Noemí Alan: "La fama me atrapó y me engañó"
En una charla sincera, la actriz habló con LA NACION sobre el inicio de su carrera y cómo no estaba preparada para el éxito que tuvo; también reflexionó sobre sus amores, su depresión por no conseguir trabajo y su deseo de encontrar una pareja
“Me robaron la Sube”, cuenta Noemí Alan apenas llega al teatro donde se reestrenó Extinguidas. “Había ido al cementerio de Grand Bourg a ver a mi vieja, salí y no sé qué pasó, pero ya no la tengo. Y viste que subís al colectivo y no podes pagar con plata, dependés de que alguien te preste la tarjeta... ¡Qué difícil te la hacen!” Un rato después, sonríe para la fotos de prensa, con una copa de champán en la mano y parece haberse olvidado de todo: del robo, del cementerio y de la Sube... Incluso de peores cosas que pasaron en su vida.
A los 58 años, la “Tana” sobrevivió a varias separaciones, un divorcio, largos períodos de desempleo, adicciones y enfermedades y está acá para contarlo. Con un vestido blanco con cinturón turquesa. Eso sí, sin cartera. “No tenía ninguna que combinara”.
-¿Cómo estás de salud?
-Mucho mejor del dolor del ciático, aunque tengo prohibiciones: no puedo barrer, no puedo pasar un trapo, no puedo estrujar... Y cuando no tenés una persona que te ayuda, es complicado, pero no puedo hacer esfuerzos. Y cómo sufrí tanto, no hago casi nada. Viene mi hija y a veces una señora que limpia.
-¿Fue de un día para otro el dolor?
-Sí, una mañana no me pude mover. El día anterior había limpiado la bañera, pero así nomás. Llené baldes de agua caliente para tirar alrededor y se ve que ese movimiento, me hizo mal.
-¿Eras de hacer ejercicio?
-Nunca.
-¿Tenías buen cuerpo naturalmente?
-Gracias a mi mamá, es genético. Mi mamá era divina, la habían llamado para hacer una publicidad de medias. Ella trabajaba en la fábrica de alpargatas. Pero tenía que mostrar las piernas y sus padres no la dejaron. A ella le encantaba. De hecho se quedó con las ganas de verme hacer una revista, algo que nunca hice. No sé por qué me dicen vedette. Teatro de revistas no hice nunca y mi mamá soñaba con verme bajar las escaleras.
-¿Te estimulaba a seguir una carrera artística?
-Me estimulaba a lo que fuera y cuando empecé, quería verme con las plumas.
-¿Por qué nunca hiciste una revista?
-Porque yo nunca me tomé en broma esta profesión. Empecé por casualidad.
-¿Cómo empezaste?
-Me anoté en una escuela de teatro no para ser actriz, sino porque era más barato que hacer terapia y, además, un amigo me consiguió una beca con Carlos Gandolfo. Ahí me picó el bichito, tenía 17 años y me fui a estudiar con Carlos Moreno y Lito Cruz. Me hacía bien, simplemente. No soñaba en absoluto trabajar de esto.
-¿Y cómo fue?
-Decidí seguir porque me di cuenta que era lo que me hacía feliz, pero me lo tomé en serio. Para mí una vedette era lo más, tenía que tener buen cuerpo, pero también saber cantar y bailar. Mi ídola era Susana Brunetti y una vez alguien me dijo que yo empecé como ella porque hacía un personaje que se llamaba Tatiana Polentovich, una mujer a la que siempre iban a acribillar y para que no lo hagan, se sacaba el tapado, se sacaba todo.
-¿Por qué no trabajaste como vedette?
-Siempre dije que no.
-¿Tener buen cuerpo te limitó a la hora de actuar?
-Sí, porque por ejemplo no me llamaban para hacer el papel de una mamá. “No das de mamá”, me dijo una vez un productor y yo decía: “¿Cómo no voy a dar de mamá, si soy mamá?” ¡Yo ya tenía dos hijos! Y tampoco daba de hija. Y hoy ves las telenovelas y no sabes quién es la madre y quién es la hija.
