Pato Carret: su verdadera pasión, su gran historia de amor con Cecilia Svendsen y el recuerdo de Zulma Faiad
A 9 años de la muerte del actor, que soplaría este mes 100 velitas, repasamos su vida y su carrera; “Mi papá fue un tipo íntegro, desinteresado y de perfil bajo”, aseguró a LA NACION su hijo mayor, Lisandro
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Actor, compositor, cantante, presentador y uno de los grandes del buen humor, Rafael “El Pato” Carret cumpliría 100 años este mes y ya hace 9 años que partió. Nació el 10 de septiembre de 1923 con el nombre de Rafael Carretta y murió dos día antes de su cumpleaños 91, el 8 de septiembre de 2014. Histriónico y buen imitador, ya en el colegio el papá de un compañerito entendió que Rafael tenía un don y con 9 años debutó en el teatro.
“Estaba en Tandil, en una colonia de vacaciones e hice unos versos y un pequeño cuadro. Y en el acto de fin de curso me vio Isidro Bello, actor, autor, director y escenógrafo y me llevó al teatro para hacer El arlequín de Otto Miguel Cione. Mi primera película fue Chimbela, en 1937, con Elena Lucena y Floren Delbene, y después Un bebé de contrabando con Luis Sandrini “, contó el actor en Historias con aplausos, hace algunos años. Multifacético y autodidacta, desde entonces Carret no paró de trabajar nunca hasta unos pocos años antes de su partida.
Mucho antes de ser actor, quiso ser futbolista y llegó a jugar en las divisiones juveniles de River Plate. También fue periodista deportivo para la Revista River, pero su verdadera pasión fue la actuación. En 1940 se integró, gracias a su creador Tito Martínez del Box, al programa de radio La caravana del buen humor, que luego se llamó La cruzada del buen humor y batió récords de audiencia a finales de esa década. En 1948 participó de la película Cuidado con las imitaciones, donde copiaba al personaje del Pato Donald y a partir de entonces se convirtió en el Pato Carret. Esa imitación no solamente le dio un apodo artístico sino también la posibilidad de ser parte de Los cinco grandes del buen humor, junto a Guillermo Rico, Juan Carlos Cambón, Jorge Luz y Zelmar Gueñol, pero ya hacía tiempo que imitaba al Pato Donald y lo recordó en un especial de Historias con aplausos: “En 1938 vi por primera vez un dibujito del Pato Donald, en el cine Porteño, que estaba al lado del Opera. Lo escuché atentamente, y cuando salí a la calle intenté imitarlo y a las dos cuadras ya lo hacía perfecto. Es un don que me abrió las puertas de La cruzada del humor”, relató. También contó que su ídolo era Mario Fortuna.
Y en esa misma entrevista, recordó a sus padres: “Mi papá, Michele, era agricultor en Italia y un día le enseñaron un oficio, tejedor de elásticos de cama, y a eso se dedicó toda su vida. Y mi mamá Domenica era una topadora”.
Los cinco grandes del buen humor filmaron más de 15 películas de tono picaresco que fueron un éxito de taquilla, entre ellas Cinco grandes y una chica, con Irma Roy; Locuras, tiros y mambos, Vigilantes y ladrones y El satélite chiflado. Hicieron giras por Cuba y España y luego de la muerte de Cambón siguieron filmando algunas películas más hasta que se separaron en 1965, pero conservaron siempre una estrecha amistad. Carret también filmó La cigarra no es un bicho, La procesión, El club del clan, Ya no tiene comisario el pueblo, Martín Fierro, El gran robo, El día que me quieras y Los muchachos de mi barrio, entre otras. La última película en que se lo pudo ver fue Siempre es difícil volver a casa (1992).
A mediados de los 50, participó de revistas y comedias como por ejemplo Nerón cumple, junto a Pepe Arias, Adolfo Stray y Nélida Roca; Quo Vadis, con José Marrone y Nélida Lobato; Las muchachas de antes no usaban bikini, Hay que cambiar los botones, Mi bella revista, Esto es París; La Lechuguita, y el Pato Volador, con Zulma Faiad; Maipísimo, con Jorge Porcel y Ámbar La Fox; El hombre de la Mancha, La Revista de Buenos Aires, ¡Qué revista en Tabarís!, Rosaluz, la más linda de la historia, Risas y algo más en Tabarís y El conventillo de la Paloma.
