La actriz, que protagoniza Volvió una noche en el Picadilly, ya es madre de dos hijos; su incesante tarea en diversos hogares de menores la llevó a reincidir en un proceso de adopción
- 14 minutos de lectura'
Hasta hace pocos días, Patricia Palmer era madre de dos hijos, ambos ya adultos. El verbo en pasado da cuenta de una nueva realidad: hoy, la actriz -que actualmente protagoniza Volvió una noche en el teatro Picadilly- es madre de tres hijos, ya que se encuentra en pleno proceso de adopción de un joven de 18 años. “Es una idea que siempre estuvo en mí”, confiesa en el inicio de la charla con LA NACIÓN, donde se dispone a contar su experiencia. Por razones de privacidad, su hijo será mencionado como “J”.
“Un hijo requiere de una gran presencia física. Aún más cuando viene de una historia de traumas, abandonos; diversos aspectos que uno tiene que estar dispuesto a acompañar”. Palmer se encuentra transitando los primeros días de la convivencia con “J”, quien ya pasa la mayor parte de la semana en el hogar familiar, salvo dos noches en las que ha decidido permanecer en la institución que lo cobijó hasta ahora. Más allá de esa singularidad, la artista ya inscribió a “J” en el colegio secundario. “J” cursa cuarto año, va al gimnasio con regularidad y lleva la vida de un joven de su edad, aunque en pleno proceso de adaptación -al igual que su madre- en la nueva y deseada organización familiar.
“Un hijo adoptado no llega para llenar una frustración, sino por el deseo de darle a un niño la familia que no tuvo, de posibilitarle una vida como se merece, que es todo un derecho que lo asiste. La frustración, el adulto la tiene que tratar en un diván, porque, de lo contrario, sería traerle un nuevo problema al niño”, reflexiona la actriz.
-¿Ya lleva tu apellido?
-No, eso sucederá en algunos meses.
Mamá
“Es un caso que va a sentar precedente, ya que cuando comencé con el proceso de adopción, ‘J´ tenía diecisiete, pero, en el camino, ya cumplió sus dieciocho años”. Patricia Palmer conoció la historia de su hijo a partir de la Convocatoria pública 177 que daba cuenta del caso.
-¿Cómo llegó “J” a tu vida?
-A los diecisiete años, cuando todos los chicos piden independizarse, “J” solicitó al juez tener una familia. Le dijo “quiero sentir el amor de una madre”.
-¿Cuál es la historia de “J”?
-Es del interior de la provincia de Buenos Aires, pero su familia biológica vive en Capital. Viene de una historia violenta, disfuncional, como casi todos los casos. Si el niño no corre riesgo de vida, no se lo saca de su familia de origen.
-¿Esa fue la situación de “J”?
-Sí.
-¿Él perdió todo contacto con su familia?
-La Justicia apartó tanto a él como a su hermana, pero “J” tiene algún contacto con parte de su familia biológica.
-¿“J” se encontrabaja en algún hogar en los que vos colaborás?
-No, no nos conocíamos. Hice todo el proceso sin conocerlo, ni siquiera a través de fotos y con muy pocos datos, ya que se busca preservar la intimidad de la persona, hasta que la Justicia considera que se puede producir el primer encuentro.
La actriz -quien ha sido protagonista de innumerables tiras de ficción televisivas y actualmente está al frente de Radojka en el Metropolitan- siguió los pasos que indica la ley. Uno de esos protocolos es la inscripción de quien desea adoptar en RUAGA (Registro Único de Aspirantes a Adopción). “Para lograr eso hay que hacer una jornada de capacitación y pasar las evaluaciones psicotécnicas muy exhaustivas. Cuando se dice que no se le dan niños a la gente con aspiraciones de adoptar, hay que entender que no se trata de algo superficial, de ir en busca de una manzana. Y, lo que es muy importante comprender, es que no se le da al adulto la posibilidad de una familia, sino que se la está dando al niño. RUAGA tiene la responsabilidad de darle al niño una familia sana, que no sea tóxica, para que esa personita no vuelva a sentir que está inmerso en un entorno violento o que se lo puede volver a excluir”.
