Palo Pandolfo: demasiado bueno para el éxito masivo
El postpunk atravesado por el pulso y la lírica del tango fue su aporte más importante a un complejo cultura que tiende a mirar siempre las tendencias de afuera; original, auténtico y demasiado bueno para los estándares de un mercado musical donde estos atributos tienen cada vez menos valor
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Palo no fue uno más. Palo llegó tan lejos que muchos no lo vieron llegar. Como un jugador de fútbol que crea una nueva gambeta, irrumpió en los noventa con su banda Los Visitantes para atravesar al postpunk con un rayo mágico de tango. Ese paisaje sonoro tan porteño había quedado huérfano con la decadencia popular del 2X4. En los 90 ya no existía ese pulso musical de la rabia contenida, la melancolía vivaz y el desencanto urbano. Y fue él quien lo recreó, el que lo hizo posible para una nueva generación. “Plaza pelada, solo árboles secos aún se animan a jugar unos niños viejos”, cantaba en “Gris atardecer” una de las canciones del disco Espiritango (1994) una obra maestra fundacional. Antes había metido un protohit, “Playas oscuras” del primer disco de la banda, Salud Universal (1992). Los Visitantes parecían enormes, más grandes potencialmente que Los Redondos o Soda Stereo. Palo, la voz cantante, sin querer había abierto una senda adoquinada que empezaron a recorrer otras bandas del underground porteño como Reincidentes (después Pequeña Orquesta Reincidentes). La originalidad y la autenticidad de la cultura rock, tras la muerte de Luca Prodan, parecían posarse por aquellos años sobre las espaldas de Palo. Y no iba a ser fácil llevar esa carga. “Sangre, poca, pobre, tonta, sangre, cara, sucia, tonta, sangre lenta, fácil, tonta, sangre, quieta, dura, tonta”, cantaba como un mantra en “Sangre”, uno de los temas de ese primer disco de Los Visitantes.
Antes, en los ochentas, con Don Cornelio y La Zona, Palo había abierto un hiato sonoro en el mundo de la efervescencia postdictadura del rock argentino. No eran iguales a todos como solía ocurrir en esa época con muchos grupos divididos en subgéneros como punk, heavy, ska, pop, etcétera. La sensibilidad en la escritura de Pandolfo se escapaba por las rendijas del edificio del mainstream como un humo maldito. Los dos discos de Don Cornelio (Don Cornelio y Patria o Muerte) son joyas del postpunk con el mayor octanaje de densidad, aspereza y honestidad que pueda encontrarse en Latinoamérica. El hit “Ella vendrá” es de esa época, una pieza rara con una dinámica armónica irrepetible que se bailaba en las discotecas sin que muchos supieran de quién era la canción. El disco en vivo grabado el 20 de febrero de 1988 en el Club Universitario de La Plata, diponible en Spotify, muestra lo espinosos que podían ser arriba de un escenario. La versión acelerada de “Un Rosario en el muro” ya contenía la esencia de un Palo Pandolfo frente al abismo de esa azotea de la que hay que saltar.
El rock porteño de la ciudad de Buenos Aires no es igual a otros. Cruzando la General Paz, aunque el espíritu puede resultar engañosamente parecido, no contiene ciertos atributos estilísticos cultivados en el asfalto. Las construcciones armónicas algo deformes, caprichosas, inusuales y, en apariencia, imperfectas para una canción pop pueden hallarse en Luis Alberto Spinetta y, también, en Palo Pandolfo. Ese algo que no existe en otras partes del mundo como el tango. Ese “algo” único, no suburbano, que en ocasiones pasa inadvertido, es, en verdad, la esencia porteña y acecha sensibilidades que trascienden la fronteras.
Alguien dijo alguna vez, en algún rincón del under porteño, siempre tan activo y diabólico, que Palo nunca alcanzó la consagración masiva que tuvieron otros porque era demasiado bueno. Tan bueno. Tan frágil. Tan potente. Tan porteño y humano. Tan Palo.
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