Zulma Faiad lo recordó para LA NACION: “Trabajé mucho con el Pato Carret y con su hijo Patito, también. Un gran compañero, un artista maravilloso. Cuando pasé del Maipo al Nacional hicimos Proceso a la revista y me acuerdo que, por primera vez, me daban porcentaje por la venta de entradas y fue glorioso. Ahí nos conocimos y después hicimos La lechuguita y el Pato volador, y Ringo Bonavena era la atracción y fue un éxito soñado. Y cuando volví de México para hacer Fantástica también estaba mi querido Pato. Lo tengo muy presente, lo recuerdo bien. Tenía una gran personalidad, disciplina, profesionalidad, amor a lo que hacía porque era sacrificado hacer dos funciones todos los días y tres los sábados y domingos. A su lado siempre hice éxitos arrolladores. Un beso al cielo, con todo mi corazón”.
En televisión también hizo Los cinco grandes del buen humor, en 1955, y luego La hostería encantada, La tuerca, Club social del tercer milenio, programas infantiles como Patolandia, La mañana de los chicos, y novelas como Inconquistable corazón, Ricos y famosos, y Mi ex, en 1999.
En 1994 tuvo una intervención quirúrgica por problemas de salud y casi pierde su voz, pero se recuperó y volvió a trabajar luego de un par de años.
Además guionó muchos de los programas en los que participó como Patolandia, Patolandia nuclear y editó discos infantiles como Fiesta infantil con el Pato, Super Canciones Infantiles, Ventanusca Magikusca. Pero eso no es todo además escribió algunas piezas folclóricas, entre ellas El tata está viejo, popularizada por Hernán Figueroa Reyes y Chango Nieto, y Mi cajita de recuerdos, interpretada por Los del Suquía.
Cecilia, su gran amor
El Pato Carret conoció a su gran amor, Cecilia Svendsen, cuando ella golpeó la puerta de su camarín. Él estaba haciendo temporada en el Teatro Coliseo de Mar del Plata, protagonizando Buenos Aires de seda y percal, junto a Mirtha Legrand, Mariano Mores y el Ballet del Chúcaro. Su hijo mayor, Lisandro Carret, le detalla a LA NACION: “La prima de mi mamá, Amanda, era una de las bailarinas y se olvidó un vestido en la casa, entonces mi mamá se lo llevó al teatro, bajó a camarines y golpeó la primera puerta que encontró. Le abrió mi papá, que la acompañó hasta el camarín de las chicas. Se ve que pegaron buena onda enseguida porque ya esa noche mi papá se ofreció a llevarlas a la casa y antes fueron a cenar con Amanda y su novio, que tocaba la guitarra. Fue en 1963 y cena va, cena viene, comenzó el romance del Pato y Cecilia”.
Estuvieron juntos hasta que él falleció. Tuvieron dos hijos, Lisandro, actor y conductor, y Román, pero les costó tener hijos. Según cuenta Lisandro: “Mamá no quedaba embarazada o los perdía a las pocas semanas. En el séptimo aniversario de casados, papá estaba haciendo una comedia musical, El hombre de la mancha, con Ernesto Bianco y Nati Mistral. Mi papá que interpretaba a Sancho Panza y tuvo que engordar unos kilos, aunque también usaba una botarga para simular la panza. Cuando terminó la comedia, se descompensó por el exceso de peso y fueron a descansar a Córdoba, al hotel el Rancho Grande, de Villa General Belgrano. La dueña del lugar les sugirió que fueran a pasear a Villa del Dique, que era muy lindo, le hicieron caso y estaban tomando un café en el único bar en ese momento cuando cayeron el intendente y muchas personalidades del pueblo, al enterarse que mi papá estaba ahí. Le hicieron un recorrido por la zona y lo entusiasmaron para comprar un terreno, frente al lago. Al poco tiempo empezaron a construir una casa y unos meses después se mudaron ahí y mi mamá quedó embarazada de mí. Vinieron a Buenos Aires para que yo naciera y a los diez días de vida fuimos otra vez a Villa del Dique y al año y cuatro meses quedó embarazada de mi hermano Román. Todavía tenemos esa casa y mi papá descansa en paz ahí, en el cenizario de la capillita de Villa del Dique. Nací el 23 de diciembre de 1973 y pasé mis primeros años allí. Recuerdo que mi papá viajaba en colectivo todas las semanas para grabar La tuerca. Fue una infancia hermosísima. Toda mi vida fuimos y vinimos”.
