El querido matrimonio recibió a LA NACION en su hogar para repasar la vida compartida; del amor incondicional y el deseo de conformar una familia numerosa al recuerdo de la crisis financiera después de traer a Frank Sinatra y los dilemas del paso por la política
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“Los artistas populares tienen un lugarcito en la historia de la gente”, comienza reflexionando Ramón Ortega, acomodado en el amplio living de su refugio rodeado de verde y organizado con obsesiva precisión. Es mérito de Evangelina Salazar, su esposa, apasionada por que todo esté en su lugar. “Me gusta el orden”, reconoce esta mujer que parece ser la encarnación de la perfección. Minutos antes, ella misma abrió la puerta de la coqueta casa ubicada en un country muy tradicional del norte del conurbano bonaerense y condujo a LA NACION hasta el lugar donde se realizaría esta charla. Allí estaba su marido, tocando una guitarra firmada por Norah Jones y susurrando un clásico de Leo Dan. “En casa no canto mis canciones”. Cada cual con sus mañas.
Cada tanto ella le dice “papi” y él cuenta su vida con lujo de detalle, con memoria prodigiosa. Pasar un largo rato junto a ellos es como sentarse a conversar con viejos conocidos. Arraigados en el inconsciente colectivo de todo un país, rápidamente hacen sentir al forastero como uno más. Cómo no sentir cercanía con Palito, el legendario “Rey” -así fue coronado- de la música popular argentina que ha acompañado a generaciones enteras y, aún hoy, sigue componiendo y llenando estadios. Cómo no sentir afecto por Evangelina, la actriz que dejó todo -una fundamentalista del matrimonio y la familia- para criar a sus seis hijos. “Coman, chicos”, dirá una y otra vez, como si se tratara de sus propios hijos, ante una merienda tan opípara como exquisita. Palito y Evangelina tienen ganas de conversar.
Se los ve espléndidos. Jóvenes en la madurez y con un vestuario tan coqueto como alejado de la “ropa de abuelos”. Ramón tiene mucho humor y Evangelina una sonrisa tan contagiosa como la que describe él en “Despeinada”, uno de los hits que volverá a cantar en el Luna Park porteño el próximo 21 de julio. El show, que lleva el título de Gracias, tour despedida es una suerte de punto final de su paso por los escenarios, pero no hay que creerle mucho. Ya lleva varias funciones con tickets agotados y, a decir verdad, si la gente elige ir a verlo cada vez que se presenta en vivo, nada indica que el cantante tenga deseos de dejar de cantar en público.
El concierto de Palito Ortega incluye cada uno de los himnos que lo convirtieron en un ídolo popular. El 11 de diciembre de 2021 se inició la gira que continúa hasta hoy y que ya incluyó dos conciertos más en el Luna Park y una gala en el Teatro Colón. Además, parte de lo que sucedió en el primer recital está editado en el álbum Gracias, en vivo en el Luna Park, lanzado por Sony Music.
Ramón Bautista Ortega nació hace 82 años en Lules, el pequeño poblado cercano a San Miguel de Tucumán. “Siento que predije mi vida”, dice enigmático.
-¿Cómo es eso?
Palito Ortega: -Cuando era chico había un cartel con una propaganda de cremas y una chiquita rubia en la imagen. Cada vez que lo veía, le hablaba: “cuando seas grande me voy a casar con vos”. Luego entendí que representaba a Evangelina, porque era muy parecida.
-¿Con el éxito también soñaba?
Palito: -Sí, en mi casa imitaba a un locutor de la radio de Tucumán y cantaba. Cuando terminaba, con las palmas de las manos en la boca, imitaba la ovación de la gente. Yo mismo me pedía otra y seguía con los bises.
Evangelina Salazar: -Soñabas.
Palito: - Uno predispone el destino, si piensa que le va a ir mal, seguro que le va mal.
Evangelina Yolanda Salazar nació hace 76 años en la Ciudad de Buenos Aires. Pasó su infancia y primera juventud en el barrio de La Paternal y, desde jovencita, comenzó a trabajar como actriz en las ficciones radiales y, luego, también en televisión y cine. En 1966 ganó la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián por su trabajo protagónico en Del brazo y por la calle junto a Rodolfo Bebán. Y fue una de las actrices que personificó a la maestra Jacinta Pichimahuida.
Corazón contento
-”Detrás de un gran hombre, hay una gran mujer” es una frase elogiosa pero machista.
Evangelina: -Prefiero “al lado hay una gran mujer”.
