La meteoróloga volvió a la pantalla de Telefe por dos semanas; en una charla íntima con LA NACION repasa la historia de sus padres, que huyeron de la Segunda Guerra Mundial y de su familia toda, signada por las guerras
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Hija de ucranianos, Nadia Zyncenko se conmueve cuando habla de la invasión y los bombardeos que está sufriendo Ucrania a manos de Rusia. “Tengo parientes en Ucrania y desde que empezó la guerra no sé nada de ellos. Los que no se murieron en Chernobyl quedaron allí, pero no sé cómo están. No viven lejos de Kiev”, se lamenta la meteoróloga y se emociona al pensar en su familia. Tanta angustia le jugó una mala pasada a su salud y todavía se está reponiendo de un pico de presión que vivió días atrás.
Nadia nació en Italia, donde se conocieron sus padres luego de la Segunda Guerra Mundial, el 26 de mayo de 1948 y en septiembre de ese mismo año ya estaba en Buenos Aires con su mamá. “Soy argentina”, dice con orgullo. En una íntima charla con LA NACION, revela que es meteoróloga casi de casualidad y gracias a la sugerencia de su hermano Pablo. Con una extensa trayectoria en el Servicio Meteorológico Nacional y en los medios, dando el pronóstico por más de 40 años, Nadia volvió a Telefe por un reemplazo en el noticiero y ese regreso tuvo sabor a revancha, porque hace cuatro años la despidieron de la TV Pública sin ninguna explicación. Además, cuenta que se enamoró del director de cámaras de la TV Pública, que están juntos hace 29 años y que adoptaron a una niña que hoy es una mujer de 26.
-¿Cómo te impacta emocionalmente la guerra?
-Es más terrible de lo que podemos imaginar porque el pueblo ucraniano y, también el ruso, pasaron por muchas guerras, murieron demasiados seres humanos. Esa gente sufrió mucho (se emociona). Mis padres vivieron la guerra en carne propia, mi papá combatió frente a frente con el enemigo y mi mamá hizo trabajos forzados en Alemania, separada de su madre a los 17 años. Se conocieron en Italia, escapando del hambre de la posguerra. A mis hermanos Pedro y Pablo y a mí nos contaron batallas concretas, y cómo había seres humanos despedazados por bombas, cómo las ametralladoras reventaban a la gente. Eso es la guerra. La hermanita de mi padre se murió de hambre y a su hermano le cayó una bomba. Y mi papá quedó vivo. En Roma iba a dos iglesias a rezar y dar las gracias porque estaba vivo. Ucranianos y rusos se están matando entre hermanos. No pueden ni dormir con los bombardeos (llora). No se entiende. Las personas que tienen que irse de su casa, ¿qué pasa con esos niños, con esas madres, con esos hombres? Me enojo mucho cuando escucho a gente, incluso amigos, haciendo análisis político internacional a alto nivel cuando no tienen la menor idea de nada; son seres humanos que se están muriendo. Los ucranianos no quieren ser parte de Rusia pero no hay que matarlos por eso. ¿De qué política internacional me hablan si yo hablo de gente que muere en sus casas? Los pueblos no son malos, no tienen nada que ver con las decisiones políticas. Me acuerdo que mi papá conversaba con un vecino alemán que estuvo en la guerra y se contaban mutuamente cómo la habían pasado, cada uno de su lado. Y eso me convenció de que los pueblos no son malos, son víctimas.
