“Cuando la gente me ve por la calle, lo primero que recibo es un reto: ‘¿Por qué no está en la televisión?’”, cuenta el destacado animador, una de las voces más reconocidas de los medios locales
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-¿Usted está retirado?
-Jajaja. Pasa el tiempo y asumo que quizás debo estarlo, porque todos saben que en este momento no estoy en la tele, en la radio o haciendo publicidades. Fue sin darme cuenta y sin querer. Pero estoy activo en cuanto a curiosidad y a estar al tanto de las cosas. Mi actividad social y afectiva sigue a pleno.
Desde el sillón predilecto de su amplio y luminoso departamento de Palermo, con vista privilegiada a una amplia zona de la geografía porteña, Pancho Ibáñez habla del presente en el comienzo de un largo mano a mano con LA NACIÓN. Pero la charla va y viene entre la actualidad y los recuerdos. En una de las paredes hay un retrato suyo que lleva la firma del destacado pintor valenciano Juan Borrás Casanova. “Tendría seis o siete años en ese momento. Fue en Barcelona”, dice con su voz inconfundible e intacta, como en los mejores tiempos de una carrera que le brindó grandes reconocimientos aquí y en el exterior.
“El 2 de julio cumplí 80 años –dice con serenidad en el rostro-. ¿Tengo la exigencia de seguir trabajando solo porque hay que hacerlo? No. Puedo viajar, puedo estar con mis hijos y mis nietos, puedo disfrutar el tiempo con amigos, mucho más que en otros momentos. Lo del retiro laboral es relativo. Todo esto pasó sin darme cuenta y sin querer”.
Dice que, en ese sentido, la pandemia resultó decisiva. En ese momento, casi todos los contactos y vínculos profesionales a través de los cuales surgían proyectos y ofertas de trabajo se suspendieron “mientras tanto”, hasta ver qué pasaba con la evolución del Covid-19. “Y al final no pasó nada. Todo se diluyó en el tiempo”, precisa. Allí surgió el refugio del hogar junto con su esposa Sofía, con quien festejó hace muy poco 55 años de matrimonio. Y una familia grande que tiene al alcance de la mano.
“A diferencia de lo que le pasa a la mayoría de mis amigos, con hijos y nietos dispersos por el mundo, yo tengo a mis tres hijos viviendo aquí, entre la capital y el Gran Buenos Aires -se emociona-. Y cada uno con sus nietos, que felizmente respetaron todas las proporciones. La mayor, Ximena, tuvo dos mujeres. Yago, el del medio, un varón y una mujer. Y Macarena, la menor, dos varones. Mis nietos, divinos, van de los 20 a los siete años. Te llevan a diferentes momentos de tu vida y a hablar de diferentes temas.
-No deja de ser curioso este hecho tan ajeno a la diáspora para un hombre como usted, que pasó mucho tiempo viviendo y trabajando fuera de la Argentina. Además de ser un gran viajero.
-Viajo desde una edad similar a la de mis nietos más chicos. Pero soy porteño, nací en el barrio de Flores, allí está mi niñez. Pedernera 156, entre Ramón L. Falcón y Juan Bautista Alberdi.
-¿Alguno de sus hijos siguió la línea vocacional de su padre?
-Hay puntos en común con los temas del arte y la comunicación. Ximena estudió Bellas Artes. Macarena, Diseño de Imagen y Sonido. Yago es arquitecto y heredó como mi hija mayor mi vocación por el dibujo. Nunca estudié ni fui a una academia de arte. Tengo facilidad innata para estas cosas. Así como digo que soy actor, aunque no ejerzo, o me reconozco como dibujante. Actor se nace, es toda una vocación. Y alguna vez pensé en dedicarme a eso.
-Cuando tiene que hacer un trámite o un documento, ¿qué profesión declara?
-Les digo que pongan “comunicador”. Parece grandilocuente, pero me suena muy simple. Yo comunico cosas y en general trato de que sean positivas. Nunca hablo de temas sensacionalistas, ni de accidentes o catástrofes. Me gusta decir algo que sea recordado porque fue útil, porque le enseñó a alguien lo que no sabía.
-¿Quedó en su memoria algún momento especial en el que pudo llevar ese propósito al máximo?
