Nada la definió mejor que aquel Las mil y una Nachas. Acaso porque ella es en sí misma la conjunción de muchas en una sola. Distintas capas que se van superponiendo con movilidad propia e independencia una de la otra. Nacha Guevara puede ser aquella de 1966 que, un año después de debutar en el Teatro San Martín, irrumpía con Mens sana in corpore sano en el Centro de Experimentación Audiovisual del Instituto Torcuato Di Tella o la que le cantaba a la censura en ese eufemismo tomado de París que se llamó Anastasia querida. En esas múltiples facetas aparece la que le dio vida a Eva Perón, en un musical sentido de 1986 o la que arremetió canyengue en la personificación de Tita Merello. Nacha 100%, como la definió uno de sus shows.
Claro que ese recorte sería demasiado arbitrario si no apareciera la prima donna que también se sumergió en las aguas de la meditación y las luchas de género por los espacios equitativos en aquel programa Me gusta ser mujer, emitido por Argentina Televisora Color, y cuyo mantra fue tomado en sorna. Nacha es la que también se permite formar parte del establishment televisivo y juzgar a los que se animan a danzar o cantar en lo programas de Marcelo Tinelli. Todas esas Nachas son, en definitiva, mil o una. "Es cierto, es así", confirma a LA NACION, en una extensa charla en la que el repaso de vida y obra tiene una excusa trascendental: el próximo 3 de octubre, esta mujer de temple y carácter indomable cumplirá 80 años. Ocho décadas que su apariencia y lucidez interpelan y se atreven a desmentir. Acaso se convirtió en el prototipo de la eterna lozanía. Logró lo que todos desean y pocos logran: detener el deterioro. Dorian Gray argentina, al modo de Oscar Wilde, el envejecimiento está en el retrato y no en la vida.
La inevitabilidad del cambio caracterizó a la obra de William Shakespeare, aunque a lo largo de su producción se mostró en múltiples facetas. Con Nacha sucede igual. Hay una. Y hay varias. Muchas. Un montón. Será Clotilde Acosta, tal su nombre matriz de nacimiento en Mar del Plata, la que aglutine a esas mil y una. Y quizá más.
Fuimos los patitos feos
-Estas mil y una Nachas no conocen el sosiego, vivís en experimentación. Se podría afirmar que sos una mujer en estado de laboratorio.
-Yo te pregunto, ¿toda vida no es así?
-Debería serlo...
-Es inevitable, me parece. Por más que uno quiera quedarse en aguas más quietas, la vida se encarga de moverte.
-Indudablemente la vida te ha llevado por diversos rumbos, pero también ha habido decisiones tuyas que generaron esa sinergia. Cuando te instalás en una situación personal o artística, rápidamente vas en busca de otra. Sos la del Heavy Tango, la de la película Funes, la de Stravaganza y la jurado de Cantando 2020.
-Siempre está la elección personal de por medio, es una combinación de las dos cosas: lo que la vida va imponiendo y lo que uno decide.
-Es necesaria una cuota de rebeldía para arriesgarse al constante cambio, ¿qué más implica?
-Requiere ciertas valentías. Pensaba en cuando nos amenazaron por primera vez, en 1974. Nos informaron que si dejábamos de cantar "Yo te nombro libertad", la canción de Gian Franco Pagliaro, y "De qué se ríe señor ministro" de Mario Benedetti, nos podíamos quedar.
-No dejaste de cantar esos temas.
-A pesar de lo que costó ese momento, mi decisión fue inmediata, clara. Eso sucede cuando las cosas vienen de otro lugar y no de la mente. La mente hubiera dudado.
-Allí comenzó un tiempo bisagra en tu vida.
-No dudé en decirle a Alberto Favero, que estaba al lado mío: "Vámonos". Esa es una de las elecciones que me aparecen como más claras y que determinó muchísimas cosas de mi vida y de la que nunca me arrepentí, a pesar de todo lo que hubo que vivir.