"Me enojo mucho cuando escucho a gente, incluso amigos, haciendo análisis político internacional a alto nivel cuando no tienen la menor idea de nada; son seres humanos que se están muriendo"
Nadia lleva la guerra, el sufrimiento y la valentía en su ADN. “A veces pienso que soy un milagro. Mi abuelo materno fue voluntario para defender a su Patria durante la Primera Guerra Mundial y desapareció. Mi abuela quedó sola con dos hijas en Ucrania. Mi mamá tenía 14 años cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y los alemanes se la llevaron a la fuerza a trabajar, a fabricar bombas. Mi padre vivió la hambruna de Stalin y huyó como polizón en un tren a Moscú y cayó prisionero de los alemanes”, detalla Nadia visiblemente emocionada. Huyendo de la posguerra, Vladimir y María se encontraron en Roma, se enamoraron y se fueron a vivir a Nápoles antes de emigrar a Buenos Aires, en busca de mejores oportunidades. Cuando nació su primera hija decidieron llamarla Nadia en honor al primer amor de Vladimir. “Mi papá había tenido un gran amor con el que perdió contacto. Se lo contó a mamá y cuando nací ella quiso que me llamara Nadia, para que ese amor que no pudo ser, no quedara en el olvido”, se conmueve.
El sabor de la revancha
-¿Volver al noticiero de Telefe te sacó el sabor amargo que dejó tu salida de la TV Pública?
-En el 2018 me echaron de la TV Pública. Pero es una palabra que suena fea así que vamos a decir que me despidieron sin preaviso, sin indemnización, sin nada. Todavía estoy reclamando lo que me corresponde en la Justicia. Me decían que me iban a hacer un contrato y el último día que fui me ofrecieron algo pobrísimo, por el mismo trabajo. Era una propuesta para decirle que no. Creo que se equivocaron o había algo personal de alguien y no me di cuenta, porque nunca sabés quién te quiere y quién no te tolera en una empresa tan grande. Lo acepté mansamente y la verdad es que me vino bien porque yo me levantaba 3.30 de la mañana para ir a trabajar y también iba los domingos y terminaba después de las 22 y el lunes 3.30 estaba arriba otra vez. En la calle estábamos los ladrones y yo, de hecho vi situaciones extrañísimas. Fue doloroso lo que me pasó en la TV Pública porque un mes después abrieron el retiro voluntario para personas que no estaban lejos de jubilarse y les ofrecieron sumas astronómicas. Lo sé porque algunos son amigos. No sé por qué ese ensañamiento conmigo. Fue durísimo que después de 27 años me despidieran así. Nunca sabré por qué. Ser parte del noticiero de Telefe aunque sea por dos semanas fue una fiesta para mi corazón porque yo trabajé casi 12 años en Canal 11. Todos tuvieron para conmigo una actitud asombrosa. Estuve como reemplazo de Daniel Roggiano, el meteorólogo titular, que fue quien me propuso a la gerencia de noticias. Me trataron con mucho cariño y la verdad es que me sigue emocionando al recordarlo. Voy a agradecer siempre esa amabilidad. Trabajé con mucha serenidad, en un clima de mucha cordialidad. Una alegría enorme.
-¿Tenés ganas de volver a trabajar?
-No, ya estoy jubilada. Son etapas. Trabajé mucho en mi vida, en el Servicio Meteorológico Nacional, donde hice muchas guardias e informes para un diario, en Canal 11, en Radio del Plata, en la TV Pública.
-¿Te adaptás a tener tiempo libre después de haber trabajado tanto?
-El tiempo me falta. Tengo tanto que hacer que no llego. Ahora puedo responderles los mensajes a mis amigos. Entré en el 68 en el Servicio Meteorológico, donde estuve también en relaciones públicas y difusión, conectada con colegas de todo el mundo. Fui a congresos y seminarios y conocí a muchísima gente. Viajé muchísimo y sigo en contacto con meteorólogos de Francia, Irlanda, Canadá, Estados Unidos, Suiza. Son amigos y ahora puedo responder a sus mensajes, a sus mails, cosa que antes no podía hacer inmediatamente. La verdad es que no paro. Además voy a retomar clases de conversación con mi profesora de inglés, y que debí suspender hace unos años, a raíz de la enfermedad de mi mamá, que falleció hace tres años. Mi profesora es doctora en literatura inglesa y es un fenómeno escucharla. En las clases leemos y conversamos. Y estamos viviendo gran parte de la semana en la casa de mi mamá, en Pilar, y con mi marido hacemos el jardín, tenemos una huerta, sembramos. Nuestro departamento está en la ciudad y ahí vamos cuando tenemos que ir al médico y tenemos nuestra vida social. La casa de mi mamá es de descanso.