Palmer cuenta que durante varios meses RUAGA se encarga de las entrevistas psicotécnicas. “Trabajan muy bien y, lo que hay que aclarar, es que no importa si se trata de una pareja de papá y mamá, un papá o una mamá solos, de dos papás o de dos mamás. Tampoco incide el nivel económico. Una persona me dijo ´tengo diez casas y no me dieron un niño´. Es que eso no implica que puedas ser un buen papá o mamá. Conozco gente que alquila y que adoptó con mucho sacrificio y hoy son excelentes padres”, relata. En esa inscripción en RUAGA el posible adoptante también especifica sus aspiraciones, si busca un niño pequeño o no, o si desea adoptar a más de una persona.
El otro camino posible es cuando el niño o niña, que lleva un tiempo en un hogar y nadie se postuló para adoptarlo, pasa a convocatoria pública, otro tipo de instancia posible. “En este caso, la gente puede no estar anotada en RUAGA; hay que buscar en las convocatorias públicas donde aparecerán todos los niños en situación de adopción en convocatoria pública. Ahí sí, se pasa a RUAGA para realizar todo el proceso de entrevistas y también las charlas con el juzgado de minoridad donde se encuentra el niño judicializado, es un doble control. Afortunadamente, es muy riguroso”. Dada la carga de entrevistas y evaluaciones, por ley cualquier trabajador puede pedir los días necesarios en el trabajo para cumplir con estas obligaciones.
-Ser Patricia Palmer puede jugar a favor o en contra en este tipo de procesos...
-Suceden las dos cosas. Juega en contra porque hay mucha gente famosa que, por tal condición, entiende que debe tener un privilegio. Hay que trascender eso. Y ser conocido ayuda porque la vida de uno está en Google, hay un testimonio de vida muy largo. Yo tengo cincuenta años de mi vida en Google, donde no hay un solo escándalo. En mi caso, los evaluadores podían acceder a entrevistas que me hicieron hace cincuenta años.
-¿El proceso implica muchos meses?
-No tanto, cuando se comienza, pueden transcurrir unos cuatro meses. Es un tiempo de evaluaciones y donde la personita y el adulto se van conociendo. Además, ese niño o niña puede negarse, no sentir empatía. Los procesos no son largos, pero lo que es imposible es que te den un niño o niña en adopción si uno no está preparado psicológica y emocionalmente.
-¿Cómo fue esa primera vez entre ambos?
-Siempre es muy emotivo. Él estaba muy nervioso pensando que podría haber un rechazo y a mí me sucedía lo mismo.
-¿Dónde se vieron?
-En una confitería cercana al hogar donde él vivía.
-¿Quién lo llevó?
-Una asistente social.
-¿Sobre qué hablaron?
-Casi ni me acuerdo, es un shock, te olvidás todo. Pero creo que hablamos sobre sus gustos, sus amigos, la música que escucha, qué comidas prefiere. Yo soy más charleta, así que era la que más preguntaba. Él se mostraba más tímido.
-¿Estaba escolarizado?
-No, en ese momento trabajaba.
-¿Tenía noción de quién sos vos?
-Es muy jovencito, pero, cuando le hablaron de mí, comenzó a investigar un poco.
Ese primer encuentro fue fructífero y ambos manifestaron sus deseos de continuar con la vinculación. “Todo fue muy conmovedor, casi no pude dormir. Aparecen los temores, como cualquier mamá, como en un embarazo”, dice.
-¿Cómo siguió el proceso?
-En la segunda salida fuimos a comer, luego lo invité al teatro. Más adelante, conoció mi casa, pero sin autorización para quedarse.
Familia
-¿Cómo lo recibieron tus hijos, sus hermanos?
-La palabra “hermano” aún es una expresión muy grande; es una construcción que se da con el tiempo. Ellos me conocen y saben que lo que yo haga no los va a perjudicar y que, en cambio, va a beneficiar a una persona; tienen ese mismo espíritu solidario y familiar. Están acompañando.
-Antes de tomar la decisión, ¿lo charlaste con ellos?
-Sí, por supuesto.
-¿Cómo es la figura hoy en torno al proceso de adopción?
-“J” está en casa prácticamente toda la semana; va al colegio, comenzamos con sus chequeos físicos y seguimos construyendo.
-Construir la cotidianeidad, no debe ser sencillo.