-¿Cuántos hijos tenías en esa época?
-Tres. Juan Pablo, que es el menor, tenía dos años.
-Siempre es difícil el exilio. Con una familia a cuestas, imagino que extremadamente duro.
-Muy... muy. Cuando me asusto por algo, porque una se sigue asustando, es algo natural, recurro a ese tipo de recuerdos y me planteo '¿de qué me asusto ahora?'
-Los griegos marcaban el destierro como el peor de los castigos. La humanidad, ancestralmente, está atravesada por los exilios como intento de exterminio de los pueblos.
-Era el exilio o la muerte, podías elegir. El exilio es una muerte a muchas cosas, pero también es el abrirse a muchas otras, si es que te abrís. Esa también es una elección. Uno puede exiliarse y quedarse en un mismo grupo de pertenencia, pero yo elegí vivir donde me tocaba. No asilarme y sí vivir la experiencia completa. Creo que eso fue lo que nos salvó. Los que se encerraron en el "gueto", como forma de protección, la pasaron peor. Siempre digo que el exilio fue la experiencia de más aprendizaje de mi vida. No dudo sobre eso.
-Ante la expulsión, ¿cómo se hace para no sentir bronca o resentimiento por el propio país?
-Cuando estuve en España, me tocó ver la vuelta del exilio español, eso me permitió observar todo lo que sucedía. Aquella fue una vuelta muy dolorosa. Incluso mucha gente se volvía a ir porque no se adaptaba. Esa mirada sobre la realidad española me permitió ver cómo la gente volvía y si se reconciliaba o no con el país. Eso me sirvió mucho de aprendizaje para volver. Tuve una buena vuelta, aunque, por supuesto, estuve enojada con el país. Cuando aún no sabía si alguna vez iba a poder volver a la Argentina, mirar esa realidad española me sirvió para aprender cómo hacerlo.
En el comienzo de la charla, la actriz elige hablar de su destierro. Consciente e inconscientemente, apela a ese momento doloroso para narrarse a sí misma. Quizás las mil y una Nachas están estructuradas en base a esa mujer a la que se quiso silenciar. Como una savia vegetal, se irradia desde la oscuridad de los ´70 para abrirse en ramificaciones más luminosas. Quizás aquellos dolores organizan las ocho décadas vividas.
-¿Tuvieron puntos en común los dos exilios transitados?
-Ambos estuvieron relacionados con la Triple A que, en ese momento, ya estaba vinculada a las Fuerzas Armadas. En el primer exilio me dieron 48 horas para irme. El inicio del segundo fue la explosión de una bomba de tres kilos de trotyl, un elemento que solo tenía el Ejército, en el teatro Estrellas donde trabajaba. Además la amenaza era clara: si no abandonaba el país, me iban a ejecutar en la calle.
-¿Cómo fue la vuelta?
-Reparadora. Lo que me enoja del país, es que no aprende. No evolucionamos, o no evolucionamos a la velocidad que a mí me gustaría.
-¿Cómo ves hoy a la Argentina?
-El país es parte del mundo y, sobre todo, de este mundo que atraviesa un momento tan particular. De modo que, en todos lados, lo que se está viviendo es algo completamente nuevo que no estamos aceptando. Empezando por no aceptar el barbijo.
-¿Qué lectura se puede hacer de los movimientos que reniegan de las prevenciones sanitarias en torno al Covid-19?
-Es no aceptar la enfermedad. Hay algo chiquitito que es más poderoso que nosotros y está alterando nuestras vidas, y ese es un golpe a la soberbia y a la omnipotencia humana, por eso no se acepta que eso está sucediendo. Nos pone en escala.
-¿Cuál es el lugar de la escala del hombre en el universo?
