La última entrevista con Nelly Prince, una pionera de la televisión argentina
LA NACION entrevistó por última vez a la actriz y cantante en octubre de 2020
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El 17 de octubre, cuando se cumplieron 69 años de la primera transmisión de la televisión argentina, LA NACION publicó la que sería la última entrevista con la actriz y cantante Nelly Prince, que murió este jueves a los 94 años.
Un día como hoy, pero de 1951. “¡Qué barbaridad!”, Nelly Prince se impresiona ante los 69 años que transcurrieron desde la primera transmisión de la televisión argentina. Ella, a sus radiantes 95 años, es una de las pocas, o la única, referente de aquellos tiempos fundacionales de un medio que, a pesar de las inquietudes que despertaba, se arraigaría rápidamente en el deseo y el gusto popular. “La gente se reunía en las veredas para mirar televisión en los aparatos que estaban exhibidos en las vidrieras de los negocios de electrodomésticos. Era como ver todo lo que se escuchaba por radio, acceder a la imagen de los radioteatros, fue una revolución”, recuerda a LA NACION la actriz y cantante cuya voz cristalina pone en duda lo que marca el calendario. “Ingresé a la televisión en 1952, un año después de su inicio. Lo primero que hice fue el primer programa que tuvo grandes decorados, era una especie de comedia brillante donde yo tenía el protagónico. Mi personaje llevaba a cabo la narración que ponderaba las virtudes del medio y lo mostraba como la vidriera del mundo. La consigna que me dieron era que lo hiciera como si se lo estuviese contando a una amiga”.
Madre de la actriz Cristina Banegas, Prince desarrolló una carrera estelar con ciclos como ¿Y usted qué sabe hacer?, El niño de los Dariño, La familia Gesa se divierte y Ahí viene el circo, entre tantos otros. Con Guillermo Brizuela Méndez conformaba una dupla excepcional y muy querida por el público. Tal era la repercusión que las grandes marcas querían contarlos como protagonistas de sus avisos. Cuando los contrató la mueblería Eugenio Diez, se vistieron de novios. Era una televisión más lúdica que la de hoy. "Estaba enloquecida. Había debutado en radio a los 6, en teatro a los 8, después llegó el cine. Me dije: ´Esto debe ser una mezcla de la radio, el teatro y el cine´". En cine, Prince fue estrella de directores como Kurt Land y Leopoldo Torre Nilsson.
En el aire
Desde las ocho de la mañana, la transmisión de prueba comenzó a emitir imágenes sueltas. Los locutores Jaime Más, Isabel Marconi y Adolfo Salinas fueron las primeras caras que se vieron. Se coronaba un período de prueba que se había iniciado el 5 de octubre desde los estudios provisorios ubicados en el techo de la sede de Obras Públicas. A partir de las 17, la transmisión se centró en el acto en el que se celebraría un nuevo aniversario, el sexto, de la lealtad hacia Juan Domingo Perón y Eva Perón, quienes hablarían ante la multitud ubicada en Plaza de Mayo. Con esa cobertura, el 17 de octubre de 1951, se inauguraba la televisión argentina.
La emisión se realizó con tres cámaras y un switcher. Los equipos fueron trasladados en un flete porque los camiones de exteriores aún no estaban acondicionados. Algunas versiones indican que, por fatiga del equipamiento, la transmisión culminó a las 16 y que los discursos fueron reproducidos a través del audio de Radio del Estado, mientras en las pantallas se veían imágenes de los oradores. El alcance fue de 150 km y la emisora había sido bautizada como LR3 TV Canal 7.
"Hasta cumplir el primer año, solo se emitían flashes con músicos, alguien que hablaba de letras o una ecónoma preparando una receta. No había decorados, sino tapones", recuerda Prince. El revolucionario medio había llegado al país de la mano de Jaime y Samuel Yankelevich, quienes trajeron de los Estados Unidos, a bordo del vapor Jáchal, los equipamientos necesarios para comenzar a emitir. "En la bodega hicieron la travesía el transmisor de 5 kw de potencia, once cámaras, los elementos necesarios para armar una antena de cincuenta metros de altura, dos camiones de exteriores y miles de metros de cables, repuestos, válvulas, luces y orthicones, el alma de las cámaras", se detalla en Estamos en el aire, la formidable historia de la televisión argentina escrita por Pablo Sirvén, Silvia Itkin y Carlos Ulanovsky. El pionero de la radio Enrique Telémaco Susini también colaboró con la instalación del equipamiento y el desarrollo de las primeras emisiones. Estaba canchero en esto de revolucionar las comunicaciones, ya lo había hecho con la radio 31 años antes.
