Moria Casán lo cuenta todo: sus amores imprudentes, los días en una cárcel de Paraguay y la verdadera relación que la une con Susana Giménez
En su podcast La One, la diva detalla su vida amorosa, asegura que nunca entendió qué sucedió legalmente en el país vecino y por qué prefirió hacerse pasar por adicta, y habla de su hija y sus nietos
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La One es un podcast original de Spotify que en nueve episodios cuenta algunos momentos de la vida de Moria Casán. Sus comienzos, sus amores, su relación con su hija Sofía Gala y sus nietos Helena y Dante, sus días en la cárcel de Paraguay, su relación con Susana Giménez y algunas otras perlitas son relatados por la propia diva. Una de ellas, que la pinta de pies a cabeza, es que Moria usa tapones para los oídos casi todo el tiempo “para no tomar rivotril y andar bien” por la vida: “Son fundamentales, porque me entero de lo que quiero. Vivo en una burbuja, pongo sonrisa de Gioconda y listo”.
Disruptiva, creativa, provocadora, Moria no tiene pelos en la lengua y cuenta: “Utilicé el sexo para pasarla bien y ganar dinero. Me encantaba ser ‘gato’. Estudiaba para un examen y después salía a la calle a buscar tipos. Fue una manera de cobrar el abuso que tuve de chica. El sexo me gratificaba, y con alguien que no me gustaba, la compensación era monetaria y no de amor o de ida y vuelta. Me salió empezar a usar a los hombres de una manera clandestina, para todo. He sido prostituta. Fui recontra gato. Pero las actrices somos las mayores prostitutas que entregamos nuestra emocionalidad y sensibilidad todos los días. Subirse al escenario es la mayor prostitución. La de la calle es más fácil, te abrís de piernas y ya”. Alguna vez Moria contó que un pariente había abusado de ella entre sus nueve y 12 años. “Durante tres años yo lo tocaba y él me tocaba, pero nunca hubo sexo explícito”, aclara en su libro autobiográfico.
Amor y Moria
Hablando de amores, Casán contó sobre su fugaz relación con el artista plástico Humberto Poidomani: “Fue mi marido por un fin de semana (risas). Mi único testigo de la boda fue Galo (Sotto, asistente de Moria). Estaba en una terraza de Florencia (Italia) casándome y no lo podía creer. Al otro día me volví a Buenos Aires y después fue la pandemia. Fue 28 diciembre 2019 y tuvimos un matrimonio legalizado por una jueza italiana. Como él es un artista plástico, me mandó una intervención suya al canal. Se lo agradecí y a los dos días me dijo: ‘¿Te querés casar conmigo?’. Me pareció divertido. Era como si nos conociéramos de toda la vida y hablábamos horas porque es muy volado y tiene una cabeza hermosa. Y casarme en Florencia me parece una paquetería”.
Hoy, el gran amor de Moria es Fernando ‘Pato’ Galmarini. Se vieron por primera vez hace 32 años en A la cama con Moria, donde ella lo entrevistó y se sacaron chispas. En ese momento él era el secretario de Deportes del gobierno de Carlos Menem. “No me acordaba que había estado en el programa porque nunca más lo vi, pero lo buscamos en YouTube y me acordé. No lo podía creer. Se ve que le gustaba porque estuvo lanzado, feliz”. El reencuentro fue cuando él la llamó con la excusa de entregarle un premio. “Sentí que me venía a buscar para tener algo. Sentí alegría. Somos atemporales y tenemos una vida hermosa, y nos quedamos con lo luminoso aunque tengamos zonas oscuras. Me da ternura porque es un ser de una pureza que me emociona”, dice. Tomaron un café, hubo llamados, más cafés y charlas y Moria se enamoró: “Era como mi profe de historia, hasta que un día vino a casa y ahí empezamos… Estuvimos tres o cuatro meses clandestinos, venía a casa y nadie nos sacó fotos… Hasta que fuimos a un restaurante de Villa La Ñata, en una mesa al lado del río y fuimos tapa de una revista… [Sergio] Massa se enteró que su suegro estaba saliendo conmigo mientras estaba en Estados Unidos, reunido con Clinton. Después, en un asado familiar conocí a todos sus hijos. Al principio quién sabe qué imaginaban y después estaban chochos. Son divinos, una familia con unos valores impresionantes”, suma.
