Por qué Pablo Alarcón hace teatro a la gorra: “Puedo ganar algo de dinero y decir lo que siento y pienso sobre la política”
Harto de la corrupción y del difícil momento tanto personal como del país, el actor sale a la calle, recita un antiguo texto en las plazas y pasa la gorra
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Aunque hizo la serie Barrabrava, para Amazon Prime Video, en verano protagonizó Rotos de amor, en Mar del Plata y actualmente se lo puede ver en Pasaplatos famosos, por eltrece, Pablo Alarcón no llega a fin de mes. Esa fue una de las razones por las cuales decidió hacer teatro a la gorra. Y según le confió a LA NACION, tiene “un doble sentido, porque además de unos mangos” también busca una trinchera desde donde pueda decir lo que siente y piensa sobre la política. “Pero el espectáculo es apartidario, no hablo en contra de nadie”, aclara.
Durante la charla, el actor cuenta que fue militante peronista, que la Triple A fue a buscarlo, que se exilió en Roma y también que hace años dejó de creer en la política. Por eso eligió salir a la calle y recitar parte del libro Discurso de la servidumbre voluntaria, escrito por el filósofo francés Étienne de La Boétie, en 1548. “Pasaron cientos de años y seguimos igual”, resume.
Pablo Alarcón, entonces, está en el reality de eltrece, trabaja a la gorra en plazas y está filmando una película en cooperativa, sin cobrar un solo peso. “Es un hecho nuevo para mí. Se trata de un grupo de gente que trabaja por amor al arte. Estamos haciendo una película que todavía no tiene título y trata sobre la decadencia de una familia que tiene que alquilar sus cuartos para vivir. Es una casa muy desvencijada, a la que van llegando personajes extraños con los que tienen que convivir y se transforman en mucamos, cocineros, limpiavidrios, como nos sucede a nosotros, que nos estamos acomodando a una nueva forma de vida. Yo también estoy trabajando a la gorra”, detalla.
-¿Por qué decidiste trabajar por amor al arte, sin cobrar? ¿Van a recuperar algo de dinero en algún momento?
-Es improbable eso. Está realizada con muy pocos medios, se consiguió una casa que es un decorado perfecto y estamos preparando otra película con este grupo que filma sin dinero. Me gustó que la gente, declaradamente, haga algo por amor al arte, sin cobrar. Yo no necesito camarín ni maquilladora, ni que me lleven o me traigan. Y cada día me llevo mi termo, mi mate, mi sándwich, mi bebida. No es una comuna socialista, es gente de trabajo, profesionales. Me dije: “tengo que hacerlo”. Y coincidió con el trabajo que estoy haciendo en las plazas, a la gorra. Es un momento de mi vida en el que me toca hacer esto, quizá devolviéndole de alguna manera a la sociedad. Bueno, mejor dicho, yo no le debo nada a nadie, los gobiernos corruptos me deben a mí, los ladrones que se fueron y se llevaron todo.
-Estás enojado...
-Yo creí, yo milité, yo pinté paredes para la vuelta de Perón. Quería que se fueran los militares, fui a Ezeiza a esperarlo y fui a las plazas hasta que un día echaron a la juventud y me fui también. Iba a la calle Gaspar Campos, a la casa de Perón y me subía a un árbol para tratar de verlo. Todavía tengo una cicatriz de una caída. Hasta que Perón se asentó, puso como vicepresidenta a su mujer Isabel, porque no confiaba en nadie más, empezaron a desarticularse todos los mecanismos políticos que me parecían necesarios para el momento que estábamos viviendo, se armó la Triple A, vinieron a buscarme a casa para matarme... Me salvé por esas cosas de la vida, me fui del país y nunca más aparecí en el peronismo. Perón se murió y hoy no me compra la sonrisa de ningún político.
-Decís que te salvaste por una de esas cosas de la vida, ¿cómo fue?
-Tenía plata para hacer una película en la que estaban China Zorrilla, Héctor Alterio y José Luis Mazza, pero un día sentí la necesidad de hacer un corto para mostrar la realidad que estábamos viviendo, porque había visto a un muchacho caminando por la 9 de Julio, como perdido, e imaginé que lo habían secuestrado y lo habían soltado. Pero no se sabía si se lo habían llevado los militares, la policía, la Triple A o los guerrilleros y era lo que me parecía importante, porque el ciudadano común no sabía quiénes eran los malos. Cuando se enteraron, me fueron a buscar y me salvé porque dije mi nombre artístico y no el mío que figura en mi documento, Rodolfo Francisco Marabotto. Uno de ellos me reconoció, me dijo que su mujer era fanática mía, que miraba la novela que creo en ese momento era El amor tiene cara de mujer; me dio un beso en la frente, me sacudió la ropa, intentó armarme la casa otra vez, como pudo, me pidió un autógrafo y se fue.
-Y te exiliaste...
-Sí, me fui con mi mujer, Mónica Jouvet, a Italia, a Roma. Estuvimos cuatro años y volví antes del 83 porque el padre de Gastón y Nico Pauls, Axel, era amigo mío y cuando iba a Italia nos veíamos; nos traía yerba y noticias, casettes de la familia. Me dijo que podía volver, que los militares estaban ya totalmente desarmados, retirándose y quemando todos los archivos y estaban todos peleados entre ellos. Eso me animó a volver. En Roma trabajaba en una radio, en la RAI. Llegué a tener un teatrito y también fui vendedor callejero. Cuando volví estaba en penitencia por sospechoso, por haberme ido del país. Al principio hice bolos.
