Con muchos proyectos en carpeta, el actor repasa con LA NACION algunos momentos bisagra en su vida, habla de sus dos grandes amores y su trabajo junto en ACNUR
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Con la excusa de hablar sobre su labor como Embajador de Buena Voluntad en ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) y de la campaña solidaria Ponchos Azules, Osvaldo Laport conversa con LA NACION sobre su trabajo, su familia y reflexiona sobre la realidad mundial.
Hace ya muchos años que le dedica a ACNUR gran parte de su tiempo y pone sus ganas y su garra en la lucha por un mundo mejor. “Estoy vinculado a la Fundación desde 2004 y dos años después me sorprendieron con el privilegio de poder visibilizar otras realidades. Y utilizo la palabra privilegio porque cuando hice mi primer viaje a Congo, África, en 2009, el director regional que me recibió en la comunidad de desplazados internos, me dijo que me daba la bienvenida porque tenía el privilegio de ser el primer Embajador de Buena Voluntad del ACNUR que llegaba a Congo en una situación de riesgo grado 5, que es el más heavy en cuanto a inseguridad y violencia. Algún día contaré en mi libro todo lo que he vivido”, revela Laport y continúa: “Cuando este hombre usó la palabra privilegio me sorprendí, pero después lo entendí y fue la palabra que me acompañó todos estos años y me enseñó a enfrentar las cosas con valentía y sensibilidad. Ser la voz de estos hombres, mujeres, niñas y niños que huyen para salvar sus vidas. En este momento hay más 82,4 millones de víctimas en el mundo que están desarraigadas de sus hogares por la guerra, la persecución, la violencia y con el agravante de la pandemia. De ellos, más del 40% son niños y niñas y la mayoría huyen solos. Todos los 20 de junio, en el Día Mundial del Refugiado, el Alto Comisionado Filippo Grandi da las últimas estadísticas y el número crece año a año, lamentablemente. Por eso llevamos adelante la iniciativa Ponchos Azules, que busca que la sociedad tome conciencia y se comprometa con esta situación inadmisible”.
-¿Qué es Ponchos Azules?
-Es una campaña solidaria que se creó en 2020 en la Argentina, un país sensible, solidario y amigable para con los refugiados. Hay que destacar también que somos un país receptor de refugiados, aunque la campaña habla especialmente de quienes no llegan aquí y la están pasando muy mal. La solidaridad no debe tener fronteras. No quiero dar nombres porque ACNUR es humanitario, social y apolítico, pero hace un tiempito atrás hubo un mandatario que tiró un bocadillo muy desafortunado cuando dijo, hablando de las personas sirias, que no quería recibir terroristas acá. Como si todos los sirios fuesen terroristas. ¡Dios mío! Elegimos como emblema al poncho porque es nuestro símbolo nacional que une y abriga, y está relacionado con el gaucho y la gauchada. Entonces Ponchos Azules invita a la sociedad a sumar su apoyo y comprometerse con la causa de los refugiados y desplazados.
-¿Cómo es tu relación con los grupos de refugiados de nuestro país?
-Estoy muy vinculado. Además soy padrino de Latin Box Machine que es la primer sinfónica compuesta por refugiados venezolanos, sirios y, claro, hay talento argentino, uruguayo y paraguayo. Son más de 160 integrantes con quienes estamos creando la puesta en escena internacional de El principito sinfónico, basado en la obra de Saint-Exupèry. Me contacté con un príncipe francés que se llama Janic para que se sume, estoy coacheando a los actores y además interpreto el personaje del aviador. Vamos a estrenar cuando se pueda aquí y en gira internacional. Pero el primer paso es el disco que tiene toda la música de la obra de teatro y fue realizado en pandemia. El príncipe francés está encantado con el resultado y prometió contactar a otros príncipes europeos. Es una logística enorme.
El cine, un nuevo amor
-Se viene El principito entonces, ¿qué otros proyectos tenés?
