Aún en los peores momentos, la estrella supo reinventarse tanto en su carrera artística como en su vida personal; ni las muertes cercanas ni los gobiernos a los que incomodó pudieron con su vocación por enfrentar las cámaras y estar cerca de su público; sin embargo, este año, peligra la vuelta de sus programas
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Actriz y conductora. Periodista empírica que va al hueso con sus preguntas. Mirtha Legrand, “La Chiqui”, la estrella que se reinventó mil y una vez, hoy cumple 95 años y, lejos de estremecerse, disfruta su añoso presente en plenitud. A pesar de todo. Enarbolando ese rango unipersonal y privilegiado de ser la gran celebridad de la Nación, la diva que trascendió la barrera del tiempo para ser siempre una mujer actual y vigente, de eterna juventud. A pesar de todo.
Resiliencia es un concepto repetido con frecuencia y hasta banalizado cuando se lo enuncia sin otorgarle su exacto sentido. Sin embargo, nada la define mejor que ese término. Tanto Rosa María Juana como Mirtha padecieron tragedias y más de un dolor de esos que marcan para siempre, aunque ambas se sobrepusieron a todo con envidiable entereza, sin anclas y con la proa bien puesta apuntando al futuro.
Este miércoles, en compañía de su familia y de invitados íntimos (en total serán 25 los comensales), La Chiqui festejará su cumpleaños con un menú que pondrá el énfasis en algunos de sus platos favoritos, además de una ambientación en color rosa, a cargo de Ramiro Arzuaga. Entre los invitados se encuentran, claro está, su hija Marcela Tinayre, su nieta Juana Viale, su nieto Nacho Viale y sus bisnietos; además de Susana Giménez, María del Carmen Álvarez Argüelles (dueña del hotel Costa Galana de Mar del Plata) y Coca Calabró.
Pérdidas
Rosa María Juana Martínez Suárez sufrió en su infancia, prematuramente, la muerte de su padre y, en la adultez, debió despedir a su marido, arquitecto de su carrera, en un momento de plenitud laboral compartida. Sin embargo, ningún dolor se compara al que tuvo que afrontar ante la partida de su hijo, ese duelo que no se puede definir en palabras porque quiebra el orden natural.
Al igual que Rosa María Juana, Mirtha Legrand también debió sobreponerse a algunos sinsabores. Algunas penas desde ya menos graves que las de su alter ego real. A pesar de la estelaridad, su carrera fue y vino varias veces, atravesada por los cambios de época, las críticas más despiadadas y hasta por los dictatoriales mandatos de la censura de algunos gobiernos de turno. Sin embargo, nada pudo con su temple y el deseo férreo de ofrendarse en función de su trabajo. “Les he dado mi vida”, interpela Mirtha Legrand en esa plegaria de la constancia que nadie puede desmentir. Se reinventó más de una vez en una parábola que fue de la actriz del cine ingenuo de las escaleras de mármol y los teléfonos blancos (que nunca tuvo en sus películas) a la conducción de esas comilonas frente a las cámaras que son un caso único.
Ni siguiera la pandemia del Covid pudo con ella. Y si bien fue su nieta Juana quien la reemplazó desde que estalló la peste mundial, Legrand se dio más de una vuelta para ocupar el cetro. Sin embargo, este año se encendieron las señales de alerta. Aún no está firmado el contrato de StoryLab, la productora de Nacho Viale y Diego Palacio, con eltrece. Si bien en años anteriores los acuerdos se sellaron cerca del estreno de la temporada, no falta quien afirma que la vuelta de los programas está demasiado verde, aunque resten pocos días para el inicio del mes de marzo. Mirtha no aceptaría el levantamiento de los formatos sin una despedida formal. Acaso este sea un nuevo gran dolor para la mujer que se adaptó a todo, menos a no trabajar.
Rosa María Juana y Mirtha son diferentemente iguales. Oxímoron de elegante estilo. Una construyó a la otra. Para todos es Mirtha, el ser estelar que protege como una coraza a la mujer nacida en Villa Cañás, aquel pueblo que al nombrarlo hay que ponerse de pie. Al menos ella lo hace.
Su inusitada vigencia es récord en un mundo donde pocos la pueden superar. Dick Van Dyke y Angela Lansbury, quienes ya celebraron sus 96, acaso sean algunos de los escasos ejemplos que puedan emular el récord de la Legrand. También Guido Gorgatti, de jóvenes 102 años.