-¿Siempre fuiste un buscavidas?
-Siempre fui un entusiasta. Siempre me las rebusqué, ¿qué otra cosa vamos a hacer? Hace unos años hice teatro y cocinaba en la casa de la gente que me contrataba y ahora estoy haciendo teatro a la gorra.
-¿Cómo fue que pensaste en hacer teatro en una plaza, a la gorra?
-Lo estoy haciendo con Augusto Gavilán, que es mi profesor de música. Le conté el proyecto y le encantó, me dijo que se animaba a acompañarme. Le advertí que era de alto riesgo, porque es un retazo de un libro que trata sobre la corrupción, escrito en 1548 por el filósofo francés Étienne de La Boétie, que ante la altísima corrupción de su gobierno salió a gritar a la calle. “Nos roban, muchos están contentos, a este gobierno no lo sostienen las armas, lo sostienen cuatro o cinco alcahuetes, necesitan gente codiciosa, avara, que lo único que le interesa es ganar dinero, testigos de sus voluptuosidades, socios en el fruto de sus saqueos, corruptos”. Es un trozo del Discurso de la servidumbre voluntaria. Vamos con los instrumentos, los dos tocamos, ponemos un escenario chiquito, una lona azul. Yo quería una azul y blanca, pero costaba mucho dinero coserla y si nos va bien voy a ponerla como si fuera una bandera argentina. Quería salir ya y reconozco que, si no lo hice antes, fue porque no soy joven y tenía mucho frío. Ahora mi hija me compró calzas y camisetas térmicas, voy con calzoncillos largos, tres pares de medias, guantes. Estamos los domingos, de 15 a 17, frente a la Iglesia del Pilar y al Centro Cultural Recoleta, en Plaza Francia. Y un día de semana vamos a hacer una función en Plaza de Mayo frente a la Casa de Gobierno, otra en Plaza Congreso gritándole al Congreso y una más en la Plaza Libertad frente a Tribunales.
-Lo hacés para ganarte el mango pero también como protesta por el momento que vive nuestro país...
-Estamos entrando en una nueva etapa, más furiosos que cansados. Estamos enojados. Por eso necesitamos un político que llegue con mucha calma, que no levante el dedo y no ofrezca soluciones mesiánicas. Necesitamos a alguien que dialogue, que no tenga todas las soluciones porque tiene que saber que el Congreso existe; no queremos ser el Perú de Fujimori que cerró el Congreso, y tampoco queremos que el Congreso eche al presidente, como sucedió con Alfonsín y tantos otros. Tenemos que tener mucha calma y firmeza. Reconozco que lo más parecido a lo que quisiera que fuera lo encontré en Patricia Bullrich. Esto tiene un doble sentido: ganar algo de dinero y poner una trinchera desde donde puedo decir lo que siento y pienso sobre la política, pero el espectáculo es apartidario, no hablo en contra de nadie. (Y vuelve a recitar). “Se ofrecen ante el amo como ante el matarife, hasta con su sangre, ambiciosos, son ambiciosos. Cómo se puede vivir con un amor tan peligroso. No se dan cuenta que si tuvo tanta facilidad para educarlos en la corrupción tendrá ligereza para liberarse de ellos”.
-Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia...
-Esas son las últimas palabras del texto.
-¿Cómo responde la gente?
-De una forma maravillosa. Nadie pasa de largo. Veo gente que llora, otros cantan, se abrazan, putean, está el que grita ¡viva la Patria o ¡Argentina! Después conversamos, paso la gorra. Para mí es todo un aprendizaje. No hay boletería, ni publicidad, ni telón, ni camarines, ni salida de artistas. El público es el vecino que se acerca y yo estiro la mano y recibo la plata que puedan darme. Estoy haciendo lo que debo hacer. No adoctrino, estoy aprendiendo y diciendo un texto que es realmente glorioso.
-Y no se te caen los anillos...
-¡No! Para nada. Me hace falta plata.
-¿Una de tus hijas se fue a vivir a Miami?
-Agostina está viviendo en Miami, está estudiando en la universidad y trabaja en un bar. Es una excelente actriz y acá repartía pizzas en una moto. Y Antonella es bióloga y se quiere ir de Buenos Aires. Está pensando en irse a Salta y dedicarse a otra cosa, porque ve que como bióloga no va a poder vivir. Y yo tengo una rutina diaria, salgo con mis perros rescatados, el Ruso y el Negro. Vamos a la plaza, veo a mis amigos que están en situación de calle, les llevo algo de dinero, algo de comer, algo para vender, los animo a que se cuiden. Alguno me pide venir a bañarse a casa, aprovecho y les hago de comer; a uno o dos, no más. Y así empieza mi día, viendo gente que está en el límite inferior de la sociedad. Soy jubilado, cobro la mínima, me ayudan mis hijas y soy un buscavidas. Mientras pueda estar de pie, no me van a voltear.
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