Olga Zubarry: la estrella que supo ser un símbolo de erotismo en el cine argentino y se retiró para llevar adelante un proyecto solidario
A casi 10 diez años de la muerte de la legendaria actriz, cuya carrera despegó con El ángel desnudo y sus películas con Carlos Hugo Christensen, y que fue parte de cada etapa de la cinematografía nacional en cinco décadas de carrera
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En diciembre se cumplirán diez años de la partida de Olga Zubarry, una estrella que fue símbolo del erotismo en la época de oro del cine argentino, pero también una actriz de enorme valor dramático, cuya carrera estuvo coronada de premios. La celebra la pantalla grande y el siempre cambiante mundo de la televisión, pero tampoco la olvidan los dos hogares MAMA de los que fue madrina y donde los chicos de la calle encontraban afecto y la posibilidad de estudiar para tener una salida laboral. Se retiró temprano, cuando aún podía brindarle mucho más al espectáculo argentino, pero quiso tener tiempo para tomar el té con sus amigas, ser abuela de tiempo completo, ver las películas y las obras de teatro que quería ver y dedicarse a la tarea social que tanto la inquietaba.
Cinco décadas antes de retirarse del mundo del cine con la película Plaza de almas (1997), que dirigió Fernando Díaz, era un rostro promisorio con su protagónico en El ángel desnudo (1946): “Presentó a la primera estrella sexy del film argentino, Olga Zubarry, que se impuso no sólo por su físico sino por su fuerte personalidad y medido juego expresivo, e incluyó el primer desnudo visto en películas criollas, que causó sensación aunque fue bastante discreto”, anotaba Domingo Di Núbila sobre la historia de ese hombre quebrado económicamente que deberá afrontar el quiebre moral cuando envía a su hija a pedirle dinero a un afamado escultor, quien ofrece ayuda a cambio de que la joven muchacha pose desnuda para él (el film está disponible en Cine.ar).
Otra historia, con otro artista -en este caso de un pintor callejero y su novia con deseos de ser estrella-, enmarca su último papel en el cine, donde hizo de abuela: “La experiencia con ella fue absolutamente movilizadora para mí, imaginate que era mi primera película como director y además era una ópera prima para casi todos los que trabajábamos en Plaza de almas en roles técnicos. Por eso, pensar en una figura como Olga Zubarry nos parecía imposible además porque ella no trabajaba más, nos habían dicho. Sin embargo el entusiasmo que se tiene cuando uno es muy joven hizo que le acercáramos un guion. Lo leyó y para nuestra alegría y sorpresa, decidió hacer el rol de la abuela y fue una experiencia absolutamente magnífica porque todos aprendimos mucho, mucho, de su trabajo en el set”, confirma Díaz sobre la película que le brindó el último premio de su carrera a la actriz. “Todos teníamos, incluso los actores, un respeto… porque con la trayectoria de Olga verla entrar al set de un operaprimista era toda una ceremonia pero resulto de una calidez increíble, ayudó muchísimo, lo cual habla de su grandeza. Creo que la pasó muy bien. Cuando ganó el Cóndor de Plata fue muy movilizador porque me lo dedicó y son cosas que no se olvidan”, confirmó.
Pero el 20 de febrero de 1947 recibía también de los cronistas cinematográficos de aquel tiempo en el Salón Ambassadeurs su reconocimiento como Revelación Femenina. Antes aparecía en 16 años (1943), aunque no en los créditos del film, como también en Safo, historia de una pasión (1943), donde sólo ella podía identificarse en la escena del baile disfrazada de fantasma; fue alumna en la escuela a la que asistía la Julieta Ayala de Pérez que delineó Mirtha Legrand en La pequeña señora de Pérez (1944) y, finalmente un personaje con nombre propio (María Ester Ríos) y lugar en el afiche (en la quinta línea del elenco) en el clásico Las seis suegras de Barba Azul (1945), y como Lila en Adán y la serpiente (1946), que fue prohibida por la censura chilena. A su papel consagratorio y a todos estos trabajos para la pantalla grande -a sola excepción de No salgas esta noche (1946), que dirigió el gran Arturo García Buhr- une a su nombre al del sofisticado Carlos Hugo Christensen, quien dirigió todas estas experiencias iniciales y, además, la llevó al estrellato (otro de sus proyectos en común, el policial La muerte camina en la lluvia, es el otro film de Zubarry disponible en Cine.ar).