Dice Moria que Galmarini le “entró con el pasado, con charlas sobre Perón, Evita, los desaparecidos, los montoneros”. “Es un clandestino groso y eso me atrajo de él… Cierta ilegalidad me gusta. Cierta desprolijidad me atrae. No me gusta el yogur con fecha de vencimiento… No me imagino con otro que no sea él. Es un buen amor, que me hace bien”, asegura.
También hace un repaso por sus otros amores: “El primero que me golpeó era un celoso enfermo. Era chica y perdoné, pero fue duro, me empezó a pegar, estuve tres años con él y no me podía separar. Estábamos enganchados por la cama. No hay nada peor, pero tuve que atravesarlo”.
Su único marido oficial fue Juan Carlos Bojanich, con quien se casó en 1971 y se divorció un año después. “Era más loco que el otro. También me pegaba. La primera piña me sorprendió, la segunda se la devolví y la tercera nos separamos, con denuncia incluida que me la tomaron porque fui con mi viejo”. Un gran amor fue Carlos Sexton: “Fue un bálsamo en mi vida, era veintitantos años más grande que yo y la pasé bomba, me llevó a Europa, me halagaba, un caballero. Un regio, estupendo, fue fabuloso en mi vida. Estuvimos ocho años juntos. Creo que vivía con la mujer, pero yo nunca le pregunté nada. No le reviso nada a un hombre porque no me interesa lo que hace la persona que está conmigo”.
“Me enamoré de loquitos, uno estafador, otro drogón, alcohólico, no hay uno que sea normalito, porque me atraen esos chabones”, admite. “Me atrae la clandestinidad, la gente que va por otro lado, no sé si me dan pena, misericordia, compasión. La locura me atrae mucho, me conquistan con la locura”. Y dice que uno de los amores más locos que tuvo fue con un banquero de Nueva York, de nombre Mike, que le presentó una periodista. “Hablábamos por teléfono hasta que hubo un primer encuentro. Ahí empezamos una historia muy potente, no sé si de amor o locura. Me invitó a Nueva York unos días y fui regia, limousina, dos maletas. Llegué y vi que vivía en un edificio peligroso en Queens y el departamento era un asco. Todo medio pelo, un portero cubano que me reconoció por trabajar con Porcel, casi me muero. Tenía un sillón Chesterfield que era lo único más o menos pasable, una televisión cubierta con un papel verde que parecía que adentro estaba el increíble Hulk, un escritorio con cosas de guerra, una foto de él con Bush, otra en Vietnam. Todo con mucha tierra. Una cocina inmunda, una heladera con pilas y agua mineral, un placard con cinco trajes todos iguales en perchas de plástico y muchas revistas mías de hacía más de diez años. Un loquito, pero me atrae la marginalidad. Yo fui a buscar a un amigo, porque me dio miedo. Vino Mike, abrió la puerta, me dijo ‘hola’ y me dio una pila que me tiró, casi no lo reconocí porque tenía barba, jogging y era otro. En vez de irme, me quedé. Empezamos a llorar, porque era como si me pegara de celos, me pedía que lo perdonara, que me quería. Y me di cuenta después que no quería acompañar esa locura, ni mi cabeza ni mi corazón”, asume.
