El 19 de agosto no es una fecha más. Al menos no lo es para los millones de fanáticos de Sandro que se desparraman en todo el continente. No lo es para sus "nenas" y mucho menos para Olga Garaventa , su viuda. Hoy, Roberto Sánchez hubiese cumplido 73 años. Se fue joven. Demasiado. Aún duele aquel anochecer mendocino del 4 de enero de 2010 cuando partió luego del "permiso" de Olga para descansar en paz. "Veía que los médicos hacían lo imposible, pero Roberto sufría. Así que aquella tarde, les pedí a todos que me dejaran a solas con él. Le pregunté si me escuchaba y movió la cabeza afirmando que sí. Lo tomé de la mano y le dije: 'No te hagas problema. Si te querés ir de gira, andá tranquilo. Yo me quedo con los chicos, con tus nenas. Andá, Robert, si es tu deseo'. Luego de decirle eso, bajé a tomar un café. Los médicos querían saber qué había hablado con él, pero no se los dije. Era algo muy íntimo. A los veinte minutos, el personal de seguridad de la clínica me vino a buscar. Cuando subo, vi a los médicos llorando. Roberto era muy aferrado a la vida, por eso le dije eso. Para que se vaya tranquilo".
Garaventa mantiene el mismo perfil bajo que manejaba su marido. Ella también es cultora de la vida lejos del ruido. Se aparta de todo aquello que le robe tiempo para estar con su familia, pero sabe que su voz es codiciada porque los fanáticos encuentran en ella la manera de tenerlo vivo a él. Cada tanto, hace excepciones y conversa. Así sucedió hace pocas horas. La mujer sobria, de muy buena figura, cabello impecable, sencilla y elegante, recibió a LA NACIÓN en la icónica mansión de Banfield donde vivía con su marido. El refugio de Sandro. La guarida de Roberto Sánchez. Ese caserón oculto detrás del famoso murallón que cada 19 de agosto era testigo de una multitud de "nenas", y algún que otro "nene", que se acercaba para cantarle el feliz cumpleaños a su ídolo. El recibía a todos. Uno a uno en el conversatorio del ingreso. Allí, con el fondo de la enamorada del muro eterna que escala husmeando el cielo y la imagen de la Medalla Milagrosa bendiciendo el ritual. En los últimos tiempos, el saludo ya era general. Y la última vez que sucedió, el astro rezó el Padre Nuestro acompañado por toda la multitud. Intuición de un final anunciado.
Olga convive con todos los recuerdos de su marido y si bien no es de regodearse en el pasado ni en una nostalgia abrumadora, sabe que en cada rincón hay algo con sabor a remembranza. "Cuando paso por el escritorio trato de mirar para otro lado". Este cronista pudo recorrer la infranqueable mansión acompañado por Olga, por su hijo Pablo, y por la periodista Graciela Guiñazú, una de las investigadoras más serias, y que más sabe sobre la vida y obra del cantante, autora del libro biográfico que sirvió de base para la miniserie emitida por Telefe en torno a la figura del ídolo.
La tarde luminosa anticipa una primavera cálida en el inmenso parque de la casa de la calle Beruti, en el corazón del conurbano sur que aún tiene mucho de pueblo. A pesar de la cercanía con una gran avenida y con la estación ferroviaria, allí se respira oasis. Paz. La misma paz que contagia Garaventa al hablar. No es ostentosa en el decir. Ni en el hacer. Jamás lo fue. No se refiere a su marido con el nombre artístico. Para ella es Roberto. Para él, ella era "Olguita". Al igual que para las fanáticas que, cada tanto, le tocan el timbre para ver cómo anda. Olga jamás entró en competencia con las "nenas": "Son amores diferentes. Ellas aman a Sandro y yo a Roberto, mi marido. Él las adoraba y las respetaba. Las protegía, no se las podía tocar. ´Eso es mío´, decía. Por eso yo las quiero mucho también. A veces, sonaba el timbre y atendía él, que se divertía haciendo personajes que hablaban portugués o italiano, idiomas que manejaba muy bien, pero las chicas se daban cuenta: ´Dale Robert, sos vos´, le decían. Cuando enfermó, me tocaban el timbre para saber cómo estaba: ´Olguita, ¿cómo anda Roberto? ¿Necesitás algo?´ Ellas también son parte de Sandro".
