Hace 13 años se fue a México para acompañar a su marido, el actor Diego Olivera; allí ella también construyó una sólida carrera, que incluye un streaming, pero no se olvida de nuestro país
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Hija de bailarines de tango, Mónica Ayos entró al mundo del espectáculo con apenas once años y pronto se ganó su propio espacio a fuerza de trabajo, estudio y simpatía. Hace trece años, en su mejor momento, decidió mudarse a México junto a sus hijos, Federico y Victoria, para acompañar a su marido, el actor Diego Olivera, quien ya era una estrella en el país azteca. Ella también supo transitar un fructífero camino allí, y recientemente estrenó Circo Beach, un streaming que hace junto a Olivera, Diego Ripoll y Maite Peñoñori. Desde hace algunos años la familia vive repartida entre Miami, México y la Argentina, de acuerdo a las necesidades laborales. “Esa dinámica, al estar solo a dos horas y media de avión, es algo que ya tenemos incorporado”, se sincera Ayos con LA NACIÓN. El año pasado grabó la novela Vencer la culpa, en Televisa, y luego recaló en nuestro país para filmar El hombre que amaba los platos voladores, junto a Leo Sbaraglia y con dirección de Diego Lerman. “Ahora la peli está en el Festival de Venecia compitiendo por el premio mayor y se estrenará en octubre por Netflix. Y Diego está grabando la novela Sed de venganza, en Telemundo Miami, que se estrena también en octubre”, detalla.
–¿Cómo surgió la posibilidad de hacer streaming junto a tu marido?
–El streaming me seduce desde su propuesta sin moldes rígidos, porque es un lugar descontracturado y esa energía siempre tiene un imán conmigo. La idea ya estaba dando vueltas hace tiempo y al unirnos con Maite y Diego Ripoll se hizo posible y fluyó sin forzar nada, como un espacio lúdico para que cada uno cuente sus experiencias en una ciudad como Miami, donde Diego y yo vivimos ya hace años, cuando no estamos grabando ficción en México o la Argentina. Nuestro hogar es Miami. El título Circo Beach se me ocurrió una mañana y les encantó a mis compañeros, y el contenido es algo que fue surgiendo de los cuatro. Supimos que también era una posibilidad de apertura al consumo de hoy con la creatividad y la química como protagonistas necesarias, y obviamente con auspiciantes que comenzaron a volverlo un interesante modelo de negocio. Diego le comentó a Ripoll sus ganas de incursionar en estas nuevas formas de comunicación y él, que estaba en ese momento recién aterrizado en Florida, le respondió que venía con la idea de sumarse a este tipo de propuestas. Fue un acierto porque con el back up de la experiencia de Ripoll en radio era genial tenerlo en el equipo. Nosotros lo admiramos mucho y lo escuchamos desde hace años. A Maite la conocí cuando ya hacía unos meses se había instalado en Miami, siempre me pareció angelada y un día le propuse sumarse, le gustó la idea y se quedó con nosotros. Así fue como llegamos a ser cuatro.
–Cuatro argentinos sueltos en Miami…
–Algo así (risas). En la primera reunión nos dimos cuenta que teníamos mucho para decir desde la perspectiva diferente de cada uno. Hay humor, opinión, experiencias, coincidencias y diferencias, ironías y risas y también momentos emotivos. En lo personal creo que la trayectoria de Ripoll es tan genial que le imprime un color más que interesante y maneja los tiempos con maestría. Con Olivera lo escuchamos desde hace años en radio y desborda talento. Y Maite me parece brillante en lo suyo, además de haber vivenciado el ambiente desde muy chica, habita los espacios con inteligencia y frescura, su energía es imparable y tiene mucha luz. Y hablar de Diego y de mí es muy difícil, pero voy a repetir una frase que les escuché varias veces a Ripoll y a Maite cuando nos ven interactuar: “Mónica y Diego son una comedia romántica todo el tiempo” (risas). Es que Olivera es el más formal de los cuatro y yo soy lo opuesto. El contraste parece resultar bastante divertido, sobre todo cuando insisto en romper su estructura. Pero además Olivera tiene momentos deliciosos de comedia casi sin querer (risas), y sabe manejarlo muy bien.
