La actriz, que vuelve a trabajar después de varios años, habla de la terapia que la ayudó a salir de un hogar violento y la que hace hoy, individual y grupal; además, recorre su historia, habla de sus amores y dice por qué no quiere volver a estar en pareja
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Fue una sex symbol en los años 80 y todos suspiraban por ella y reían con sus sonoras carcajadas. Noemí Alan trabajó con cada uno de los capocómicos de la época, hizo cine, teatro y televisión y siempre se jactó de no haber mostrado “nunca las lolas”. “Era una condición sine qua non”, cuenta hoy. Saboreó muchos éxitos, pero también vivió momentos muy oscuros: violencia intrafamiliar, la dolorosa separación del actor Edgardo Moreira, padre de sus hijos Lara y Jano; las adicciones y el alcohol. Hoy “La Tana” vive en Berazategui, en una casa que compró hace más de dos décadas, con un enorme jardín y en un terreno que comparte con su hija. Hace un año que no prueba al alcohol y tres que está en tratamiento por la depresión.
Hace tres meses Noemí empezó a entrenar y a prepararse para volver a subir a un escenario. “Estoy por hacer un espectáculo de humor para salir de gira por el Gran Buenos Aires con Romerito, Jorge Troiani y Albertito Olmedo. Arrancamos en unas semanas”, dice entusiasmada en una charla íntima con LA NACION, mientras disfruta de los tibios rayitos de sol de invierno y enciende un cigarrillo, hábito que también está tratando de dejar. “De a poco, todo no se puede”, se justifica.
-Volvés al escenario y el trabajo es salud, dicen. ¿Cómo estás?
-Bien porque vuelvo con este grupo con el que ya había trabajado y hay buena onda. Y en lo personal, aunque la gente no lo crea, hace tres meses que estoy entrenando todas las mañanas. Entonces, un día hago gimnasia, otro yoga, ritmos, caminatas. Voy por PAMI porque soy jubilada. Gracias a Dios de eso vivo, aunque cobro la mínima y de mis hijos que me ayudan. De adolescente sí hice deportes en Boca y competía en natación, salto en alto, trampolín y jugaba al básquet, pero después nunca más en mi vida. Y además hago terapia individual y en grupo, por la depresión. Eso me lo cubre la obra social de Actores. Voy dos veces por semana. Hace tres años que hago esta terapia y también hacemos salidas. Por ejemplo, fuimos a Chascomús justo un fin de semana de tormenta, pero lo hicimos igual y los muchachos jugaban al fútbol bajo la lluvia. Yo salía a caminar. La pasamos muy bien. Éramos como 16 y tres profesionales. Me hace muy bien para la cabeza y para el cuerpo, porque me costaba hasta levantarme de la cama y ahora me siento bárbara.
-Alguna vez tuviste emprendimientos, ¿ya no?
-Criaba perros y hace unos años que tengo ganas de poner un vivero, pero hay que invertir dinero para empezar. Siempre fui una buscavidas y crié a mis hijos en esta casa porque me mudé en el 2000. Soy una luchadora. Me han pasado cosas muy fuertes en la vida como a todas las personas, pero yo insisto e insisto (risas).
-Muchos piensan que estás retirada, ¿no es así?
-Retirada no estoy, pero hace diez años que no trabajo con continuidad. No hay ficciones ni programas de humor. Me gustaría que los productores fueran mosquitos para que escucharan a la gente cuando te dice que tiene ganas de ver ficciones, teatro como en el teatro, comedias como las de Darío Vittori; aggiornadas, por supuesto. Algunos chistes ya no van, ya no se puede jugar con el culo de la compañera.
Capocómicos: los buenos y los no tanto
-Sobreviviste a todo y también a esos tiempos en que las mujeres eran objetos de deseo...
-Salir en bikini en la televisión era una transgresión. Pero tenía la suerte de que las mujeres nunca me tuvieron bronca y muchas me decían que el marido tenía mi foto en la mesita de luz (risas). No me veían como una come hombres, cosa que no soy y jamás fui.
-¿Extrañás esos momentos de mucho trabajo?
-No, porque era demasiado hacer teatro, televisión y a veces hasta cine al mismo tiempo. No podía ni dormir y no me hizo bien.
-Trabajaste con todos los capocómicos, ¿qué recuerdos tenés de ellos?
-Trabajé mucho con Tato Bores y Juan Carlos Calabró y no tanto con Olmedo y Porcel. Porque lo mío eran las comedias picarescas. El cine ese del ‘maestro le pone la jeringa’ y todo eso, no me copaba. Y no mostraba las lolas.
-¿Cómo es que una sex symbol no mostraba?