-Cuando la gente me ve por la calle, lo primero que recibo es un reto: “¿Por qué no está en la televisión?” Me lo dicen como si fuera el dueño de los canales y la culpa de estar afuera fuese toda mía.
-¿Y qué les responde?
-Les agradezco y les sugiero que llamen a los canales, que pregunten allí por qué no estoy. Pero admito que es una escapatoria, porque nunca me dediqué a autopromocionarme o a buscar a un buen representante. Después están los que se acercan y me dicen que me veían en tal o cual programa. Quedó siempre esa impronta, después de muchísimos años.
-¿Y usted qué recuerda de esos tiempos?
-Que nunca hice algo que no me gustara, aunque estuviera de moda y me ofrecieran muy buen dinero. Puede sonar egoísta, pero todo lo que hice en los medios hablando de geografía, historia, música, eran cosas que realmente me gustaban y tenía ganas de compartirlas. ¿Por qué tendría que disfrutarlas nadie más que yo?
Emblema de credibilidad
-¿Y en el caso de la publicidad? Allí le tocó hablar de marcas y de productos. Materiales ajenos, promovidos a través de los avisos.
-Nunca acepté “vender”, entre comillas, un producto que no conociera o no usara. Tenía que estar al tanto de sus características antes de grabar el aviso. Y nunca acepté hacer publicidad en primera persona. “Somos la fábrica blá blá y tenemos tal producto”. La gente siempre supo que yo no era parte de una empresa, solo comunicaba o transmitía ciertas cosas. Creo que siempre me llamaron porque transmitía credibilidad. Eso me obligaba a estar muy informado.
-¿Mantiene algún contacto con colegas o figuras de la comunicación de las nuevas generaciones?
-En general, no. Mi vida social pasa por los amigos de la vida, de la secundaria, compañeros del Liceo Naval.
-Tampoco se lo ve como un hombre de consulta. Como si los medios no tuviesen en cuenta a figuras de conocimientos como los suyos, con una experiencia que podríamos llamar clásica.
-Tal vez tenga que ver con lo que comenté antes. Todos los días alguien se me acerca y me pregunta por qué no estoy en la tele. Pero al mismo tiempo, yo nunca salí por los medios a comunicar públicamente que estaba retirado o a anunciar oficialmente que no cuenten más conmigo.
-Usted nunca dejó de trabajar y de ser visible en los medios hasta que llegó la pandemia.
-Sin decir que sí a cualquier cosa, eligiendo bien, en menor escala. En mi carrera fueron muchas más las veces que dije “no” frente a las que dije “sí”. La gente siempre me reconoce al escucharme, no puedo ser un comunicador anónimo. Por eso no puedo decir cualquier cosa, sino solamente aquello en lo que creo de verdad.
-¿Ve televisión, escucha radio? ¿Hay algo que le agrade o le interese?
-Últimamente veo una vulgarización en los medios. No solo en el lenguaje, sino también en los contenidos. La televisión es un medio maravilloso que atrapa a millones de personas. Por eso me encantaría que, del dueño para abajo, todos tengan conciencia de su responsabilidad para elevar a la sociedad en el sentido más amplio de la palabra.
-Siempre se habló de usted como una persona de enorme curiosidad e interés por una gran cantidad de temas.
-Soy un curioso universal. Pero justamente por eso la curiosidad puede resultar muy frustrante. Me siento como un diletante renacentista al que le gustan mil cosas y no podrá conocer ninguna a fondo. Por eso me ubico en el punto opuesto del especialista, ese hombre admirable que dedica una vida entera al estudio de algo muy pequeño que puede transformarse en un descubrimiento memorable.
-¿Tiene posición tomada sobre el momento que vive la Argentina?
-Así como admiro a los grandes especialistas, me molestan mucho los dueños de la verdad. Dicho en el buen sentido y no como un impedimento para actuar, creo que el ejercicio de la duda es muy importante. Nadie tiene la verdad absoluta. ¿Por qué el que no piensa como uno está visto como el enemigo, lo opuesto de manera definitiva? No se trata de blanco o negro, del día o la noche. Y esto lleva a otro peligro.
-Me imagino. El cuestionamiento que suele hacerse a los que están siempre en el medio.
-A mí el calor me molesta mucho y el frío también. A primera vista, lo tibio puede resultar mucho más agradable. Lo disfrutamos más. ¿Eso es mediocre? No, eso es ideal. In Medio Virtus, decían los clásicos. La virtud está en el centro.
