Murió la actriz Doris Day, a los 97 años
Doris Day murió hoy a los 97 años, medio siglo después de que el cine la convirtiera en la mujer perfecta de su tiempo. Esa figura femenina dulce, hacendosa, ocurrente, decidida, maternal y siempre bella con la que cualquier hombre común y corriente querría casarse y tener hijos. No fue casualidad que esa rubia pecosa y vivaracha fuese la estrella más taquillera de Hollywood entre 1962 y 1966. Y que su rostro siempre juvenil se asociara con la imagen de una época marcada por el confort de la vida cotidiana: cocinas relucientes, dormitorios inmaculados, jardines y fachadas impecables.
Day era la reina de ese hogar casto y feliz. La esposa ideal, fiel a toda prueba y perdidamente enamorada de su marido. Y en esos ambientes transcurrían los amables enredos sentimentales aptos para todo público que llenaban los cines. Con ese único papel, repetido una y mil veces con leves variantes, esa muchacha pecosa de inmensos ojos azules y asombrosa naturalidad para moverse ante una cámara alcanzó la perfección de un estilo cuando el sistema de los estudios empezaba a resquebrajarse. Sin embargo, en su autobiografía escrita a mediados de los años 70 dijo que aquella felicidad de ensueño que regaló en la pantalla había sido un espejismo. En ese momento estaba en la ruina económica y recuperándose de un colapso nervioso.
¿Cómo llegó a esa crisis una estrella que no paraba de ganar dinero con sus películas y que en 1954 era la cantante popular más exitosa del mundo, con cinco millones de discos vendidos al año? El viaje rápido del sueño a la pesadilla se le presentó muchas veces en la vida, la primera cuando apenas era una adolescente.
Había nacido el 3 de abril de 1922 en Cincinnati (Ohio) como Doris Mary von Kapplehoff. Su padre, inmigrante alemán, era músico y organista de la iglesia local. La pequeña Doris tenía dotes artísticas innatas y empezó a tomar clases de danza a la salida de la secundaria, pagadas con el dinero que su madre, ya divorciada, ganaba trabajando en una panadería.
Tenía 14 años cuando ganó un importante premio de baile en pareja con un chico llamado Jerry Doherty. Los padres de ambos intentaron dos veces llevarlos a Hollywood para que probaran suerte, pero en la víspera del segundo intento, Doris sufrió un serio accidente. Se fracturó una pierna cuando un tren atropelló al auto en el que viajaba. Pasó casi un año en el hospital y los médicos le aseguraron que jamás volvería a caminar. Decidió cambiar la danza por el canto. A los 16 años, ya casi curada, era la gran figura de los clubes nocturnos de su ciudad natal. Allí adoptó su nombre artístico definitivo. El verdadero era tan largo que no entraba en los carteles.
Sus dos primeros maridos fueron músicos. Con el primero, el trombonista Al Jorde, se casó a los 17. Tuvieron un hijo, Terry, luego convertido en destacado productor musical que murió en 2004. Más tarde, en su autobiografía, Doris definiría a su primer esposo como un "psicópata". Se divorciaron a los 24 meses. Después reincidió con un saxofonista, George Wilder. Esta vez la unión duró tres años.
Con cada nuevo matrimonio la estrella fue perdiendo de a poco la sonrisa radiante y el espíritu positivo que sólo mantuvo en sus películas. El tercero de la lista parecía ideal para terminar con el calvario, pero terminó profundizándolo. Day y Marty Melcher estuvieron juntos 17 años. El hombre era un cristiano fervoroso y estricto que le prohibía fumar y tomar alcohol. Se dedicó a tiempo completo a manejar la carrera de la estrella, que ganaba fortunas: un millón de dólares por película en su momento de esplendor, más los ingresos por grabaciones y shows. Pero cuando Doris enviudó en 1968, descubrió que su difunto marido sólo le había dejado deudas y además dilapidó los ahorros de toda su vida (unos 20 millones de dólares) en inversiones fallidas o fraudulentas.
Cuatro años después, y mientras disfrutaba de su último gran éxito, el show televisivo que llevaba su nombre, anunció que jamás volvería a casarse. En ese programa que había ideado Melcher su papel original era el de una viuda que manejaba una granja, pero lo cambió por el de una mujer de mundo, que se movía con sofisticación en el mundo de los negocios de San Francisco.
Con ese personaje, la estrella de Day se fue diluyendo sencillamente porque el mundo estaba cambiando. Los papeles femeninos se iban volviendo más audaces y desprejuiciados, y una actriz como ella, que representaba valores como el decoro y la fidelidad, casi estaba de más. Para colmo, siempre se negó a hacer películas tristes. Era comprensible: sus atributos más notables pasaban por la simpatía y la luminosidad.
Con ellos construyó a velocidad supersónica su impresionante popularidad. Cuatro años después de debutar a las órdenes de Michael Curtiz en 1948 en Romance en alta mar ya era una estrella de las comedias ligeras y brillantes: Té para dos, Bajo la luz de la luna (y su secuela, Luna de plata), Te veré en mis sueños, Feliz engaño, París en abril,Primer desengaño, La dicha de amar.
Después hubo más éxitos en clave romántica, como Enséñame a querer (con Clark Gable), La viudita indomable (con Jack Lemmon) y Amor al vuelo (con Cary Grant), junto con algún ocasional papel dramático (el thriller psicológico Julie fue el más sombrío de su carrera) dónde se destaca su trabajo en El hombre que sabía demasiado, dirigida por Alfred Hitchcock y coprotagonizada por James Stewart.
La cumbre de su popularidad la alcanzó gracias a las películas que protagonizó junto a junto Rock Hudson, por entonces el galán por excelencia de Hollywood: Problemas de alcoba, No me manden flores y Vuelve, amor mío, con la que obtuvo su única nominación al Oscar. Cerró su carrera con dos comedias sofisticadas y brillantes del genial director Frank Tashlin: Caprice y Una espía por error.
The one, the only, the woman who inspired so much of what I do... Doris Day I love you, my calamity Jane. An iconic woman who I was hugely honoured to meet and share precious moments with. Rest in peace x pic.twitter.com/brkli7fKYE&— Stella McCartney (@StellaMcCartney) 13 de mayo de 2019
En ese momento comprendió que su vida como actriz era un anacronismo. En la decisión de alejarse de ese mundo tuvo bastante que ver la trágica muerte de Sharon Tate. Muchos creyeron que el ataque salvaje de Charles Manson y su clan contra la actriz tenía como objetivo original al hijo de Doris, Terry (que había adoptado el apellido Melcher) y a su entonces novia, la actriz Candice Bergen. Según se supo después, Manson buscaba un productor para grabar algunas composiciones suyas y llegó hasta Terry a través de Dennis Wilson, baterista de los Beach Boys. Pero a Terry el material no le gustó, Manson lo tomó como una traición y ordenó asesinarlo. Al parecer, Terry había sido dueño de la casa que ocupaba Tate, por lo que se llegó a especular que esa confusión precipitó la muerte de la esposa de Roman Polanski.
Fue allí cuando Doris Day se despidió para siempre del espectáculo y se dedicó a cuidar animales. "Tengo una fortaleza en Carmel. Allí me encerraré con mis perros. No quiero saber más nada del mundo", confesó en 1980. Con una determinación poco común en un mundo tan sensible a los cantos de sirena de la fama, mantuvo su palabra hasta el final.