–Ya hace muchos años que se fueron de país, ¿se extraña después de tanto tiempo? ¿Cómo se ve la Argentina a 7000 kilómetros?
–El primer proyecto afuera fue de Diego, en 2006, pero nos instalamos en familia en 2011, hace 13 años. Yo viajo a la Argentina bastante, pero no lo hago público cada vez que llego. Nunca es fácil hablar u opinar estando lejos. Me resulta poco prudente hacerlo a distancia.
–Si miras hacia atrás, ¿qué pensás sobre esa jugada de Diego de irse a México y tuya de acompañarlo y dejar acá una carrera próspera?
–Reinventarme y construir una carrera afuera desde cero fue un logro que le debo a mi personalidad inquieta. No hago la plancha esperando que las cosas sucedan solas, trabajo duro para lograrlas, y aunque esto realmente nunca fue planeado, se dio de manera paulatina en el afán de mantenernos unidos como familia. Personalmente me llevó cinco años tomar la decisión porque necesitaba estar convencida de semejante jugada. Y como familia nos llevó un tiempo convencernos de esa movida. Siempre tuve clara mi identidad; conforme vas abriendo la cabeza sin prejuicios ni esquemas preestablecidos, aprendés que la identidad no se pierde en el camino por un viaje o una estadía. Todo en esta vida es temporal, pero la identidad está enraizada, y ser profeta en mi tierra es un privilegio que me invita a valorar más de dónde vengo. Con el diario del lunes, la jugada que nos proyectó la carrera a nivel internacional fue un gran acierto si la premisa era crecer y expandirnos. En mi caso fue un desafío que resultó en un crecimiento exponencial, inesperado y sin planearlo, pero pudo haber salido mal y fue un riesgo que me animé a correr.
–Entonces la decisión fue pensada una y mil veces….
–Nos tomó tiempo, conversaciones, balances, charlas y más charlas y muchos viajes de por medio para poder decidirnos. La logística era enloquecedora y teníamos que animarnos a ese salto y tomar sin culpas lo que el destino nos estaba ofreciendo. Pude haber tomado mil caminos diferentes, pero elegí darle bola a mi intuición sin dejar de ser yo misma frente a lo desconocido. Cada paso fue a prueba y error, atravesando meses de castings y de estudiar el mercado latino, que es enorme. Entrar en la dinámica de lo que llamaban “la fábrica de sueños” que era Televisa fue un gran logro y lo supe capitalizar. Llevo cinco novelas, y últimamente bastantes series en plataformas. La última fue Cecilia, con Mariana Treviño, para Paramount+: se está por estrenar la segunda temporada. En 2006, Diego protagonizó Montecristo y significó un enorme puntapié; hubiese sido muy poco inteligente desestimar semejante propuesta. Él lo transitó hábilmente y capitalizó cada puerta que se le iba abriendo. Finalmente, el compañero de ruta que elegí para mi vida, hizo de su nombre y de su actor una empresa, y yo admiro profundamente ese enfoque que le dio a su carrera. No es tan común tener la cintura que tuvimos como pareja al frente de un proyecto de familia juntos y surfear esas olas fuertes que nos tocaron de la manera que lo hicimos y frente a aquella realidad tan tangible. Pudimos integrar toda esa nueva logística, defendiendo lo construido. Por mi parte siempre fui intrépida y en esta jugada juntos esa fue una ventaja para atravesar los mares necesarios. Nos tocó poner todo en la balanza y priorizamos lo que construimos con tanto esfuerzo. Crecer a nivel internacional ya no era una pregunta al aire con supuestos o una fantasía remota… Era una opción real, tangible y estaba esperando frente a nosotros, entonces no jugamos más con la duda ni con el tiempo y lo tomamos juntos.
–¿Alguna vez piensan en volver?
–¡Yo, siempre! Frente a posibilidades concretas de seguir expandiéndonos y creciendo en el mercado latino no es tan fácil saber cuál es el momento correcto para tomar esa decisión, pero mi corazón siempre está mirando al sur. Eso no cambia.