Está claro que dolores no le faltaron. Nadie está libre. Sin embargo, hasta el concepto de resiliencia resulta escaso para poder trazar un mapeo de su inusual ADN. ¿De qué está hecha esta mujer que en cinco años celebrará su centenario? Y ante tal cosa, no queda más que preguntarse aquello que nació de la creatividad de su amigo, el productor Carlos Rottemberg: “¿Qué país le vamos a dejar a Mirtha?”.
Orfandad
En Villa Cañás, hoy ya una ciudad, la vida de Rosa María Juana era idílica. Sus padres se esmeraban para darles todos los gustos a ella y a sus hermanos, la gemela María Aurelia Paula (la actriz Silvia Legrand) y Josecito, el mayor, que se dedicó a la investigación y dirección de cine. Silvia era más rellenita, entonces sus padres la apodaron “Goldy”, una sofisticación de “gordita”. Para Mirtha, con menos peso, el mote fue “Chiquita”.
En la parte delantera de la vivienda familiar había un local que atendía don José Martínez, mientras que Rosa Suárez, su esposa, era maestra y, posteriormente, directora de colegio primario. “A los chicos les gusta que la madre esté en su casa cuando llegan de la escuela”, suele decir Mirtha, recordando la desazón que le generaba que su madre no estuviese para recibirlos cuando ella regresaba de la Escuela Fiscal N° 178, donde estudiaron los tres hermanos Martínez Suárez.
La economía fue próspera para la familia, al punto tal que, cuando la madre fue designada en una escuela de Rosario, todos se mudaron, menos don José, que se quedó atendiendo el floreciente negocio de Cañás y viajaba los fines de semana para encontrarse con los suyos.
La vida color de rosa se derrumbó rápidamente cuando el padre de la familia murió inesperadamente, fruto de una mala praxis en una operación quirúrgica para sanar una úlcera de duodeno. Corría 1937 y Rosa María Juana tenía solo diez años.
Al dolor de la ausencia se le sumaron los apremios económicos. Atrás quedó la vida con dos niñeras, la buena ropa y la mejor mesa. Buscando un futuro mejor para sus hijos y escapando de los recuerdos, doña Rosa decidió mudarse a Buenos Aires, instalándose en una casa modesta de Médanos y Donato Álvarez en el barrio de La Paternal. De esa casa partiría en tranvía Mirtha, acompañada por su madre y hermanos, rumbo al cine Broadway para presenciar la avant premiere de Los martes orquídeas, el film que la consagró a los 14 años. “Volvimos en un Cadillac que nunca supimos de quién era”.
Partió de La Paternal siendo una anónima para regresar convertida en estrella. Una estrella que no se apagaría jamás. “Antes de la función, les decía a los fotógrafos que yo era la chica del afiche, pero no me llevaban el apunte, pero a la salida todos querían fotografiarse conmigo”, contó Mirtha más de una vez. Había comenzado su derrotero estelar, ese que no se detendría jamás, a diferencia de lo sucedido con su hermana, quien se retiró muy joven para acompañar a su marido militar y atender a su familia.
Con su ascendente y prematura carrera cinematográfica, Mirtha, sin olvidar a su padre, paliaba el dolor de la orfandad y ayudaba a los suyos cuando los cachets comenzaron a cotizar bien. En ese tiempo de ascenso, Mirtha novió con un militar cordobés, pero la cosa terminó en menos de un año.
En 1946, mientras rodaba el film Cinco besos, el director Luis Saslavsky le presentó a su colega Daniel Tinayre, de origen francés, pero radicado en Argentina. Esa misma noche, el francés le mandó un ramo de flores gigantes. “Me llamó la atención lo bien vestido que estaba, su piel tostada y sus dientes blanquísimos”. No se separaron más. A partir de allí compartieron la vida, tuvieron a sus hijos Daniel y Marcela, y conformaron una próspera empresa artística. Tinayre fue, en gran medida, el hacedor de la trascendencia de Mirtha Legrand.
Cuando en 1968, Alejandro Romay le propuso hacer Almorzando con las estrellas, la oferta le resultó tan sorpresiva como atractiva. Su marido la alentó, aunque le sugirió que aceptara si realmente tenía ganas de experimentar en la conducción. Lo hizo. En la primera mesa, él estuvo presente junto a otros comensales. “A ella sírvale la pechuga”, le dijo Tinayre al mozo en pleno aire. La frase fue definitoria. Mirtha sintió que estaba como en su casa, una comodidad que la impulsó a no abandonar esa inusual experiencia de su carrera que se transformaba definitivamente. Atrás quedarían las películas de tono rosa como La vendedora de fantasías y esa apuesta arriesgada que fue La patota, dirigida por Tinayre, acaso lo mejor que hizo Mirtha en cine.