Una jovencísima Olga admiraba a la gran cándida de entonces, María Duval -suerte de ídola juvenil de aquellos años-, y reclamaba a una de sus hermanas, casada con Juan Carlos Thorry, la oportunidad de ir a los grandes estudios y poder verla. Pero la varita mágica del destino movió los hilos invisibles de una trama misteriosa y Christensen la invitó a participar en una escena de una fiesta de fin de curso donde faltaban chicas de su edad. Así el destino la llevó al plató con su más admirada estrella, pero sin saberlo, comenzaba para Olga su camino en el mundo del cine. “No fue precisamente un sueño porque yo estaba estudiando, había empezado el liceo, el liceo número 1 en el Figueroa Alcorta porque quería ser obstetra. Pero después cuando empecé a filmar, y empecé a faltar en el liceo, pude hacer nada más dos años. En ese momento tenía 16 años”, declaraba sobre sus comienzos a Claudio España para Historias con aplausos, el histórico ciclo realizado por Clara Zappettini para la televisión pública.
El ángel desnudo estaba basado en La señorita Elsa, de Arthur Schnitzler, y el desnudo del título que generó un enorme éxito para el cine argentino, en rigor, no fue tal. “No había existido ningún desnudo. Además ¿para qué voy a filmar desnuda si era una cuestión de cortes? Porque también había censura y, además, yo no hubiese aceptado. Así que, en cierto modo, el rechazo de Mirtha (Legrand) me permitió iniciarme en roles protagónicos de películas muy importantes”, confesaba Olga a Guillermo Russo en el libro Más allá del olvido, sobre esa malla color carne adherida en la parte de adelante y maquillada por la espalda que daba la sensación del desnudo que no fue. Como tampoco lo fue un par de décadas después el que cumpliría para la icónica Invasión (1969), de Hugo Santiago, donde su despojamiento de ropas fue doblado por una modelo. Desde un comienzo la actriz había preguntado si habría desnudos y con la respuesta afirmativa y temiendo perder a la gran actriz llegaba la opción del denominado “doble de cuerpo”.
Pero entre esos dos roles, Olga Zubarry aunó una trayectoria con papeles que se distinguían sin pausa, y cincelaban clásicos, como Los pulpos (1947) y La muerte camina en la lluvia (1948) ambas nuevamente bajo la mirada de Christensen; El extraño caso del hombre y la bestia (1950) de Mario Sóffici; El honorable inquilino (1951) de Carlos Schlieper; Mercado negro (1953) de Kurt Land, o El vampiro negro (1953), de Román Viñoly Barreto. Además de títulos con la firma de Antonio Momplet, Manuel Romero, Mario Lugones, Catrano Catrani, Carlos Rinaldi, Leo Fleider, Julio Porter y Enrique Cahen Salaberry, junto a películas como Yo quiero una mujer así, rodada por Juan Carlos Thorry en Venezuela o la labor de León Klimovsky para Maleficio, coproducida junto a España y México, que le brindaron también proyección internacional.
A su biógrafa María del Carmen Vieites, Zubarry confesaba que: “Marianela y la Saluí de Hijo de hombre, podría decir que son mis favoritas, aunque cuesta decidirme entre tantos. Para hacerla se formó una cooperativa, Atlante, y cuando me ofrecieron protagonizarla acepté inmediatamente. Era un equipo bárbaro. La hicieron también los españoles, pero me parece que la nuestra salió mejor”. El rodaje de Hijo de hombre de Lucas Demare, con un relato ambientado en la Guerra del Chaco, fue para Olga además un desafío físico aunado al actoral al realizarse el rodaje en Río Hondo, Santiago del Estero, para recrear una aridez que traspasaba los límites de la narración: “Estuvimos hasta noviembre con ese calor asqueroso. Salimos a caminar y estaban las casas cerradas, no quedaba nadie. Eso de que se puede cocinar un huevo en el asfalto es cierto, lo hemos vivido nosotros, ¡Qué calor, por Dios!”, confesaba al libro Nuestras actrices. El sábado 12 de marzo de 2011 la sala Pinamar, del municipio homónimo, encendía los proyectores para brindar Hijo de hombre en el marco del festival Pantalla Pinamar, a cuyo homenaje por el cincuentenario de su estreno concurrió la actriz, siendo este cronista testigo de las lágrimas de Zubarry luego de proyección y cómo, emocionada, conversó con la realizadora suiza Sophie Heldman, que presentaba su película Colors in the Dark, protagonizada por Bruno Ganz y Senta Berger: “Yo la conocí a Senta Berger en un festival de Berlín, ¡qué hermoso!”, dijo Olga.
Había nacido en el porteñísimo barrio de Parque Patricios el 30 de octubre de 1929, hija de inmigrantes españoles. Su Olga Adela Zubarriain de nacimiento condujo al inevitable apodo de “la vasca”, pero tanto las revistas del corazón como los programas de escándalos no pudieron hacer mucho al tratar de involucrarla en romances, peleas o desencuentros. En una mesa de Almorzando con Mirtha Legrand a mediados de los 90 recordaba cuando quisieron enemistarla con la diva de los almuerzos. En lo sentimental, su vida estuvo ligada a la de Juan Carlos Garate, abogado que fue presidente de Argentina Sono Film durante 47 años, y con quien tuvo dos hijas, Mariana y Valeria. Precisamente se retiró del cine a poco de ser abuela y la TV contó con ella por última vez con Hombre de mar, luego de títulos históricos como Narciso Ibáñez Menta presenta, Alta comedia, Nosotros y los miedos, De fulanas y menganas, El precio del poder o Atreverse.