-No mostraba las lolas porque me daba mucha vergüenza. Era un pedido especial. Hicimos una película de Gerardo Sofovich con Tristán y Susana Traverso y en el libreto ponía que tenía que aparecer en tetas y dije que no. Usaba baby doll y transparencias, pero nada más. Y me lo respetaron, aunque las otras protagonistas que salían en tetas se quejaban (risas). Así también me perdí un montón de trabajo, por no mostrar las lolas. Pensaba que de esa forma me iban a llamar para hacer cine serio e igual no me llamaron nunca para eso, pero no me arrepiento porque me daba pudor. Empecé con Calabró en el ‘78 y lo recuerdo con mucho cariño, lo mismo que a los uruguayos de Hiperhumor, sobre todo a Ricardo Espalter porque era un ser humano excepcional. Todos eran muy cultos, sabían de arte y de música y era un placer conversar con ellos entre cámaras. Con Olmedo hice cine y era un personaje espectacular; buen tipo y un caballero. De Tato me sorprendía que no era memorioso porque lo escuchabas en sus monólogos y no paraba. Cuando hicimos una película juntos, él se ponía a estudiar en cada corte. Era muy amable, amoroso. De Porcel no tengo buenos recuerdos.
-¿Por qué?
-Porque me menospreciaba y tenía mal trato. Hasta que un día le dije a Gerardo (Sofovich) que la próxima vez que el Gordo me maltratara, yo lo mandaba a la m... aunque estuviéramos en vivo. Y no me jodió nunca más. Yo no tenía problema en hacerlo porque la verdad es que todavía no creía que esta fuera a ser mi profesión.
-¿De verdad?
-Nací en un conventillo, vengo de una familia muy humilde, italiana por parte de mamá y árabe por parte de mi papá. Mi apellido es Aslan y fue Calabró quien le sacó la ‘s’ y a mí no me preocupó porque pensé “por lo que voy a durar”. Los primeros años fue un hobby hasta que hice mi primera temporada de teatro en Mar del Plata, que fue un fracaso total. Fue la segunda temporada de Los galancitos. La primera había sido un éxito y a mí me engancharon para la segunda (risas). Estaban (Darío) Grandinetti, Daniel Fanego, Paula Domínguez. Ahí me di cuenta que era lo que quería hacer para el resto de mi vida. Me acuerdo que no tenía ni para comer, el productor nos estafó y me había alquilado el departamento por un mes y al otro mes me quedé en la calle.
-¿A dónde fuiste a dormir?
-A la casa de Carlin Calvo y Ricardo Darín, que me dieron una habitación que tenía llave, por supuesto. Y a la noche me cerraba con llave. Pero se portaron muy bien. Comía en el Club Mar del Plata, que estaba abajo del teatro, y todas las noches pedía revuelto de gramajo que era lo más barato. Y a veces las mozas, que eran un amor, me traían un bifecito, un pedazo de asado de tira, y me lo daban a escondidas porque se lo sacaban a una mesa que había pedido mucho (risas). Pero cuando estaba en el escenario me olvidaba de todo y era la más feliz.
-Decías que la actuación era un hobby, ¿qué soñabas ser?
-Odontóloga o veterinaria. Yo estudiaba teatro porque era muy tímida y un amigo más grande me había sugerido que hiciera terapia. Pero no tenía un mango y entonces me dijo que me iba a hacer muy bien el teatro y me consiguió una beca de un año para tomar clases con Carlos Gandolfo, nada más ni nada menos. Después seguí Lito Cruz y Carlitos Moreno hasta que unas amigas me consiguieron una entrevista con Canal 13, donde me pidieron que llevara una foto y no volví más; y otra con Pepe Parada, que me ofreció debutar al día siguiente en una revista. Le dije que no quería mostrar el culo, tan claro lo tenía a los 19 años. Entonces me dijo que con el único con quien podía trabajar era con Calabró, el más suavecito en ese momento. Me lo presentó, hice un casting y quedé en una película y en un sketch de Calabromas. Y así fue. No tenía contrato y todas las semanas me enteraba si estaba en el programa siguiente o no. Pero siempre estaba. Me acuerdo que después de cada grabación teníamos que ir al control a ver quién tenía libreto.
-¿Y qué vino después?
-Estuve mucho tiempo con Calabró hasta que él dejó de trabajar porque pusieron topes a los sueldos en televisión y no lo aceptó; bueno, casi ninguno aceptó. En ese interín me llamó Gerardo Sofovich porque Pepe Parada le hablaba todo el tiempo de la morocha de Calabró. Una noche me dijo que fuera a comer a Fechoría, bien arreglada; y yo fui con mi mamá (risas). Pepe me dijo que cuando me hiciera una seña, yo fuera al baño porque en la mesa cercana estaba Gerardo. Cuando salí, Gerardo se levantó, me saludó y me ofreció trabajo. En definitiva, mi terapia fue el teatro. Y ahora hago terapia convencional…
-¿Te sentís una mujer resiliente?
-Yo creo que de Dios. Soy muy creyente, no del Dios con un nombre; me da lo mismo que le digan Buda, Ala, Mahoma, Jesús. Hablo de una fuerza superior que algunos la tienen en la sombra y yo a tengo en la luz. Creo que es a donde vamos a parar si hacemos las cosas razonablemente bien: a la luz. Y sino, nos quedamos en la oscuridad y volvemos a pasarla mal.
