Murió Rodolfo Bebán, el gran galán de la televisión argentina
El intérprete de Malevo, Alta comedia, Nosotros y los otros, entre numerosos trabajos, falleció el sábado por la noche
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El actor Rodolfo Bebán murió el sábado por la noche a los 84 años. Según pudo saber LA NACION por fuentes cercanas al fallecido artista, no habrá velatorio.
Hubo un tiempo de la Argentina en el que todos se miraban en el espejo del actor. Los hombres querían parecerse a él, tomar los rasgos esenciales de su estampa recia y elegante, emular esas viriles armas de seducción que en sus manos parecían irresistibles. Y las mujeres suspiraban por los ojos de azul infinito del galán preferido de los escenarios y de la pantalla y se rendían ante la elocuente persuasión de su voz de tonos graves y perfecta teatralidad.
Todo esto ocurría durante la década de 1960, cuando los galanes se reconocían a partir del énfasis en algunos de sus atributos varoniles (actitudes, gestos, palabras) y era habitual que las mujeres aceptaran ese juego seductor desde un lugar de visible sumisión. Fue el momento de popularidad más alta en toda la carrera de Bebán, que representó mejor que nadie ese clima de época a través de varios de sus personajes de ficción.
Su vida real siempre fue todo lo opuesto. Lejos de las cámaras, jamás hubo en Bebán algún rastro de arrogancia o de hombría mal entendida, sino el reconocimiento constante de una personalidad retraída, tímida e insegura, que lo llevaba a alejarse naturalmente del contacto con los medios. Esa decisión fomentó de manera constante el equívoco de que el actor despreciaba a la prensa y la trataba todo el tiempo con desdén. “La manera en que llegó la popularidad a mi carrera me dejó algunas secuelas. Fue algo muy rápido”, reconoció. A la vez, se mostró siempre en contra de “ir a opinar cualquier cosa” a los medios. Por eso jamás se le conocieron definiciones políticas.
El momento en el que más cerca estuvo de esas cuestiones fue en los años 90, mientras hacía Marco, el candidato, su último gran papel protagónico en la TV, de la mano de Hugo Moser. Era tan enfática la honestidad del personaje que algunos imaginaron la posibilidad de postular a Bebán, afincado toda la vida en la zona oeste del conurbano, como candidato a intendente de Morón para frenar el dominio que por entonces ejercía allí desde ese cargo otro hombre de los medios, el cuestionado exlocutor Juan Carlos Rousselot.
Bebán había nacido el 25 de mayo de 1938 en Ciudadela y se crió en Morón, donde siempre vivió su madre y residían sus mejores amigos. Pasó su infancia muy lejos de cualquier atisbo de vocación artística, entre deportes y salidas nocturnas a reductos tangueros. El primer deslumbramiento le llegó con Virulazo. Desde allí, bailar tango se convirtió en uno de sus grandes disfrutes, que no pudo continuar cuando le llegó la fama. “Ya no es tan cómodo, tan agradable ir a un lugar público a bailar. Una cosa es ser alguien del montón y otra hacer firuletes cuando todos te están mirando”, se lamentó ante LA NACION en 2014. También le gustaba mucho la esgrima, pero también tuvo que abandonarla. “Iba gente a verme porque era la figurita de la televisión. Dejé de hacerlo. Soy muy tímido”, admitió.
Para un hombre de esa personalidad, llegar al espectáculo y a los medios no podía ser algo deseado o impulsado por la voluntad. A Bebán, el acceso a ese mundo le llegó gracias a un golpe de suerte, el primero de muchos que reconoció haber vivido. Cuando estaba a punto de viajar a Córdoba para hacer la carrera de piloto de aviación, decidió acompañar a un amigo a una prueba de actuación convocada frente a la Municipalidad de Morón. La obra era Fuenteovejuna y Bebán finalmente se quedó con el personaje. “Desde ese día el escenario se me impuso como algo irreversible y no me pude apartar más. Me la jugué”, reconoció años más tarde. Era lo último que esperaba su madre, que se había separado de Miguel Bebán, el padre de Rodolfo, justamente por culpa del teatro. “A mi padre lo vi pocas veces en mi vida, como actor. Era muy severo en sus críticas. Tenerlo fue un desafío y creo que finalmente se sintió orgulloso de su hijo, aunque nunca me lo dijo”, confesó tiempo después.
