Pamela Anderson, esa rubia debilidad que rompió con su pasado, le dio la espalda a los mandatos de Hollywood y se encamina hacia los premios Oscar
La modelo y actriz es una de las favoritas de los críticos por su papel en The Last Showgirl, el film que dirigió Gia Coppola, la nieta del legendario realizador
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“Te contrataron porque eras sexy y porque eras joven y ahora ya no tenés eso para ofrecer. Que pase la que sigue”. La dura frase llega en uno de los momentos culminantes de The Last Showgirl, el film dirigido por Gia Coppola (nieta de Francis Ford) y protagonizado por Pamela Anderson. Es ella o más bien su personaje, Shelly, la que recibe ese comentario en medio de una audición para bailarinas en Las Vegas, la ciudad en la que lleva treinta años trabajando en uno de esos shows con artistas semidesnudas adornadas con plumas, lentejuelas y concheros.
“Tengo 57 años y soy hermosa, hijo de puta”, le contesta Shelly. Y de alguna manera lo dice también Anderson, que comparte con su personaje mucho más que la edad y la piel que habita. Como su criatura, la actriz canadiense lleva toda una vida en el ojo del público, que durante años la consideró solo una cara bonita y un cuerpo exuberante para admirar. Pero a diferencia de Shelly, Anderson hace tiempo decidió librarse de las exigencias impuestas por las miradas de los otros.
Ella, la chica de Playboy que más tapas tuvo -14 en total- en la historia de la revista, la rubia debilidad de tantos durante sus años usando el traje de baño rojo de Baywatch y la involuntaria protagonista del primer video sexual vendido al mejor postor, ya se había resignado a que su carrera como actriz quedara relegada. Nadie parecía interesado en mirar más allá de la superficie ni olvidar los tropiezos de su vida sentimental que la prensa chismosa se esmeró por reportar siempre con un más de una pizca de nada disimulada misoginia.
Dedicada a la escritura y a sus iniciativas en defensa de los animales y el medio ambiente, la actriz hizo mucho por desprenderse de los prejuicios instalados en el público, que recordaba sus escándalos y el frenesí que causaba su trote en cámara lenta en Baywatch pero prefería olvidar lo mal que los medios la habían tratado, limitándola a la imagen de la bomba sexy, tonta y promiscua que se habían inventado para ella. Tal vez la consecuencia más brutal de esa confusión haya sido el recordado incidente ocurrido en Punta del Este, cuando Anderson fue atacada por una turba de curiosos que se habían acercado a conocerla.
Con todo eso, lo cierto es que, se sabe, nada le gusta más a Hollywood que una historia de caída y redención. O esos relatos de un triunfo contra todo pronóstico de los que Anderson ya hace un par de años, y especialmente desde la publicación de su libro de memorias en 2023, es la protagonista soñada. ¿Quién podría imaginar un arco dramático más extremo que el de su historia personal y profesional? La trayectoria de la actriz y autora ya tenía material para llenar tres biopics distintas antes de que The Last Showgirl se cruzara en su camino, un abanico de desgracias y triunfos que comenzaron en su difícil infancia con un padre alcohólico, los abusos que sufrió de niña y adolescente, continua con el inesperado éxito a su llegada a Los Ángeles, el suceso televisivo, el matrimonio con el rockero Tommy Lee, el nacimiento de sus hijos, el video sexual robado, el divorcio de Lee, las relaciones sentimentales transformadas en chismes y la actualidad de su vida en la granja canadiense que le compró a sus abuelos.
Tamaña epopeya le hubiera alcanzado a cualquier guionista talentoso para escribir una historia a su medida. Pero aún hasta al más imaginativo de los escritores le habría costado desarrollar este desenlace: con la temporada de premios apenas comenzando, Anderson ya figura entre las candidatas más firmes para conseguir una nominación al Oscar como actriz principal y una presencia constante en las alfombras rojas por venir. De hecho, la actriz ya está nominada en los prestigiosos premios Gotham al cine independiente que se entregarán el 2 de diciembre en Nueva York.
“Cuando me llamó Gia, le repetí varias veces si me quería a mí de verdad. Yo sabía que podría con el papel, pero no si el resto del mundo confiaba tanto en mí para creerlo. Me envió el guion y me sorprendió, porque yo hace tiempo quería interpretar una historia de relaciones entre madres e hijos y, sobre todo, porque entiendo muy bien lo que significa ese rechazo profesional que aplasta a Shelly”, decía Anderson en septiembre, durante una entrevista realizada en el Festival de cine de San Sebastián.
Allí, como en todas sus apariciones públicas de los últimos años, la actriz llegó lista para las cámaras pero sin maquillaje, una decisión derivada del duelo por la muerte de su maquilladora histórica, fallecida de cáncer en 2019, y la intención de cuestionar los mandatos culturales que tanto la afectaron.
“Tengo 57 años y mucho de mi carrera se basó en mi físico. Ahora pude quitarme las capas de lo físico, eliminar la manera en que me ve la gente y mostrar lo que yo siento sobre mí misma. Con Shelly busqué reflejar una sensualidad distinta, nueva, alejada de la sexualidad con la que se inició mi carrera”, explicó la actriz sobre el personaje que, aseguró, “se preparó toda la vida para interpretar”. Aunque, según ella, la posibilidad de que alguien le ofreciera un proyecto como este era más que remota. El mejor guion que leyó en su carrera que, gracias a la película, parece haber resurgido de sus cenizas y con nuevo plumaje.
Después de años de papeles menores en películas y series de decepcionantes a insignificantes, las novedades laborales de Anderson ahora incluyen un lugar en el elenco de Rosebush Prunning, film protagonizado por Elle Fanning, Riley Keough, Callum Turner y Jamie Bell y una participación en la nueva versión de La pistola desnuda que se estrenará el año que viene. Y aunque ella sabe que el renovado interés que despierta en Hollywood puede durar un suspiro, también conoce del poder de las nuevas oportunidades y los viejos sueños postergados.
Pasaron 35 años desde la primera vez que fue chica de tapa de Playboy, la revista que le dio su primera oportunidad, pero para ella de alguna manera aquella experiencia está más presente que nunca. Es que a pesar de que a pocos les importara en ese momento, en sus páginas se animó a revelar algo más que su cuerpo. Junto a las provocativas imágenes de la joven oriunda de un pequeño pueblo de Canadá que había sido descubierta gracias al ojo avizor de un camarógrafo que la captó en un partido de fútbol y al director que decidió poner su imagen en la pantalla gigante del estadio, figuraba una pequeña entrevista cuyo contenido ahora cobra nueva vida. “Mi ilusión es ser una esposa y madre grandiosa y ganar un Oscar”, había declarado Anderson quien, tantos años y tantas vidas después, está más cerca que nunca de que sus sueños se hagan realidad.
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