-¿La pasaste muy mal en la vida?
-Pasé de todo. Tuve una vida muy fuerte, con cosas buenas y malas. Las buenas no me hicieron agrandarme y las malas no me derrotaron (se emociona). Las cosas buenas con mis hijos, haber disfrutado de viajes, de novios millonarios.
Un príncipe dinamarqués y una boda
-¿Es cierto que un príncipe dinamarqués te propuso matrimonio?
-Sí, es verdad. Lo conocí en una fiesta en el Sheraton, era alto, buen mozo. Él preguntó por mí y yo por él, y empezamos a hablar aunque mi inglés era chino y su castellano, japonés. Pero nos entendimos. Él era gerente del Sheraton Corporation en Sudamérica y aparte era un príncipe dinamarqués; me mostró el castillo donde vivía y todo. Me pidió matrimonio y a último momento me eché atrás, porque mi familia no me ayudó, mi mamá lloraba diciendo qué iba a hacer viviendo en California (Estados Unidos) y en Dinamarca, que era los dos lugares en los que tenía casa.
-¿Tuviste muchos grandes amores?
-El papá de mis hijos (Edgardo Moreira) fue un gran amor y después un horror. La separación fue muy difícil; yo intenté de todo porque me había casado para toda la vida y quería una familia como la que no había tenido.
-¿Tenés relación con él?
-Ningún tipo de relación desde hace años, prácticamente desde que nos divorciamos. Tuve amores adolescentes y de joven estaba muerta de amor por Darín y (Raúl) Taibo. Pero del medio solamente estuve de novia durante un año con Juan José Camero.
-¿Y ahora estas sola?
-Sí, estoy sola. Tengo miedo de enamorarme porque no me fue muy bien la última vez, con mi exmarido.
-¿Esa fue la última vez que te enamoraste?
-Sí. Fue hace muchísimos años. A esta altura no sé si tengo ganas de estar esperando a que una pareja vuelva a casa, con la comida hecha y tacones. Yo soy feliz en chancletas.
-Hasta hace poco tuviste un novio que te fue infiel con la hermana de Thiago de Gran hermano, ¿qué pasó?
-Era un chico uruguayo, jovencito para mi… Pero bueno, me llamaba siempre, viajó mucho para verme, me llevaba a comer a bodegones, íbamos a caminar en Puerto Madero, y me gustaba. La pasé bien y después quedamos amigos hasta que le dije que ya no me sentía cómoda.
Perdonar y seguir adelante
-Contaste que estás en tratamiento por depresión, ¿indagaste en su origen?
-Todo lo que me pasó en la vida tiene que ver. Recuerdo que una vez un terapeuta me dijo: “Ay Tanita, con todo lo que te pasó, bastante bien estás”. Y realmente creo que fue así. Creo que Dios me salvó. Hace menos de un año que me siento bien. El único vicio que me queda es el cigarrillo, que estoy tratando de dejar pero de a poco. Todo no se puede: no salgo con nadie, no tomo alcohol, no puedo comer un montón de cosas porque soy celíaca. ¡Qué más! (risas). Voy por buen camino, todo lo que estoy haciendo me hace muy bien. Tengo los grupos que me apoyan, vecinas con las que tomo mate, mis hijos.
-¿Cuánto hace que no tomás alcohol?
-Un año. Estaba tomando demasiado y lo dejé.
-Y alguna vez contaste que tomaste drogas durante poco tiempo. ¿te costó dejarlas?
-Tomé durante muy poco tiempo... Tal vez dos años. Después quise tener a mis hijos, fui a un genetista que me dijo que estaba perfecta, que iba a tener hijos sanos pero que no tenía que tomar más cocaína. Y la dejé porque tenía una meta muy importante, ser madre.
-¿Hoy tenés una meta?
-Ser abuela (risas). Pero lo veo verde todavía. Seré la abuela de los perros de mis hijos.
-¿Pudiste perdonar a tu exmarido y a tu padre?
-De alguna manera, saqué tanto dolor de mi ser. Pero igual no está borrado de mis sentimientos, de mi mente, ni de mis recuerdos. Tener un padre abusador no es nada agradable y es difícil olvidar. Por años no lo vi y nos reencontramos porque mi ex lo buscó. Nos lo llevamos a vivir a una quinta que estábamos construyendo en San Vicente, y habrá estado dos años ahí hasta que se murió. Yo me había ido con mi ex y mi hija a Miami y Disney, donde vivía mi cuñada. Una noche hablé por teléfono con mi papá y ese mismo día, falleció. Me contaron después que se había ido a almorzar a la casa de un matrimonio, que se sentó en el porche y dijo que estaba hecho, que había hablado conmigo, que tenía trabajo, había ganado a la quiniela y se podía morir tranquilo. Y así fue, con una sonrisa en la cara y todo.
-¿Te hizo bien ese reencuentro?
-Un poco sí. Pero jamás me pidió disculpas por lo que había hecho. Lo rechazaba físicamente, no quería que me abrazara ni me besara.
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