-Los humanos hemos perdido la escala de lo que somos, luego de siglos donde creímos que veníamos a dominar a la naturaleza y éramos los amos del mundo. Mucho tiempo de pensar que somos los más sabios porque caminamos en dos patas. Eso ha creado una soberbia sobre el resto de la vida. Desde mi punto de vista, toda vida vale lo mismo. La vida humana no vale más que otra. Aunque nuestra cultura, educación y, sobre todo, la ignorancia nos ha hecho ver que somos más poderosos. Esta pandemia es un golpe, está atacando eso.
-¿De ahí la obstinación de una parte de la población mundial?
-Por eso hay tanta resistencia. Es una lección que tendremos que aprender, la naturaleza nos está diciendo "hasta aquí llegamos, chicos". El planeta sin nosotros, florece. Sin el planeta, nosotros morimos. La naturaleza tiene sus maneras de hacernos entender eso.
-Al comienzo de la pandemia, había una sensación, en el mundo, de una suerte de aprendizaje. A medida que se fue extendiendo en el tiempo, hizo emerger no solo lo bueno sino los puntos más oscuros de la humanidad.
-Las grandes crisis hacen eso. Son como las guerras, muestran lo mejor y lo peor y también es cierto que lo que más se muestra o donde se pone el acento es en lo peor. Nos olvidamos que, en estos meses, diez mil argentinos se fueron, que eran seres humanos con rostros, vida, sueños por cumplir. No estamos haciendo el duelo que deberíamos hacer. El periodista Wolf Blitzer, todas las noches, cuando termina su programa en CNN, muestra tres retratos de gente que se fue ese día, cuenta a qué se dedicaban, qué familia tenían. Es un respeto.
-En general, se convierte a los fallecidos en un número abstracto.
-Nos estamos acostumbrando a los números.
-Los naturalizamos y les restamos el contenido, queda en una suerte de enunciación vacía.
-No hay que estar llorando todo el día, pero se debe tener un respeto hacia los que se fueron en la pandemia. El virus nos está anulando los sentimientos.
-¿Por qué sucede eso?
-Porque como son dolorosos, preferimos anularlos en lugar de vivirlos. Hay que superarlos, pero para superarlos, primero hay que vivirlos.
Por qué cantamos
-Se te ve plantada, enérgica, segura de sí, con el control de tus decisiones pasadas y actuales. ¿Te arrepentís de algo?
-Tantas cosas podría haber hecho mejor en la vida. De todos modos, arrepentirse no tiene sentido.
-¿No?
-Si se puede reparar, hay que repararlo. De lo contrario, hay que aprender y soltar. El arrepentimiento es como un ancla que te detiene en el pasado.
-Parece la letra apocalíptica de un tango.
-Es así. Hemos hecho un montón de cosas incorrectas, cantidades industriales, pero si alguna vuelve más a la memoria porque ha sido muy importante o porque afectó más a otras personas, si existe la chance hay que reparar.
-¿Y si no existe esa posibilidad?
-Aprender de eso y no volver a hacerlo. Es la mejor forma de superar el arrepentimiento.
En las mil y una Nachas aparece la que navega las aguas del mainstream televisivo. La estrella que juzga en "Bailando por un sueño" o en el actual Cantando 2020. Se ha atrevido a polemizar con personajes de los llamados "mediáticos" o cantar aquello de "las luces de mi ciudad me están llamando" espejada en la interpretación de Fátima Florez, a pesar de no ser adepta a las imitaciones de ninguna especie. También Nacha puede entreverarse frente a cámaras con Moria Casán, luego de una temporada de teatro de fallidos tintes almodovarianos.
-Te movés cómoda en los circuitos de la masividad, tanto como cuando te plantás con "Las canciones que nunca volví a cantar", de idiosincrasia alternativa. ¿Qué te proporciona el tránsito por experiencias de claro tinte masivo y popular?
-En primer lugar, me enseña flexibilidad, algo fundamental en esta época. A este tiempo lo llamo tiempo de palmeras.
-¿Por qué?
