Murió Manuel Antín, hombre imprescindible del cine nacional, a los 98 años
A lo largo de su extensa trayectoria, el realizador de películas como La cifra impar o Don Segundo Sombra estuvo al frente del Instituto Nacional de Cinematografía y fundó la Universidad del Cine (FUC)
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El cineasta argentino Manuel Antín murió este jueves, a los 98 años. A lo largo de su extensa trayectoria, no sólo llevó adelante una serie de recordadas películas como La cifra impar (1962), Circe (1964) o Don Segundo Sombra (1969), sino también estuvo al frente del Instituto Nacional de Cinematografía una vez restaurada la democracia y fundó la Universidad del Cine (FUC).
Un imprescindible del cine nacional
“Existe algo que el tiempo no puede, a pesar de su innegable capacidad destructora, anular: y son los buenos recuerdos, los rostros del pasado, las horas en que uno ha sido feliz”, escribía en una de sus cartas en 1939 un jovencísimo Julio Cortázar. Todavía faltaban años para que otra carta fechada en París, un 21 de mayo de 1961, saludara: “la seriedad y sobre todo la sensibilidad con que usted enfoca la idea de hacer una película con mi cuento”. Los destinatarios era distintos pero, seguramente, aquella hubiese sido una de las tantas formas en las cuales hoy puede imaginarse una despedida (teñida de reencuentro), entre Julio Cortázar y su más grande exégeta cinematográfico, Manuel Antín.
El cineasta, pero también novelista, poeta y dramaturgo, deja con su desaparición física al ambiente del cine en un enorme sentimiento de orfandad. Su fina estampa, su aguda inteligencia, su ingenioso sarcasmo, su charla abierta y su enorme trascendencia en el campo cultural argentino clausuran una etapa iniciada hace siete décadas, cuando emergió como un poderoso exponente de la “Generación del ‘60″, desde donde acuñó una frase que sintetiza su poética: “Yo creo que no hay cine sin literatura”, para pasar luego en los ‘80 a ser el nombre que -frente al Instituto Nacional de Cinematografía en la recién recuperada democracia- le devolvió la libertad al censurado cine nacional.
A comienzos de la década siguiente, Antín comenzó a trazar el camino desde el cual se consolidaría buena parte del Nuevo Cine Argentino con la fundación de la Universidad del Cine de la que fue rector hasta su muerte. Su última contribución institucional –porque consejos, ayudas, recomendaciones y apoyos son imposibles de cuantificar- fue la presidencia de la Asociación de Amigos del Museo del Cine, cargo que ejerció hasta hace unos meses con la misma perseverancia desde la cual acompañaba cada estreno de un joven realizador argentino.
La de Antín en el campo del cine se inició al amparo de la “Generación del ‘60″ pero también de la mano de sus inquietudes literarias que hicieron que, antes que el cine, para el joven nacido en Las Palmas, Chaco, el 27 de febrero de 1926 (hijo de un empleado de comercio que no llegó a ver su labor en el cine), fueran tres libros de poemas, dos novelas y varias obras teatrales los primeros vínculos con la creación artística luego de una educación en el Colegio Nacional de Buenos Aires hasta que, en 1958, escribió el guion de Contracampo, el segundo cortometraje de Rodolfo Kuhn, para un año más tarde realizar igual tarea en Luz, cámara, acción del mismo director, y en 1960 su primera experiencia como director con el cortometraje Biografías hasta que la llegada de su ópera prima, La cifra impar, cambió para siempre el horizonte del cine argentino.