-Doy clases de actuación en un profesorado de teatro y la experiencia es extraordinaria. También dicto clases en forma presencial en mi casa, y el 2 de julio vuelve Rotos de amor, que hacemos con Rolly Serrano, Víctor Laplace y Antonio Grimau. En principio vamos a estar los viernes en el Chacarerean. Tengo dos proyectos de cine que se reactivaron ahora y me entusiasman mucho. Una película se va a filmar en el Norte, a finales de agosto. El título tentativo es Hombre muerto, una historia bellísima de un tipo que tuvo un circo y echa anclas en un pueblito porque se enamora. La otra es para noviembre, se llama El señor de las ballenas, se filma en el Sur y narra la vida de un hombre que interactúa con las ballenas. Ambos son personajes agrestes, vinculados con la naturaleza. Estoy muy contento. Además estoy con la plataforma de streaming www.teatroplay.com con la que el año pasado hicimos Detrás del arco iris, y ahora tenemos otro proyecto.
-Además en cuarentena estrenaste el film Bandido...
-Sí, es una película que rodé en Córdoba en el 2019, que anduvo muy bien, y con muy buenas críticas. Fue una grata sorpresa haber estado en la apertura del Bafici y una posibilidad también de reivindicar al género que me dio popularidad, que es el teleteatro. Hubo un poco de desconcierto y energías desencontradas cuando vieron que un actor de telenovelas abría un festival del cine independiente, con una película cuasi comercial. Estoy aprendiendo la jerga del cine, que desconocía por no haber transitado ese arte. Bandido sigue girando en festivales.
-¿Y algún trabajo con tu mujer o tu hija?
-Sí, acompaño a la familia, a Jazmín en su lanzamiento como cantante con sus temas musicales que ella crea, Horas y Muñeca; le hago la puesta en escena de los videos, que fueron realizados en casa. Lo mismo que con mi mujer, Viviana (Sáez), a quien le hice una puesta en escena del stand up que hizo en el Complejo La Plaza, Siempre con el mismo hombre.
-¡Debe ser muy agitado un día en casa de la familia Laport!
-Somos una familia de artistas. Una familia de inquietos, pero cada cual tiene su rincón, su espacio, y a eso le sumamos un boliche bailable.
-¿Un boliche en medio de la casa?
-Sí, hice un boliche para divertirnos cuando viene algún amigo encuarentenado. Se llama Puticlub, hay luces, una esfera de espejos, barra de tragos, música. Y para ir nos subimos al auto, damos una vueltita en casa y llegamos al Puticlub, que es en mi estudio. Entro primero, abro la puerta y hacen la cola, los cuatro o cinco que somos. Todo con protocolos claro y hasta jugamos a lo que hemos sido víctimas alguna vez cuando de joven querías entrar a un boliche de esos estúpidos y te decían: ‘Usted sí, usted no’, según tu cara o la ropa que llevaras puesta. De alguna manera, nos burlarnos de las miserias de los otros. El Puticlub también es familiar: Viviana y yo vamos en el auto y Jazmín y su chico en bicicleta.
Lo importante es la familia
-¿Es bienvenido el novio de tu hija?
-Sí, claro. Se llama Matías (Paz), es modelo, tiene su trayectoria internacional. Es un bien parido. Parece una continuidad mía y puede llegar a sonar edípico pero es así; es un gran tipo con una bellísima familia.
-¿Y cómo son los Laport cuando se ponen más serios?
-No tenemos horarios ni rutinas. Como familia de artistas no somos estructurados y podemos desayunar a las 15 y merendar a las 19, en cuarentena. Sino, con trabajo y un poco de libertad, ya sabemos cuál es el compromiso del otro y nos acompañamos.
-Con Viviana llevan un matrimonio de 42 años, ¿cómo hicieron para sobrevivir a las crisis y volver a elegirse?
-Nos pusimos de novios cuando Viviana tenía 16 años y yo 22. Creo que el elegirnos está relacionado a lo que sucede en la diaria, y entendiendo que en invierno nos amamos más que en verano porque es una garrapata para estar abrigada y que le caliente la cama (risas). Y ahí sí o sí estamos amigados...
-Ahora que empezó el invierno están en un buen momento entonces…
-(Risas) Es una chanza. Vivimos en una casa grande y no tenemos loza radiante sino salamandra, leña, fuego y humo, mucho humo. Encuarentenados y con casi dos años sin trabajar, hay que encontrar ese equilibrio. Y además está la familia, los afectos, los amigos.
-En los últimos años muchos de tus coterráneos se volvieron a Uruguay, ¿se te cruzó por la cabeza a vos?