-¿Cómo ves a la distancia el rol que tenías como mujer en la tele? ¿Lo volverías a hacer?
-Sí, no cambiaría nada. Fui muy feliz con lo que hice, con los tiempos que me di para cada cosa.
-¿Nunca te sentiste mal?
-Durante un tiempo, no, después hubo un tiempo en que sí me sentí mal. La fama me atrapó y me engañó. Todos los que tenés alrededor son amigos del campeón, no son amigos tuyos. Y la noche y demás. Todo eso me golpeó, pero porque no estaba preparada. Yo empecé a trabajar a los 18 años en la tele y pasar de un conventillo en La Boca a un piso en Libertador y Salguero...
-Te explotó la cabeza...
-No te da tiempo a pensar. Me extraña en esta época, donde todo se habla tanto y existe la terapia, que haya chicas que no se dan cuenta o quieren ser famosas por el hecho de ser famosas, no porque quieren ser actrices o bailarinas. Quieren la tapa.
-Y por todos los beneficios que trae ser famosa...
-No sé cuántos beneficios.
-Canjes, por ejemplo.
-¡Ay, no me hables de los canjes! Tenía 20 pares de zapatos gratis por mes. No pagaba nunca un restaurante. Ahora ni una salchicha en la esquina me dan. Ahora no sé cómo será, pero yo tenía lo que quería.
-¿Cómo llegaste a tener un piso en Libertador?
-Me lo regaló un novio que yo tenía.
-¿Fuiste feliz?
-Sí, lo dejé cuando ya no era feliz... y él estaba a punto de comprarme un campo en Mar del Plata. ¡Qué pelotuda!
-¿Era una pareja formal?
-No, era un señor casado. Cuando lo conocí, yo vivía en Villa del Parque, en el Hogar Obrero. Y estaba contenta porque por primera vez iba a ser propietaria, junto a mi familia, de un departamento de Fonavi, en Ezeiza. Y este señor me dijo: “¿Cuánto voy a tardar en llegar a tu casa, para ir a buscarte? Nooooo, buscate algo cerquita”. ¡Y yo busqué! Y me gustó ese piso en Libertador.
-No lo podías creer.
-No, el día que íbamos a firmar la escritura, estábamos esperando en un café con mi abogado y yo le decía “no va a venir” y vino. Y fui feliz con él un par de años largos.
-¿Por qué dejaste de serlo?
-Me desenamoré y quería más y él no podía darme más, pensé que Dios se iba a enojar porque estaba con él por interés y lo dejé. Nunca estuve con nadie por interés, de verdad. Tuve suerte. También me pidió matrimonio un príncipe dinamarqués. Era soltero, divino, era el gerente de una compañía... Apenas le entendí porque hablaba inglés, pero me dijo “you marry me” y me dio un collar de esmeraldas.
-¿Qué pasó?
-En ese momento le dije que sí, después pasaron los meses, llegó el verano, me fue a ver a Mar del Plata y creo que con él me hubiese casado, pero mi mamá me dijo: “¡Te vas a ir a vivir a Boston!” Porque el príncipe tenía su residencia ahí y en Dinamarca. Y bueno, lamento en ese momento no haber tenido más claridad. Me tendría que haber casado con él.
-¿Estabas enamorada?
-Sí.
-¿Tuviste muchos touch and go?
-Mirá, cuando estaba soltera y salía a la noche, iba a bailar a Recoleta. Llegaba en colectivo desde Villa del Parque y después todos me querían llevar a mi casa, pero yo prefería irme sola.
-¿Por qué?
-Porque se metían en todos los telos de Juan B. Justo y tardaba cinco horas en volver a mi casa.
-¿Se metían con vos?
-Sí, me daban charla para convencerme, pero no me convencían. Era muy incómodo, prefería tomarme el 110 de vuelta.
-¿Nunca, nada?
-Bueno, alguna vez me habré quedado.