Pese a que nunca se llevaron bien, Miguel Bebán fue el responsable en 1969 de uno de los grandes momentos televisivos de su hijo como encargado de la dirección y puesta en escena de una versión de Otelo, emitida por Canal 13. Fue la última de las grandes apuestas de ese tipo que hizo el canal de Constitución, derrotado esa misma noche (27 de junio) por una parodia del mismo personaje a cargo de Osvaldo Pacheco en un especial que transmitió el Canal 9 de Alejandro Romay.
Por entonces ya tenía un reconocimiento bien ganado como sólido actor teatral y una popularidad que no dejaba de crecer gracias a sus apariciones televisivas. Esta última puerta se le abrió gracias a lo que siempre Bebán recordó como un segundo golpe de suerte. Poco tiempo después de volver de una larga estada en Europa estaba completamente alejado del ambiente artístico. Ganaba mucho dinero como jefe de promoción y relaciones públicas de una casa de crédito. Hasta que un apuntador escuchó que Canal 13 buscaba un galán para sumar al elenco de El amor tiene cara de mujer y seducir al personaje de Bárbara Mujica. Fueron a buscarlo a su casa de Castelar, aceptó la propuesta y al día siguiente ya estaba ensayando. Debutó en televisión el 17 de mayo de 1965. Ese día comenzó la verdadera carrera artística de Rodolfo Bebán.
En la decisión de abrazar definitivamente la actuación debe haber tenido mucho que ver lo que vivió en Europa. Allí había viajado a comienzos de los años 60 con ganas de hacer vida de trotamundos. Paseó un buen tiempo sin hacer nada y cuando el dinero escaseaba junto con los planes de un resignado regreso a la Argentina escuchó a alguien gritar su nombre mientras caminaba por la Plaza Mayor de Madrid. Ese encuentro terminó en un acuerdo para recorrer toda España con los textos de la Orestiada de Esquilo, que memorizó en tiempo récord.
El regreso a la Argentina y el llamado de la TV determinaron de allí en más el destino de su carrera. Actuar en obras clásicas era su estado ideal. “Mi gran amor es el teatro. Nací y me crié en él. Cuando no lo hago, lo extraño. Sin embargo, tengo que reconocer que la televisión es la que me dio notoriedad y la posibilidad de grandes trabajos. No puedo escupir contra el viento”, dijo en 2014. Siempre recordó al Lorenzaccio de Alfred de Musset (que interpretó junto a Alfredo Alcón en una recordada puesta de Omar Grasso) y a Un guapo del 900, de Samuel Eichelbaum, como sus apariciones más logradas en el teatro. Supo moverse con destreza en esos dos mundos (el teatro y la TV) que le dieron, sucesivamente, muchísimos éxitos y un nombre propio en el firmamento del espectáculo local, fortalecido todavía más por las repercusiones de su matrimonio con Claudia Lapacó, con quien tuvo dos hijos (Rodrigo y Diego). Pero cuando los efectos de la popularidad llegaban más allá de un punto que podía manejar razonablemente volvía a su coraza, a su estado de ánimo huraño y pesimista, y poco y nada se sabía de él durante un tiempo.
En la televisión fue la gran figura (junto a José María Langlais, Eduardo Rudy y Jorge Barreiro) de Cuatro hombres para Eva, que llegó inmediatamente después de El amor tiene cara de mujer y con el mismo éxito a la pantalla chica de mediados de la década del 60, de la mano de Nené Cascallar. En 1966 hizo también para la TV una recordada versión de Romeo y Julieta con Evangelina Salazar y dirección de María Herminia Avellaneda.
