Hace veinte años que vive en México, donde se enamoró de un político, Carlos Puente y vivió momentos de mucha angustia; hoy disfruta de su hija Mía, que tiene 8 años, de la vida familiar y de las tareas de ama de casa
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A los 23 años sintió que ya había llegado a lo máximo en el mundo de la moda y, empujada también por una crisis personal, decidió aceptar una propuesta para ir un par de meses a México. Desde entonces pasaron veinte años y Moira Gough sigue allí, en suelo azteca. Se casó con Carlos Puente, diputado nacional del Partido Verde por Zacatecas, y ambos son padres de Mía (8). Hoy su vida es totalmente diferente y feliz, luego de haber pasado por muchos momentos oscuros que relata en esta charla con LA NACION, en la que además recuerda sus inicios y detalla qué pasó en su vida en las últimas dos décadas.
“Empecé a trabajar de muy chica y me creía la más adulta del mundo”, rememora. Moira Gough hizo su primera publicidad a los 10 años y luego protagonizó otras más y todas con mucha repercusión: un pegamento, un banco, un chocolate y toallitas femeninas. Como una cosa lleva a la otra, Moira terminó siendo una de las modelos más populares de los años 90. “Siempre tuve la idea de ser actriz y ya a los 5 años empecé a romperle los kinotos a mi mamá diciéndole que quería estar en la tele”, recuerda entre risas. Pero no era fan de ningún programa porque su infancia transcurrió en la base naval General Belgrano, pues su papá pertenecía a la Armada. “Viví ahí hasta los 8 años y apenas veíamos televisión porque nos pasábamos el día en la calle, jugando con una libertad que lamentablemente los chicos ya no tienen. Sí era fanática de Los Parchís”.
-¿Por qué te bajaste de la pasarela siendo tan joven?
-Supuestamente me venía a México a trabajar dos meses, estaba en un momento de crisis aguda y no sabía qué hacer. Me llamaron, y aunque nunca fue un mercado de modelaje importante, acepté porque ya había estado y la gente me parecía amorosa y pensé que podían ser dos meses de vacaciones pagas, de alguna manera, aunque venía a trabajar. Imaginé que podía ser una oportunidad para pensar bien qué quería hacer con mi vida y volver con aires mas renovados. La pasé bomba, a los tres meses había decidido que me quería quedar a vivir en México y a los dos años conocí a mi marido.
-¿Fue una crisis personal o existencial?
-Un poco de todo. Con 23 años no era de las nuevas, tampoco de las veteranas pero ya tenía mucha historia, una imagen muy armada y sentía que no tenía mucho futuro en el modelaje, que necesitaba tomar una decisión. Y una de las opciones era estudiar más profundamente teatro, aunque las veces en las que hice de actriz, porque no me considero tal, no me había sentido tan cómoda, así que no me convencía demasiado. En esa época estaba muy frágil, con relaciones difíciles y tuve una de las primeras depresiones. No sabía todavía qué era una depresión y creí que estaba un poco bajoneada. Encima la profesión de modelo es muy inestable porque una semana trabajás mucho y otra nada, y es complicado hacer otros proyectos. Fue un momento de mi vida en que todo se empezó a complicar: el trabajo, la parte emocional y la familiar. Y necesité irme, tomar aire y tener un poco de perspectiva para saber dónde estaba parada y ver qué hacer.
-¿Nunca imaginaste que te ibas a quedar?
-Nunca fue mi intención quedarme en México y vivir lejos de mi familia toda la vida. Pero llegué y me hallé, me sentí cómoda, era lo que necesitaba. El mexicano es muy alegre, muy positivo y hasta en los peores momentos se relajan, se toman unos tequilas y superan las tristezas. Y en realidad eso, por mi personalidad, me perjudicó, porque dejé de hablar de mis problemas y esas emociones empezaron a aflorar en mi cuerpo, en los desórdenes de alimentación, en la pérdida de interés en la vida, en pensar para qué estoy. Por suerte tengo un marido espectacular, divino, amoroso, generoso que me ha aguantado en las buenas y en las malas, y yo a él, claro, como cualquier matrimonio. Dejé de trabajar porque estaba en una zona de confort, con un hombre incondicional, y sentí que no tenía que salir a lucharla, que es a lo que estaba acostumbrada.
-Es lo que habías mamado...
-Sí. Mi papá pertenecía a la Armada, y a mis 5 años él se fue a la Guerra de Malvinas con su mejor amigo, Pedro Giacchino, que lamentablemente no volvió. Mi papá sí volvió, nos dio una muy linda vida a mis hermanas y a mí pero con sueldos chicos, porque parece que el honor por la Patria no se nota tanto en los sueldos. Y mi mamá también siempre fue una luchona, trabajando los dos hombro a hombro, y eso aprendí de ellos.