La charla comienza en el conversatorio del ingreso, un zaguán rodeado de plantas. Más tarde, la reunión continúa en la cocina, introducción para una recorrida por el escritorio del ídolo donde aún están sus guitarras, sus teclados y sus agendas con el detalle del día a día. Joya preciada para cualquier coleccionista. Acariciar esos pianos es sentirse más cerca de él. Por qué no hacerlo. Lo hago. El ritual connota a bendición pagana. A un costado, el living con desniveles que bien podría ser el salón de un anticuario de San Telmo. Un hogar inmenso es réplica de uno más chico que Roberto vio en el Palacio de Versailles. Enfrentado, un espejo de tres metros de altura y un marco dorado que es una obra de arte en sí misma, como lo son las dos arañas que atestiguan la escena. Una foto de Olga jovencísima da la bienvenida en el hall de recibimiento. Fue el propio Roberto quien se encargó de la colocación. Más allá de las ventanas, el parque impecable y la piscina en la que se sumergía con su mujer aún cuando portaba el molesto tanque de oxígeno. El paredón de la calle Beruti esconde un universo que es una leyenda en sí misma como lo fue su ilustre morador. Olga conserva la ubicación de cada objeto tal como estaba dispuesto cuando su marido partió. Homenaje y una forma de detener el tiempo. De volverlo atrás. Y de sentirlo a él más cerca. Presente.
Cicatrices
–¿Cómo se transita cada aniversario del cumpleaños de Roberto?
–Se vive con mucha emoción, pero se extraña demasiado. A medida que pasa el tiempo, el sentimiento se agranda y estos días son muy difíciles de sobrellevar. A poco de morir él, estaba tan aturdida con los problemas de la enfermedad que no me daba cuenta, pero ahora, que todo está más tranquilo, se siente más.
–¿El tiempo cicatriza?
–El tiempo cicatriza falsamente porque esa persona no está más y no hay nadie que pueda ocupar su lugar. Ese lugar queda vacío para siempre.
–Ni bien ingresé a su casa observé una gran imagen de la Virgen. Entiendo que la fe es un camino de consuelo.
–Es así. Tanto Roberto como yo practicamos la religión católica. No voy a misa todos los domingos, pero me hace bien ir cada tanto.
–¿Por qué la imagen refiere a la Medalla Milagrosa?
–Roberto era muy devoto de la Medalla Milagrosa y esta imagen tiene su historia: un día yo estaba caminando por el centro de Lomas de Zamora, la vi, y decidí llevársela. Lo hice como un homenaje hacia él.
–¿Rezá por la memoria de su marido?
–Todas las noches. Pienso que él está en un lugar maravilloso, mucho mejor que el mío. Por más que yo esté aquí, en esta casa tan hermosa, él está en un sitio mucho más lindo. Dios le dio un lugar privilegiado, seguramente. Y también pido por mi familia, por mis amigos y por la paz en el mundo. Vivimos momentos muy difíciles. También ruego para que a mi familia no le falte trabajo.
Olga vive por y para sus hijos Malena (39) y Pablo (36) y, sobre todo, para sus nietas Malena (15), Valentina (12) y Ema (2), sus amores incondicionales.
–En la cotidianeidad, ¿cuándo lo extrañá más a Roberto?
–A la nochecita. Era el momento en el que charlábamos sin que nada nos interrumpiera, mientras él se tomaba su té o su aperitivo. Por la noche también lo extraño mucho. Es muy difícil la noche, muy difícil. Durante el día, estoy ocupada y no pienso tanto. Siempre hay gente conmigo, está la señora que me ayuda, los jardineros. Hay movimiento. Pero cuando me quedo sola, ahí se siente la ausencia, pero hay que llevarlo adelante. Con fe, con confianza. No me queda otra. Esto no es como una prenda que se cambia. Será así de por vida, no lo puedo cambiar.
