Osvaldo Santoro: su regreso al teatro tras una enfermedad que dejó secuelas y una dura pérdida que lo empujó a seguir
El actor vuelve al teatro después de cinco años en los que debió someterse a dos operaciones y rayos, y también despidió a su mujer María Inés, que falleció en el 2022.
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Osvaldo Santoro vuelve a subirse a un escenario después de varios años para protagonizar La lluvia seguirá cayendo, todos los miércoles a las 20, en el Beckett Teatro. Mientras disfruta de un café negro en una tarde de lluvia de otoño, el actor conversa con LA NACION sobre este regreso después de cinco años, cuenta que tuvo un tumor en una de sus cuerdas vocales y que después de dos operaciones y muchas sesiones de rayos está bien, aunque con la voz un poco más ronca. También recuerda a su mujer María Inés, que falleció en el 2022.
-¿Qué significa este regreso?
-Una gran emoción. Antes de la pandemia, en el 2019, hice 5° round de Pacho O’Donnell. En ese momento todavía no había tenido un tumor en la cuerda vocal derecha que fue una sorpresa muy grande porque cuando me lo diagnosticaron me dije “y ahora qué”. Porque la voz es mi herramienta de trabajo. Más allá de eso, los médicos me garantizaron que iba a seguir hablando, pero que mi voz iba a cambiar un poco, aunque no la entonación; simplemente hay una ronquera que a veces es un poco más fuerte que otras. Tuve dos operaciones y 35 aplicaciones de rayos. Por suerte eso ya está eliminado. Fue en el 2021. Y en medio de todo eso, en abril del 2022, falleció mi mujer, María Inés.
-¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?
-50 años juntos. Fue por un cáncer que ella tuvo a los 37 años y volvió a aparecer. Lo de ella fue muy rápido, en menos de cuatro meses. Y alguien me dijo un día que María Inés había tenido un acto de amor al irse tan pronto, porque de otra manera iba a ser algo muy largo y doloroso, y yo iba a cuidarla, claro. La extraño mucho, pero elijo vivir. Vivimos 50 años juntos, una mujer que se mimetizó conmigo, feminista, que siempre me decía ‘yo no soy tu mujer, no dependo de vos, soy tu esposa’. Era profesora de francés.
-¿Cómo se habían conocido?
-Una compañera mía del Conservatorio Nacional de Arte Dramático era compañera de ella del trabajo y vinieron a ver una obra que se llamaba Duérmase mi niño, y uno de los sketches era una despedida de soltero. Me conoció así, en calzoncillos en el escenario (risas). Empezamos a salir enseguida, y en marzo del ‘73 nos casamos; yo todavía estaba en el Conservatorio. Toda la vida juntos. Cuando entré en la política, ella me dijo “hasta acá te acompañé”.
-¿Y qué pasó?
-No me acompañó. Fui Concejal por el PJ del partido 3 de febrero entre el 2013 y el 2017, y terminé siendo Presidente de la Comisión de Educación y Cultura. Me pareció bárbaro que decidiera no acompañarme.
-Dijiste algo muy lindo: que a pesar del dolor de su partida, elegís vivir…
-Absolutamente. Viví dos casos cercanos, el de mis padres que cuando él falleció a los 50 años, mi madre se dejó morir y se fue al poco tiempo. Y mi suegra enviudó a los 50 y a partir de ahí empezó a crecer, a arreglarse sola, buscó un trabajo. Y yo tomo ese ejemplo porque pienso que María Inés, esté donde esté, va a preferir verme feliz. Por eso elijo vivir, ayudado por los amigos de toda la vida. Y quiero destacar a dos, especialmente: a Jorge Marrale, que es como mi hermano, y a Beatriz Spelzini. Los tres fuimos becados a la Comedia Nacional Argentina cuando egresamos del Conservatorio. Y también me acompañan mis hijos, claro, Marian y Pablo, y mis cuatro nietos.
