Nicolas Cage, un excéntrico suelto en Hollywood
Cuando Nicolas Cage aparece como presentador en la serie documental La historia de las palabrotas, recientemente estrenada en Netflix, lo rodean una gran cantidad de libros en una especie de biblioteca personal por la que se mueve con su peculiar andar, a grandes zancadas, casi una marca registrada para el actor de 57 años. Para muchos, el escenario puede parecer la primera broma de las muchas que tiene el ciclo cómico, un chiste logrado por la incongruencia de reunir al actor de energía inagotable con un ambiente reposado e intelectual. Sin embargo, salvo cuando está en un set de filmación, los libros son el refugio preferido de Cage, protagonista de una colección de películas tan variopintas e inolvidables como Corazón salvaje de David Lynch; Adiós a Las Vegas de Mike Figgis; Contracara, de John Woo; Ojos de serpiente, de Brian De Palma ,y Hechizo de luna, de Norman Jewison, por nombrar solo un puñado de sus muchísimos papeles.
Intérprete talentoso, ser humano excéntrico y figura mítica de su propia creación en Hollywood, el último experimento del ganador del Oscar, aprovecha a la perfección tanto su conocida intensidad como su no tan conocida afición por reírse de sí mismo. Casi como si su imagen pública y su costado más privado después de casi cuarenta años de carrera por fin se dieran la mano.
Presentes en la vida de Cage desde la adolescencia, esos dos mundos, las preocupaciones académicas y el mundo del cine, trazaron su camino personal y profesional. De su padre August Coppola, profesor de literatura en la Universidad de California, heredó el interés por los libros y de su tío Francis Ford, la pasión por la pantalla grande. Según él mismo contó en varias ocasiones, siempre se sintió un poco diferente del resto, una impresión que se profundizó cuando asistió a la escuela secundaria de Beverly Hills, un lugar reservado para los hijos de las estrellas y los ejecutivos de Hollywood y no para él, que apenas se asomaba a ese mundo gracias a la generosidad del exitoso hermano menor de su padre.
"Yo no podía competir con los lujos y la riqueza de mis compañeros de escuela, pero mi tío era muy generoso. Lo visitaba todos los veranos y cuando lo hacía quería ser él, quería las mansiones. Ese fue mi impulso", contó Cage en una entrevista con el escritor David Marchese publicada en 2019 en la revista de The New York Times. Allí también mencionaba el desconcierto del tío Francis con sus elecciones interpretativas en Peggy Sue, su pasado la espera, una película que el actor nunca estuvo muy convencido de hacer. Pero ya por esos años, Cage no rechazaba ninguna oferta.
Su carrera había comenzado con un pequeño papel en la comedia juvenil dirigida por Amy Heckerling y escrita por Cameron Crowe, Picardías estudiantiles (olvidable título local de Fast Times at Ridgemont High), una especie de semillero de futuras estrellas como Sean Penn y Charlie Sheen, uno de sus amigos más cercanos desde la infancia. Luego llegarían, ya con el nombre artístico de Cage, La ley de la calle, Cotton Club y la mencionada Peggy Sue, firmadas por Coppola y gran salto a la fama: Educando a Arizona de los hermanos Joel y Ethan Coen.
Su presencia en aquel film, la energía de su personaje (un ladrón de poca monta tan enamorado de la policía que interpretaba Holly Hunter al punto de cometer un secuestro para satisfacer su deseo de ser madre) lo transformó en una estrella aunque él insistiera en que su inspiración para el papel había sido El Pájaro Loco. Muchos años después explicaría que el comienzo de su carrera estuvo modelado por el surrealismo. Un concepto que encontró un gran socio en David Lynch y la extraña belleza de Sailor Ripley, su papel en Corazón salvaje.
Capaz de hacer comedia, drama y todos los géneros existentes entre ambos, Cage nunca se amoldó a las expectativas de la industria del cine. Su deseo de mantener su vida personal en las sombras, al modo de las estrellas de Hollywood de otras épocas, chocó de frente con sus apariciones públicas en las que podía revelar que tenía dos cobras como mascotas, que estaba seguro de que a veces lo hipnotizaban para atacarlo o que había comprado por más de 250.000 dólares la calavera de un tiranosaurio que luego tuvo que devolver porque había sido sustraído de un museo en Mongolia. Así, durante unos años, más allá de sus éxitos en el cine, Cage se transformó en el excéntrico hollywoodense de turno, un gastador aparentemente compulsivo que un día podía comprar un cómic de colección como inversión y al otro un castillo en Escocia y al siguiente un pulpo para tener como mascota por ochenta dólares. Ese ritmo de vida, además de sus divorcios y algún que otro altercado público con los paparazzi, por un lado hicieron crecer su leyenda y por otro complicaron gravemente sus finanzas.
Su delicada situación financiera explica en parte la larga lista de películas que hizo en los últimos quince años, una década y media de trabajo intenso en la que intercaló proyectos de cierto prestigio o taquilleros como Kick-Ass y Un maldito policía en Nueva Orleans de Werner Herzog con olvidables films de fabricación en serie. Pero eso no le importa porque, según contó en más de una ocasión, su objetivo es llegar a trabajar en más de 150 películas, una meta que no tiene que ver con sus problemas económicos sino con los viejos estándares de Hollywood, donde los actores trabajaban casi sin descanso. Además, razonaba en la entrevista con The New York Times, cuantos más intentos haga, más posibilidades tiene de hacer una gran película o al menos de encontrar un papel que le permita expresarse como le interesa.
"Soy mejor persona cuando estoy trabajando. Cuando tengo una estructura y un lugar al que ir. No quiero pasar el tiempo sentado tomando mai tais y Dom Pérignon y cometiendo errores en mi vida personal. Quiero estar en el set, actuando. En cualquier otra industria al que trabaja mucho se lo admira. ¿Porqué no sucede eso en el cine?", se preguntaba el actor en la nota, sin mencionar que uno de sus proyectos más anhelados nunca pudo concretarse.
A fines de los noventa, Cage iba a protagonizar Superman Lives, un film sobre el superhéroe de DC dirigido por Tim Burton con guion de Kevin Smith. Sin embargo, después de un año de desacuerdos entre el estudio y el equipo creativo, varios cambios de guion y muchos millones gastados, la película quedó en la nada. O casi. Además de ser uno de los más legendarios pasos en falso de los estudios de Hollywood, el fallido proyecto dejó algunas imágenes de Cage vestido como Superman para una prueba de vestuario como testimonio de que alguna vez estuvo cerca de interpretar al ídolo de su infancia. Y aunque no pudo ser, el actor demostró su fanatismo por el hombre de acero cuando le puso a su hijo nacido en 2005 Kal-El, el nombre kriptoniano de Clark Kent. Nada fuera de lo común para quien decidió su apellido artístico por Luke Cage, el superhéroe de Marvel.
Pero claro, la lógica del actor que construyó una pirámide en sus tierras de Nueva Orleans para que sea su sepulcro y que durante años se dedicó seriamente a la búsqueda del Santo Grial, no es "la mayoría". Y aunque en los últimos tiempos su carrera parece haber retomado sus orígenes en el cine independiente y de búsquedas artísticas con películas como Joe y la celebrada Mandy (disponible en Netflix), lo cierto es que sus elecciones personales suelen volverlo una rareza incomprensible a los ojos del público. Y todo indica que a él eso no le parece del todo mal.
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