A la hora de realizar la sesión de fotos en el simbólico murallón del frente, Olga posa mientras no deja de saludar a la gente que la descubre y, efusivamente, le manifiesta su cariño. Los vecinos de enfrente, el sodero desde su camión, los autos tocan bocina y los que pasan caminando que aminoran la marcha para pispear por la puerta entreabierta. Ella responde a todos con una sonrisa.
Roberto Sánchez tenía adoración por su casa y hasta se encargaba de todos los arreglos. Cuando tenía que contratar algún servicio, no daba su nombre porque cuando lo descubrían le querían cobrar el doble. Suele pasar.
Me hace mal escuchar sus canciones, me estremece. No es que no me guste, ni me agrade, sino que escuchar su voz me deja mal por dos o tres días.
"A veces me sonrío cuando pienso en las conversaciones que teníamos en el escritorio. Pero también me bajoneo si miro mucho ese lugar. Cuando eso sucede, sigo de largo y trato de ponerle la mejor de las ondas. Por eso, al despertarme, le pido a Dios que me dé un lindo día, tranquilidad y felicidad. Le pido ser feliz en la manera que se pueda, a pesar de todo, con la familia, con los amigos. Trato de estar bien, tener los mejores pensamientos y estar alegre".
Olga tiene un amor incondicional por el recuerdo de Roberto, su marido. Pero, además, un respeto profundo por el ídolo público. Será por eso que todo su vestuario está intacto. "La ropa está toda guardada como él la dejó. Las prendas se sacan para lavar para que no tomen olor a humedad o se destiñan. Lo mismo con los zapatos. Todo en su lugar".
Uno de los proyectos de la familia, en trabajo conjunto con la periodista Graciela Guiñazú, es la implementación de un tour por la mansión de Banfield. La idea no es convertirla en un museo sino que mantenga la disposición de siempre sin ningún tipo de intervención. El público podría, de esta forma, adentrarse en el mundo del ídolo de manera bien directa y auténtica.
–¿Escucha sus grabaciones?
–No, me hace mal, me estremece. No es que no me guste, ni me agrade, sino porque escuchar esa voz tan particular que él tenía me deja mal por dos o tres días.
–Nosotros conocemos a Sandro, pero usted conoce a Roberto Sánchez, ¿cómo era realmente?
–Un sol de persona. Alegre, a pesar de su enfermedad, siempre estaba contento. Me enseñó a ponerle color a la vida, a salir adelante.
–¿Nunca estaba de mal humor?
–Sí, tenía su gran temperamento, pero el buen humor hacía olvidar las rabietas o alguna contestación mala que podría tener. No es fácil estar con un ídolo. Pero yo sabía leer entrelíneas lo que sentía, lo que quería, lo que le pasaba.
Quiero llenarme de ti
Olga Garaventa trabajaba en la oficina de Aldo Aresi, representante del ídolo en ese momento. La oficina estaba ubicada en una construcción que replica un castillo en plena calle Pavón de San Cristóbal. "Llamaba y me decía: ´¿Cómo anda la mujer de los ojos verdes del barrio de Boedo´. Yo no tengo ojos verdes. Era un juego. Le tenía el mayor de los respetos y lo trataba de usted. Me pedía que lo tutee, pero no podía. Roberto decía que me vio después de doce años, porque entré a trabajar allí en 1992 y él me observó como mujer en 2004. Su vista se despertó ese año. Antes yo era una empleada y nada más. Era muy correcto, cordial. Mantenía las formas del caballero de antes: corría la silla, abría la puerta del auto".
–Un dandi.
–Así era.
–¿Cómo iniciaron el romance?
–Una tarde, luego de haberlo despedido cuando se iba para debutar en Rosario, suena el teléfono y me dice: "Tengo un beso encadenado entre los labios y la llave de ese beso la tenés vos".
–¿Usted qué le dijo?