-Evangelina, ¿cómo ha sido compartir la vida junto a su marido?
Evangelina: -Buenísima. Cuando lo conocí estaba muy enamorada, sigo muy enamorada. A los diecinueve años fue un amor fulminante. Fue el único hombre de mi vida, nunca había salido con un chico, jamás había besado a nadie, era sumamente casera.
En ese tiempo era una jovencita que comenzaba a cobrar notoriedad como actriz en programas de televisión como Todo el año es Navidad, junto a Raúl Rossi. “Antes había estado en La Familia Gesell, que hacíamos en los estudios de Canal 7, en el Palais de Glace, donde Ramón vendía café en la puerta”. El destino parecía empecinado en unirlos, aunque, en ese tiempo, Evangelina sólo contaba con once años y Ramón ya era un adolescente de dieciséis años. La vida los cruzó prematuramente sin que ellos tuvieran conciencia. “En la misma época y a la misma hora yo entraba a hacer el programa y el vendía café en la puerta. Es increíble”.
-Hay que creer en los designios del destino.
Palito: -Ya nos estábamos buscando.
Evangelina: -Creo mucho en el destino.
-¿Qué los unió?
Evangelina: -Por la forma en la que vivió cuando era chico y por la ausencia de su madre, Ramón tenía el deseo de casarse y formar una gran familia, algo que yo también deseaba. Siempre quisimos estar juntos hasta el fin de nuestras vidas.
-Una proeza compleja.
Evangelina: -Cuando hay amor, se puede. A pesar de que somos muy diferentes, yo soy comunicativa y Ramón es más introvertido, se guarda muchas cosas, pero los dos vamos para el mismo lugar. Nuestros hijos nos han visto enojados, pero peleando, jamás.
Palito: -Jamás nos vieron peleando.
Muchacho que vas cantando
Cuando se le consulta sobre el lugar que ocupa en el universo de la canción, Ramón Ortega no es ingenuo, sabe qué significa tal cosa, acaso porque él mismo fue un fanático jovencito de los ídolos populares. “En Tucumán, cuando vendía periódicos por las colonias, cantaba las canciones que escuchaba en la radio y, luego, cuando llegué a Buenos Aires, conocí a los artistas populares que hacían esos temas, como Alberto Castillo o Los Chalchaleros. Luego, la televisión ayudó a la proyección de la imagen de los artistas, entonces las chicas se peinaban como Jolly Lan y los varones se cortaban el pelo como Johnny Tedesco o Palito Ortega, o cualquiera de los que hacíamos El Club del Clan”.
Palito comienza por el principio, como corresponde, cuando se le consulta si es consciente del lugar artístico que ocupa y del cariño del público, el rango de idolatría para tantos: “Eso tiene que ver con el tiempo y la identificación que la gente va sintiendo con la figura. Siempre pensé que mucha gente del interior se identificaba conmigo, sobre todo en esa imagen del provinciano que llega a la Capital a buscar un futuro mejor”.
Era un jovencito cuando, después de un día y medio de viaje, el tren proveniente de Tucumán lo depositó en el andén de Retiro. Llevaba una valijita a la que le sobraba espacio. “No sabía para donde ir. Es una imagen que no me puedo borrar. Es el comienzo de una historia que uno comenzó a escribir con vivencias”. Atrás había quedado su Lules natal y la sentencia de su padre, que no lo tuteaba: “Que nunca tenga que caminar con la cabeza gacha por un mal comportamiento suyo”. Un mandato que le hizo correr frío por su espalda, según reconoce.
No conocía a nadie en Buenos Aires, pero “tenía alma de buscavidas y hacía cualquier cosa para poder ganar una moneda”. A pesar de vivir en una pieza porteña, aquel jovencísimo Ramón le giraba dinero a su padre, ya que las carencias apremiaban en la familia. “Durante la presidencia de (Juan Carlos) Onganía se cerraron los ingenios azucareros, generando mucha mano de obra desocupada. Los pueblos se convirtieron en lugares fantasmas, fue un problema social muy grande. Entonces, uno tenía que buscar un nuevo horizonte”, recuerda. Ese horizonte siempre estuvo atravesado por la música, por eso, cuando lustraba zapatos en la calle era el que más clientes tenía, porque matizaba la labor con las canciones de tango y folklore a viva voz. Aquellos caballeros de charol lustroso fueron su primer público.
-Nunca se olvidó del pueblo.