Lo mejor es la familia
Lisandro Carret recuerda también que fue gracias a su papá que él descubrió su pasión por el mundo del espectáculo. “Cuando yo tenía 4 años, mi papá hizo la película Patolandia nuclear, inspirada en el Hombre nuclear y ese fue mi primer papel en una película. Después estuve en la tele con Patolandia, un programa para chicos y a ese público se dirigió en agradecimiento por sus hijos. Para mí todo empezó como un juego y poco a poco se fue transformando en un trabajo, de la mano de papá que fue mi maestro, mi director, mi guía, mi mentor, mi referente. Y otra cosa muy linda es que a partir del 10 de diciembre asumo como Secretario de Turismo y Cultura de Villa del Dique, donde hay un centro cultural que lleva el nombre de mi papá, en su homenaje. Quiero aportarle a mi pueblo un granito de arena”.
Emocionado al recordar a su padre, Lisandro comparte algunas anécdotas con LA NACION: “Como padre siempre me inculcó el estudio, el esfuerzo, el estar preparado. Me decía que en este trabajo no abundan las oportunidades y que por eso es importante generar tus propios proyectos. Otra cosa que me decía es que nunca tenía que decir: ‘No pudo hacer esto’. Por ejemplo, si me llaman de algún programa en el que tenga que montar a caballo, manejar un auto, cantar o bailar, tengo que saber hacerlo. Entonces, desde muy chico, me enseñó de todo un poco. Era muy exigente, perfeccionista y me trasladó todo eso. Siempre le encontraba un pero a todo y me decía que podía mejorar. Yo modifiqué eso con mis propios hijos, pero a mí me sirvió mucho. Me enseñó a trabajar en equipo, a dar lo mejor para que todos podamos lucirnos. Y decía que la competencia era con uno mismo. Fue un tipo íntegro, noble, honrado, desinteresado, de perfil bajo, apasionado por su trabajo, que se tomó el colectivo hasta los 80 años cuando se retiró. Me acuerdo que hacíamos juntos un show que se llamaba El Pato y el Patito, que gustaba mucho. Y un día dijo que ya estaba cansado y que hasta ahí llegaba. En sus últimos diez años no quiso trabajar y llamaba a esos años ‘el reposo del guerrero’. Fue el mejor maestro pude haber tenido y no hablo sólo de la profesión sino que fue un maestro de la vida”. Y agregó: “Con papá desde muy chico nos unió la música también y con él aprendí a tocar la guitarra y el piano, con uno que tenía mi abuela en su casa. Me acuerdo que cantábamos una canzoneta napolitana, Pepino, que se la había enseñado su papá y ahora yo le enseñé a mis hijos. La música nos une en las reuniones familiares, una tradición que dejo mi papá”.
Otra anécdota que pinta al Pato Carret es una que sucedió en una gira en Choele Choel, Río Negro, con El show de Patolandia. “Nos pidieron hacer una función especial, nos contrató la municipalidad, fuimos al club donde íbamos a hacer el espectáculo y vimos que no había nada, ni siquiera escenario. Le preguntaron a mi papá cuánto era el cachet, a lo que mi viejo respondió con una pregunta: cuánto iban a cobrar la entrada. Así nos enteramos que era un show gratuito como regalo para el día del niño. Era una comunidad muy humilde y mi viejo, entonces, dijo que tenía tiempo, que iba a hacer el show y no les iba a cobrar nada y que si no había escenario, no importaba. Agarró unos cajones de gaseosa, unos tablones y armó un escenario él mismo y yo lo ayudé. Así hicimos el show y los chicos lo disfrutaron como locos. Veníamos de hacer el Estadio Obras para 5000 personas y de repente trabajaba para 300 pibes en un pueblito, gratis y sobre un escenario improvisado que él mismo armó. Ese era mi viejo, un tipo increíble”.
Para Lisandro y Román, Los grandes del buen humor era parte de su familia. “Venían todos a casa siempre y para mí eran mis tíos, no actores ni ídolos. El padrino de mi hermano era Zelmar (Gueñol) y recuerdo que cuando traía un regalo para mi hermano traía otro para mí; nunca hizo diferencia. Era un gran ser humano, gran actor y heredé toda su biblioteca porque se la regaló a mi viejo, y mi viejo a mí. Fue un gran mentor para mi viejo, le inculcó el hábito de la lectura. A Guillermo (Rico) y Jorge (Luz) los vi hasta sus últimos días. Los dos estaban internados en La Providencia, al mismo tiempo, y yo me acercaba a darles de comer a los dos porque es lo que hubiera querido que alguien hiciera por mi papá. Los visité siempre y con Guillermo pasé un cumpleaños porque en ese momento estaba alejado de los hijos y fui con una torta a su casa y nos pusimos a cantar. Me encantaba escuchar sus anécdotas. Para mí eran familia”.
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