–"¡Gracias, Roberto, buen viaje!" Y corté. A la hora me vuelve a llamar y me dice: "Olga, mirá que es para vos lo que dije". Ahí comencé a pensar, pero no le di mayor importancia.
–¿Usted lo miraba con intenciones más personales?
–No, lo miraba como a un ídolo, un ser superior. Ni remotamente podía pensar en algo así. Ni siquiera era fan, me gustaba lo que hacía pero solo una vez, a mis 17 años, había ido a un concierto de él en San Lorenzo. Además, a los 49 años no me podía delirar, era una mujer grande, pero los llamados siguieron y las charlas eran cada vez eran más largas, de varias horas. Al tiempo, hubo una pausa de un par de meses. Me dije: "La adrenalina bajó, ya se le pasó". Él se confesaba conmigo porque sabía que yo jamás iba a llamar a una radio o a los fans para contar nada. Cuando dejó de llamar pensé que había cumplido la misión de prestarle el oído para que se descargue y nada más. Pero, al tiempo, volvió a llamar. Lo saludé y no pasó nada más. A la semana, apareció en la oficina. Yo sentía un zumbido y no me daba cuenta que sucedía. Hasta que me percaté que se trataba de él y el sonido de su tubo de oxígeno. Ahí me encaró.
Sandro: –Ahora sí, vengo a hablar en serio con vos.
Olga: –¿Sobre qué quiere hablar, Roberto?
Sandro: –Te tengo que aclarar, ante todo, que estoy muy delicado de salud. Te doy una semana o quince días para que pienses si estás preparada para enfrentar esta situación. No será un camino de rosas sino de muchas espinas y si me dijeras que no, tampoco me enojaría, no puedo comprometerte a algo tan pesado.
A los pocos días llegó la respuesta afirmativa de Olga: "Me quedé helada por su sinceridad y su hombría".
Olga: –Acepto Roberto.
Sandro: –Sabía que no me ibas a fallar Olguita.
–En esos pocos días usted hizo un cambio, comenzó a verlo como hombre.
–Sí, pero siempre vi a Roberto. Yo le hablaba a Roberto y eso a él le gustaba. Es el día de hoy que me dicen Sandro y yo no caigo. Para mí es Roberto. Siempre le digo a las chicas: para ustedes es Sandro, para mí es Roberto. Yo no me adapté al ídolo. Me adapté a mi marido, al hombre común, con sus virtudes y sus defectos.
–¿El dejaba el personaje o vivía como una estrella dentro de la propia casa?
–Acá era un hombre como cualquiera que se manejaba con su mujer de una manera natural. El dejaba al ídolo en la puerta. Era mi marido con sus más y sus menos. De hecho, jamás digo que es el cumpleaños de Sandro, sino que es el cumpleaños de mi marido. Nunca lo pude ver como Sandro.
A fines de 2004 sucedió aquella declaración de amor, luego de más de una década de contacto cotidiano con la secretaría de su representante. El 2 de febrero de 2005, Olga se mudó a Banfield y el 13 de abril de 2007 llegaría la boda que él tanto deseaba. "Yo no quería. Hablaba con mis hijos para que me convencieran y ellos le decían que no se oponían pero que la decisión era mía. Yo no podía casarme con un ídolo que había sido soltero hasta los 62 años, pero él me decía que no se quería ir de este mundo sin casarse conmigo antes. Sabía la gravedad de su enfermedad. ´Quiero dejar el gancho, me quiero casar´, me decía".
ADN
Antes de fallecer, Roberto Sánchez afrontó el primer reclamo de paternidad de parte de Sandra Borda. Los análisis de ADN dieron negativos. "El partió sabiendo que esa constatación de ADN había dado negativo".
–Sin embargo, a pesar de ese primer resultado y con Roberto ya fallecido, hubo un nuevo reclamo de parte de Borda.
–Ese segundo reclamo también dio negativo.
–¿Cómo transitó esa experiencia?