“De pronto se apoyaron dos pies al lado mío. Yo levanté la cabeza. Cortázar era muy alto pero desde el lugar en que yo lo miraba era gigantesco. Ese fue nuestro primer encuentro, ahí nos conocimos, ahí empezamos a conversar sobre cine y sobre literatura”, recordaba Antín en el sentido documental Cortázar y Antín, cartas iluminadas, de Cinthia Rajschmir, acerca de ese primer encuentro desarrollado en París en plena filmación -cámara casi a ras del piso- de La cifra impar, basada en el cuento “Cartas de mamá”, del escritor. En ese mismo documental, Antín cuenta una anécdota conocida, de cuando el autor de Bestiario recibió el original y único ejemplar de una novela escrita por el cineasta que olvidó en una habitación de hotel. “Años después, con un amigo común, a la inversa, él me mandó los originales de Rayuela para que yo se los llevara a Paco Porrúa, que era el editor de Sudamericana. Cuando yo recibí la novela y la leí, lo primero que hice fue escribirle y decirle: ‘Julio, yo debería cobrarme la novela que me perdiste y llevar esto a Sudamericana como mía´. Hubiera sido justo. Pero soy el primer lector de Rayuela”, rememoraba sonriendo. Estrenada en el Metro, Trocadero y Grand Splendid el 15 de noviembre de 1962, tuvo la automática aclamación de la crítica y el respaldo del público.
Aunque las filmografías señalen que continuaron los estrenos comerciales de las dos siguientes obras de Antín basadas en Cortázar como Circe e Intimidad de los parques; la segunda película del realizador fue Los venerables todos, basada en su propia novela inédita, pero que pese a su exhibición en el Festival de Cine de Cannes no consiguió estreno comercial y sólo integró retrospectivas. Recién en agosto de 1984 se exhibe por televisión y en 2014 el hallazgo del negativo original permitió una copia nueva en 35mm y su proyección. Hoy se la considera una de las películas fundamentales del cine argentino e incluso dentro de la labor del realizador.
Circe, que protagonizaron Graciela Borges, Alberto Argibay, Walter Vidarte y Sergio Renán, con un guión de Antín y Cortázar escrito en el Festival de Cannes, y que reescribe la historia de la hechicera de La Odisea con el perfil de una chica pretendidamente fría de un barrio de Buenos Aires cambió esa promesa inicial y a su estreno no obtiene la aprobación de la crítica: “Yo estaba atravesando una historia de frustraciones sentimentales, algo parecido a los que le pasaba al personaje. Tendría unos 20 años cuando empecé con ese problema y al leer el cuento sentí, como suele pasar con todos los textos de Cortázar, que él estaba contando cosas personales mías. O que podría haber escrito yo ese cuento y que Cortázar se adelantó”, confirmaba en diálogo con LA NACIÓN.
Luego Intimidad de los parques tomará dos relatos de Cortázar (”Continuidad de los parques” y “El ídolo de las cícladas”), con un complicado rodaje en Machu-Pichu y el protagónico de Dora Baret, Francisco Rabal y Ricardo Blume: “Ver a Francisco Rabal es ponerme a prueba. Para mi era una persona muy admirada, significaba Buñuel, Viridiana y los años sesenta. Pero era un volcán en erupción y al comienzo de la filmación la pasé muy mal. Fue antes de mi casamiento con Carlos, estuvimos cinco meses separados y en ese momento me fui a filmar a Perú Intimidad de los parques. Yo estaba en pleno dolor, en pleno duelo. Estuvimos filmando una semana en Machu Pichu y al ver una foto siento el frío, el agua helada. Manuel Antín es un señor y me contuvo muchísimo”, recordaba la actriz a este cronista.
El capítulo La estrella del destino para el film colectivo Psique y sexo, significará en Antín una pausa para dar comienzo a la segunda etapa de su cine dominada por la corriente historicista y sociopolítica que continúa al amparo de la literatura, sucediéndose Castigo al traidor, sobre un cuento de Augusto Roa Bastos; Don Segundo Sombra, sobre la novela de Ricardo Güiraldes, que fue su mayor éxito de público; Juan Manuel de Rosas, con la colaboración del historiador revisionista José María Rosa, y Allá lejos y hace tiempo, sobre el libro de Guillermo Enrique Hudson.