Trascender la censura
El 13 de septiembre de 1974, el Gobierno Nacional a cargo de Isabel Perón ordenó levantar Almorzando con Mirtha Legrand, ciclo que se emitía por el antiguo Canal 13. Algunas críticas realizadas al gobierno por los invitados que se sentaban a comer con la estrella habían causado malestar en Balcarce 50.
La salida del aire fue traumática. Aquella mañana, Legrand se presentó en Canal 13 poco después de las 10, pero el encargado de la seguridad de la empresa le dijo que no podía permitirle el paso. A buen entendedor... No se dieron mayores explicaciones a la audiencia, pero Mirtha fue citada por la presidenta, quien se desentendió del tema y le pidió investigar el levantamiento del programa a José López Rega. El ciclo volvería al aire nuevamente, luego del golpe militar de 1976, otra vez por Canal 13 y, desde 1978, con una imagen en colores que dejaba atrás el histórico blanco y negro.
En la década del 80, el famoso ciclo también se vio afectado por la falta de interés del gobierno de Raúl Alfonsín. Aunque el exmandatario, años después se sentó a almorzar con Mirtha, lo cierto es que el formato durante su gobierno no estuvo en el aire. Para paliar la situación, Daniel Tinayre le organizó un programa de menor despliegue que se grababa en el hotel Alvear de Buenos Aires y salía al aire en varias ciudades del país, excluyendo a Buenos Aires.
En Punta del Este, previo a ganar las elecciones presidenciales, Carlos Saúl Menem se cruzó con Mirtha Legrand. En ese cruce por azar, la conductora le comentó su disgusto por la falta de aire en un canal de televisión abierta porteño debido a que no era bien vista por el gobierno radical. El riojano, rápido de reflejos, le prometió que si llegaba a presidir el Poder Ejecutivo, pondría en el aire su programa. Así fue. La actriz, ya con rango de diva, logró volver a la televisión gracias a que Carlos Saúl Menem así lo ordenó siendo presidente. El primer programa que realizó la Legrand fue Mirtha para todos, que salía los jueves por la noche por la pantalla de Argentina Televisora Color (ATC). Años después, por ese mismo canal, se repondrían los almuerzos.
Aquella rentrée fue el espaldarazo para que el formato no saliera nunca más del aire. Luego de las temporadas en el canal estatal, Alejandro Romay la contrató para liderar los mediodías de Canal 9 Libertad y, durante la última década, luego de algunos años en América, fue eltrece la emisora que cobijó el programa que pasó a ser emitido los domingos al mediodía y en la versión nocturna de los sábados llamada La noche de Mirtha.
Ningún gobierno pudo con el formato ni con la Legrand, que siempre gozó del favor del público. También en su trabajo, Mirtha fue una mujer resiliente que atravesó censuras, listas negras, críticas y ostracismo. Acaso todo eso la convirtió en una estrella más fuerte.
Soledades
A pesar de estar instalada con su exitoso programa, en la década del noventa Mirtha vivió sus dolores más devastadores: las muertes de su esposo y de su hijo.
Legrand y Tinayre eran simbióticos, aunque peleaban fuerte debido al fortísimo carácter de los dos. Se dice que ella le perdonó todo, incluida alguna infidelidad. Toda una dama, jamás se refirió a esos temas públicamente, pero los insinuó. “De eso no voy a hablar”, dijo más de una vez.
En aquel tiempo, Daniel Tinayre estaba asociado con Carlos Rottemberg para realizar la producción de Almorzando con Mirtha Legrand, que salía por Canal 9 Libertad desde un estudio ubicado en la equina de Bernardo de Irigoyen y México. Tinayre concurría cada mediodía y se ubicaban en un sillón reservado para él en el control del estudio. Fiel a su vocación y responsabilidad, el director no faltaba jamás.
Su ausencia aquel mediodía de 1994 llamó la atención. Luego de varios días sin concurrir a su trabajo, se conoció la noticia sobre su estado de salud. Mirtha se encargó de contar que su esposo había contraído hepatitis y que, en pocos días, ya estaría repuesto y listo para volver a la faena.
Una mañana, antes de partir para el canal, Mirtha observó a su marido abatido en el escritorio del piso de Avenida del Libertador. Tenía las manos sobre la cabeza, mirando hacia abajo, claramente preocupado por su estado de salud. “Chiquita, esto se va a agravar”, le dijo a su mujer, quien intentó restarle importancia. “Daniel, es solo una hepatitis, pronto estarás bien”.
El pálpito de Tinayre no falló. A los pocos días debió ser internado. Su cuadro se agravó sin poder recuperarse. Pocas horas antes de fallecer le pidió a su amigo y socio Carlos Rottemberg: “Cuidala mucho a Chiquita”. Así fue.