-También está el riesgo de que los autodenominados dueños de la verdad terminen llevándose por delante a quienes adoptan una conducta más cautelosa, prudente y equilibrada. Sobran ejemplos. ¿Tiene respuestas frente a esa situación?
-Creo que es posible la confrontación de ideas en paz. Podemos salir enriquecidos de esa situación. Me parece ridículo ponerse de acuerdo para no discutir. Y me parece absurdo no discutir porque de entrada rechazo lo que piensa el otro. Eso que dicen tan bien los españoles: “La cosa es así porque la digo yo”.
-¿Y desde qué lugar usted participa de esa confrontación pacífica?
-Puedo estar equivocado, pero jamás voy a defender algo en lo que no creo y porque está de moda. Mis valores son muy sencillos: la honestidad profesional, saber reconocer los errores, transmitir cosas positivas para que los demás las conozcan, la puntualidad.
En el extranjero
-Un gran hito de su carrera profesional fue su paso por Radio Nederland. Muchos descubrieron su voz en aquel momento, antes de darse a conocer en la televisión argentina.
-Estuve allí de 1969 a 1974.
-¿Y cómo llegó allí?
-En 1968 estaba a punto de recibirme de abogado en Santiago de Compostela. En ese momento mi padre era el encargado de negocios de la Embajada Argentina en Budapest y me fui a pasar la Navidad allí. Mi padre, Adolfo Marcial Ibáñez, nacido en Ranchos, provincia de Buenos Aires, fue diplomático toda su vida y tenía la ilusión de que yo siguiera esa misma carrera. Saqué fuerzas de no sé dónde en ese momento para decirle que había decidido otra cosa. Le dije que me sentía en condiciones de ser diplomático, facilidad para los idiomas, un gran ejemplo en casa y que me iba a llenar de orgullo representar a mi país. Pero no podía aceptar la idea de que en cada cambio de gobierno iba a terminar subordinado a los embajadores políticos. Mi padre había sufrido mucho por eso. Para mi sorpresa, me felicitó y me preguntó que me gustaba, porque en la vida hay que seguir la vocación que uno tiene.
-¿Y usted que contestó?
-Que me gustaban los medios de comunicación, el teatro, la dirección de cine. Y que me iba a tomar un tiempo para decidirme. Fue la última vez que hablé con él. El 9 de julio siguiente, mientras preparaba la fiesta patria en la embajada, murió de un infarto. Eso me sirvió para acelerar las decisiones. Ya con el título de abogado me fui a Madrid y empecé a tocar timbres. Estaba dispuesto a hacer radio o actuar con acento español. Hasta que un amigo me pregunta si estaba dispuesto a irme a Holanda. Estaban buscando locutores. Me dio una tarjeta, la guardé en el bolsillo y seguí buscando.
-¿Qué pasó después?
-Unos diez o 15 días más tarde voy a un casting para una película de tema bélico que se iba a filmar en Marruecos. Necesitaban actores que supieran inglés y con algún conocimiento de la guerra. Era una tarde de enero y me acordé de la tarjeta que tenía en el bolsillo y decía Servicio Audiovisual Internacional, porque la dirección estaba cerca. Toqué timbre y pregunto por el señor don José María de Olona y Armenteras. ¿Y usted quién es?, me dice. “Don Juan Francisco Ibáñez y Echeverría”, le contesté. Parece un sketch. Al final nos tratamos como Pepín y Pancho.
-¿Usted llegó a través de él a Radio Nederland?
-Me dijo que no encontraban al locutor. Me preguntó qué estudios tenía y si hablaba idiomas. Le dije que ya era abogado y que se me daba bastante bien el inglés, el francés, el italiano, algo de portugués. Siempre tuve esa facilidad. Agarró el teléfono, pidió una llamada de larga distancia y se puso al habla con el jefe de la sección iberoamericana de Radio Nederland, en Hilversum. “Ya está, ya lo tengo aquí”, le dijo. Inmediatamente me pregunta: “¿Tú cuándo te puedes ir a Holanda?”. Firmé contrato por tres años con un sueldo buenísimo. Llamé a Sofía, con la que entonces noviábamos, y le dije que nos podíamos casar, pero antes tenía que viajar a Holanda. No lo podía creer. El 16 de enero estaba volando a Hilversum y el 24 de julio nos casamos en Ferrol, la ciudad natal de mi mujer. Hace 55 años que estamos juntos.