A fines de esa década conoció a Gabriela Gili, con quien mantuvo un profundo y extenso vínculo personal y artístico. Fue el amor de su vida. Tuvieron tres hijos (Facundo, el único que siguió la carrera artística, Daniela y Pedro) y una profunda conexión afectiva que se prolongó hasta que la rubia y hermosa actriz falleció el 29 de diciembre de 1991 mientras dormía por una imprevista crisis cardíaca. El episodio reforzó todavía más la decisión de Bebán de alejarse del mundo, envuelto en el abatimiento y el desánimo. Siempre reconoció que solamente encontraba la fortaleza anímica extraviada en sus seis hijos (tuvo una más, Dolores, con la actriz brasileña Luz Amaral) y a partir de ella se animaba a volver al trabajo.
El gran éxito de la dupla Bebán-Gili había sido Malevo, una historia de guapos escrita por Abel Santa Cruz que le sacaba el máximo provecho a la estampa recia y la poderosa declamación del actor y conservó en toda su trayectoria (de 1972 a 1975) elevadas cifras de rating. Luego protagonizaron el fallido melodrama No hace falta quererte y se recuperaron con un regreso a las fuentes de Malevo. En El cuarteador, Bebán era Prudencio Navarro, un “duro con los guapos y tierno para el amor” que se hacía fuerte en Barracas. En la década siguiente, Bebán volvería a ese mundo con otra obra firmada por Santa Cruz: Nazareno Reyes.
En esos años disfrutó mucho como figura central de algunas adaptaciones de textos clásicos del teatro y la literatura en producciones unitarias o con formato de miniserie. Entre estas últimas se destacó Cumbres borrascosas, que hizo junto a Alicia Bruzzo. Hasta que en 1989 se reveló por primera vez como protagonista estelar de una telecomedia, Los otros y nosotros, escrita con seudónimo por el entonces muy prolífico Rodolfo Ledo. Allí, Bebán y Silvia Montanari interpretaban a una pareja (ella separada, él viudo) con siete hijos adolescentes sumados entre los dos. La pareja se ocupó personalmente de elegir al elenco juvenil, del que participaron los entonces casi desconocidos Adrián Suar, Florencia Peña, Diego Torres y Gloria Carrá, entre otros. “Me cuesta mucho menos trabajo hacer un Hamlet que un personaje de comedia –reconoció Bebán en aquél tiempo-. Esta respuesta tiene un sentido porque soy un ser volcado hacia la depresión y la angustia y cuando me enfrento con algún papel donde tenga que aflorar lo cómico o lo divertido experimento un gran temor de no dar en la tecla justa, precisamente porque no soy ni cómico ni divertido”.
El último gran éxito televisivo de Bebán fue El precio del poder (1992). Su autor, Hugo Moser, se valía del personaje central (un inescrupuloso empresario llamado Lucio Santini) para lanzar una batería de ruidosas denuncias contra la corrupción y el narcolavado. Autor y actor volverían a encontrarse un par de años después con el mucho menos exitoso Marco, el candidato, retrato de un político honesto que, como dijimos, llevó a algunos a imaginar en vano que Bebán podría pasar en ese terreno de la ficción a la realidad. Después fue periodista de investigación (en El signo, junto a Pablo Echarri), detective de Homicidios (en Ciudad de pobres corazones) y en 2014 tuvo su primera y única experiencia en una telenovela de emisión diaria, Camino al amor, con la que cumplió una vieja promesa que le había hecho al productor Enrique Estevanez. “Yo nunca antes había hecho una tira, siempre en programas semanales. ¡Esto es terrible! El trabajo es agotador, y la verdad es que la paso mal. Pero me la banco”, confesó en ese momento.
Mientras tanto, nunca renunció a su viejo y primordial amor por el teatro, un lugar al que siempre tenía decidido volver. Allí podía soltar su elocuencia, proyectar una voz que el paso del tiempo hacía cada vez más vibrante y profunda y apostar siempre de nuevo a un estilo interpretativo clásico que el público disfrutaba y reconocía más allá de algún gesto impostado y la eterna tentación de dejarse llevar por un camino que podía llevarlo con bastante rapidez a la sobreactuación. Le preocupaba mucho menos ese riesgo que el de perder la autoridad y la convicción que siempre logró imponer cada vez que pisaba un escenario. Allí triunfaba de verdad sobre sus máximos temores, la angustia y la timidez.