-Jamás. Cuando traje a (Frank) Sinatra pensaba: “estoy con este hombre inalcanzable, viniendo de un pueblo tan pequeño y con carencias”. Siempre me acordé de mi lugar.
Lo mismo que a usted
Corría 1981. Frank Sinatra tenía 65 años y ya era una leyenda de la canción mundial cuando pisó la Argentina para ofrecer sus conciertos en el Hotel Sheraton y en el Luna Park, producidos por Ramón Bautista Ortega. También en aquella visita el astro estrechó su mano con el presidente de facto, el dictador Roberto Viola.
“Uno pensaba que era un hombre inaccesible, pero resultó muy agradable. Luego de cada show, quería que Evangelina y yo fuéramos a tomar una copa, que él mismo servía. Por contrato, pedía todas las bebidas existentes y él mismo armaba los tragos”. “Jugaba con los chicos”, rememora ella.
No todo fue idílico. Los honorarios millonarios de la celebridad y el costo de la organización de los shows cotizaban en dólares. Una devaluación, una más en la Argentina, elevó el valor del billete verde modificando los costos de la presencia de Sinatra en Argentina y con el consecuente desbarranco que significó eso en las finanzas de Ortega y de millones de ciudadanos. “Hice cuentas con un dólar a doscientos y terminó costando seiscientos, pero jamás le hice un comentario al respecto ni le pedí ningún descuento de su cachet. Pagué hasta él último centavo, pero tuvimos que vender todo. Siempre bromeo con que no vendí a un hijo de pura casualidad”.
-Siempre se dijo que Frank Sinatra, al enterarse de las pérdidas millonarias que debieron afrontar, los ayudó económicamente.
Palito: -El día que se fue del país lo acompañé al aeropuerto y, en el último abrazo, me dijo: “sé todo lo que te pasó”.
-¿Cómo se recuperaron?
Palito: -Trabajé sin parar durante dos años. Hacía lo que fuera, incluso cantaba en cumpleaños con tal de recaudar. Cuando terminé de pagar todo, le dije a Evangelina: “Estoy como los boxeadores que en el quinto round tienen que cambiar de aire, sino se ahogan. Estoy en el quinto round, vámonos”. Evangelina le hizo caso al sacerdote cuando dice: “Te comprometés a seguir a tu esposo en las buenas y en las malas”. Y nos fuimos.
En ese momento, Palito Ortega tenía ofertas para ir a España o a Italia, donde su repertorio tenía repercusión. En Italia, Iva Zanicchi había popularizado aquello de “La felicidad, ja ja ja ja”. “Cuando fui a grabar me propusieron quedarme. Me decían: ‘venga a hacer canzoni divertenti´”. En ese momento de decisión del nuevo destino, los Ortega compraron una casa en España, pero la balanza se inclinó por Miami.
-¿Por qué eligió Estados Unidos?
Palito: -En ese último abrazo con Sinatra en Ezeiza, también me dijo que, si llegaba a ir a Estados Unidos y necesitaba cualquier tipo de garantías, que no dejase de llamarlo.
Tímido y prudente, Ortega no molestó a Sinatra, pero mantuvo alguna conversación con el abogado del cantante: “Le comenté que tenía dificultades para conseguir vacantes para la escuela de los chicos, entonces me preguntó de qué colegios hablaba”.
Evangelina: -Tenían que ser instituciones cercanas a casa.
Palito: -En horas aparecieron las vacantes para los chicos y se comunicaron conmigo dos gerentes de bancos muy importantes para decirme que tenía líneas de crédito a mi disposición, que sólo tenía que abrir una cuenta con lo mínimo y que el préstamo podía ser de 150.000 dólares, lo cual es mucha plata para ese país.
Frank Sinatra estuvo detrás de todo eso. Las facilidades le permitieron a Ortega fundar Chango Producciones, la productora de reminiscencias tucumanas con la que conquistó el mercado latino de Estados Unidos. “También me llamaron de una gaseosa muy conocida para realizar catorce conciertos. Empecé a trabajar sin parar y, en poco tiempo, nos pudimos comprar un terreno y construir nuestra casa”.
-¿Nunca más lo volvieron a ver a Sinatra?
Palito: -Nunca nos volvimos a ver, a pesar de que nos mandó varias invitaciones, una de ella cuando hizo una gira con Liza Minnelli, pero no quería aparecer como un colado, no me gustaba la idea de ir a figurar por el sólo hecho de haberlo traído a la Argentina. Nos quedó claro que, el norteamericano, si te portás mal, te cierra todas las puertas, pero si hacés las cosas bien te abre todos los caminos. El orden es la única forma de un país con tantos habitantes.
