Murió Wolfgang Petersen, el director alemán que hizo brillar a las grandes estrellas de Hollywood
Tras consagrarse en su país con El barco, dirigió grandes producciones junto a Clint Eastwood (En la línea de fuego), Harrison Ford (Avión presidencial), Brad Pitt (Troya) y George Clooney (La tormenta perfecta)
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Dijo una vez Wolfgang Petersen que no hay nada más hermoso, fascinante y peligroso que el agua. Este elemento esencial para la vida, la naturaleza y el funcionamiento de cualquier sociedad marcó los grandes momentos de la obra cinematográfica del destacado realizador alemán, que murió este martes a los 81 años.
Petersen comenzó a definir su estilo gracias a El barco (1981), uno de los títulos de mayor proyección internacional del cine alemán en la segunda mitad del siglo XX y, para muchos, la mejor película jamás filmada sobre el mundo de los submarinos. El agua también dibujó la gloria y el ocaso de su largo paso por Hollywood. Primero con La tormenta perfecta (2000), que le permitió alcanzar la cumbre de su éxito, y más tarde con Poseidón (2006), un fracaso del que nunca pudo recuperarse. De su imaginación nacieron en esas dos películas dos de las olas más imponentes jamás vistas en una pantalla de cine.
Petersen murió a los 81 años en Brentwood, un elegante y residencial enclave ubicado al norte de Los Angeles, elegido como hogar por muchísimas estrellas. Allí se había establecido desde principios de la década de 1990 y con el tiempo llegó a definirse con cierto orgullo como “medio americano”. En sus tiempos de apogeo hollywoodense, con todo, siempre mantuvo en alto el sueño de recuperar su idioma natal y ponerlo al servicio de un relato con los mismos grandes presupuestos y recursos que los grandes estudios ponían a su disposición.
Lo que no quería era volver a un tiempo en el que almorzaba frugalmente en el pequeño remolque que tenía su modesto Volkswagen. Eran los tiempos iniciales de su carrera artística, que se puso en marcha en el teatro y continuó con un intenso entrenamiento en la Academia de Cine y Televisión de Berlín. Petersen había nacido en Emdem (Baja Sajonia) el 14 de marzo de 1941 y se crió en la durísima posguerra alemana, un tiempo de privaciones, heridas abiertas y traumas gigantescos.
Los ecos de esa época histórica tan compleja y de tanto impacto en la psicología de las nuevas generaciones alemanas deben haber golpeado fuerte en Petersen, que tenía 40 años cuando alcanzó la definitiva consagración gracias a El barco (Das Boot), la odisea de un submarino alemán encargado de una sucesión de misiones suicidas en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Estrenada como largometraje y también como miniserie, se conoció cuando su director ya tenía ganada cierta fama como revelación del cine germano en los años 70.
Gracias a la doble nominación al Oscar que obtuvo con El barco (como director y guionista), a Petersen se le abrieron de par en par las puertas de Hollywood. Llegó allí también favorecido por el éxito de su adaptación del clásico relato infantil La historia sin fin (1984), a partir de la novela de Michael Ende. Empezó la nueva etapa de su carrera desde el mismo espíritu fantástico con la aventura de ciencia ficción Enemigo mío (1985), pero en la década siguiente se volcó a otros géneros a partir del thriller Búsqueda mortal (1991).
El mejor momento de Petersen empezó en 1993 con la demostración de que había entendido muy bien la presencia cinematográfica de Clint Eastwood y su lugar como héroe. En la línea de fuego (1993), fue la primera muestra del tema que más le interesaba al director: contar cómo un héroe se decide por fin a hacer lo que le corresponde después de atravesar un tiempo de dudas y vacilaciones. En esta película, Eastwood encarna a un veterano agente del servicio secreto golpeado por no haber impedido en su momento el asesinato del presidente Kennedy. Enfrentado décadas después a una amenaza similar comenza un juego apasionante de gato y ratón con un villano encarnado por John Malkovich.
A partir de allí, Petersen mostró su destreza para manejarse con proyectos de alto perfil financiado por grandes estudios y protagonizados por estrellas de renombre. Convirtió a Dustin Hoffman en un héroe de acción gracias a Epidemia (1995), película que recuperó interés reciente gracias a las conexiones entre su tema central y la pandemia; aprovechó en Avión presidencial (1997) al máximo el carisma y el vigor de Harrison Ford como un mandatario dispuesto a no dejarse vencer por una amenaza terrorista en pleno vuelo, y sacó lo mejor de George Clooney y Mark Wahlberg encarnando a dos pescadores que arriesgan todo con tal de alcanzar un sueño imposible en La tormenta perfecta.
En todas estas películas, el despliegue de grandes recursos de producción jamás le impidieron a Petersen alcanzar logrados retratos humanos de héroes con tantos sueños épicos como debilidades. Intentó lo mismo en la superproducción Troya (2004), imprecisa adaptación de La Ilíada, una de las primeras películas en las que se aplicó la nueva lógica de un estreno mundial simultáneo diseñada por los equipos de marketing de los grandes estudios.
Aquí por primera vez Petersen no logró, como antes, mantener bien a lo alto y con excelentes resultados el equilibrio entre la escala humana y el despliegue tecnológico que caracterizaba su obra, algo que siempre lo diferenció en cuanto a estilo e identidad de su compatriota Roland Emmerich, quince años menor. El diseño y los efectos visuales terminaron prevaleciendo y la película comenzó a insinuar para el realizador un camino inesperadamente descendente que se manifestó todavía con más fuerza cuando quedó en sus manos el intento por revalidar el recuerdo de la exitosa experiencia del cine catástrofe de los 70. La remake del mayor éxito de esa fugaz moda, La aventura del Poseidón, titulada simplemente Poseidón, fue un fracaso tan grande para Petersen que la maquinaria hollywoodense comenzó a darle la espalda.
Quedará para los argentinos alrededor de esa película solo el recuerdo de una de las primeras apariciones destacadas en películas de gran producción de nuestra compatriota Mia Maestro. En una conversación con LA NACION previa al estreno le auguró “un futuro extraordinario” en Hollywood. No se equivocó.
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