Por perfil, formación y trayectoria pudo construir una historia teatral definida por igual a partir de fidelidad a los clásicos y propuestas pasatistas. De todas ellas, la más curiosa (y muy poco recordada) fue la puesta de Extraña pareja que compartió con Palito Ortega en 1966, dos años antes de que la gran comedia de Neil Simon llegara al cine con Jack Lemmon y Walter Matthau en los mismos papeles. Por supuesto que disfrutaba más de desafíos exigentes como Democracia, de Michael Frayn, que hizo en el teatro San Martín junto a Alberto Segado y el Dorrego de David Viñas que jugando a ser galán en diferentes épocas de la temporada teatral del verano marplatense. De su primera etapa muchos lo recuerdan como figura central de Las mariposas son libres, en compañía de la entonces debutante Susana Giménez, y se destacó en El sable, de Pacho O’Donnell, donde fue un anciano Juan Manuel de Rosas, retomando el mismo personaje que, con una impronta más joven, llevó al cine en 1972 de la mano de Manuel Antín, con quien volvería a trabajar una década después como protagonista de La invitación.
Un año después protagonizó su más importante éxito en la pantalla grande, el Juan Moreira dirigido por Leonardo Favio. Aunque varios críticos dijeron en su momento que su estampa no respondía en principio a las características del personaje, la película encontró un masivo respaldo popular. Lo mismo había ocurrido algunos años antes con apariciones suyas en films de otro perfil como Matrimonio a la argentina y Los muchachos de antes no usaban gomina, ambas de Enrique Carreras.
En su escasa filmografía, llamó siempre la atención la presencia de Bebán como figura central de una curiosa comedia negra filmada en nuestro país por el gran director español Luis García Berlanga, Las pirañas. Y de todas sus películas, Bebán siempre guardó especial afecto por Del brazo y por la calle, las desventuras de un joven matrimonio golpeado por la estrechez económica en el que estuvo acompañado por Evangelina Salazar.
Me cuesta mucho menos trabajo hacer un Hamlet que un personaje de comedia. Esta respuesta tiene un sentido porque soy un ser volcado hacia la depresión y la angustia y cuando me enfrento con algún papel donde tenga que aflorar lo cómico o lo divertido experimento un gran temor de no dar en la tecla justa, precisamente porque no soy ni cómico ni divertido
La última y feliz imagen que guardamos de Bebán es la del premiado filósofo que se reencuentra después de muchos años (en la ficción y en la realidad) con un viejo colega y amigo encarnado por Alfredo Alcón en Filosofía de vida, una de las puestas más celebradas de la última década en el circuito comercial porteño, de la que también participó Claudia Lapacó. Cada vez que le tocaba hablar de la obra, tal vez porque sentía que no volvería a encarar un compromiso teatral de tan alto perfil, Bebán quería volver a su grandes fuentes de inspiración, la narrativa breve y la poesía de autores latinoamericanos y, en menor medida, españoles. Con esas fuentes disfrutó durante más de una década produciendo, armando, ensamblando, musicalizando y editando en persona desde una computadora personal un programa de radio llamado Una cita con los mejores, que se emitió ininterrumpidamente durante más de una década en radios uruguayas y nunca encontró un destino similar en nuestro país.
Parecía enorgullecerse mucho más de ese trabajo casi artesanal que de la mayoría de los éxitos cosechados en su larga carrera, porque allí se mostraba tal cual era aunque no le tocara actuar. “Ser fiel a uno mismo requiere de una gran responsabilidad –dijo en una ocasión-. No siempre es el camino más sencillo. Pretendo nunca tener que traicionarme a mí mismo”. Fiel a ese mandato y a un temperamento que no quiso cambiar, llevó en los últimos tiempos hasta las últimas consecuencias su voluntad de alejarse de la vida pública y dejar de ser visto. Aquél galán que parecía irresistible luchó hasta el final pero terminó rendido ante el dolor de una pérdida que jamás pudo superar. En ese final del camino, Rodolfo Bebán eligió tomar una distancia definitiva de quienes nunca dejaron de admirarlo como un actor íntegro, de los más importantes que tuvo la Argentina en el último medio siglo.
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