Evangelina: -Si lo comparamos con lo que pasa en nuestro país, es muy diferente. Allá se manifiesta sin molestar a nadie y con cartelitos en la mano, acá se cortan las calles.
Palito: -Incluso eso hace que la gente tome en cuenta el reclamo y no se enoje. Un piquete enoja, porque el que corta está entorpeciendo el derecho al trabajo del otro.
“No me comiste”, le reclama Evangelina al fotógrafo, quien luego de cumplir con su trabajo se retira sin probar bocado. Palito lo despide con una broma: “Cuando vea las fotos voy a darme cuenta si las pasaste por el photoshop o no”.
Yo tengo fe
-Evangelina, usted dijo que, si bien jamás sus hijos los vieron pelear, hubo un momento en el que se enojó mucho, ¿a qué se refería?
Evangelina: -Fue en la época de la política. Teníamos nuestra vida armada en Miami y tuve que venirme a acompañarlo en el final de la campaña.
Fueron tiempos de un nuevo desarraigo donde el tema “Yo tengo fe” sirvió de leitmotiv para la postulación del cantante. Evangelina Salazar acompañó la aventura de su marido cuando se postuló y ganó la gobernación de Tucumán. Si cuando partieron a Miami lo hicieron todos juntos, ahora sólo se afincarían con Rosario, la más pequeña de los hijos. Martín, Sebastián, Julieta, Emanuel y Luis quedaron en Estados Unidos para no discontinuar sus estudios y bajo la mirada atenta de una prima hermana de Evangelina y su marido.
“Me tocó hacer cosas que no sabía hacer, no era lo que más me salía. Entré en un ambiente que desconocía, fue difícil”, reconoce ella, recordando aquellos tiempos de Primera Dama de la provincia natal de su esposo. “En esa época, una vez se ve que habíamos discutido fuerte, porque la encontré a mi hija Julieta, la más curiosa, con la oreja en un vaso apoyado en la pared, era raro para ella escuchar eso”.
Ramón Ortega llegó a la gobernación impulsado por coprovincianos que le hicieron sentir que era necesario en su lugar. Evangelina, en su nuevo rol, estuvo al frente de una fundación: “Recorría los diversos lugares y era muy recibida por ser la mujer del gobernador y por el recuerdo de programas como Jacinta Pichimahuida. Tomábamos notas de los problemas de la gente y le dábamos curso a la solución a través de los ministros de cada área o, incluso, con los propios fondos o las donaciones que recibíamos. Fue lindo, lo único que me ponía nerviosa era tener que dar un discurso, no lo sabía hacer, no era lo mío, no soy política”.
Palito Ortega recuerda que el peronismo estaba incómodo, porque convocó para su gabinete a figuras de diversos partidos. Evangelita Salazar cuenta que “en cada puesto estaban los mejores”. Luego, Ortega fue elegido senador por su provincia y acompañó a Eduardo Duhalde en la fórmula presidencial que no logró llegar a la Casa Rosada.
-Pareciera ser que las adversidades fueron abono para cimentar el matrimonio, algo que no siempre sucede.
Evangelina: -Si el tiene un problema, yo estoy para acompañarlo y viceversa. Es algo que nos proponemos.
-Es un trabajo.
Evangelina: -No diría eso, no nos cuesta demasiado, aunque, como él es el más reservado, yo hago más al respecto. Se dio así, jamás sacrificaríamos nuestro matrimonio por algo externo.
-Nunca nos hemos enterado de una separación, ¿han estado distanciados sin que se supiera públicamente?
Evangelina: -Nunca.
Palito: -Las separaciones fueron por cuestiones de trabajo, ya que he pasado gran parte de mi vida de gira. Era la época en la que Leonardo Favio, Sandro y yo recorríamos Latinoamérica.
Evangelina: -Ha llegado a estar dos meses fuera de casa.
Palito: -Es duro estar de gira permanentemente. Me ha sucedido que, saliendo a un periplo de varias semanas, un hijo que se empezaba a parar solo, cuando regresaba me lo encontraba caminando. Uno se ha perdido cosas de la vida.
-Evangelina, se suele hablar de la mujer empoderada. Usted, decidiendo dejar su carrera para dedicarse a su familia, también se empoderó y eligió con libertad. ¿Me equivoco?