La morocha y la rubia
Otro de los temas centrales en el podcast es su relación con Susana. En 1980, con la película A los cirujanos se les va al mano, surgió el dúo de la rubia y la morocha. “Yo era más nueva, en cambio Susana ya había hecho el ‘shock’, La Mary y estaba muy establecida como estrella. Siempre tuvimos muy buena química para trabajar, nos divertimos mucho, nos descomponíamos de risa. Pero no somos amigas de llamarnos por teléfono, aunque estuve en su casa y ella en la mía. Susana es el hada madrina de la televisión. La pegó con ¡Hola Susana! y se dedicó a hacerse millonaria. Y la pegó con el uno a uno y con las cosas que hizo el ‘Corcho’ [Jorge Rodríguez, pareja de Susana durante algunos años], no sé si bien mal o regular. Pero se hizo millonaria; ella lo quería y lo logró. (...) Un día me dijo que si a los 40 años no tenía un millón de dólares, se mataba. Es más apuntada al dinero. Para mí no es importante el cero a la derecha; sí para mi comodidad, saber que no me va a faltar, pero siempre fui muy cauta. Me han ofrecido cosas con una plata impresionante y dije que no, porque si siento mal olor digo que no. Podría haberme tentado con los coches para discapacitados y muchos negocios que me ofrecieron. Y dije que no porque me da intranquilidad”.
Luego de su popularidad en cine junto con Alberto Olmedo y Jorge Porcel, las carreras artísticas de Moria y Susana casi nuca se juntaban, pero cuando eso sucedía eran explosivas, como las visitas de Moria al living de Susana, por ejemplo.
En este episodio dedicado a Susana, Moria asegura que siguen en contacto: “La televisión la colocó en otro lugar, pero siempre me llama y recordamos, tipo Canal Volver. Ella me contaba todo y después yo se lo contaba a ella en su programa y le encantaba. Me decía ‘te mato’, pero le gustaba que contara que andaba con Cacho Castaña, con Monzón… Susana trabajaba más para lo off, para producirse para el afuera. Yo soy más lanzada, más libre, menos preocupada por el afuera, que nunca me importó un carajo”.
Tras las rejas
Uno de los episodios está dedicado al relato de sus días en la cárcel de Paraguay. Moria no suele hablar demasiado del tema, pero en el podcast da algunos detalles de esa experiencia. “Compartía celda con una mula que pasaba droga a España, que empezó a andar con el guardia que nos cuidaba después se casó y tienen un hijo. La otra tenía cheques por un palo dólar y otra señora que tenía para 25 años porque había participado en un secuestro en el que murió el hijo de un tipo de dinero. Estuve nueve días presa. Fue un circo, una serie para maratonear”, cuenta.
El 27 de julio del 2012, Moria había ido a participar de un evento al vecino país y, cuando iba a tomar el avión para volver a Buenos Aires, la detuvieron en el aeropuerto de Asunción y la acusaron del robo de unas joyas. “No sé bien qué pasó en Paraguay. Sé que me acusaron de robarme un collar que usé un día que hice un show. Estaba en un camarín donde entraba y salía un montón de gente y este collar estaba en una caja y, cuando fuimos a buscarlo, no estaba más. Parece que me lo robaron los mismos productores que me llevaban. Cuando subí al avión, me hicieron bajar, me llevaron a una comisaría y nunca supe”, explica.
La diva pasó esa noche en la comisaría de mujeres y la liberaron luego de declarar. Volvió a la Argentina y tiempo después las joyas fueron devueltas y se descubrió que no eran verdaderas. Hasta se dijo que había sido una jugada de Luciano Garbellano, manager de Moria en ese momento, que se había puesto de acuerdo con el joyero paraguayo para cobrar un seguro. “Era toda una farsa, los que intentaron hacerme daño mal están hechos m...: o se murieron o perdieron todo y el collar era una bijou. No tuve ánimo de venganza como el conde de Montecristo ni nada de eso, cero... Para mí, no existieron”, asevera.