En poco tiempo, Canal 7 se instaló en lo que era el Teatro Íntimo del Hotel Alvear, ubicado en el extremo del edificio afrancesado que da a Posadas y Ayacucho. "Yo estaba trabajando en Radio Belgrano, que ya funcionaba en ese lugar y era de Jaime Yankelevich. Recuerdo que hacía el radioteatro Las chicas de al lado de Nené Cascallar. Los directivos de Walter Thompson, la agencia que me tenía contratada, me consultaron si quería hacer televisión, más rápido que volando les dije que sí. Al día siguiente, ya tenía el libro de aquel programa en el que narraba las virtudes de la televisión", recuerda Nelly Prince. "Enseguida me aprendí el libro porque tengo una memoria prodigiosa. ¡Como para deberme plata!", dice con humor la actriz. El único estudio de Canal 7 estaba montado en lo que había sido el coqueto teatro del hotel y en pequeñas salas adyacentes se hacían las publicidades. Todo salía en vivo, la era del videotape aún no había nacido. "Los grandes actores de cine y teatro llegaron a la televisión con temor, tenían miedo de salir en vivo. Preferían el teatro porque contaban con apuntador, algo complejo en televisión dado que los micrófonos se ubican cerca de los intérpretes".
A aquella primera experiencia, pronto le llegó la posibilidad de interpretar fragmentos de los grandes musicales del mundo. Nelly Prince, aún hoy, ha compartido la vocación por la actuación con el canto. "La televisión creció de una manera desmesurada y muy rápido. Al poco tiempo, salía del canal y la gente me saludaba".
-¿Cómo fue aquel primer reconocimiento público?
-La vez que salí caminando por Posadas y la gente me saludó en la calle, casi me muero. En teatro, solo un grupito te espera en la puerta y la radio es el gran misterio de la voz y la imaginación, así que salir del canal y ver a tanta gente pidiéndome autógrafos fue insólito. Era famosa. "Por Dios, ¿esto qué es?", me preguntaba.
-En ese momento, ¿tuvo críticas el nuevo medio?
-Mucha gente decía que era una porquería y que no iba a durar. También auguraban que iba a matar a la radio. Eso me daba una rabia. Me enojaba porque yo venía de la radio, es mi primer amor. Desde que estuve en La pandilla Marilyn hasta hoy, es un medio que me resulta cautivante y que no morirá jamás.
En vivo
A la inexperiencia de la novedad, se sumaba la única opción posible que era salir en vivo con lo cual se podían generar mil y una anécdotas. "No había videotape, o salías o morías de un infarto", se ríe la actriz pionera al recordar aquellos tiempos en los que también se convirtió en una cara preciada para vender los más diversos productos. "Me habían ofrecido hacer avisos, pero yo no quería. No soy locutora. Para no hacerlo pedía un montón de plata, pensando que, por un minuto de aire, no me iban a pagar una fortuna".
-Pero usted hizo publicidad.
-Pedí mucha plata y me la dieron. Como estaba en las últimas, aceptaba. Me empezó a llover tanto trabajo... y me pasaba de todo.
-Cuénteme.
-Me tocó hacer un aviso de garbanzos. Salía con un delantal blanco y tenía que pararme frente a una mesita con una licuadora y un bol lleno de garbanzos. Debía mirar a cámara y decir: "Si querés hacer fainá, es muy fácil". Inmediatamente puse la licuadora en posición 1, agregué los garbanzos, pero olvidé poner la tapa. ¡Los garbanzos salían como dirigibles! Todo el mundo estalló en una carcajada, la cámara hizo un primer plano sobre la licuadora hasta que salió el último garbanzo.
-¿Y usted?