–¿Cómo es la vida en una familia de artistas? Porque Federico y Victoria siguen sus pasos…
–Somos gente laburante desde siempre y trazamos un camino propio sin joder a nadie. Solo eso. Los chicos siguen creciendo y ya están tan grandes. Confieso que estábamos preparados porque así los educamos, en un hogar de mucho diálogo y de libertad para seguir sus sueños, y a medida que sus alas se iban desplegando nosotros nos fuimos acostumbrando a esa independencia de ellos y sus vocaciones. Ambos están enfocados en los escenarios. Victoria tiene 20 años y va al conservatorio de arte del CEA (Centro de Educación Artística) en la Ciudad de México y su pasión la lleva a marcar una diferencia sobre los escenarios. Siempre amó la música y priorizó a la cantante, pero este año le dio paso a su actriz y, de verdad, la rompe. Federico tiene 32 años y es todo un señor (risas). Vive solo desde hace nueve años y construyó un carrerón en México, solito y a pulmón, un capo; acaba de terminar su última ficción en Televisa y también hizo varias temporadas de series en Netflix. Viene laburando mucho hace años y estamos tan orgullosos. Entre ellos se llevan casi 12 años, y son hermanos muy unidos. Se aman.
–Empezaste a trabajar siendo una nena, a los 11 años, ¿qué recordás de esos primeros momentos tuyos en el medio?
–Vengo de una familia de artistas. Vengo del tango… Vengo de ese palo nostálgico y tan nuestro que es la música ciudadana que nos representa en el mundo. Mi padre también bailó malambo y folclore y tuvo su propio ballet en las películas de la época de oro del cine nacional con Argentina Sono Film. El ballet de Víctor Ayos está en muchos de los grandes clásicos de nuestro cine de los años 60 y 70. Ese era mi viejo. Y yo era una rubia de rulitos tímida. A los 11 años, con el maestro Pugliese al piano, debuté un teatro en Montevideo (Uruguay). Mi papá me enseñó la coreografía de un tango, “La yumba”, y salí al escenario de una sala llena. Esa noche mágica marcó una pasión que en ese momento intuí que me acompañaría el resto de mi vida. El plus fue que de la mano de Pugliese fue un lindo presagio. Papá tenía esas cosas que le nacían hacer… Me vio pasta de artista desde chiquita y me mostró un posible camino. Esa noche fue exactamente eso y me enamoré del escenario. Fue su iniciativa y debo reconocerlo. Después yo tomé el timón de mi barco. Mis viejos eran bailarines de tango de grandes orquestas como la de Mariano Mores, Osvaldo Pugliese, Leopoldo Federico… Creo que lo traigo en la sangre.
–Además fuiste una de las últimas grandes vedettes de nuestra revista, ¿qué lugar ocupa en tu corazón el género?
–La revista fue una etapa hermosa que siempre llevaré en mi corazón. Fue corto el lapso, pero caló hondo. Es interesante cómo resultó ser un mágico plus que a muchos fascinó dentro de mi historia y de mi carrera justamente por el contraste con lo que vino después, cuando abordé distintos géneros como el drama y la comedia, tanto en cine como televisión y teatro. Me fui dando cuenta que mi paso por la revista, más el valor agregado de la versatilidad, me permitió tomar riesgos que decidí correr a consciencia para seguir probándome en espacios diferentes, y son los que al pegar el volantazo me ayudaron a mostrarme en todas las facetas posibles. Y el público acompañó sin contradicción, al igual que cada productor, cada canal, cada empresa y cada proyecto. Eso lo agradeceré siempre.
–¿Tenés proyectos?
– Voy a hacer un cortometraje con Facundo Arana. Un lujo de profesional y de amigo que uno agradece a esta vida poder disfrutar. Hace tres años hicimos el tráiler de un thriller policial en México, y bajo esa mirada el proyecto aterrizó en forma de corto. Pero todavía no tenemos fechas de rodaje.
–Cumpliste 52 años, ¿cuál es tu secreto para verte siempre espléndida?
–Sí, soy cosecha 1972, siempre lo conté (risas). Quiero ser una buena arquitecta de la vida que busco y deseo, y le pongo garra. ¿Un secreto? La felicidad en modo reversible (risas), intentando sostener la coherencia desde adentro hacia afuera. Eso y los filtros de Instagram (risas).
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