-Hay alegría, sorpresa, extrañeza del comienzo. De a poco, se van entendiendo los gustos del otro. De pronto te encontrás en el supermercado comprando cosas que sabés que le gustan o pasando por una tienda y eligiendo una prenda que sabés que le falta. Y aparecen muchas charlas, permanentemente se dialoga. Y se hace una bajada lenta y precisa de valores, porque ellos tienen otros valores, otra realidad y tiempos. Ellos tienen que entender que el hogar al que llegan tiene sus reglas, pero uno también debe comprender que los chicos tienen las suyas, no se puede cambiar todo, es de a poco. Los chicos son maestros que te enseñan con sus valores, son solidarios. A veces, la gente cree que a estos chicos les importa mucho lo material, pero no les importa nada.
-Están en busca de otra cosa.
-Exacto. En los hogares de tránsito cuentan con abrigo, comida, juguetes y saben qué significa jugar con otros niños. Lo que les falta es el amor individual, el “yo te quiero a vos porque sos vos, porque te elijo”.
-“J”, ¿tiene vínculo con su hermana biológica?
-Sí, claro. Y ahora yo también lo tengo, incluso con la mamá monoparental que adoptó a la nena, una mujer divina.
-¿Salieron los cuatro?
-Sí, fue hermoso.
-¿Desde que edad “J” estuvo viviendo en el hogar que lo albergó?
-Desde los diez años.
-Con lo cual tiene mucha noción de su historia de violencia en el seno biológico.
-Tiene toda la noción.
-Escolarizarse habrá sido un gran shock.
-Pero él es un genio, le pone muchas ganas. Son demasiadas cosas nuevas, pero es voluntarioso para asimilar todo.
Vocación
A partir de su sensibilidad y su título de psicóloga social, hace décadas que Patricia Palmer viene llevando adelante una tarea de acompañamiento a niños y jóvenes que se encuentran viviendo en hogares con vistas a ser adoptados. “Fui referente afectiva por el Programa Abrazar del Gobierno de la Ciudad durante varios años”.
-¿En qué consiste esa iniciativa?
-No está muy difundida, así que invito a toda la comunidad a participar. Se recibe una capacitación, te hacen evaluaciones psicológicas, y, si todo va bien, uno se puede convertir en el referente afectivo de uno o más niños o niñas, lo que se quiera y se esté dispuesto a acompañar. Además, uno decide con qué regularidad puede verse con ese niño y sacarlo del hogar donde se encuentra viviendo para llevarlo a una plaza, a pasear durante los fines de semana. Para el niño es sumamente importante saber que afuera hay alguien que piensa en él. Esto modifica la conducta del chico, de sentirse infeliz, abandonado y, de alguna manera, despreciado, el referente afectivo le proporciona la posibilidad de sentirse único, elegido. Eso construye una autoestima que ya viene lastimada por la vida.
Palmer reconoce que “es muy importante esta iniciativa porque permite acompañar a los chicos en el tránsito por el hogar que, a veces, puede extenderse durante varios años, hasta que son adoptados”.
-A partir de ser referente afectiva, ¿nació el deseo de reincidir en la adopción?
-Cumpliendo con esa actividad, uno entiende que los niños grandes no tienen la posibilidad de ser adoptados. Los más chiquitos van saliendo del hogar, pero los grandes siempre se quedan. Se quedan con una carita cada vez más triste y, dada su edad, con una conciencia de lo que es una familia y, por otro lado, con esa sensación de pensar “no me quieren”, “algo debo haber hecho mal en la vida para que nadie me quiera”, por eso, se ven muchos casos de rebeldía. He visto cambios muy importantes en un adolescente adoptado, es cambiarle la vida, el destino, a una persona. Pero también he conocido casos de hermanitos que fueron separados, ya que los más chicos fueron adoptados y los mayores, no. Los grandes ceden esa posibilidad, como sucedió en el proceso de adopción en el que yo me encuentro, ya que, este niño, le cedió la posibilidad a su hermana para poder salvarla, pero eso hizo que fueran separados. A pesar que se trata de vínculos muy fuertes, los hermanos son lo único que tienen.
-Cuando te referís a chicos más grandes, ¿a qué rango etario te referís?
-Hay que pensar en adolescentes de doce o trece años hasta diecisiete.
-Si no es adoptado, ¿hasta qué edad un joven puede permanecer en un hogar?
-Hasta los dieciocho años.
-¿Qué sucede con ese joven cuando cumple esa edad y aún vive en un hogar?