-No. Cada historia es diferente, pero a mí no se me cruzó nunca por la cabeza, si bien tuve propuestas para ir a trabajar. Desde la primera cuarentena me llamó un productor para hacer un monólogo sobre mi vida y cobrar en dólares. Me dijo que era el momento y había que aprovechar, pero le respondí que si vuelvo a Uruguay a trabajar quiero hacerlo bien, con una buena producción, un buen guion y un buen espectáculo. Además me invitaron para el MasterChef de Uruguay, ya que fui convocado al de la Argentina.
-¿Y por qué no aceptaste?
-Porque no es lo mío. No llegamos a ningún acuerdo porque no me cierra si tampoco está acompañado con un atractivo, ya sea económico o lo que proponga para que mi aparición sea diferente. Cocino, pero quienes cocinan bien en casa son Viviana y Jazmín. Lo mío son los asados a la cruz, al asador, el horno de barro, las tortas fritas, cortar los plátanos de casa y hacer pan de plátano o plátano frito.
El galán de los hogares
-¿Extrañas al galán?
-No lo extraño. Si me convocan va a ser un privilegio porque soy de ese género. Cuando fui convocado para hacer Bandido y recibí devoluciones maravillosas de los críticos, descubrí que el público de cine no conocía a Osvaldo Laport y encontraron a un actor que también hizo cine en telenovelas. Tomo el guante del director del Bafici, Javier Porta Fouz, porque cuando hizo la apertura del festival dijo: “Muchos estarán murmurando y preguntándose, Laport abriendo el Bafici. Sí, es más actor que muchos de ustedes acá”. Todo eso pudo haber jugado a favor o en contra porque transitó el filo de la navaja, pero no dejó de ser una oportunidad para reivindicar al teleteatro cuestionado por los intelectuales del cine de culto, que creen que la telenovela es un género menor. Basta de prejuicios. Somos trabajadores del arte en cualquier lugar y un buen guion se puede hacer en cualquier espacio.
-De los muchas novelas que hiciste, ¿cuál guardás en el mejor rincón de tu corazón?
-La novela más rica en todo sentido, pero en especial por su poesía, su estética y sus ensambles, fue Cosecharás tu siembra que en Italia se llamó Renzo e Lucia y ganamos el Telegatto. Recuerdo escenas maravillosas con Rita Terranova, con Virginia Lago y hay una especial con Lautaro Murúa que fue una bisagra en mi vida. Estábamos grabando en Tandil, en invierno, con mucho frío, los dos montados a caballo esperando que el director dijera ‘acción’. Lautaro era tan imponente y yo sigo siendo un tipo que si no me hablan, no hablo para no molestar. Entonces mientras esperábamos la acción, de la nada él dice: ‘Usted no es para esto’. Y enseguida arrancó la escena que hice con una angustia tremenda, pero salió extraordinaria, no se tuvo que repetir aunque para mí fue la peor de mi vida. Cuando nos bajamos de los caballos, sentí una mano en mi hombro y era él que me apartaba para decirme: ‘Usted es un actor de teatro, de cine, no de televisión’. Y ahí cerró el bocadillo que me había tirado previo a la escena. Eso me dio mucha seguridad y es parte de mi patrimonio como actor, pero al mismo tiempo ese bocadillo no dejaba de ser un acto de discriminación al género que él también estaba haciendo.
-¿Y hubo algún otro momento que te marcó en tu carrera?
-Otro momento bisagra fue con Alfredo Alcón, con quien no trabajé, pero me hizo una hermosa devolución. Estábamos haciendo la obra Recordando con ira (de John Osborne), con Daniel Marcove y dirección de Julio Ordano, en un teatro muy chiquito. Un día nos avisaron que Alfredo Alcón iba a presenciar la función y él había hecho esa obra en algún momento. Me temblaban las piernas, hice la función y cuando terminamos me cambié, antes del debate con el público. Nos sentamos en el proscenio del escenario, Alfredo dio su devolución y en un momento dijo: “Qué pena que se fue el actor que interpretó a Cliff”. Y yo tímidamente dije: ”Soy yo”. Me miró y me dijo: “¿sos vos?”, se levantó y empezó a aplaudirme. Esas son anécdotas que han alimentado mi ego y también me dieron mucha seguridad.
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