Natalia Oreiro y Ricardo Mollo, un amor que nació en una clase de yoga y se afianzó con una boda “secreta” y una “fórmula perfecta”
La actriz lo flechó primero y asegura que le llevó un tiempo conquistarlo; se casaron en Brasil, y hoy son padres de Atahualpa, de 10 años
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Se conocieron hace 21 años pero nadie daba dos pesos por la pareja porque venían de dos mundos y c¿on una importante diferencia de edad, de “apenas” veinte años.
Además, cuando Natalia Oreiro conoció a Ricardo Mollo, acababa de separarse de Pablo Echarri y todavía gozaba del éxito, la atención y sobreexposición de Muñeca Brava. Y Mollo ya era un guitarrista de prestigio, había estado en varias bandas, entre ellas Sumo, y llevaba diez años rodando con Divididos.
Muy populares en lo suyo, hoy llevan más veinte años juntos y, a pesar de haber sido siempre una “pareja it”, jamás se les conoció escándalo alguno, ni siquiera rumores de grandes crisis. Se muestran como una pareja estable, tan unida como sencilla, que sabe acompañarse, y muy bien, en la crianza de su hijo Merlín Atahualpa. Las diferencias, entonces, parecen menos importantes que las coincidencias.
Yoga y lasagna vegetariana
La primera ver que se vieron fue en una clase de yoga, en el 2001. Oreiro tenía 23 años y Mollo, 43. En más de una oportunidad la actriz confesó que fue ella quien se enamoró primero de él y que le llevó un tiempo conquistarlo. “Yo me lo levanté a él y me llevó dos meses convencerlo”, responde entre risas, cada vez que se lo preguntan.
Se quedaban charlando después de clases, intercambiaban consejos y experiencias y pronto se hicieron amigos. “Cuando empecé a salir con Ricardo no sabía que era el cantante de Divididos; escuchaba su música pero nunca le había visto la cara. Lo supe después de que empezáramos a frecuentarnos, pero al principio no”, detalló. Y contó parte de su estrategia para enamorarlo: “Nos hicimos muy amigos, yo lo miraba a él como diciendo ‘¡dale!’. Y él me miraba, me cuidaba un montón en las clases, por eso también me enamoré: su parte sensible me mató de amor. Me acuerdo un día que invité a varios amigos a casa, entre ellos estaba Ricardo. Me la pasé todo el día cocinando una lasaña vegetariana, y cuando estábamos charlando, a punto de cenar, dijo que se tenía que ir. No lo podía creer. Estuvo de viaje un par de semanas y cuando volvió nos vimos y empezamos a salir”, confesó la actriz, quien en varias ocasiones describió que su sonrisa fue lo que más la hechizó.
Boda secreta
El noviazgo fue corto, se casaron en secreto en enero del 2002, en un pequeño pueblo al norte de Brasil, a 400 km de Recife. “Me casé con un hombre increíble y sigo muy enamorada. No fue secreto, fue de a dos. Es persona luminosa, creo que es la persona que más cree en mí, incluso más que yo; él me motiva mucho a superarme”, contó en aquel entonces.
Tiempo después, le explicó a LA NACION qué la había enamorado de Mollo: “Yo me enamoré de su corazón, de su sonrisa, de su mirada, de su paz. A mí él me genera mucha paz interior. Hay algo de él que emana una luz muy especial. Primero fuimos muy amigos, después nos dimos la oportunidad como pareja y desde entonces no nos separamos más. Ya llevamos 20 años sin darnos cuenta, qué rápido pasó el tiempo. Me conmueve mucho Ricardo como compañero y como artista. Cuando nos conocimos yo era muy chica, estaba formándome, creciendo y aprendiendo, y él ya era un músico. En ese momento yo era una esponja. Mi vínculo sucedió desde algo muy sincero y después surgió el amor”, se sinceró.
Y un día llegó Merlín Atahualpa
Durante mucho tiempo, y también por ciertos preconceptos y porque Mollo ya era padre de dos chicas “grandes”, se instaló la idea de que la búsqueda de hijos no estaba dentro de sus planes. Oreiro, de hecho, se cansaba de repetir que cuando eso sucediera, todos se enterarían, pero que no había necesidad de inventarle embarazos cada dos por tres.