Evangelina: -Es así. Cuando gané el premio en San Sebastián, me llamó y, en broma, me dijo: “Ahora quién la aguanta, ¿se va a ir a buscar el premio?”. Y le dije que no, para demostrarle dónde estaban mis intereses.
Palito: -Es que yo pensaba que ese sería el comienzo de una carrera internacional, ya que se le abrieron las puertas de países como España.
Todavía eran novios y, como ella no viajó a buscar el galardón, no faltaron los productores españoles que llegaron a la Argentina y la hicieron filmar en el país, pero con actores europeos.
Palito: -Dudaba si ella se quedaría o se iría, porque el ofrecimiento para comenzar una carrera internacional es una tentación muy fuerte.
-Evangelina, ¿cómo fue que decidió plantar su carrera?
Evangelina: -Se dio porque apareció él y porque yo también tenía la idea y el deseo de algo romántico, por eso le di mucha importancia a lo que me pasó cuando me enamoré. Para mí no fue un sacrificio, al contrario, yo decía: “Dios, gracias, voy a formar una familia con muchos hijos; qué lindo”. Y también me di cuenta que Ramón necesitaba el apoyo de una mujer que lo esperara cuando volviese de trabajar y que cuidara de sus hijos.
-Se podría trazar un perfil de un matrimonio observando a sus hijos. En el caso de ustedes, han logrado que sus seis hijos desarrollen una carrera exitosa, ya sea en el plano de la producción como en el artístico.
Evangelina: -Es cierto, pero hay algo más importante, todos son buenas personas, son muy cariñosos con nosotros. Como digo siempre, desde que me casé no fui más protagonista de ninguna película, pero sí he sido protagonista de la vida, de nuestra vida.
Siete nietos completan esa postal tan anhelada: “Tenemos siete nietos y es poco para la cantidad de hijos que tenemos”, dice ella y se ríe, sabiendo que el reclamo llegará a quien deba llegar. Evangelina reconoce que, para sus hijas, el padre es intocable, pero que, en cambio, pueden llegar a discutir con ella, aunque la exactriz no duda en afirmar que sus hijos sí son “mameros”.
-Les han dado mucha libertad.
Evangelina: -Son libres y diferentes entre sí.
Palito: -No les inculcamos nada, dejamos que eligieran lo que quisieran.
Evangelina: -Eso me parece muy importante. Nosotros somos tradicionales y a mí me encanta que ellos no se parezcan a sus padres.
Palito comienza a enumerar los logros de sus hijos. Martín y Sebastián se dedicaron a la producción; Luis es director de cine; Emanuel siguió la carrera musical; mientras que Julieta es actriz y Rosario compositora y cantante.
-Si tuvieran que pensar en algún dolor que atravesó sus vidas, ¿cuál es el primer recuerdo que aparece?
Evangelina: -Hemos tenidos algunos momentos duros. Ramón ha tenido algún inconveniente de salud...
Palito: -Los problemas materiales se superan, en cambio, los dolores humanos son los que te marcan, pero es inevitable, es la vida.
-Es difícil no sufrir...
Evangelina: -No existe quien no haya sufrido alguna vez por algo.
Palito: -De chico trabajé en un cementerio de Tucumán. Teníamos que sacar los restos de las tumbas y llevarlos al osario. Eso me hizo tener una mirada diferente sobre la muerte, como algo natural. En cambio, la pérdida de una hermana muy chiquita fue un dolor insoportable e insuperable.
Evangelina: -La falta de los seres queridos siempre es un gran dolor.
Palito: -Una vez, en México, vimos con Cantinflas un edificio derrumbado por un terremoto. Yo me impresioné mucho y él me dijo: “Ahora hay que ponerlos todos en su lugar de nuevo”. Una buena filosofía de vida ante los dolores.
-¿Desde qué filosofía enfrentan el paso del tiempo?
Palito: -La vida es un proyecto permanente. Uno vive soñando, pero darle forma a esos proyectos depende de la voluntad de cada uno.
Evangelina: -Y de la suerte.
Palito: -Es una energía positiva que hace que las cosas sucedan o no, pero creo, fundamentalmente, en el esfuerzo. He visto gente mucho más talentosa que yo, artistas muy estudiosos que, por su carácter, no han trascendido. Estoy convencido sobre los frutos de la perseverancia.
Evangelina: -Te cerraron muchas puertas...