-Y ahora elegís subirte a un escenario después de haber atravesado una enfermedad difícil…
-Sí. La idea de esta obra es que sea la continuación de Lejana tierra mía, de Eduardo Rovner, que hicimos en el 2000 también con Pablo Brunetti y con la dirección de Oscar Barney Finn. Un día nos preguntamos los tres qué les pasaría a estos mismos personajes veinte años después y Marcelo Zapata y Barney Finn empezaron a escribir esta obra en la que aparece el mismo conflicto de padre e hijo, pero con el mundo absolutamente cambiado. Estamos muy contentos de hacerla, y los que la vieron hablan muy bien. La lluvia seguirá cayendo puede verse los miércoles a las 20 en el Beckett Teatro (Guardia Vieja 3556, CABA). Me entusiasma mucho, primero por recuperar mi profesión, y segundo porque veo que puedo; yo digo que soy como Rod Stewart que se conforma con cantar ronco (risas).
-¿Tuviste miedo de no poder volver a trabajar?
-Tengo más de 70 obras de teatro hechas y cuando me enteré del tumor en mi cuerda vocal fue una sorpresa muy grande. Entiendo que nadie está exento de nada, pero justo soy actor y me afectó la voz. Me atendió en equipo extraordinario del Fleming dirigidos por el doctor Gonzalo Ceballos, un cirujano maravilloso que me dijo que quizá iba a perder un poco de voz pero no la potencia, que me quedara tranquilo. En medio de todo es hubo un proceso enorme de radioterapia diaria. La alegría de volver es muy grande y es una emoción tremenda sentir en el escenario que el público responde.
-La popularidad te llegó cuando ya habías hecho decenas de obras de teatro y hacía años que te ganabas la vida como actor, ¿cómo fue?
-Me sucede algo particular porque he sido padre de actores de toda una generación como por ejemplo de Leo Sbaraglia, Diego Torres, Pablo Rago. Ya había protagonizado en el Teatro San Martín y en el Cervantes cuando me llamó Oscar Viale para hacer Mi cuñado con Luis Brandoni y Ricardo Darín, con un personaje casi teatral que fue Sinistri. Y ahí me vio Adrián Suar y me convocó para hacer al comisario Chiape en Poliladron. Tenía 45 años ya. Fue el auge de Polka, y Poliladron cambió un campo de visión y lo que se veía era casi una película, con efectos especiales muy buenos. Después vinieron muchas ficciones hermosas, como Campeones, Los secretos de papá, Costumbres argentinas.
-Tuviste una continuidad de trabajo poco común…
-No he dejado de hacer teatro, televisión ni cine. Arranqué con teatro porque para mi el actor es educado para el teatro y es su esencia, el aquí y ahora y la energía que va y viene con el espectador. Esa fue mi formación. Un día viajando en taxi con Tito Cossa me preguntó por qué no hacía televisión. Yo estaba haciendo El pan de la locura, con un elenco increíble, en el ‘77. Le dije que en el Conservatorio me habían enseñado que la televisión deforma y él me respondió que había gente que estaba formada como yo; y ahí fue cuando me llamó Viale para Mi cuñado. Estuve en éxitos enormes; tuve mucha suerte.
-¿Hay algún personaje al que le tengas especial cariño?
-En mi barrio, Caseros, me llaman Comisario Chiape (risas). Con ese personaje gané el Martín Fierro y todo fue muy gratificante, pero trato de escaparme de él porque me parece que ya está. Puedo darme cuenta de que mi vida y mi carrera estuvieron signados por la suerte. En teatro hice más de 70 obras, pero hubo tres que me marcaron especialmente: El placard, con Diego Peretti y Alejandro Awada, La prueba, con Gabriela Toscano, Carola Reyna y Pablo Rago y Porteños, con Daniel Fanego, Gabriel Goity, Horacio Fontova, Gastón Pauls. Gracias a esas obras pude comprar mi casa. Porque el teatro no es un espacio comercial, en general. Hoy, en la situación de crisis que vivimos, necesitamos que lo privado se acerque al teatro y en el caso de La lluvia seguirá cayendo tengo que agradecerle a Martín Cabrales.
-¿Tenés proyectos?
-Si, muchos. Hice una gestión con Rosario Lufrano que me satisfizo mucho, un trabajo arduo en Radio y Televisión Argentina con radios de todo el país y la Televisión Pública, y seguimos el trabajo con ella porque queremos armar una pequeña productora de contenidos audiovisuales, porque fueron tantos los premios obtenidos y los acercamientos con gente de otros países que quiero aprovecharlos. Fui vicepresidente de RTA y fundamos el laboratorio de innovación audiovisual que era un espacio de trabajo muy interesante. Me parece que habría que continuar eso. Yo creo que ni este gobierno, ni el anterior, ni el anterior han tomado conciencia de lo que es la industria de ficción en el mundo, que genera turismo, gastronomía, trabajo para mucha gente. A nadie le importó y no sé cuál es la razón.