-Dejar de trabajar. ¿fue una elección o un acuerdo con tu marido?
-Me casé y por cuatro años seguí trabajando. Después él tenía que pasar la mitad del tiempo en Zacatecas y decidimos mudarnos, y es una ciudad medianamente chica que no tiene desarrollo en mi espacio laboral. Yo estaba mal anímicamente, como en un agujero negro del que no podía salir hasta que tuve a mi hija. Era feliz en mi matrimonio pero había algo sin resolver en mi vida, relacionado con quién soy, a dónde voy, y por años perdí el motivo para vivir. Ni me buscaba ni me encontraba, estaba adormilada, que es lo que hace la depresión.
-Tu hija, de alguna manera, te salvó la vida…
-Sin duda mi hija me salvó la vida. Mía es especial, inteligente, sagaz, es un petardo y muy dulce, me tiene maravillada. En el momento que la miré por primera vez me di cuenta que era mi motivo por el cual levantarme cada mañana y salir de ese agujero. Antes no había sentido tanta responsabilidad por nadie; me despertó un amor único.
-¿Cómo saliste de esas depresiones?
-Antes de tener a mi hija, de repente podía estar cuatro días sin querer salir de mi habitación. Levantarme era un suplicio. Ahora salto de la cama, llevo a mi hija al colegio, vuelvo, hago ejercicio, cosas de la casa; a la tarde la llevo a las 34 clases que tiene porque todo el gusta (ríe). Hoy tengo una vida totalmente diferente, pero salir de ese pozo fue un proceso que me llevó desde que ella nació hasta encontrar a una persona que me ayudó y después otra, o algún curso y todo ayudaba. Hace dos años conocí a Juan Lucas Martin, un psicólogo argentino que trabaja mucho en México y me ayudó a entender lo que es la ansiedad, los ataques de pánico, el apego, los traumas, y a curar muchos de ellos. Me ayudó a no seguir con paradigmas eternos, sacarme culpas y sanar relaciones conflictivas. Y el año pasado conocí a una médica internista, psicóloga y especialista en medicina natural, que me lleva el asunto de la alimentación.
-¿Estás acomodando esos desórdenes alimenticios?
-Sí. Tengo sobrepeso y siempre fui una comedora emocional: estoy deprimida como; estoy alegre, como. Nunca me eduqué en lo que es bueno o malo para mí y siempre dominó lo que era rico. Ahora estoy en esa educación que necesito y no por lo que opinen de mí, sino por mi salud y que mi hija tenga un buen ejemplo de una mujer que se ama y se respeta.
-¿Qué extrañás de nuestro país?
-No extraño tanto porque mi papá nos educó así, somos desapegadas y poco cariñosas. Yo creo que soy la más cariñosa de la familia y comparada con otras personas soy re seca. Mi casa es donde la hago. Estos días extrañé a mi familia porque hubo comuniones, cumpleaños y aquí Mía tiene una sola prima y allá tiene nueve. Estoy convencida de que mi vida tenía que pasar acá, donde me siento plena y feliz. Ya encontré lo que me hacía falta y nadie me lo iba a poder dar y es amor propio y sigo trabajando en eso, porque amarme tiene que ser un hábito, para que los demás me amen en mi mejor versión. Estoy donde tengo que estar.
-¿Nunca te arrepentiste de haber dejado el modelaje, entonces?
-Para nada, aunque cometí errores. Por ejemplo, tenía una marca de ropa (John L. Cook) buenísima que me apoyaba y me daba una exposición que, creo, es la más añorada, y por marearme con un noviecito y querer seguirlo, la dejé y no le di la prioridad que tenía en ese momento. Hoy hubiera tomado otra decisión y no hubiera terminado la relación laboral por algo personal. Pero nada más, a los 23 años ya no tenía mucho más para dar. Y no me hubiera gustado seguir en la pasarela muchos años. Me acuerdo que mi hermana Lara, que también es mi mejor amiga, me dijo que tenía miedo de que me fuera porque iba a encontrar un lugar en el que me sintiera mejor. Tenía tanta necesidad de encontrar un lugar en el que no me sintiera tan juzgada, porque opinaban sobre todo lo que hacía: el corte de pelo, cómo me vestía, el novio que tenía, lo que hice en un programa. Había llegado a mi tope. Además no era la preferida en el mundo de la moda, quizá sí la más popular y si las productoras de moda me elegían era porque me pedían. Yo no era altísima, ni de piernas estilizadas y en un momento pensé que no tenía nada que hacer. Creí que iba a volver de México con una estrategia para seguir pero me quedé, trabajé como modelo en una agencia muy nueva y me asocié con ellos, durante algunos años. Nos fue bien, pero en un momento Carlos necesitó mudarse a Zacatecas y decidí acompañarlo. Hoy soy una feliz madre y ama de casa.
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