Dos historias de amor
-¿Fue en Canal 7 donde conociste a tu marido?
-Sí. Se llama Gabriel Fullone y fue director de cámaras de Canal 7 durante muchos años. Hoy está jubilado. Hace 29 años que estamos juntos. Es un tesoro mi marido. Ahora trabaja en el Teatro Colón, también como director de cámaras. Es una persona muy interesante, de un alto nivel cultural y eso me fascina.
-Alguna vez contaste que adoptaron a una nena de 12 años. ¿Cómo fue la experiencia de criar a una preadolescente?
-Fue dificilísimo por el cambio de cultura y porque esos chiquitos vienen con mucho dolor, y han vivido mucha violencia, la peor que te puedas imaginar. Hoy tenemos una relación hermosa con Érica. Somos sus padres, hablamos todos los días. Criar a Érica fue una experiencia maravillosa y estamos encantados de haberla hecho. Si das amor recibís amor, eso es así. Hoy tiene 26 años y vive con su pareja. Peleamos cinco años para poder adoptarla. Hacía diez años que vivíamos juntos con Gabriel y pensamos en adoptar porque yo no había tenido oportunidad de ser mamá aunque mi marido tiene sus hijos que ya son grandes. Pensé en adoptar una nena para que quiera mucho a mi marido, porque las nenas son de papá y los nenes de mamá, ¿no? Eso dicen.
-¿Llevó tiempo tomar la decisión?
-Lo charlamos durante cinco años porque yo quería estar más que segura que él quería. Yo sí sabía que quería. Nos inscribimos para adoptar y tardamos otros cinco y cuando decidimos que no íbamos a luchar más, porque hasta fuimos maltratados, nos llamaron. La misma organización da cursos y allí aprendimos que teníamos que aspirar a una nena que fuera de diez años o más y no de cuatro o cinco, que era la edad que habíamos pensado. Entonces modificamos esa primera petición a causa de lo que aprendimos en ese curso. Vinieron asistentes sociales que hasta midieron los centímetros de nuestro departamento y miraron las camas en las que dormíamos. Cosas insólitas. Una de esas asistentes sociales hizo un informe que decía que no sabíamos lo que queríamos porque habíamos cambiado la edad de la niña a adoptar. Nos enteramos porque un compañero de trabajo tenía un conocido que estaba en ese centro y nos dijo que teníamos un informe negro, y que no iban a llamarnos porque, según ellos, no sabíamos lo que queríamos. Empezamos los papeles de nuevo y un juez subrogante de apellido Balcarce nos llamó y nos dijo que estaba muy interesado en que adoptáramos a una nena en especial. Era Érica. Este juez había adoptado dos chicos y no podía adoptar más pero quería que Érica tuviera un hogar. Vivió con nosotros largos doce años, y después enamoró y se fue a vivir con su novio. Está feliz y contenta.
-¿Es cierto que querías ser contadora?
-Sí, es verdad que quería ser contadora y di el examen de ingreso a la facultad con mi hermano Pablo. Él lo aprobó y yo no, y me sentí perdida. Mi hermano, que ya trabajaba de cadete en el puerto, vio un aviso que decía daban becas para estudiar meteorología. Entonces fue a averiguar y me dijo: ‘ganate la beca y estudia meteorología porque a vos esto te va a gustar’. Yo ni sabía que existía esa carrera.
-Y no se equivocó...
-No. Pablo tiene un don y se da cuenta qué le viene bien a cada uno, y no se equivocó ni conmigo ni con sus hijos y sobrinos. Es muy observador.
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