-Me escondí debajo de la mesa. Cuando la licuadora quedó vacía, asomé la cara y dije a cámara: "Vos no te olvides de poner la tapa".
-De esas, miles...
-Ya en la época del primer videotape, en Canal 13 hacía un teleteatro de Alberto Migré, a quien conocía de la época de Marilyn. Era riguroso, había que estudiar como loco porque no se podía cambiar una coma. Se hacían las escenas completas, muy largas porque no se podía editar. Recuerdo que me tocó hacer una de declaración de amor con Atilio Marinelli, que interpretaba a un excombatiente y, por esa razón, tenía una cicatriz en la cara. Ese efecto se logró con algodón pintado pegado en la mejilla, todo hecho por los maquilladores que venían del cine y eran buenísimos. Sobre el final del capítulo, los personajes debían besarse, pero, cuando comienzo a arrimarme noto que se me queda pegada la cicatriz en mi pelo larguísimo y rubio.
-¿Cortaron y volvieron a grabar?
-¡No! Teníamos tres cámaras y una estaba pegada a nosotros, así que me di vuelta y cambié el plano. Me temblaba hasta el pelo. Sentía los gritos del control. Terminamos abrazados y no lo tuvimos que volver a grabar. Nadie lo notó, salvo el asistente y Migré. "No sabés cómo está Alberto de enojado porque cambiaste el plano", me decían. Yo les explicaba que si no cambiaba el plano había que volver a hacer todo de nuevo. Atilio gritaba: "Se me pegó el pelo de Nelly, se me pegó el pelo de Nelly". Cuando ya se podía editar, pasaba de todo y se volvía a grabar.
-¿Cómo ve a la televisión de hoy a 69 años de su debut?
-La veo muy rara. No me gusta que, teniendo tanto talento argentino, solo haya ficciones extranjeras que son bodrios, lo que hacen los turcos es para llorar. Tenemos actores, directores, técnicos maravillosos. Un mundo se mueve en torno a la televisión.
-Una industria.
-Una industria desaprovechada.
-¿Era mejor aquella televisión de sus comienzos?
-No creo. La mejor época fue cuando comenzó la gran producción con los grandes autores, directores y actores de excelencia. Lo que se hacía en teatro con el más alto nivel, se podía ver en televisión. Había convenios con el teatro oficial, por eso se hacía televisión con el vestuario de época de lujo, con unas escenografías gloriosas.
Eterna juventud
Previo a la pandemia actual, esta hermosa dama se encontraba en plena actividad. El coronavirus frenó la filmación de una película de origen canadiense y trastocó su agenda con presentaciones junto a su hija Cristina Banegas donde desarrollaba su repertorio tanguero.
-¿Cómo transita la cuarentena?
-Me la banco. Trato de ocuparme, de hacer cosas en casa que no se me hubieran ocurrido hacer estando en actividad. Leo más que antes, ordeno, desarmo placares y bibliotecas y me encanta bordar.
-¿Cocina?
-No tanto porque soy medio chicata, pero dirijo a quien lo hace.
-¿Come de todo?
-Sí, pero trato de evitar las grasas. Me gustan las comidas sanas, las verduras.
-¿Algo de carne?
-Muy poca y nada de pollo, cuando veo cómo los crían me quiero morir. Los ponen en estantes con luz como si fuese de día para que coman. Me da asco.
-¿Alguna copita de vino?
-Sí, por supuesto, pero no mucho y tampoco todos los días.
A pesar de su característica coquetería, no oculta su edad. Cuando el almanaque acumula tantas páginas, el dato es una verdadera cucarda, pero no siempre fue así. "Antes me quitaba los años, era una tontería porque me sacaba tres o cuatro nada más. Incluso, cuando mi nieta, Valentina Fernández de Rosa, me propuso hacer una fiesta para los 90, no me gustó demasiado la idea.
-¿Por qué?
-Pensaba que si decía que cumplía 90 nadie más me iba a llamar para trabajar, que me iban a tomar por una jovata.