Antes de esta última, otro trabajo singular en su filmografía fue La sartén por el mango, sobre la obra teatral de Javier Portales. Hubo varios proyectos que no se concretaron como la adaptación de El Muerto de Borges (que finalmente realizaría Héctor Olivera), o La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, de García Márquez, que iba a contar con el protagónico de Orson Welles, a quien Antín había conocido en Italia.
Figura habitual en los principales festivales internacionales, en nuestro medio también tuvo que soportar calificativos que consideraron a su obra “intelectual”, “aburrida”, “afrancesada” e incluso “reaccionaria”. Reconocido permanente por un sector de la crítica y el público local, desde los años 80 comenzó a ser revalorado por los estudiantes universitarios que convirtieron a su trilogía sobre Cortázar en uno de los objetos de estudio más visitados en congresos y ponencias. Precisamente en este ámbito fue donde recibió su último reconocimiento en julio del año pasado cuando durante el Fic.uba, el festival de cine de la UBA, se le entregó el Doctorado Honoris Causa de esa casa de estudios.
“El público es un animal salvaje”
Si bien su filmografía se cierra tempranamente luego de 12 trabajos con La invitación, estrenada a fines de septiembre de 1982 y clara alegoría a los estertores de la dictadura militar, no será así su labor dentro del cine argentino. Designado por Raúl Alfonsín como director del Instituto de Cine entre 1983 y 1989, consiguió junto al crítico Jorge Miguel Couselo -a la sazón nombrado “interventor liquidador” del temido Ente de Calificación Cinematográfica- terminar con un modelo censor que en la Argentina había condicionado al cine desde mediados de la década del ‘30.
Otro elemento recordado de su gestión fue el de promover a los jóvenes cineastas de entonces: “Alguna vez alguien dijo que mi despacho era un pasillo. Y alguien más dijo que yo le daba créditos a cualquiera”, recordaba a LA NACION, para agregar sobre la política de subsidios del INCAA que: “Creo que no hay que discriminar, sino basarse en proyectos concretos y analizar las cosas con prudencia y lucidez. Evaluar la industria cinematográfica exclusivamente desde el punto de vista económico es un error de personas que pretenden ser más de lo que pueden ser. El público es un animal salvaje. Cien personas de la mentalidad de Einstein reunidas frente a una pantalla tienen una edad de doce años”, sintetizaba con su habitual mezcla de ironía y erudición.
Su estilo le entregó al cine nacional una relación inteligente con el universo literario nutrido de relatos sinuosos y fragmentados, mezclando diversos niveles de ficción a través de un montaje y puestas de cámara complejos pero que permitían indagar en nuevas formas expresivas. Un cine que dialogó con el tiempo del relato rompiendo con el clasicismo imperante, fue parte de una generación que filmó con libertad creativa y abrazó al cine moderno, y que con la partida de Manuel Antín se clausura definitivamente como último testimonio.
En el mundo del cine confluyeron primero su mujer, la destacada escenógrafa y vestuarista Ponchi Morpurgo y su suegro, el compositor Adolfo Morpurgo, que hizo la partitura de varias de sus primeras películas. Sus hijos María Marta y Manuel siguieron vinculados a la profesión, la primera a través de la Universidad del Cine y el segundo como un destacado director dentro del campo de la animación. Hasta fines del año pasado estuvo activo, concurriendo a la universidad que creó y almorzando en los mediodías en una conocida parrilla del mismo barrio de San Telmo como una demostración, con 98 años, de trabajo, resistencia, vitalidad y tenacidad unidos a un gran amor por el cine.
No pudo sobreponerse a un severo cuadro de anemia que fue deteriorando su salud y obligó a una internación reciente pero, fundamentalmente, a la ausencia de Ponchi Morpurgo, quien falleció hace poco más de dos años y que fue para Manuel Antín la síntesis perfecta de amor y cine.
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