Palito: -Infinidad de puertas. Siempre la respuesta era negativa, pero seguía insistiendo, me decía “a mí no me van a vencer”. Cuando grabé el primer disco como Palito Ortega, un disc jockey me lapidó en la radio, pero ni se me ocurrió ir a buscarlo para pelear. Esa tarde me fui a la pensión, me dije para dentro: “vos no me vas a ganar” y me encerré a componer diez canciones. Uno no se puede quedar a llorar ante la adversidad, porque la vida sigue de largo y te deja ahí. Una vez, cuando vendía café en Buenos Aires, el subterráneo frenó de golpe, lo cual hizo que se me volcara un termo sobre la pierna. Me quemé bastante y perdí de vender varios vasos, ante la mirada de la gente que se reía. Me podría haber quedado llorando, pero preferí volver al lugar donde me daban los termos y volver a cargar más litros para seguir vendiendo. Por supuesto, lo que volqué también me lo cobraron.
Evangelina: -Esos termos lo llevaron a la puerta de Radio Belgrano a vender café y a que un baterista le dijera, al ver que le gustaba la música, que le iba a enseñar a tocar. Fue una forma de ingresar al medio, y gracias a los termos de café.
Palito: -Por eso digo que hay que ser perseverante, nunca bajar los brazos.
-También se requiere de mucho temple.
Evangelina: -Temple, esa es la palabra que lo define.
Palito: -Es que, si todo es rosa, en la primera de cambio te rendís. Los golpes, la adversidad, las negativas te fortalecen.
En los atisbos de la profesionalización se llamó Nery Nelson (“era la época del rock and roll, todos queríamos ser Elvis Presley”). Si de perseverancia se trata, Palito Ortega logró mucho de lo que soñó. Todo. Cuando lustraba zapatos en Tucumán veía las películas de Luis Sandrini y soñaba con llegar a los sets: “Me encantaba Cuando los duendes cazan perdices, me preguntaba cómo había que hacer para entrar al cine y estar con monstruos como Sandrini”. Lo logró.
Primero fue protagonista de innumerables éxitos cinematográficos como Mi primera novia, Los muchachos de mi barrio y La sonrisa de mamá, entre tantas. Todas eran de corte popular, cuyos libros se basaban en melodramas cotidianos y familiares, casi siempre con final feliz y la música de Ortega atravesando la trama. La repercusión de aquellos films, y siempre buscando darle nuevos bríos a su carrera, lo impulsaron a dirigir películas no menos exitosas como Dos locos en el aire, Las locuras del profesor y Vivir con alegría, entre otros. Varias de esas producciones fueron protagonizadas por Luis Sandrini, con quien pudo establecer una gran amistad.
“Yo pensaba cómo lo podía encarar para que aceptara filmar conmigo. Recuerdo que le conté que, con las monedas que ganaba lustrando zapatos, podía pagarme la entrada al cine para ver sus films. Luis me miraba fijo. Después, con mucho respeto, le consulté si estaría dispuesto a hacer una película dirigido por mí. ´¿Por qué, no?, pibe´. Me quedó grabada esa frase”.
-Curiosidades del destino, minutos antes de morir, el querido actor rodó su última escena bajo las órdenes de Palito.
Evangelina: -Le decía a Ramón: “Espero que Dios me de fuerzas para terminar la película”.
Palito: -El último día de filmación, lo llamo para rodar. Hace su escena. Cuando terminó, se sentó en el patio de la casa donde estábamos trabajando, respiró muy hondo y se cayó redondo. Lo llevamos a una clínica, pero no hubo nada por hacer.
Evangelina: -Estaba (Irineo) Leguisamo visitando la filmación.
Ramón Ortega también recuerda cómo el famoso jockey y su mujer lo habían adoptado como hijo, afecto entrañable que convirtió a Palito en heredero universal de la pareja, que no había tenido hijos y había perdido un embarazo avanzado. “Esa criatura nació cerca de la fecha en la que nació Ramón y tendría una edad parecida”.
-Entonces, la madurez es sinónimo de familia y trabajo.
Palito: -Como decían los abuelos, mientras haya salud, todo está bien.
-¿Cómo se mira el futuro?
Evangelina: -Uno nota diferencias y te gustaría que no ocurriesen, pero es la ley de la vida. Te vas resignando cuando aparecen regalos hermosos como los nietos. Uno ya fue joven, tuvimos una linda vida, con hijos que nos quieren, por eso no soy una vieja amargada. No le podemos pedir más nada a Dios.
Palito: -Tenemos nietos, cuando mucha gente no llega a disfrutarlos, entonces ahora todo es un regalo extra, ¿qué más le vas a pedir a Dios?
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