“Mil veces me han embarazado, no sólo a mi sino también a varias de mis compañeras. Lo extraño es que en ese momento [el de su verdadero embarazo] dije que no lo estaba, y había mucha gente que me decía: “Bueno, vamos a esperar tres meses”. ¿Tan poca credibilidad tengo...?”, relató entre risas en diálogo con LA NACION por aquellos años.
Finalmente, Merlín Atahualpa llegó al mundo el 26 de enero de 2012 y la vida de ambos, claro, cambió: “Me reconozco como una madre miedosa y estoy atenta todo el tiempo. Cuando estoy trabajando y no estoy junto a mi hijo, tengo un radar prendido por el cual sé dónde está, con quiénes, y cuáles son sus movimientos. Para mí ser madre es tener el corazón fuera del cuerpo, y no lo entendí hasta que lo fui. Siempre fui una persona bastante despreocupada en relación con los lugares en los que entraba y a los vínculos que podía llegar a establecer. Siempre creí que sabía cómo cuidarme, pero cuando fui madre quedé atrapada en una zona de mucho miedo de que le pase algo en cualquier sentido: que se caiga, que alguien lo lastime, que sufra un desengaño. Lo más importante es hablar y generar un vínculo de confianza para que ellos se puedan abrir y contar todo lo que les pasa. Y con Ata hablamos mucho, es más charlatán que yo”, confesó Oreiro en una entrevista donde también habló de su larga lactancia, que duró casi tres años.
Sobre la forma de crianza que eligió la pareja, comentó: “Debería ser lo común que un compañero se encargue a la par o incluso, en el caso de Ricardo, más que yo a veces. Nuestro hijo tiene una imagen maternal-paternal que es la misma. Es un niño feminista. Cuando mi hijo se golpeaba llamaba ‘mamá-papá’, no a uno solo. Para el hombre, poder hacerse cargo de eso que le toca también es un regalo de la vida. Muchas veces por el machismo, la falta de tiempo o lo que sea, también se lo pueden llegar a perder”, contó Oreiro. Mollo, además, es padre de Martina Aldabel y María Azul, de su primer matrimonio.
Compañeros en todas
Aparentemente, nunca vivieron grandes crisis de pareja. “Yo vivo en crisis permanente, pero conmigo misma porque estoy en continuo cambio”, explicó ella en entrevista con LA NACION para luego completar: “Lo que encontré en Ricardo fue un compañero de ruta, que me quiere como soy, con todos mis defectos y mis cambios permanentes. Siento una enorme entrega de su parte, en acompañarme en mi proceso como artista, mujer y madre, siendo yo bastante más chica que él. Tenemos una diferencia de edad de 20 años, que en nuestro vínculo ha funcionado muy bien porque él, a mi criterio, ya se encontró y yo estoy en búsqueda permanente de mi esencia. Sabe que me encanta trabajar y que siempre voy para adelante, recorriendo mi camino profesional. Lo entiende, lo acepta y me acompaña. Cuando Ata tenía sólo dos meses nos fuimos a vivir a Colombia porque yo tenía que rodar la serie Lynch, y Ricardo nos acompañó. Y después nos fuimos de gira a Rusia y también él vino conmigo. Y se ha quedado solo con Ata en Buenos Aires porque yo tenía que ir a trabajar a Uruguay... “, relató.
Muchos de esos viajes, en particular su larga gira por Rusia, quedaron registrados tiempo después en Nasha Natasha, el documental de Netflix que supo captar la esencia de esa pareja, de esa vida compartida y al parecer perfectamente balanceada entre trabajo, amor, fama y apoyo mutuo.
“Esto que debería ser algo natural, pero en nuestra sociedad no siempre se da. Por eso lo rescato, tener un compañero que comparta en un cincuenta por ciento la paternidad y la maternidad es fantástico. Yo también lo he acompañado de la misma forma, pero reconozco que él siempre puso por delante nuestro vínculo y mi crecimiento personal. Además es una persona que admiro mucho porque tiene un gran corazón”, concluyó.
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