Paolo, el rockero: su vida luego de su internación en un hogar psiquiátrico
A muchos, el nombre de Jorge Montejo quizás no les resulte reconocido. En cambio, Paolo, El Rockero, el personaje al que le da vida desde la década del ´80, resuena amorosamente en la memoria de esa generación que hoy ronda los cuarenta y tantos. "Cuando hablo en serio soy Jorge Montejo, mucha gente piensa que me comió el personaje, pero no es así", explica el actor a LA NACION, desde su casa en un apacible barrio de Tandil, ciudad donde también viven su padre y su hermano. Su historia tiene todos los matices posibles: conoció el éxito y esa popularidad que trasciende estratos sociales, pero también supo de los dolores más profundos del alma humana. "No ando en nada raro, quédate tranquilo, eso lo dejé en 2015, por eso estoy tan bien", dirá ante el elogio por el tono entusiasta con el que se lo escucha. Ese "no ando en nada raro" es confirmar que ha superado su adicción a la cocaína, flagelo que ha diezmado su cuerpo, y ha concluido una extensa internación en un hogar neuropsiquiátrico. Justo él, que hizo reír a tantos, padeció el ostracismo buscando encauzar su físico y el equilibrio de su mente.
A lo largo de la charla no dejará de reírse, de intercalar sus parlamentos con algún chiste y, desde ya, aparecerá más de una vez Paolo, siempre bienvenido para aportar su mirada sobre los temas conversados. Y sí, escuchar el "chauuu locooo" de Paolo en vivo y en directo hasta causa cierta emoción. El rockero naif también está ahí, del otro lado del teléfono. A Montejo se lo percibe con tanta energía como a su famosa criatura de ficción o acaso más. La fortaleza de Paolo apuntaló a un Jorge más débil, pero que transitó su propia resurrección, luego de aquella crucifixión sin clavos, pero igual de dolorosa.
A los 62, "diez menos que el Indio Solari", el hombre nacido en Caballito volverá sobre sus pasos y recordará: "Aquellos tiempos de oscuridad fueron un desastre, perdí mi trabajo y mis cuatro Harley Davidson". Al pan pan. No se anda con vueltas a la hora de contar su historia, está en un buen momento para hacerlo.
Desde Tandil, interactúa con sus fanáticos en las redes sociales, compone canciones y crea nuevos personajes que le van ocupando el pensamiento en esa búsqueda por entenderlos, por saber cómo hablan, quiénes son: "El Pibe Shell es uno de los más nuevos, se llama Mariano. Espero que las estaciones de servicio sean mis sponsors", bromea o no tanto, mientras sueña con volver a subirse a un escenario. En Tandil vive junto a su acompañante terapéutico, rodeado de su familia y de la mirada de su hijo Juan, quien reside en los Estados Unidos, pero sigue de cerca la cotidianeidad de su padre y sus necesidades.
Tocar fondo
La adicción lo atravesó en el mejor momento de su carrera y hoy puede decodificar que la razón primigenia que lo llevó al consumo de cocaína estuvo vinculada a sus afectos más cercanos. "La gente dice que entré en eso porque me movía en el ambiente artístico, pero nada que ver", bucea en su memoria.
-¿Cuáles fueron las razones?
-Me había dejado una chica que amaba mucho y con la que salí desde 1988 hasta 1993. Me sentí mal, vi a unos chicos que estaban haciendo eso y probé. Un amigo me dijo: "Jorge, mirá que esto te puede hacer perder todo", pero no le di bola.
-Aquel amigo tenía razón.
-Por eso les aconsejo a los jóvenes que nunca se prendan de eso. Si se sienten mal tienen que pedir auxilio. Se necesita siempre ayuda profesional, un psicólogo y un buen psiquiatra que te medique, además de los buenos amigos que te pueden aconsejar.
-¿Cómo aparece la posibilidad de la internación?
-En un momento dejé de tomar la medicación y eso me dio un pico maníaco, vamos a hablar sobre eso también. Antes, el tema de la droga era un tabú, pero hoy en día hablás sobre eso y puede ser un consejo para la juventud.
El problema que me llevó a perderlo todo fue la cocaína, así que aconsejo a los chicos que no se agarren de eso, es terrible
-¿Cuánto tiempo estuviste internado en los hogares?
-Las internaciones empezaron en 1999 porque me mataban con las pastillas, me babeaba por la boca.
-¿Escucharon tus reclamos?
-Me empezaron a dar menos pastillas y comencé con la internación, me psiquiatrizaron.
-¿Quién decidió que te bajaran la dosis de medicación?
