Noemí Alan: "Mi padre era una persona abusadora y golpeadora"
En proceso de recuperación, luego de su internación en una clínica psiquiátrica, la popular actriz habla, con valentía, sobre su presente y su pasado y las razones que la condujeron a un severo pozo depresivo
“Estoy muy bien. Viví una etapa muy dura, volví a caer en una depresión que me fue invadiendo de a poco. Ya lo había pasado tiempo atrás, pero regresó. Esto es algo que uno arrastra desde hace muchos años y lo tapa, intentando salir adelante”, comienza diciendo Noemí Alan a LA NACION, sin eufemismos ni medias tintas. Fiel a su estilo frontal y directo habla sobre el germen de una patología que, para muchos, es un tabú: “Uno no se ocupa de si mismo y no atiende las señales que van apareciendo”, explica la actriz. Su testimonio es el de muchos. Su caso no es excepcional. Sabe que contarlo es catártico. Pero, sobre todo, es consciente que exponer su experiencia y su presente puede ayudar a quienes atraviesan una idéntica situación.
Renacimiento
A pesar de la reciente recaída, su presente lo construye día a día, sabiendo que es un trabajo cotidiano que requiere de mucha voluntad. Noemí no está sola en su lucha. La batalla la libra acompañada por sus hijos Lara y Jano, fruto de su matrimonio con el actor Edgardo Moreira, de quien está separada desde hace años. Son ellos su verdadera contención, los que la sostienen cuando aparece la debilidad. El ícono erótico de los ´80 disfruta de ese vínculo y de la armonía que le brinda su casa enmarcada por un parque inmenso en Plátanos, en el sur del Conurbano bonaerense, su verdadero lugar en el mundo. Estos días más apacibles, luego del tembladeral, le permiten ilusionarse con una vida mucho más sosegada, buceando en el ayer para explicar sus altibajos y edificar un hoy diferente: “Me siento con ganas de trabajar, de salir, de proyectar. Siempre fui una mujer de mucho carácter, así que no me resulta difícil volver a empezar”.
Las ciencias médicas y la psicología incorporaron el concepto de resiliencia, originado en el campo de la física, para definir la potencial capacidad del ser humano de reinventarse, renacer de sus cenizas, aprender y salir fortalecido de los períodos adversos. Un proceso dinámico, de transición dolorosa, que busca romper con la pregnancia del dolor. Con esa finalidad, a fines de agosto, Noemí decidió internarse en una clínica especializada buscando darle otros matices a sus sombras más profundas y, sobre todo, para sanar y marcarle la cancha al padecimiento. Las tres semanas en Solar Colonial, la clínica psiquiátrica de Castelar que la ayudó a reconstruirse, le permitieron iniciar el sendero para refundar su vida.
En pocas semanas logró recomponerse. Ya instalada en el sur profundo del Gran Buenos Aires, su presente es bien distinto. Hoy, la voluptuosa chica sexy que prologaba las tandas comerciales del recordado ciclo Hiperhumor transcurre sus días siguiendo al pie de la letra el tratamiento indicado por los psiquiatras y psicólogos.
-Hablabas de “señales que van apareciendo”. Lo sintomático como un alerta que hay que escuchar. ¿A qué te referías? ¿A qué hay que prestarle atención?
-Uno comienza a ver el vaso medio vacío, a no disfrutar de lo que tiene. Solo se presta atención a lo que falta. Yo ya no tenía ganas de salir, solo me bañaba para ir a trabajar. Ni siquiera hablaba con mis amigos. Cuando estás depresivo hasta te molesta que suene el teléfono o que te manden mensajes. Son situaciones que se dejan pasar y son muy importantes. Incluso uno lo atribuye al cansancio o a tener fiaca. Pero es mucho más profundo. Otro de los síntomas es abandonar el cuidado de la salud. De repente, te encontrás tirada en una cama solo tomando agua. Es importante ver los síntomas. No hay que tomar estos indicios como una pavada, así no se llega hasta ese sufrimiento horrible por el que pasé y, mucho menos, a una internación.
-Incluso habías pensado en quitarte la vida, según declaraste tiempo atrás.
-Es que pensaba que no servía para nada, que esta vida ya no era para mí. Me sentía al margen del mundo. La cabeza no sabés para dónde puede disparar. La mente humana es muy compleja, sin embargo la vida es más fácil de lo que se piensa.
-A pesar del desánimo, con mucha valentía tomaste la decisión de internarte.
-En la vida siempre tiré para adelante y fui al frente. Hay que saber pedir ayuda, eso es fundamental. Internarme me hizo muy bien. Tuve un feeling increíble con los médicos y enseguida pude salir, aunque sigo en tratamiento.
-¿Cómo fue que tomaste la decisión?
-Una noche, en que la situación no daba para más, le avisé a mi hija. Juntas llamamos a la obra social. Enseguida vinieron a verme con una ambulancia. Yo ya sabía que era para una internación. Es muy importante tratarse y, además, tener buen vínculo con los médicos. Esta vez, los profesionales fueron tan maravillosos que hasta descubrí cosas de mi niñez que estaban tapadas. No tuve una vida fácil. Mi infancia fue dura. Tampoco fueron sencillas la juventud y la madurez. Me han pasado episodios muy fuertes y eso repercute.