-Fuimos educados con el concepto del roble, el árbol que se dobla, pero no se quiebra. Pero, según las leyes físicas, eso es bastante equivocado. Cuando viví en Puerto Rico, me enseñaron el comportamiento de las palmeras, una especie que tiene el don de la flexibilidad. Soportan los huracanes más feroces, tienen la inteligencia de inclinarse ante una fuerza superior y de levantarse fortalecidas cuando la tormenta ya pasó. Este es un tiempo de palmeras, evidentemente. La flexibilidad es un ejercicio constante. No te voy a decir que no me cuesta, tengo mis dudas, por supuesto, pero me adapto. La flexibilidad es una garantía de supervivencia, y de supervivencia con menor sufrimiento. Esto se dice fácil, pero no lo es.
-¿Qué capitalizás de tu rol en Cantando 2020?
-Si se agudiza la posibilidad de la observación, y esa es una función de jurado, se aprende mucho. Observando en silencio, se aprende de la fortaleza, de las debilidades del otro. Cualquier lugar te puede enseñar algo, si estás dispuesto a aprender. Todo puede ser una escuela, si se desea ser alumno.
-En el formato conviven participantes profesionales y otros que son jóvenes amateurs. Si comparás a esta generación de potenciales artistas con aquella que integraba las filas del Di Tella, ¿encontrás afinidades?
-Conviene no generalizar ni idealizar porque, en tiempo del Di Tella, no todos los jóvenes eran rebeldes, irreverentes, ni querían cambiar el mundo. Estábamos los que hacíamos experiencias más locas y otros que no. Lo que sucede hoy es que es difícil salir de la manada. Recuerdo que, hace años, había una publicidad que decía "unite a la manada".
–¿Es riesgoso integrar la manada? ¿Niega el espíritu crítico?
–Formar parte te hace sentir "seguro", pero la manada puede aceptarte o rechazarte. Además conlleva riesgos.
–Uno de ellos es la anulación de la identidad.
–Para ser parte y si no querés quedarte afuera, tenés que renunciar a quien sos para complacer a la manada. Ese concepto se afianzó mucho en los últimos años. Nosotros estábamos afuera de la manada, éramos como un rebaño rebelde. De todos modos, siempre hay gente así, sino el mundo no avanzaría. Cuando se presentó, por primera vez, el chico (Axel) Canniggia, yo me decía "¡la que me espera!". Sin embargo, fue muy interesante cómo recibió las devoluciones y demostró que, genuinamente, no le interesa la mirada ajena y hace lo que se le antoja. Vi a un joven que hace un tiempo no veía, con libertad interior, que es la más difícil de conseguir. También vi a un pibe que recorrió el mundo, que se crió en países muy distintos y eso hace que tenga una personalidad más abierta, menos prejuiciosa. Me llevé una sorpresa, tiene algo de la irreverencia que me gusta ver en los jóvenes.
–A partir de lo que expresás, sería poco preciso hablar como una generalidad de los participantes del certamen.
–De cada pueblo, un paisano.
–Es interesante verte interactuar con Gladys, la Bomba Tucumana: establecieron un vínculo desde, a simple vista, los universos antagónicos que ambas habitan.
–Hay que ver qué se tiene en común con el otro, eso se llama empatía. En el fondo, tal vez no somos tan diferentes. Ella viene de un mundo humilde, no estaba programada para hacer lo que hizo. Ella es una madre soltera que crió a su hijo y la convirtió en una luchadora.
Canciones para mis hijos
Nacha tuvo tres parejas, de esas que se pueden catalogar de "formales": Anteo del Mastro, Norman Briski y Alberto Favero. Con cada uno de ellos, esta mujer que estudió danzas en el Teatro Colón, tuvo un hijo: Ariel del Mastro (gran director y diseñador de luces), Gastón Briski (uno de los mejores sonidistas del mundo) y Juan Pablo Favero (psicólogo), quienes le dieron nietos que completan esa familia atravesada por el arte.
–Es difícil imaginarte como una abuela que teje al crochet. Quizá sorprendés y decís que sos experta en eso.