–Me causó mucho dolor tener que participar de la exhumación, pero siempre estuve a disposición. Jamás me negué. Cuando se exhumó el cuerpo, me encontré con algo que no era lo que yo había despedido. No fue fácil. Tuve que ver el rostro de mi marido que conservaba sólo su jopo y los huesitos de la cara.
Solo una vez conversé por teléfono con Borda y le solicité que no quería problemas ni escándalos. Le pedí paz y tranquilidad. Así que no puedo hablar mal de ella porque no la conozco
–¿Tuvo que ver el cuerpo de su marido?
–Sí, por supuesto. Me tuve que acercar porque la Justicia pedía que fuera yo la que lo reconociera. Ni siquiera pudieron pasar mis hijos para acompañarme. Luego de eso, estuve muy mal durante tres meses. Estaba en mi habitación y veía el cajón abierto. Adelgacé mucho de peso, mis hijos no se enteraron que estuve tan mal. En mis oraciones, le pedí tantas disculpas porque esto no estaba en mis creencias ni en las de él hacer eso. El no hubiese querido que así fuesen las cosas. Lo hemos hablado muchas veces, él no quería que se tocase su cuerpo. Siempre le digo: "Te pido disculpas, te pido disculpas". Pero no me puedo negar ante un llamado de la Justicia.
–¿Tuvo trato personal con la demandante?
–Solo una vez conversé por teléfono y le solicité que no quería problemas ni sucesos desagradables o escándalos. Le pedí paz y tranquilidad. Así que no puedo hablar mal de ella porque no la conozco.
–¿Qué piensa que busca: dinero, herencia material, reconocimiento público?
–No lo sé. No te lo puedo definir. Todos me dicen que busca dinero, pero no lo sé. No me puedo adelantar a hablar de algo que no sé. Quizás busque dinero.
–También hubo un joven que realizó una demanda similar.
–Sí, pero esa situación nunca se judicializó.
–¿No debe ser sencillo para usted enfrentar estas demandas?
–Por eso Roberto me dijo en vida: "Te voy a dejar este ADN mío como un regalo, cuídalo mucho, es un documento muy importante. Seguramente van a comenzar a aparecer hijos. Te van a volver loca. Olguita, yo no tuve hijos, pero te van a decir que hay hijos por ahí".
–En algún momento usted manifestó que Roberto tenía conciencia sobre la propia finitud, ¿usted qué le decía ante eso?
–Yo pienso que eso siempre está en manos de Dios y le restaba importancia a sus palabras. Pero tenía razón en pensar en el fin porque estaba muy enfermo.
–Imagino lo complejo de sus últimos años.
–Era difícil vivir en ese estado. Él nunca me lo manifestó, pero era bravo verse limitado. En su interior tenía mucho dolor. Decía que se había enfermado artesanalmente, por culpa del cigarrillo. Para una persona como él, verse privado de la libertad, era duro, pero lo llevó con una dignidad única. El dolor era interno. Para afuera era alegría, hacía chistes, trabajaba. Cuando aún podía, nos escapábamos a comer a Lomas o al Barrio Chino porque le encantaba la comida oriental. Una vez, luego de una internación nos fuimos directo a un supermercado a comprar alimentos chinos. Se puso los anteojos de sol y entró el mismo, la gente dudaba, no lo podía creer. Una mujer le dijo: "¿No estabas internado?" Y él le respondió: "Sí, pero ahora estoy acá".
–Olga, ¿le habla?
–No. Pienso que si uno les habla a los seres queridos que partieron, los hace volver a una dimensión que no les corresponde. Se brinda todo en vida. Cuando parten hay que rezarles y que estén tranquilos en su lugar.
–¿Cuál será el lugar en el que Roberto y Sandro están ahora?
–Están en el mejor lugar.
Homenaje
Hoy, a las 19.30, se realizará un homenaje a Sandro en el Teatro Municipal de Lomas de Zamora a total beneficio del merendero Las Tejedoras. El público que desee asistir debe llevar un alimento no perecedero. Se trata de una de las acciones que se organizan en torno a la conmemoración de un nuevo cumpleaños del ídolo.
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