-Se van a la calle, salen a la vida. El sistema es bastante disfuncional, a pesar que está lleno de muy buena gente y profesionales que trabajan de más para hacerlo funcional; pero hay desborde. Luego de la pandemia y con contextos de pobreza, esta situación se agravó mucho más.
-¿Se ven más chicos en los hogares?
-Muchos más, hay hogares que son de hacinamiento, duermen de a ocho personas, eso no es un hogar, sino un orfanato, una palabra que quedó en desuso, pero, en muchos lugares, sigue siendo así.
-A partir de tu tarea, tendrás una evaluación muy precisa de los contextos desde donde los niños llegan.
-Vienen de situaciones de mucha vulnerabilidad. Incluso sus padres también son víctimas del sistema, hay violencia, alcoholismo, adicciones. El sistema no los rehabilita y les saca a los niños para protegerlos, algo que se cumple, pero no llega a ser lo suficiente.
-El joven de 18 años que no fue adoptado, debe sentir una segunda sensación de abandono.
-Se sienten desplazados, no incluidos.
-Los hogares de tránsito, ¿enseñan oficios? ¿Con qué herramientas sale el joven a la calle?
-No se enseña nada, apenas si van al colegio. A veces, tienen alguna vinculación con alguien de su círculo biológico, pero no mucho más. No dejan de padecer ese entorno.
-En tu tarea de referente afectiva, habrán pasado muchos niños por tu vida.
-Un montón.
-¿Seguís en contacto con algunos de ellos?
-Sí, por supuesto, he conocido historias muy lindas y otras no tanto.
En su rol de referente afectiva, Patricia Palmer ha llevado a los niños y niñas a su casa para pasar desde las fiestas navideñas hasta vacaciones. “Para ellos, luego, es muy duro regresar al hogar donde viven, es doloroso. He vivido situaciones de llanto, de gritos, de frases como ´no me dejes´, que te rompen el corazón. Es algo que he llevado a mi espacio terapéutico, es muy difícil sobrellevarlo sola. Pero, a pesar de todo, es mejor que un niño conozca otros mundos y que sienta que puede acceder, que no se quedará siempre en un hogar, que entienda que puede ser provisoria su vida allí. Por otra parte, el referente afectivo tiene que comprometerse a un vínculo de por vida, es un compromiso para siempre, no se puede romper. Aunque es importante saber que el referente afectivo no tiene posibilidad de adopción, ese es otro camino que hay que seguir”.
La actriz remarca que no es afecta a contar su vida personal, algo que demostró a lo largo de medio siglo de trabajo artístico público, pero que su objetivo al visibilizar su historia de adopción es “alentar, comunicar que hay una cantidad de chicos grandes esperando que alguien vaya por ellos; son hermosos, se puede hablar sobre sus situaciones y experiencias, no es lo mismo que un chiquito. Tienen una conciencia muy firme y valorada de lo que es una familia, lo desean, van a poner todo de sí. A veces, hasta demasiado, y uno tiene que recordarles ´también sos un niño, no tenés que estar agradando todo el tiempo, algo mío te puede no gustar, te podés enojar´. Y es fundamental contar con buenos profesionales cerca, hay fundaciones que no cobran nada, todo es un proceso que toma su tiempo”.
“J” tiene cierta inclinación por la informática, pero también por el trabajo social. “Dice que cuando sea grande tendrá hijos biológicos, pero también va a adoptar, porque sabe qué significa”, cuenta.
-¿Te vio en el teatro?
-Sí, le gusta mucho.
Antes de partir, Patricia Palmer remarca: “En lugar de exigirles tanto a los políticos o a las instituciones, si cada uno que puede se ocupa de un niño, el país se salva”.
Más notas de Entrevista exclusiva
Más leídas de Personajes
“La vida es más dura que la ficción”. Thelma Biral: por qué dejó Brujas, la extraña enfermedad que la aqueja y el amor que no pudo ser
Impecable. Halle Berry sorprendió a todos al usar de nuevo el icónico vestido con el que ganó el Oscar en 2002
"Nos conocimos grabando". Lamothe: el sueño que busca cumplir, por qué es un galán “roto” y el romance que nació en Envidiosa
Se va de TN y eltrece. Sergio Lapegüe: “Es momento de salir de mi zona de confort”