-Lo fuimos a ver al psiquiatra para que chequee los remedios que tomaba para el tema maníaco. Cuando los ve me dice: "¿Te hace mal uno o cuatro huevos fritos? Lo mismo pasa con esto, tenés que tomar hasta tres pastillas". Te digo más, solo necesité tomar una sola.
-Estabas sobremedicado.
-Sí y ya había pasado el período maníaco.
-A la situación maníaca, ¿llegás como consecuencia de la adicción?
-Sí. Ahora ya no estoy muy medicado y no tomo alcohol porque se puede mezclar con la medicación y eso hace que no cumpla con su función. No tomo ni una gota. Además nunca fui alcohólico, sino adicto a la cocaína, tampoco fui porrero. El problema que me llevó a perderlo todo fue la cocaína, así que aconsejo a los chicos que no se agarren de eso, es terrible. Pero ya pasó, prefiero quedarme con los lindos recuerdos.
-Contame alguno.
-Me acuerdo que cuando hice temporada en Villa Carlos Paz con Nito Artaza, una noche fuimos a cenar y se me acercó Ricardo Darín que me dijo: "Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Te felicito por los lindos momentos que nos hacés pasar a mi señora y a mí".
-¿Qué le respondiste?
-Le agradecí sus palabras, le dije que la admiración era mutua, pero que era muy tímido y por eso no me había animado a acercarme a saludarlo. Alberto Olmedo era igual, muy tímido en la vida y se transformaba en el escenario. Ahora cambié, ya no soy tan tímido, me solté un poco.
Marca registrada
Pelo largo enmarañado, pantalón de jean con agujeros, morral tejido colgado atravesado, collar con el símbolo de la paz en metal, sandalias. "Paz men". Su personaje fue convocado para presentarse en televisión, cine y teatro, y hubo un tiempo donde su agenda laboral se abarrotaba de presentaciones en discos y fiestas privadas. Paolo, aquel rockero naif más cercano al té de jengibre que al Fernet, fue la llave que le permitió ingresar a las grandes ligas para hacer aquello con lo que siempre soñó: el humor mixturado con la música. "Es un personaje al que no le pasa el tiempo", reflexiona.
-¿Cómo nació Paolo?
-Fue caminar y caminar, recorrer el underground. Yo frecuentaba un bar que se llamaba Einstein, cuyos dueños eran Omar Chabán y Katja Alemann, ahí lo conocí a Luca Prodan, antes de Sumo. Tengo anécdotas con él, con Spinetta y con la mar en coche. Me dicen el mono, porque me voy por las ramas...
Se celebra, cumple con el rito de la humorada casi como un mandato autoimpuesto. "Cuando recorría el under, formaba un dúo que se llamaba Las Personas, éramos dos. ¿Cuántos íbamos a ser si era un dúo?". Otra vez la risa. Disfruta de su impronta y de escuchar la risa ajena.
-¿Y Paolo?
-Federico Peralta Ramos le comentó a (Horacio) Fontova que tenía trato con un pibe que hacía imitaciones. Fontova no quería saber nada porque estaba harto de las imitaciones de Sandro y Sergio Denis, pero cuando me vio hacer a Charly García y al Flaco Spinetta se convenció. Ahí empecé a trabajar en su bar, me dio una mano bárbara. Después de debutar allí, Mabel, mi mujer de esa época, había conseguido el número de Ohanian Producciones, que era muy importante porque manejaba a artistas como Soda Stereo. Ella decía que tenían que conocerme los productores. Finalmente, logramos una entrevista. Lo curioso es que soy muy tímido, pero me puse los bigotes y entré a la oficina imitando a Charly: "Hola, say no more". Lo increíble fue que estaba el hermano de Charly en una reunión y cuando me vieron entrar le dijeron: "Acá está tu hermano".
-¿Cómo te fue en la entrevista?
-Me explicaron que ellos se dedicaban a lo musical y que lo mío era más televisivo, así que me dieron el teléfono de Badía y Cía. Me voy a Canal 13, donde me abrieron las puertas de par en par porque venía recomendado por Ohanian. Hice dos pruebas, la segunda con público y con Juan Alberto Badía mirando.
-¿Cómo anduvieron?
-Les encantó, así que me hicieron participar en un concurso que se llamaba "Todo nuevo", pero ganó Carlos Román. Lo que él hacía era más entendible, lo mío era transgresor para la época.
-¿En "Todo nuevo" interpretaste a Paolo?
