Norman Briski, una de las personalidades más notables del teatro independiente y de la cultura argentina en general, no concibe separación alguna entre su vida, la política y el arte. Hoy, que es difícil pensar alternativas demasiado claras para el teatro que no sean generar protocolos con la esperanza de que algo parecido a la normalidad retorne, Briski pone la mira en otro lado y propone otros desafíos. Un teatro que se transforma en cine o una militancia que se vuelve dramaturgia y termina descubriendo tensiones en los orígenes de la patria, LA NACION conversó con Briski sobre esta forma aventurera de estar en el mundo.
-¿Cómo está pasando este momento de pandemia y aislamiento?
-A los que estamos en la escritura, en el teatro y en todas esas artesanías, las crisis siempre nos han interesado. Probablemente haya una tendencia a meternos con las crisis del pasado o las que ya están digeridas, pero cuando está la crisis en tu sociedad, en tu momento histórico, por un rato paraliza el quehacer. Y, al poco tiempo, aparecen las alternativas de esas nuevas estéticas que van a salir de esta pandemia y que se van a ir constituyendo a partir de la resistencia. Este mal que nos ataca en principio a todos por igual y después se ensaña con los que tienen menos. La pandemia se ha convertido en un discriminador más de una sociedad que discrimina. Hoy toda la actividad creativa está en la calle. Eso es el escenario más claro que tengo: está en la calle y está en cierta indisciplina con respecto al meticuloso protocolo que no siempre tiene el resultado del cuidado.
-¿Cómo fue parar el proceso creativo que venía llevando?
-Estuve activo en este tiempo, la actividad me desafió con estéticas que yo no había asumido. Por ejemplo, 9.81 una obra que escribí para ser estrenada este año con Sergio Barattucci, un muy buen actor que ya tenía ensayada la obra. Frente a esta imposibilidad, tuvimos la ocurrencia de hacer una película. El desafío para mí, que tengo más o menos 85 películas hechas y unas 70 obras de teatro, fue un regalo de la pandemia. Es la primera película que dirijo, trata del problema de la gravedad en términos de la física y me pareció un desafío hasta divertido. El grupo estuvo de acuerdo en asumir el sentido común de hacer una película con estas restricciones. Está finalizada y casi compaginada.
-En su espacio teatral, Calibán, es difícil pensar cómo podría suplantarse la instancia presencial.
-Calibán hoy es un set, no es más un teatro. Por un lado está Calibán, con su privacidad de laboratorio y donde uno puede decir cosas de las que hasta uno mismo duda, hacer un teatro deseable, del deseo, sensual si se quiere. Pero afuera hay otra opción, que es un teatro necesario, el de la calle, un teatro del hambre, de la necesidad y de la urgencia, de chicos que están ahí jugando y que no da la impresión de que tengan un futuro promisorio. Yo sigo probando ahí. La calle hace factibles esas vinculaciones de poner el cuerpo. Por ahora la resolución de la pandemia no tiene una subjetividad interpretativa, tiene nada más resolución tecnológica. La vacuna es el horizonte, es una resolución tecnológica que se hace en laboratorio, pero no hay ninguna interpretación poética de esto. Para el teatro, las nuevas estéticas siempre son viejas estéticas. Van a volver los recursos de Molière, de la Commedia dell’arte, de Goldoni, todo eso va a retornar y los actores van a necesitar la proyección de la voz, el distanciamiento del melodrama, triangular con el público. Va a haber que utilizar superactores que sepan trabajar en la calle, son desafíos que a mí me divierten.
-El distanciamiento entre espectadores sí constituye algo más difícil.
-Es cierto, pero en el teatro independiente no suele haber más de 30 personas en sus plateas. Ese distanciamiento tiene que ver con una política que se dio en el mundo del teatro que no es muy articulada, que solo busca convocatoria por la suya, no se tiene en cuenta quién es el sujeto que va al teatro. No van los de la toma de Guernica al teatro. Nosotros fuimos ahí con una obra de títeres, era la primera vez que muchas de esas personas veían por primera vez, en su vida, títeres y actores. El desafío está en la calle que es de todos, ahí el público está garantizado porque la calle está utilizada por el tránsito, para hacer colas en el supermercado.
-¿Cómo llega una obra suya a Guernica?