–Imaginaste muy bien.
–¿Cómo es esa Nacha abuela?
–No creo ser la mejor abuela del mundo, no me pondría esa escarapela. Estoy cuando hay que estar, pero no soy la abuela tradicional. Además tengo a toda mi familia desperdigada. Menos los hijos de Ariel, algunos están en Córdoba, otros en los Estados Unidos. Eso es parte del exilio.
–Un resabio.
–Mis hijos son errantes, como gitanos. Eso quedó, así fue su formación, eran muy pequeños cuando vivieron la experiencia. Eso hizo que sea una familia disgregada.
–En ese contexto de una familia nómade, ¿cómo se construían los vínculos con tus hijos? ¿cómo era aquella crianza en el exterior?
–Fui muy protectora y contenedora hasta cierta edad. Considero que entre los 19 y 20 años eso debe cesar. Pienso en los pájaros cuando el pichón está listo para volar lo acercan a la punta de la rama y si no se anima, lo empujan porque confían en que va a volar. De hecho, mis hijos han volado y han volado bien. Son independientes, buenos padres. Cuando nos necesitamos estamos juntos y cuando no, no. No somos una familia pegoteada. Se respetan las decisiones, aunque no nos guste lo que decide el otro. Es mutuo.
–La libertad es un valor de tu familia y el modo en el que construyen sus lazos.
–Somos una familia muy libre.
–Se puede inferir, quizá torpemente, que una mujer que hace gala de una apariencia milagrosamente joven, no confiesa su edad. Sin embargo, no tenés prejuicio al respecto.
–Es que no entiendo eso, no lo sé. Debe tener que ver con lo que se le imponía a la mujer en determinado momento y no a los hombres. Los hombres, en general, no tienen problema con decir la edad. No decir la edad es una antigüedad sostenida en un mandato. Nunca me aferré a eso, al contrario, me encanta decirla. ¡Qué bueno que llegué hasta aquí!
–¿El comienzo de una nueva década estimula un planteo diferente, un balance distinto al de otros cumpleaños o eso también es parte de un imaginario impuesto?
–El número redondo tiene algo, es una estupidez porque es lo mismo, pero algo se plantea. Cuando cumplí 40 tuve un momento de mucha quietud por un período bastante largo. No era parálisis, pero sí una quietud.
–¿Cómo lo superaste? ¿Qué sucedió después?
–Apareció un cambio enorme en mi vida. Empecé a estudiar sobre temas nuevos que antes no había abordado.
–¿Con qué tenía que ver?
–Comencé a estudiar medicina, a aprender a meditar. Todo eso cambió el rumbo de mi vida. Definitivamente, el cambio de década es como un saltito. Los cambios de décadas traen cambios de ánimo, reflexiones, pensar en el futuro. Movilizan. Esta década es importante, son muchos años.
–En ese pensar en el futuro, ¿aparece la finitud como algo concreto?
–Cuanto más se piense, mejor.
–Se podría suponer que dirías todo lo contrario.
–Si pensáramos varias veces al día que somos mortales, seríamos muy diferentes. Tendríamos un aprovechamiento y un entendimiento mayor del milagro de la vida y de lo que significa, del regalo que es respirar. Tenemos que pensar en cuántas cosas tuvieron que suceder en el universo para se pueda estar respirando. Pensar en la finitud, en tener conciencia que esto se termina, ayuda a vivir mejor. Sin embargo, tratamos de evadir el tema. Eso es milenario, nos han impuesto imágenes aterradoras que las tenemos incorporadas. Por eso dejamos a un costado a las muertes del coronavirus. Es un error, hay que hacerse amigo de la muerte.
–Sobre todo porque es inevitable.
–Es lo único que sabemos que va a ocurrir.
–Sos una mujer muy atractiva...
–Muchas gracias...