Si existe un lugar donde la trayectoria de Olga Zubarry acompañó la del propio medio fue en el cine. Se permitió estar en la renovación del cine argentino con El candidato (1959), de Fernando Ayala; filmar una insospechada coproducción en Paraguay como La sangre y la semilla (1959): “Augusto me decía que yo era una estrella paraguaya nacida en la Argentina”, declaraba sobre su papel (elogiado por el escritor Augusto Roa Bastos); participar del pionero desarrollo del género fantástico con Invasión (1969, disponible en Xiclos); en películas de éxito en el “boom del 74″ como La Mary (1974, disponible en Amazon Prime Video) y otras arriesgadas en la transición de la dictadura militar a la democracia: Desde el abismo (1979); Los pasajeros del jardín (1982); ¿Somos? (1982); y ya en democracia Contar hasta diez (1985) de Oscar Barney Finn, de manera previa a una pausa de poco más de una década hasta su retiro definitivo.
“Lo increíble de Olga es que sin haber hecho ningún estudio especial con los conocidos directores de teatro de la época, cuando vos la enfrentabas o la convocabas y ella decía algo, se comprometía con algún rol, era de una gran verdad”, confirma Barney Finn y agrega: “De una verdad que salía de lo más profundo de ella y sin mucha técnica pero que, indudablemente, era creíble. Intenso, profundo, inteligente… esa voz que tenía… esa forma de mirar… esa humanidad que tenía cotidianamente cuando te invitaba a tomar el té a su casa o a una reunión, siempre con una sonrisa cálida donde había siempre un interés por el otro. Creo que eso fue lo que le hizo aceptar esa participación que yo le pedí en Contar hasta diez”. Olga estuvo en la filmación con una participación que demandó sólo una jornada en una bella casa quinta en Beccar, cercana al río: “Era de unos amigos, de la actriz chilena y gran modelo en París Alma Montiel, quien filmó con el “Pato” Kaulen, y a quien conocí porque estaba interesada en participar en la producción de Chocolates über alles [N. de la R.: proyecto basado en un cuento de Beatriz Guido que quedó suplente en el concurso de coparticipación del INCAA y aún espera su oportunidad]. Y ahí estuvimos todos con Olga filmando, en la casa que Montiel tenía con su marido Kurt Kassel. Disfrutamos mucho de la película cuando con ella, Julia von Grolman y Oscar Martínez estuvimos en Berlín. Oscar tuvo que volver inmediatamente a la Argentina pero con Olga y Julia nos fuimos a París donde la pasamos fantásticamente, incluso con el director suizo Daniel Schmid, que era muy amigo mío y nos invitó a su casa. Reiteradamente esas muestras de afecto, de cordialidad y vitalidad hacen que no la pueda recordar de otra manera junto con mi admiración”, señala Barney Finn, quien coincide con Díaz que lo único en lo que era terminante era su aversión al cigarrillo: “Fue una adelantada, y nos hizo bien a la salud, la mayoría dejamos de fumar”, añade Fernando Díaz con emoción y simpatía.
MAMA no fue la única causa benéfica que abrazó Olga Zubarry: integró la dirección de la Casa del Niño de la Fundación Elena B. de DAnna, y amadrinó una sala de espectáculos en Lincoln, a cuya inauguración no pudo concurrir por los recurrentes altibajos de su diabetes, que la llevaron a perder la visión en el último tramo de su vida. Seguramente, la mejor síntesis de una vida amalgamada con el arte y la solidaridad la haya brindado la propia actriz al retirar su Premio Podestá a la trayectoria en 1994: “En el día del actor me siento realmente muy halagada de recibir este premio y decirles también que, precisamente, en este año conmemoro mis bodas de oro con mi carrera artística. Tengo que recordar, y agradecer, muy sinceramente al doctor Guerrico y “Pequio” Yarzábal, los dueños de los estudios Lumiton y, por supuesto, a Carlos Hugo Christensen, quien me dio las mejores oportunidades en el comienzo de mi carrera. Quiero también dedicarlo y compartirlo con mi marido, con mis queridas hijas Mariana y Valeria, con todos mis compañeros de El precio del poder, los de antes y los de ahora que están unidos en mi corazón, y con mis cincuenta ahijados de MAMA que me llenan de orgullo cada día”.
Se retiró con una ovación, la misma que entre lágrimas confundidas por la descarga de un cielo gris plomizo, coronó su despedida en el cementerio de la Chacarita, un ya lejano diciembre de hace una década, cuando la muerte caminó en la lluvia para llevar de su mano a una actriz que fue sinónimo del gran cine argentino pero también de compromiso social.
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