Pero la cosa no termina ahí. El 14 diciembre del 2015 Moria volvió a Paraguay para terminar de resolver su situación procesal. En el aeropuerto la esperaban policías y la esposaron. “Era la primera vez que me esposaban, sabía que es un protocolo legal que hay que admitir. No hay problema. Me tenía que quedar en la casa de mi abogada, pero me hicieron una cama, la jueza me mandó al penal del Buen Pastor, que era un centro de rehabilitación porque ahí encontraron la falopa, una bolsita con un gramo y poco más de cocaína. Dijeron que la tenía en la cartera al momento de entrar a la cárcel. Era un correccional para mejorar, se supone que yo era una drogadicta. Yo estaba re ‘clean’, no tenía nada, era H2O, no consumía”. Moria entendió que la situación se complicaba, que le abrían otra causa y le pidió a la abogada que la hiciera pasar por adicta y en 9 días quedó sobreseída. “La pasé bien, me adoraban, me ponían pestañas postizas, me despertaban a las 7 de la mañana para darme regalos que me traían y yo solamente quería dormir. Yo estaba blindada, nunca lloré, nada. Salí de ahí hice Orange Is The New Black y tuve un montón de contratos. Tengo el poder de resignificarme. Me armaron esto debido a mi fama. Hablaba con las presas, las escuchaba tomando mi tecito de menta”, contó Casán, que en el penal fue la interna 453.
Moria mamá
Y, claro, Moria también le dedica un episodio a la maternidad y muestra la ternura y la emoción que le provoca su hija y sus nietos. “Me di cuenta cuando terminamos de hacerlo y le dije a Castiglione: ‘Acabo de quedar embarazada’. Sentí cómo el espermatozoide me llegaba. No tiene que ver con el orgasmo sino con otra cosa”, relata. Sofía nació el 24 de enero de 1987, por cesárea: “No quería largar un chico por donde hago otra cosa. Si hubiera podido, lo hubiese sacado del corazón. Amamanté poco porque a los 55 días tuvieron que operar a Sofía de estenosis de píloro y se me fue toda la leche, del cagazo. Vomitaba y se deshidrataba. Fue la única vez que entré a un lugar a pedir algo, que no se la llevara. Casi más me muero y pedía que no le pasara nada. No sé a quién le pedí, a Dios, al universo, y nos abrazamos con el padre. Ni hablar cuando ya estaba bien”, cuenta emocionada.
En todos estos años de maternidad hubo peleas, idas y vueltas, abrazos, llantos, besos. Pero Moria contó una pelea fuerte con Sofía que las tuvo alejadas durante un tiempo: “Fue muy duro porque ella estaba muy mal en ese momento y yo también. Había tenido a Helenita conmigo durante tres días y no sabía dónde estaba Sofia desde hacía tres días. A partir de ahí dimos un envión y pudimos salir. No nos hablamos por un mes, no sentí una culpa, me llamó ella”. La pelea fue un día que tenía que grabar el programa Malas muchachas en C5N, Sofía llegó varias horas más tarde y Moria estalló. “El día del nacimiento de Dante, un hombre me trajo una medalla dorada y me dijo que hacía un año que Sofia estaba clean (limpia de sustancias). Qué simbología y que potencia porque ese chico trajo su limpieza a su aura total”.
Hoy madre e hija tienen una buena relación: “Me divierte charlar con mi hija de las cosas de la vida, estar con sus amigos, escuchar música. Estamos en una nueva etapa de la relación y entiende muchas cosas a partir de ser mamá. He sido su papá, mamá, tía, hermana todo de ella, pero no he sido la mama típica. Nunca tuve culpa por no llevarla al colegio temprano y no ir a ningún acto si no era cómodo para mí. Incluso la tuve añosa, casi a los 40. Mi anhelo nunca fue tener una familia, casarme, ni tener hijos, ni un hogar; nunca le cociné a ningún hombre, nunca en mi vida planché nada. No lo siento”. Y también tiene una manera particular de relacionarse con sus nietos, Helena y Dante: “No sé jugar, me aburren los juegos, los dibujitos, y si quieren mirar eso los dejo en mi cuarto y huyo. Tampoco sé contar cuentos. Una vez Helena me contó uno a mi y me quedé dormida (risas)”.
El podcast La One está disponible en Spotify.
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