-¿A qué te referís cuando hablás de una infancia dura?
-Éramos muy humildes, a pesar de que mi padre tenía mucho dinero, pero era una persona abusadora, golpeadora. Así que cuando nos fuimos con mi mamá y mis hermanos de casa, pasamos momentos muy difíciles.
-¿Cómo se manifestaban los abusos de tu padre? ¿De quién abusaba?
-De mi hermana, de mí. No abusaba totalmente, pero casi... Había manoseos, cosas feas. Además, era alcohólico y pienso que también sería adicto.
-¿Cómo escaparon de esa situación?
-Yo tendría unos ocho años. Una noche hubo una pelea muy grande que fue definitoria. Recuerdo que, en medio del caos, mamá nos llevó al conventillo de La Boca que tenían mis abuelos. Nos hicimos una piecita en el patio y ahí vivimos.
-Esos abusos paternos, ¿te marcaron en tu posterior vínculo con los hombres?
-No desconfío de los hombres, pero en lo íntimo y más personal necesito mucho afecto y cariño. No puedo ir directo a los papeles. Bueno, creo que ninguna mujer quiere eso. Fui feliz e infeliz con mis parejas.
-¿La terapia ayuda a clarificar?
-Mis experiencias con la terapia no habían sido buenas. En cambio, ahora, con los especialistas que me atendieron, en un par de sesiones hablé lo que no hablé en toda mi vida. Y entendí que algo que sucede hoy quizás tiene su origen en un hecho de los ocho años. Yo tuve experiencias que me marcaron mucho. Y también padecí pérdidas tremendas, como la muerte trágica de mi hermano.
La actriz refiere a un luctuoso suceso empañado por ribetes de crónica policial que tuvo como consecuencia el fallecimiento de su hermano: “Murió incinerado en su cama. Parece que un hijastro de él y un amigo se pelearon por un tema de drogas o por un robo, y tiraron una estufa en esa pelea. Se produjo un incendio y no avisaron que estaba mi hermano dentro de la casa. Se quemó todo el cuerpo y no se pudo hacer nada para salvarlo. Murió el día de mi cumpleaños, hace poco más de diez años. El chico que fue responsable, luego apareció muerto en una zanja”.
Famosa y vigente
Desde hace tres años, Noemí Alan es una de las protagonistas de Extinguidas, la exitosa pieza de José María Muscari que reúne en escena a un seleccionado de íconos eróticos de la década del ´80. La “Tana” no podía estar ausente. Y hoy, en avanzado proceso de recuperación anímica, ya sueña con la futura temporada de la obra en el Teatro Candilejas 2 de Villa Carlos Paz. “Hace años que no voy a la ciudad, me da mucha felicidad regresar. Hice varias obras en Córdoba y hasta me casé con Moreira en una capillita de Bialet Massé”, recuerda.
La actriz, lanzada a la popularidad a partir de su interpretación de una reportera italiana que llegaba a La Peluquería de Don Mateo de Gerardo Sofovich vivando el latiguillo “Facciamo il reportaggio”, se convirtió en una de las mujeres más famosas, deseadas y queridas del ambiente.
-Luego de tantos años, la gente te sigue acompañando. El público jamás te olvidó. ¿Sos consciente de ese cariño popular?
-Siempre digo que los productores deberían ser mosquitas y estar junto a mí para ver cómo me quiere la gente. No tengo auto, así que viajo en tren, bondi, subte y tengo un contacto permanente con el público. No me gusta ir con anteojos para esconderme y muchas veces hasta salgo a cara lavada. En la calle, la gente me demuestra mucho cariño.
-¿Qué te dicen cuándo te reconocen arriba de un tren?
-¡Ya están acostumbrados! Pero me ha pasado que me pararon para decirme: “¿Nunca te dijeron que sos parecida a Noemí Alan?” Y yo le respondo: “¡Muchas veces!”. En cuánto me escuchan hablar, se ríen y se dan cuenta de que soy yo. No hay vez que suba a un taxi y al decir la dirección de destino el chofer no se de vuelta para saludarme con un “¡hola tana!”.
La actriz comparte su casa con su hijo Jano “aunque él está en su cuarto a treinta metros del mío para resguardar la intimidad”. Lara, su hija, vive a solo tres cuadras. Los vecinos de Plátanos la saludan por la calle, le preguntan sobre su salud y resguardan esas costumbres ya perdidas en la gran ciudad: “Acá todos se conocen desde hace cuarenta años. Cuando alguien cocina algo rico convida al vecino, y el almacén de la esquina te fía si no tenés para pagar. Es otra vida”, explica.
-¿Te gustaría ser abuela?
-Cuando estén dadas las condiciones, me encantará. Me imagino una abuela bárbara.
-¿Y qué tal sos como madre?
-Cuando estoy bien, soy genial. Cocino, pregunto a los chicos qué quieren comer. Soy muy cariñosa con ellos.
-La maternidad fue un mojón que te permitió cambiar de vida en su momento. Otro período de resiliencia.
-Dejé las drogas porque quería ser madre. Hace 28 años que no consumo y no consumiré nunca más. No me resultó difícil hacerlo. Solo se trata de tener una meta y mi meta era ser mamá.
-¿Y ahora cuál es la meta?
-Ahora la meta es vivir.
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