalán, filósofo y doctor en Economía. Mi padre era un camión, una persona que me marcó mucho la vida. Nos empujaba a reflexionar sobre la igualdad de derechos entre el varón y la mujer. Así que yo ya vengo marcada (risas).
–Algunas feministas lo son por formación intelectual y otras, intuitivamente. Vos serías una feminista de cuna.
–Pero también lo soy por una cuestión intelectual, ojo, porque tanto papá como mamá nos hacían leer mucho y luego las cuestiones de género eran temas de sobremesa. En mi casa había mucho diálogo y se hablaba cotidianamente de igualdad, injusticia y sometimiento. En mi casa siempre fuimos mayoría las mujeres: tres hijas mujeres más mi mamá, y mi papá y un hermano que falleció. Así que la ideología feminista la traigo desde muy chica.
–En la Argentina las actrices más jóvenes desnudaron ciertos abusos en el medio. ¿Vos los sufriste a lo largo de tu carrera en la televisión? ¿Cómo los resolviste?
–Yo no creo que haya alguna actriz que no haya sufrido una situación incómoda, de abuso, de la cual haya podido zafar o no. Me cuesta mucho creer que existan actrices que no hayan pasado por esas situaciones porque la televisión es un medio muy machista. Así que sí, sufrí situaciones difíciles de las cuales salí airosa en lo físico porque pude poner los límites, pero emocionalmente… es un dolor que no te quiebra pero es muy intenso. Me pasó hacer toda una semana de casting y llegar a la final, tras haber estado día tras día haciendo interminables colas en la vereda de un canal, y que luego el productor te diga: “bueno, si vamos a cenar y algo más…”.
–Entonces no te afectó sólo en lo emocional sino laboralmente.
–Totalmente. Por cuestiones así perdí mil trabajos, no uno. Yo hubiera hecho diez veces más de lo que hice si hubiera sido más “buenita” con los productores.
–¿Era el precio a pagar por ser, además de actriz, bella?
–No, yo creo que el hombre en esa instancia no discrimina entre mujeres bellas y no bellas, lo único que piensa es en que si sos mujer sos un objeto que puede ser poseído a cambio de algo. Ojo, con los varones también sucedía lo mismo. En mi época yo vi varones que también perdieron trabajos porque los productores querían sexo. Había algunos que no se prestaban y otros que sí. Y el que no se prestaba, bueno, perdía el trabajo.
–En 1995 lideraste el elenco de Dulce Ana con casi 40 años, una edad en la que (por aquel entonces) la actrices ya no protagonizaban telenovelas. Al año siguiente participaste como actriz, autora y productora en otro suceso: Los ángeles no lloran. Y en 1997 asumiste la dirección artística de Canal 9. ¿En cierto sentido te sentís precursora del hoy tan citado empoderamiento femenino?
–No soy tan pretenciosa. El valor de todo eso se lo doy a (Alejandro) Romay. Esas tres instancias las atravesé con él, un dueño de canal único. Si ponía los ojos sobre alguien, porque sentía que ahí había capacidad, talento y honestidad, daba todo. Cuando empecé con Los ángeles no lloran primero me peleó a muerte el dinero, pero después me puso toda la plata en la mano para que vaya a grabar a Europa e hiciera lo que quisiese. Eso es algo muy difícil de repetir ahora, porque directamente no tenés contacto con la cabeza de un canal. Hoy son todas corporaciones y no tenés con quién discutir; y si encontrás a alguien, tal vez tenga otros intereses que los artísticos. Así que mucho mérito de esos logros se lo doy a Romay, que era muy feminista. Él amaba a las mujeres, las valoraba mucho; de hecho en Canal 9 había directoras y camarógrafas, algo inusitado en el resto de las emisoras.
–Más allá de este momento atípico, hace varios años que no trabajás en televisión. ¿Por qué?
-Porque no me llaman. Lo último que hice fue La leona, una novela preciosa. Ahora las ficciones son todas con gente joven. Ya no hay más madres y abuelas en la televisión. Y te lo dicen de una, ¿eh?, sin titubear ni sonrojarse. Como si tener una madre no fuera el conflicto más importante de un ser humano… ¡Todo viene de ahí! Sólo que los productores locales lo desconocen. ¿Miren lo que pasa, mientras tanto, con las novelas turcas? Aquí tienen un éxito mayor que las producciones nacionales y están llenas de gente grande. En esas telenovelas están representadas todas las generaciones: los niños, los adolescentes, la gente madura y los ancianos. De ahí su éxito, las ven todos. ¿Cómo nadie se da cuenta de eso?
–¿Hoy el teatro es tu refugio?
–No. Esto va a sonar un poco pedante, pero mi refugio soy yo. Mi refugio es mi vida interior, lo que yo he creado en mi entorno, los afectos con mi familia. Porque uno puede tener una familia pero no tener vínculos familiares. Estos vínculos necesitan un trabajo y una dedicación, un tiempo físico que si no lo das a cada momento después ya es tarde. Por eso yo me siento muy feliz de haber dedicado tanto tiempo a los vínculos con mis hijos, mis nietos, mis hermanos, mis sobrinos. Yo tengo una familia muy grande, con vínculos muy importantes, y también están mis amigas y amigos, claro. Ese es mi refugio, la red emocional donde también está el teatro. Pero mañana puede no estar el teatro y sin embargo la red emocional quedará.
–¿Estás en pareja o te gustaría estarlo?
–No, hoy no estoy en pareja. Me gustaría estar enamorada pero a esta altura de la vida lo veo muy difícil; y entonces si no estoy enamorada no me interesa estar en pareja. Como me pasó, yo sé lo que es el amor: es algo que sucede muy fuerte, cuando tenés una energía para que suceda. Pero hoy las personas grandes tenemos la energía muy dispersa, entre el trabajo, los proyectos y la familia. Ese es el tema. Yo he estado enamorada dos o tres veces. Así que no me quejo, hoy soy igualmente muy feliz y estoy agradecida a la vida. Hay gente que pasa por este plano sin saber lo que es amar ni enamorarse. No es mi caso.
Agradecimiento: Croque Madame (Museo Nacional de Arte Decorativo)
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