-¿Es lindo ser linda?
-Es lindo sentirse segura. Es bueno estar conforme con vos misma. Hay días en qué no sé qué ponerme y otros en que me siento bien.
-¿Te gustaría estar en pareja de nuevo?
-No sé si volvería a convivir. A mí me gusta estar todo el día en chancletas en mi casa y me encanta estar en bolas y no sé si podría hacer eso si estoy con alguien. No tengo ganas de arreglarme a la mañana y estar divina.
-¿Cuándo te casaste con Edgardo Moreira pensabas que era para toda la vida?
-Sí, yo anhelaba tener una familia. Estaba enamorada del amor, de lo que yo creía que era el amor, por eso me costó tanto separarme.
-¿Te costó asumir que él no quería estar más con vos?
-El quería estar, pero de una manera irregular y yo le aceptaba todo: cama adentro, cama afuera, de fin de semana, amigovios, noviazgo... Ya teníamos dos hijos grandes y él estaba cómodo porque tuvo una mujer que lo amó.
-¿Por qué aceptabas todo?
-Para sostener esa imagen de familia que no había tenido en mi niñez.
-¿Te arrepentís?
-Sí, cuando no va, no va. Yo di todo, pero eso no me deja tranquila porque me podría haber ahorrado mucho dolor.
-¿Vivís con tus hijos?
-Lara vive con su novio a cuatro cuadras de casa y Jano vive conmigo, pero se hizo una casa aparte. Nos cruzamos poco. Son divinos. Gracias a Dios no son bolicheros, no salen de noche.
-¿Les hablaste mal de la noche?
-¡Ellos saben todo lo que yo viví en la noche! Mi historia la conocen, pero jamás les prohibí salir. Y además, yo no era nochera, me llevó la vida. Apenas pude zafar de eso, me abrí. Tuve la posibilidad de formar una familia y tener hijos y salí de ahí. Ahora los chicos son grandes, se juntan en casa, guitarrean...
-¿Esa casa es tuya?
-Sí, me la compré con lo que me quedó del piso de Libertador, antes de que me lo remataran porque no se habían pagado durante años ni expensas, ni impuestos. Sin que yo lo supiera, obviamente. Así que lo tuve que vender y con eso me compré esta casa. Primero busqué en Zona Norte, pero no me alcanzó. Y como mis hijos me habían pedido algo con jardín, encontré este lugar, Plátanos, y me enamoré. El 13 de febrero de 2001 me mudé ahí. Es a mitad de camino entre Buenos Aires y La Plata.
-¿Estás viviendo un buen momento ahora?
-La verdad que sí. Yo no podía más, había tocado fondo. Estaba mal de salud, mal de ánimo, mal de todo y un día llegó el mensaje de José María Muscari para hacer Escoria. Ahí mejoré muchísimo y después me volví a caer, cuando me volví a quedar sin laburo.
-¿Estuviste internada por depresión?
-Sí, tres veces y sigo medicada, todas las noches tomo la pastillita. Hay cosas que son genéticas y hereditarias. Yo vengo de una familia absolutamente depresiva, con varios suicidios. Tías, primas, hermanas... Lo mismo que mi diabetes y mi celiaquía, eso es herencia familiar.
-¿Tuviste algún novio después de separarte de Moreira?
-Tuve algunas parejas, pero no los consideré novios. Mis hijos eran chicos y no les gustaba que llevara hombres a casa. Tuve mis cositas, pero ahora ya no. Estoy como asexuada. Además, tengo 58 años, no me gustan los pendejos. El hombre que me interese tendría que tener unos 60 años y ser como Sean Connery: barbita canosa, colita... Pero ese tipo, si está solo y razonablemente bien monetariamente, o se casó cinco veces (y por algo se separó cinco veces) o nunca se casó (y por algo no se casó), o sale con una pendeja y no me va a dar bola a mí. Pero, bueno, no pierdo las esperanzas y sueño con conocer a un chacarero. No pido un estanciero, con un chacarero me conformo.
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