-Te dedicaste a la política, pero siempre en el área de cultura, ¿cómo fue?
-Mi papá era sindicalista y cuando apenas ingresé al conservatorio muchos me dijeron que yo iba a ser delegado y los iba a representar. Evidentemente, uno emana la posibilidad de que los otros confíen en uno. Y nunca he defraudado a nadie. Cuando se firmó la sociedad de gestión de Sagai (Sociedad Argentina de Gestión de Actores e Intérpretes) que hoy es la quinta en el mundo y la primera en Latinoamérica, fui secretario general durante 15 años. Luego me convocaron para ser Concejal en 3 de Febrero, donde vivo de toda la vida. Fue una experiencia impresionante tomar conciencia de que la política es la única herramienta que puede transformar la realidad. Ahí fue cuando mi mujer me dijo “no te sigo” (risas). Y después Rosario Lufrano me llamó para que lo acompañara en su gestión. Esa etapa está terminada para mí, quiero dedicarme a mi profesión desde la actuación, la producción y la dirección porque en estos años que me quedan quiero terminar como actor. Hay ofrecimientos de gestiones, pero ya está.
-¿Cómo vivís la realidad del país?
-Me preocupa algo que dije en presencia de autoridades del gobierno anterior, y es que me parece que nunca se ha tomado conciencia de lo que significa la industria audiovisual. Las novelas turcas han incrementado en un 30 por ciento el turismo en ese país, por ejemplo. No entiendo por qué acá no armamos una estructura fuerte y que dé mucho trabajo y se hagan muchas películas. El INCAA, por ejemplo, no necesita dinero del Estado porque se autofinancia. Estados Unidos hace 200 películas al año, y nosotros tuvimos un ciclo de oro que transcendió en el mundo; nuestro cine gusta. Los costos son cada vez más grandes, aparecieron las plataformas y no se puede competir con ellas porque manejan mucho dinero. Soy de los que creen que hay que coordinar con ellas para trabajar, y nosotros podemos ofrecer mucho desde acá, logística, talento artístico y técnico que nos sobra. Hay que animarse. La cultura siempre es el último orejón del tarro, desgraciadamente. El afuera nos mira: Borges, Piazzolla, Alfredo Alcón, las películas de Darín, muchos autores argentinos trascienden en el mundo. Es cultura.
-¿Tenés una mirada esperanzadora?
-Soy muy pro positivo. No hay que dejarse abandonar por la realidad que es muy dura. Ojalá se tome conciencia de que hay que pelearla. Estamos en una crisis profunda y hay que aprovechar y revisar todo. Sin embargo, los gobiernos se aprovechan de la cultura y se pelean con una actriz, una cantante, porque saben que eso trasciende y atrás de eso viene el mensaje que quieren imponer. Es una realidad y duele mucho. Pero yo sigo.
-¿Cuándo fue la primera vez que pensaste en ser actor?
-Hay varias versiones (risas). Una de las últimas la descubrí por medio del psicólogo. Tendría yo unos 18 años e iba con un amigo en moto. En un momento cargamos nafta, primero mi amigo y después yo, y cuando salí de la estación de servicio vi que había un montón de gente y era que mi amigo se había accidentado y falleció. Se hizo el velorio en la casa de él y en el patio, donde estaban todos los amigos, se me ocurrió agarrar una escoba y empezar a improvisar. De pronto me di cuenta que los demás se reían. Con la piscología de hoy entiendo que es una de las maneras de zafar de la angustia de la muerte. Y hoy me plateo si el teatro no es también una manera de zafar de la angustia de la muerte. El actor tiene un rol social muy importante. Esa noche, recuerdo bien, improvisaba lo que se me ocurría y me dio la impresión de que todos se sintieron un poco más aliviados. Me gustó esa sensación. Y en el teatro pasa lo mismo porque siento que el público se va más aliviado. Estaba estudiando odontología, abandoné y me metí en el conservatorio.
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