-Hacía a un gaucho y a Paolo. En la segunda prueba arranqué con el guacho y de repente digo como Paolo: "Chau loco", a Badía le encantó. A pesar de haber salido segundo, y ya que le había gustado tanto mi personaje, mi pareja me aconsejó ir a verlo.
-De más está preguntarte si fuiste o no.
-Aproveché que él hacía Badía y Cía. y me fui un sábado a saludarlo. Ni bien me lo crucé en un pasillo del canal me dijo: "Este año institucionalizamos a Paolo".
-¿Por qué se llama Paolo?
-El personaje ya se llamaba Paolo, pero Badía pensó que le faltaba algo. Primero surgió Paolo, "el hippie", pero le dije que los hippies se iban a extinguir. Pensando un poco más, a Badía se le ocurrió "rockero".
-El éxito de Paolo es para celebrar. Sin embargo, ¿sentís que te han encasillado?
-Quizás, por eso tengo otros personajes.
-¿Nunca padeciste a Paolo?
-No, para nada y le agradezco a Badía por todo lo que me dio. Te cuento una anécdota: Juan Agustín, que es el nombre de mi hijo, no es un nombre común. Cuando fallece Badía, me entero que su hijo también se llamaba así. Me emocioné mucho, se me puso la piel de gallina.
-¿Qué lenguaje te interesa transitar más: el humor o la música?
-No quiero ser Juana Molina. Ella hizo lo que sentía, pero yo no puedo dejar el humor a pesar de hacer música. No quiero sacarle la sonrisa a un adolescente.
-¿Cuál considerás qué es tu público?
-Los chicos me conocen a través de los padres, por eso me siguen mucho los niños.
-Paolo tiene un código muy cercano a los chicos.
-Es muy inocente, a diferencia del humor de Capusotto que es más político.
-Además de la creación del personaje de Mariano, ¿qué más estás haciendo?
-Estoy mostrando canciones en YouTube, pero no dejaría la comicidad porque me parece que la gente lo necesita. El canal está creciendo, quiero tener muchos suscriptores para que me paguen y, cuando termine la pandemia, hacer shows en vivo. Además estoy preparando a un pibe de barrio: "¿Qué hacés culo de carpintero?".
Otra vez aparece ese otro yo. Festeja la ocurrencia con la voz del personaje y explica: "Tiene hermanastros y anda en una moto con escape finito. Se llama Vejiga".
Volver a empezar
Con la internación como recuerdo, Jorge Montejo hoy transita las calles de Tandil mientras aguarda la posibilidad de volver a trabajar en Buenos Aires. Desde los Estados Unidos, su hijo le marca el paso: "A veces discutimos, me reta. Si yo le hubiera dicho a mi viejo lo que él me dice a mí, todavía me estaría pegando".
-Seguramente lo hace para protegerte.
-Totalmente, me cuida mucho. Su mejor amigo vive en Tandil, así que no me hace falta nada. Es el hombre orquesta. Tuve un pico de ansiedad y él llamó a los paramédicos. Enseguida se me pasó. Debe haber sido porque tenía que hacer una nota importante con LA NACION.
-¿Cuándo tuviste el pico de ansiedad?
-Hoy a la mañana.
-¿Estás bien?
-Sí, sino no podría estar hablando con vos.
En aquellos tiempos de gloria, Jorge Montejo era reclamado para integrar los elencos de películas familiares como la saga de Bañeros o Brigada Z. Paolo era un personaje que rendía y se adaptaba a los diversos formatos: "Una vez me dijeron: ´Podés tener muchos personajes, pero Paolo es leyenda argentina´. Ahí tenés un título: ´Paolo, leyenda argentina´". Y, una vez más, aparece esa risa contagiosa de celebración de la vida.
-Gracias, Jorge.
-Quiero agradecer a los médicos que me están atendiendo en este momento y le mando un saludo a mi hermano y a mi papá.
-Le enviás saludos a tus médicos, hablás sobre tus padecimientos y le quitás el velo a un tema tabú. Es muy sano eso.
-Hay que agradecerles a los médicos. Soy muy consciente que necesito tomar la medicación, ya que muchas veces me han internado por dejarla. Ahí es cuando uno entra en el delirio, te creés que sos Dios. Cuando me agarra, me preguntan cómo me llamo y digo: "Soy Dios, porque soy Dios. Si te digo que soy Dios soy Dios". Entonces me vuelven a preguntar y ahí digo: "Jorge Montejo". O sea que la locura es un juego, pero la locura hay que hacerla en el escenario, no en la vía pública. Si querés jugar a ser el loco, expresate en el escenario.
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