En 1910, un sólido progreso económico respaldaba el "milagro argentino" y eso era evidente en el joie de vivre de la alta sociedad. Los campos y sus cosechas marcaban liderazgo en los mercados internacionales y, con solo un siglo de vida, la joven república se posicionaba como el granero y la primera exportadora de carnes del mundo.
Llevados por ese período de bonanza, los Ortiz Basualdo y otras familias patricias edificaban suntuosas casas y adquirían los gustos y el estilo de vida de la Belle Epoque.Así fue que en 1911, Daniel Ortiz Basualdo –quince años después de haberse casado con Mercedes Zapiola Eastman– empezó a buscar a la promesa del atelier parisino de Edmond Paulin –la prestigiosa escuela de arquitectura a la que acudían estudiantes de todo el mundo– para que le construyera su mansión en Buenos Aires. Los hijos del matrimonio Ortiz Basualdo-Zapiola –Magdalena, Daniel y Mercedes– ya habían nacido y era necesario tener una residencia a la altura de las circunstancias.
En pocos lugares de Argentina puedo sentir tan cerca a Francia como en este palacio
Así se originó el proyecto de uno de los mejores exponentes de la influencia francesa en Buenos Aires. En 1912, Daniel contrató al arquitecto francés Paul Eugene Pater (1879-1966) para que desplegara su fantasía y edificara un ejemplar único. Solamente le dio una consigna: la fachada debía ser monumental como un palacio, para que evidenciara su fortuna. La ubicación no podía ser mejor, ya que el dueño logró comprar un terreno frente a la Plaza Carlos Pellegrini, justo en la esquina de Arroyo y Cerrito.
Como las grandes residencias de la época, siguió el modelo del hôtel particulier francés de cuatro niveles que se popularizó en el siglo XVII, cuyas versiones más grandiosas emulan los castillos del "período de los Luises", como Vaux-Le-Vicomte y Maisons- Laffitte: sótano, doble planta, piso de dependencias particulares y mansarda para el servicio. Fiel a las consignas, Pater logró un equilibrio entre el exterior y los espacios interiores, para recrear los elementos arquitectónicos de la tradición francesa. Daniel y Mercedes estrenaron su residencia en 1918.
LOS MEJORES ANFITRIONES
Como muchas de las familias de la época, los Ortiz Basualdo llevaban un sofisticado estilo de vida, marcado por copiosos gastos en objetos, ropas y viajes. Pasaban los inviernos en Europa y se daban el lujo de llevar una vaca a bordo del barco para tener leche fresca durante la travesía. Y en verano, se instalaban en Mar del Plata, ese "Biarritz argentino" que sorprendía por su belleza y sofisticación. En Buenos Aires, Mercedes visitaba a sus amigas en una coupé Ford Victoria y era una de las damas que mejor ejercía el arte de recibir. No en vano, las fiestas de los Ortiz Basualdo eran el lugar para ver y ser visto. En 1925, ofrecieron el palacio de Cerrito y Arroyo como residencia oficial del príncipe de Gales, Eduardo de Windsor, heredero de la corona británica, que en diciembre de 1936 abdicó para poder casarse con el amor de su vida, Wallis Simpson. El tío de Isabel II quedó maravillado por la hospitalidad de Daniel y Mercedes y por la arquitectura y decoración de la residencia. Tanto, que años después –cuando asumió el trono solamente por 325 días bajo el nombre de Eduardo VIII– encargó la redecoración de varios ambientes del Palacio de Buckingham a las mismas casas contratadas por los Ortiz Basualdo: Jansen de París y Waring & Gillow de Londres.
Me encanta caminar por la casa y sentir que estoy viajando por toda Europa. La mezcla de estilos es fantástica y la maestría con la que fueron combinados es extraordinaria
L’AMBASSADE EN ARGENTINA
En 1929, Daniel –el único hijo varón de los Ortiz Basualdo– murió a los 28 años, y eso hundió a Mercedes en una profunda depresión. Desde entonces, ella decidió pasar más tiempo en sus estancias que en Buenos Aires, por lo que en 1939 el matrimonio vendió la residencia al gobierno de Francia para que la convirtiera en sede de su embajada. Allí, Jean-Pierre Asvazadourian, el actual embajador, recibió a ¡Hola!
–¿Cómo es vivir en semejante palacio?
–Es realmente una experiencia única, ya que por momentos siento que estoy en Quai d’Orsay. Debo decir que más allá de que esta sea la Embajada de Francia, en pocos lugares de Argentina puedo sentir mi país tan cerca como en este palacio. Es uno de los edificios de la ciudad que guardan la gran tradición francesa de la arquitectura beaux arts. Recuerdo que cuando crucé por primera vez la puerta de entrada, quedé maravillado por la suntuosidad del edificio y el refinamiento de los ambientes. Realmente existen pocas ciudades en el mundo en la que se vivió a imagen y semejanza de París, y Buenos Aires es una de ellas.
–¿Qué es lo más atractivo de esta casa?
–Me encanta caminar por ella y, en el recorrido, ir sintiendo que estoy viajando por toda Europa. La mezcla de estilos es fantástica y la maestría con la que fueron combinados es extraordinaria.
–¿Y de Argentina?
–Este es un país maravilloso por el que viajo todo el tiempo. Tengo mucho afecto por Argentina y su diversidad me enamoró desde el primer día. Su riqueza, su geografía y su naturaleza es algo que realmente cautiva. El día que tenga que irme voy a extrañar muchas cosas, pero sobre todo a la gran cantidad de amigos que he hecho aquí, porque en estos cuatro años he generado vínculos muy fuertes. Como diplomático, mi profesión me ha dado muchas cosas, pero creo que el haber sido designado embajador en Argentina fue una de las más gratificantes.
–¿Cómo es ser embajador de Francia en un país tan francófilo como este?
–Creo que en pocos lugares me he sentido tan cómodo. El recibimiento por parte de los porteños fue realmente muy cálido, porque los argentinos valoran enormemente la cultura de mi país.
–Tengo entendido que la embajada se abre una vez al año para que pueda ser visitada.
–Así es. Lo hacemos a mediados de septiembre, el mismo día que en Francia se celebran las Jornadas del Patrimonio, cuando se abren todos los edificios históricos que son propiedad del Estado. Es muy grato ver que cada año aumenta la cantidad de visitantes. Este año, por ejemplo, hubo cuatro mil personas. Se organizan recorridos con guías especializados para que la gente pueda conocer la historia del edificio y los distintos estilos de decoración. Estoy convencido de que es muy importante que los argentinos valoren su patrimonio y se sientan orgullosos.
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