–Hacés gala de una sensualidad sin cronología. Has transitado la vida con libertad, con grandes amores. Incluso amores que despertaron polémica porque rompían la norma. Cabe recordar tu pareja con un joven bastante menor que vos llamado Micky Ronsini.
–Seguimos siendo muy amigos, vive en Los Ángeles y nos escribimos seguido.
–Sos una mujer sensual, libre. A esta altura del partido, ¿cómo te atraviesa todo lo vinculado a la sexualidad?
–Me he dado muchos gustos, esa es la verdad. Por lo tanto, desde hace mucho no tengo necesidad de mantener relaciones sexuales. Cuando decís eso, en este mundo, te catalogan de marciano. En los 60 luchamos por la libertad sexual y ahora hay una esclavitud sexual.
–¿Por qué?
–Hay que tener sexo. Hay que tener sexo y exhibirlo por todos lados.
–Exhibirlo, para mucha gente, es más erógeno que la propia práctica.
–Lo que era libertad se convirtió en esclavitud. Lo veo en chicos muy jovencitos que no están interesados, que están esperando otro momento, y se ven lanzados para pertenecer, no quedarse afuera y no ser vistos como raros. Creo en la libertad sexual y en la libertad de tener, o no, sexo. En la posibilidad de elegir con quién tenerlo y con quién no. Creo en eso y no en un mandato. En el "hay que" no creo. Cada uno debe elegir qué quiere hacer en su vida, incluido el sexo.
–Sensualidad y sexualidad no son sinónimos. ¿Se puede explorar la sensualidad desde un lugar de mayor divinidad, virtuosismo, como un proceso casi sagrado?
–Se puede ser sensual sin ejercer la sexualidad. En general, la gente muy sexual no tiene sensualidad, porque maneja una energía más gruesa que la de la sensualidad.
–Nacha, ¿por qué se dice que es muy difícil trabajar con vos?
–Porque tengo lo que en los hombres se llama carácter y en las mujeres mal carácter. Tengo lo que en los hombres se llama autoridad y en las mujeres autoritarismo.
–¿Tiene que ver con la cultura machista y patriarcal?
–Por supuesto. Yo tengo carácter y autoridad. La tengo y la ejerzo. Eso es muy chocante en el mundo masculino y femenino.
–Hay mujeres que son más machistas que los hombres.
–Son muchos siglos de esa cultura. Está muy instalado. Se trata de la evolución. Se evolucionará en algún momento.
Mi ciudad
"Es tan lindo San Francisco, pero extraño el Obelisco", inmortalizaba Nacha. Mujer del mundo, pero de entraña porteña, a pesar de haber nacido frente al mar. Es en esa Buenos Aires en la que se mueve cómoda, a pesar de vivir hoy en las afueras y rodeada de verde, algo que deja entrever en su activa vida en Instagram con mensajes vinculados a la meditación, el yoga, la alimentación saludable y hasta los secretos de belleza. Otra vez, proclama que le gusta ser mujer. Ahora desde las plataformas virtuales y el streaming. Nacha siglo XXl. Es, justamente, en este parate pandémico de la escena, cuando se permite imaginar la vuelta a un escenario. "Estoy preparando un proyecto musical sobre canciones de amor. Hay un patrimonio cultural enorme ahí. Me parece que ya tengo edad para hacerlo".
–Menos amoroso fue tu 2009. Una de las mil y una Nachas incursionó en la política y huyó despavorida. ¿Qué sucedió? ¿Qué vio?
–Lo que yo pretendía era completamente imposible. Era hablarle al hombre de Cromañón de un iPhone. Estaba tan lejos mi proyecto de la clase política que no quise perder años de mi vida en algo que no iba a llegar a ningún lado.
–¿Qué proponías?
–La educación en valores y la educación para la paz. Ese era mi compromiso, para eso entré.
–¿El foco legislativo estaba puesto en otro lado?
–Era otro cerebro, directamente.
–Para terminar. ¿Seguro son 80?
–Ni uno más, ni uno menos.
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