-Yo estoy en un grupo cultural que se llama Che Adelita, ese grupo nos enseña a nosotros a llegar a un lugar donde hay un cierto grado de voluntad emancipatoria, gente que quiere liberarse o que quiere apropiarse de un lugar para tener techo. Con la periodista Daniela Yaccar, hicimos una convocatoria y aparecieron 70 personas, un 30% que eran titiriteros. Ese grupo tuvo gestión propia en sentido del desarrollo de los roles. La obra trata de Guernica, de una señora con un nene que piensa como grande. Y está toda la represión, la policía, con los aspectos distintos de la policía jerarquizada y ordinaria y el combate se establece entre esos dos contingentes: el que quiere el techo y el que quiere desalojar. Esos terrenos eran querandíes, fueron expropiados y masacrados en nuestro primer genocidio. La obra tiene un cierto valor antropológico. Es increíble en nuestro país cómo se ha hecho que nuestros héroes sean recientes, no son aquellos que no pudieron escribir su historia porque los eliminaron. Yo estuve y conozco a las organizaciones sociales que estuvieron detrás del ímpetu y de la fuerza de resistir. No se trata acá de lo que algunos consideran la izquierda subversiva, es gente con necesidades urgentes y nosotros queríamos acompañar, es nuestra vocación.
-A su biografía usted la tituló Mi política vida. ¿Cuál entiende usted que es la dimensión política de su vida y de su arte?
-Soy egresado de una escuela técnica, de una escuela industrial. El aire de mi casa era un aire de clase media Tchaikovsky. Esas dos maneras eran dicotómicas: yo venía de la escuela industrial con las manos llenas de grasa y mi madre quería que tocara el piano, entonces ensuciaba con grasa las teclas del piano. Yo tenía más interés en ensuciarme con grasa que en tocar el piano, pero a mí esto me dio totalidad. Tengo la suerte de estar en un lugar lleno de universos que siempre he escuchado, he sido trabajador en fábrica, en obra de la construcción y también con una conexión con lo cultural. Con el tiempo, todo eso se volvió un recurso que no era folklórico. No me creo un sujeto típico de clase media ni de clase obrera. Soy más que un visitador porque arriesgo, me aventuro. Vi muchas películas norteamericanas que ofrecían la aventura y yo asumí esa aventura. A los 20 años tomé un avión cuatrimotor y en los años 60 me metieron preso en Miami por sacar un coco de una palmera. Yo nunca había visto un coco más que en las películas norteamericanas. No pude arrancar el coco fácilmente porque es muy difícil, después aprendí que hay que ir con un machete. Llegó la policía, una policía rubia, me detienen, bueno, una serie de aventuras y todo eso llega a mí y a mis células.
-¿Qué sale a la luz en este momento de peste?
-Me da la impresión, pero es una opinión muy personal, que esta peste es regresiva. No se cura la enfermedad de creer que la tecnología va a resolver los problemas esenciales de la vida humana. Hoy esperar a Godot es esperar la vacuna. La tecnología, como la ciencia, estuvieron muchas veces para arruinar y van a seguir arruinando el planeta. La explotación que produce cáncer, los agrotóxicos, toda esa agresión flagrante, no da la impresión de que vaya a retroceder. No tengo mucha esperanza. Para nosotros será más expresivo quizá, porque cuando una sociedad entra en sus decadencias es cuando más aparecen las expresiones reveladoras. Pero en general creo que esta pandemia no va a descular la avaricia, la acumulación… lo único positivo que vi es la salida a la calle de la bronca que surge de esta situación.
-En muchas de sus obras recientes hay una constante fascinación con la tecnología y con personajes que terminan, con ella, cada vez más encerrados. ¿Cree que había algo de esta época que estaba prefigurado en esas piezas?
-En Unificio yo inventé el televisor que se enrollaba. La semana pasada empezaron a venderlos. Todavía son caros. Yo utilizo esos elementos, que tienen un gran atractivo. Es porque hoy estamos enamorados locamente de todo lo que significa estos instrumentos que yo llamo armas. El auto-arma, el celular es un arma de hipercomunicación, de destrucción masiva, que tienen devenires militares. Pero las usamos todo el tiempo. Mientras no se solucione ese desarrollo tecnológico, vamos a estar sometidos a la vida sin amor. Nos vamos a desamorar rápidamente, vamos a pasar al amor ficticio. Este mundo, si yo lo pongo en escena, hace aparecer la fantasía de la tecnología, la grandeza de la tecnología que consiste en hacer de la persona su objeto. La mujer ya tiene muy identificado y sabe que ha sido tratada como un objeto desde antes, pero ahora está esa seducción, como un aviso de publicidad. Muestro algo atractivo, que yo quisiera tenerlo y después se disuelve, se diluye y quedan los residuos.
-Las movidas del teatro independiente pidiendo abrir con protocolos, ¿le parece que sirven? ¿Se puede protocolizar férreamente el teatro independiente?