Pícara y llena de vida. Ríe de sí misma, rasgo de lucidez e inteligencia. "En una nota que nos hizo LA NACION, el periodista me preguntó la edad y se la dije: ´90´. Mi nieta casi se desmaya". Aquella entrevista obró el milagro. Desde ese día, la dama de la televisión ya no se quitó esos pocos años que no hacían ninguna diferencia y que son todo un orgullo cuando se llega como ella llegó a su juvenil madurez.
-Confesó la edad y no se quedó sin trabajar.
-Sucedió algo milagroso, no paré nunca. Hice de todo. Es que no hay gente tan mayor con mi cabeza, con mi memoria. Llevé una vida sana, soy coqueta porque me encanta. Y ya digo la edad, no me queda más remedio.
-Su historia puede ser una gran lección de vida.
-Trabajé desde los 6 años, tuve una infancia feliz dado que en mi casa había una posición económica maravillosa, aunque después nos quedamos en Pampa y la vía.
-¿Por qué?
-Mi padre tuvo un quebranto económico gravísimo y en unos años fuimos perdiendo todo. Por eso, el peso que yo ganaba era tan importante para mi casa. Siempre tuve buena cabeza, nunca tiré manteca al techo y fui lo suficientemente viva como para vestirme bien. Mi madre me hacía una ropa maravillosa por tres pesos. Era una princesita pobre disfrazada de rica. Fueron años de lucha, de pelear con el agua que te llega al cuello, pero también he tenido épocas maravillosas.
Tuvo dos maridos. El primero, Oscar Banegas, era bioquímico y es con quien tuvo a Cristina, su única hija. "Cuando le fue mal en su carrera lo metí en televisión y trabajó como productor. Era muy culto, inteligente, brillante, pero muy mujeriego, fue uno de mis errores".
-¿Esa fue la razón por la que se separó?
-No. Me habían ofrecido un contrato multimillonario en Venezuela. Me daban casa, chofer, personal a mi disposición, pero no pude salir porque la Patria Potestad la tenía el hombre y él no quiso firmar la salida del país. Nunca la firmó.
Yo soy una mina muy fuerte, eso me ayudó mucho en mi carrera donde también he tenido cosas hermosas y otras horribles
-¿Se llevaban bien?
-Me adoraba, era muy buen mozo, pero muy mujeriego.
Su segundo marido fue Luis Valenti a quien define como "una especie de ángel". Nelly lo conocía desde su juventud, porque Luis era el mejor amigo de su hermano. "Me dijo que siempre estuvo enamorado de mí, pero no se había animado a decírmelo porque yo era la hermanita de su amigo. Un tipo bárbaro. Nos reencontramos después de años y a los seis meses nos casamos. Me cambió la vida, me trató con mucho amor, adoraba a mi familia. Me llevó a dar cinco vueltas al mundo, porque él no quería que trabajara. Pero yo le decía: ´Me conociste actriz, te la tenés que bancar´".
-Una vida idílica.
-Tuvimos nuestros altibajos. Mi marido tenía una fábrica de autopiezas, fue el primer proveedor de Sevel. Estábamos en la cima de la montaña, pero nos fuimos a los caños en la época de Menem. Por poco no tuvimos que pedir limosna. La vida es un sube y baja. Siempre tuve la cabeza bien puesta, nunca derroché. Cuando uno tiene que pelear, hay que tener la dignidad de estar bien, de no mostrar la llaga, hay que bancársela. Es duro, pero todo eso te convierte en un ser fuerte. Yo soy una mina muy fuerte, eso me ayudó mucho en mi carrera donde también he tenido cosas hermosas y otras horribles.
-¿Por qué horribles?
-He trabajado con gente que a una la trataba mal. En la época en la que era muy jovencita había que soportar los lances. ¿Sabés cómo volaban?
-Era una época donde la mujer no denunciaba.
-Pero yo era un sargento de caballería. Como buena leonina, les paraba el carro, así también me quedaba sin laburo.
-Ese era el costo.
-Todo esto que se habla ahora, existió toda la vida.
-A los 95, ¿con qué sueña? ¿Qué desea?
-Primero pido salud para seguir viviendo. Segundo, me sostengo en el amor de mi hija, mi nieta, mis bisnietos y los amigos. Y tercero, sueño con seguir en mi profesión, pero por sobre todas las cosas, deseo que mi país se recupere, adoro a la Argentina.
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