El regreso
-Al final se quedó más tiempo.
-Los tres años se transformaron en seis. Allí nacieron Ximena y Yago. Y cuando terminaban esos seis años me propusieron un puesto fijo que aseguraba el resto de mi vida. Y yo no quería tener las cosas organizadas hasta el entierro. Es un país hermoso, pero yo tenía otros planes. Prefiero la incertidumbre, los desafíos. Me habían llamado de la BBC en español, también me tentaba volver a España para que los chicos hicieran la escuela en su idioma natal. Hasta que un día el director de Radio Nederland me preguntó si quería ser el representante de la emisora en Sudamérica. La sede estaba en Buenos Aires.
-Y usted aceptó.
-Volvimos en 1974. La oficina estaba en Córdoba y Suipacha. Estuve allí hasta 1982. Después de Malvinas decidieron cerrar la oficina. “Usted se vuelve a Holanda”, me dijeron. Agradecí y dije que no. Me zambullí en la incertidumbre, sabía que algo iba a salir acá, ya tenía contactos hechos en los medios.
-¿Usted había estudiado locución en Europa?
-Nunca. Ahora estaba obligado a ir al ISER porque para hacer publicidad tenía que sacar el carnet de locutor. Me preparé como libre, di todos los exámenes y ahora soy locutor nacional.
-¿Pensó en algún otro momento en volver a irse y trabajar en el exterior?
-Nunca. Los chicos estaban creciendo, ya me había reencontrado con mis amigos, viajábamos todos los años a España para que mi mujer pudiese ver a su familia. De hecho, hoy tengo tres hermanas viviendo en España, una en Vigo, otra en Madrid y otra en Barcelona. Pero decidí quedarme acá y hacer mi propia carrera.
-¿Cómo llegó a la televisión argentina?
-Gracias a la Fórmula 1. Yo era uno de los pocos miembros argentinos de la International Racing Press Association. Entraba en los pits de las carreras con mi máquina de fotos haciendo notas para revistas españolas. Tuve una gran relación con Carlos Reutemann, lo visitaba en su casa de Cap Ferrat, conversamos mucho. A partir de eso me llamaron del viejo Canal 11 para hablar de automovilismo en un programa largo, deportivo, que se llamó Match Once. Y con el tiempo pasé a ser el conductor. Lo que más me gustaba del deporte no eran los resultados, sino sus historias.
-Allí nació El deporte y el hombre.
-Duró 10 años contando historias que emocionaban y sorprendían sobre hechos y figuras deportivas. Fue una de las cosas que más me gustó hacer. Mientras tanto, tenía otras inquietudes, sobre todo los programas que premian el saber. Creo que la gente me recuerda sobre todo por eso.
-Como Tiempo de siembra.
-Y también por un programa que me encantaba. Se llamaba Historias, por ATC. Contaba la historia del ferrocarril, de la aviación, del automóvil. Me gustan mucho las novelas históricas, las de Arturo Pérez Reverte por ejemplo. La geografía, los libros de viajes. El humor de Les Luthiers, lo más alto en la materia, que viene además con el regalo de la música.
-¿Y algún lugar en el mundo que lo haya impactado?
-Praga. Allí está toda la historia de Occidente, de las guerras y de las religiones. Mil cosas. Estuvimos 15 días y me resultaron muy cortos.
-Se lo escucha con la misma voz de siempre, la de sus grandes momentos en la radio y en la tele. ¿Aplica algún cuidado o entrenamiento para mantenerla así?
-Me cuido inconscientemente. Yo no fumo para tener bien la voz, sino porque me parece un horror.
-Vuelvo al principio. ¿Usted está retirado?
-Dejo la puerta abierta. Me gustaría, por ejemplo, que alguien dijera en la tele que querría contar con una voz reconocida, que pueda identificarse fácilmente, para contar hechos o acontecimientos interesantes de la historia o del presente. Hacer ese tipo de narraciones en off me gustaría mucho. Sería como volver a los orígenes, a la identidad del trabajo que siempre hice con la voz. Renacer.
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