-Peor es nada, digamos. Yo quiero abrir el techo del espacio de arriba de Calibán. El asunto es que sale casi un millón y medio de pesos. Si me lo dan, lo hago. Creo que todo eso es posible. Hay un teatro para 20 personas, para 86 y para 5000. Berta Singerman, mi tía, declamaba poemas de Guillén o de Marechal sin micrófono en las coníferas de Córdoba. Yo la escuché. Se necesita esa gente. La gente de teatro nuestra está encapuchada, encerradita en sus maneras y sus angustias, en sus neurosis, en todo el juego de pensar que la salvación va a ser la pantalla y los 800 mil canales. Ese recurso puede servir por ahora. Una vez que aburra la pantalla vamos a tener un momento extraordinario en la vida de las personas. Pero se tienen que aburrir y no se están aburriendo. Los chicos empiezan a aburrirse, los americanos del este se están aburriendo y prohíben a sus hijos ver televisión y toda esa cosa. ¿Cuánto falta para que se pase esa instancia adicta? ¿Será mucho o poco? Para mí falta poco.
-Menciona a los chicos y las pantallas, usted tiene dos hijas gemelas de cinco años, ¿cómo es su paternidad en cuarentena?
-Estoy en ese combate, ¿quién le gana a la pantalla? Se le gana fácilmente, el asunto es que tenés que ponerte a jugar vos y jugar con cierta concentración. Está en los padres este tema. Mis hijas están pidiendo a gritos escribir, quieren escribir su nombre y nos ponemos a buscar eso. Esos recursos son amorosos. Después puede haber otras personas, que también son amorosas pero perdieron la capacidad de jugar. Entonces vos te das vuelta y les mandan su celular y se acabó el tema con los chicos. Es un peligro muy severo. Si no los querés, les metés la pantalla todo el día, pero ¿qué sale de un hijo hecho en la pantalla? Sale un hijo hecho pantalla, te hablan de tú y a veces los padres lo aplauden como una gracia. Ahora mis hijas, las estoy escuchando, están en el jardín. Yo hice un jardín en mi casa, con mis manos, ahí tienen una alternativa de la naturaleza enjaulada, un paraíso en cana.
-¿Se siente una persona en riesgo?
-Me cuido mucho. A pesar de eso, por las cosas que no quiero dejar de hacer, debe haber circunstancias en las que me pongo en cierto peligro como en lugares cerrados con gente sin barbijo y me podría contagiar. De todas maneras la muerte es el tema de toda la dramaturgia universal y es la mía. Me cuido para no morirme pero tampoco debería tenerle tanto miedo porque el miedo nos hace zonzos, nos hace durar. El que hace todo esto para durar y renuncia a las intensidades, renuncia a la aventura, a la pasión, me parece que ya está muerto por durar. Yo sería el primero en ponerme la vacuna, basta que se dejen de joder con este virus y podamos hacer. Pero la vacuna es una resolución catastrófica del error. Se ha cometido un error grave al devastar los campos. Ahora está claro: los bichos que fueron desalojados, se mezclaron entre uno que lo puede portar y el otro. No hablo de un virus criado en laboratorio, creo que es un problema ecológico, un avasallamiento a la Pachamama que tiene sus consecuencias. Eso es lo que hay que hablar: cómo se comete el error. El error lo cometen los chinos por el modelo que tienen de desarrollo industrial, económico, un modelo que es casi norteamericano.
-¿Qué le queda al teatro en todo esto?
-Al teatro no le debería importar tanto su existencia. Lo que pasa es que cuando hacés de tu vocación un sostén económico, esa vocación empieza a tener intereses y olvidate de la vocación, yo necesito el subsidio, etcétera, pero olvidate de hacer una obra, de estar haciendo una obra y querer mostrarla. Ahí empieza otra cosa.
-¿Cuáles cree que son las luchas que todavía vale la pena dar?
-Me sale intuitivamente decir todas aquellas que han pensado en la igualdad. Todas las luchas, sean cual fuesen, de la manera que fuese que signifiquen buscar la igualdad tienen que estar vigentes. Si no, no habría razón de que los hombres pudiesen aspirar a ser diferentes. Esas llamas de la igualdad, de buscar la emancipación, siempre tienen que estar prendidas. A veces se apagan y hay que ver cómo mantener la llama ardiente encendida de la búsqueda de la igualdad, como la llama olímpica. A mí me gusta que seamos iguales: este será mejor actor, este será mejor jugador de golf, pero iguales. Es una idea extraordinaria que todavía nunca se pudo lograr, pero hubo momentos en que se buscó muy seriamente esto. Y hubo conquistas preciosas.
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