El velatorio de Tinayre se realizó en el piso matrimonial de Palermo. Una multitud de famosos concurrió a despedirlo, entre ellos Susana Giménez, quien había sido dirigida por Tinayre en el film La Mary. El entierro, en un cementerio privado de Pilar, mostró a Mirtha devastada, junto a sus hermanos, sus hijos Marcela y Daniel y sus nietos Juana e Ignacio.
A los quince días, la Legrand volvió al piso de Canal 9 Libertad. Devastada, pero erguida. Mantuvo el luto varias semanas y, de a poco, fiel a su temple, comenzó a reconstruirse, acaso más fuerte que antes. Salió adelante, a pesar de esa soledad desconocida. “La primera vez que salí con mis amigos, luego de la muerte de Daniel, ingresé a casa y yo misma tuve que colocar las llaves en las cerraduras y, luego, encender la luz. Eso lo hacía él. Ingresé y vi el living vacío que yo misma había iluminado. ´Chiquita, esto es la soledad´, me dije en voz alta”. Lo era.
A pesar de la ausencia de su gran mentor, la conductora se volvió más filosa y sus entrevistas se convirtieron en interpelaciones jugosas a la clase política. Mirtha estaba de vuelta de todo y su fama y extrema popularidad parecían recobrar bríos para no decaer jamás.
El golpe más duro
Mirtha se había acostumbrado a la soledad conyugal cuando un nuevo golpe puso a prueba su entereza. A fines de 1998, su hijo Dani, como ella lo llamaba, había comenzado a percibir dolores en su espalda. Lo que se supuso era una contractura, en realidad era la manifestación de una dolencia terminal.
Daniel Tinayre hijo no compartía los gustos de sus padres ni de su hermana Marcela, de vida más mundana y pública. Él prefería recluirse en su trabajo de veterinario y en su discreta vida social. Los flashes no eran lo suyo. Acaso su estilo de vida tan distinto al de su familia lo llevó a distanciarse, pero sin perder relación.
A pesar de los múltiples intentos y de haberse atendido con los mejores médicos, el cuadro empeoró. Para sentirse resguardado, tal como comentó Mirtha alguna vez, pidió alojarse en la casa de su madre para transcurrir allí el momento más duro de su enfermedad, aunque sin suponer el grado terminal de la misma.
“Le gustaba mirar las copas de los árboles por el ventanal, mientras yo le leía los diarios”, confesó Mirtha en su programa. Cuando la ciencia no pudo hacer más nada, lo paliativo llegó de manos del afecto familiar. Goldy, tía de Daniel, concurría asiduamente para conversar con él. Se dijo que con ella tenía mejor relación que con su madre.
El 20 de abril de 1999, con poco más de 50 años, Daniel Tinayre hijo fallecía, provocando en Mirtha el dolor más desgarrador de su vida. Esta vez, la Legrand no tenía su programa en el aire. Recién a mitad de ese año, y luego de más de seis meses de ausencia de la pantalla, la estrella volvió por la pantalla de América. Otra vez el llanto desgarrado ante cámaras y el luto estricto para recibir a sus invitados. “No seré la Mirtha de antes”, dijo en el debut, desde los estudios Estrellas de la calle Riobamba, propiedad de su amigo Héctor Ricardo García.
Otra vez pudo. Con el tiempo, el dolor fue menguando y Mirtha inició la etapa de la madurez profesional, ingresando a un tiempo otoñal que en ella no puede considerarse vejez. Quizás para contrarrestar los dolores, se refugió en sus amigos y en ese bastón que siempre la sostuvo que es el trabajo. Mirtha no paró jamás. E incluso hizo de las emisiones de su programa en Mar del Plata, con 3000 personas esperándola para saludarla, y de sus visitas al teatro, un ritual popular que la energizaba y la convertía en una diva cercana a pesar de su refinamiento. Ni siquiera las muertes más dolorosas pudieron con su temple.
Se apaga su generación
Cuando Mirtha traspasó la barrera de los 90 años, comenzó a experimentar algunos cambios que su coquetería no le permitían. En el 2018 su programa celebró los 50 años en el aire y ella se atrevió a confesar, por primera vez, su edad. Su lozanía y vitalidad son dignas de admirar. Una especie de pacto con el tiempo al que su reloj biológico detuvo.
Sin embargo, sus congéneres, como es lógico, fueron dejando el plano terrenal. Si la ausencia de sus amigos la sume en un profundo dolor, la partida de sus hermanos fueron golpes muy difíciles de sobrellevar. Acaso más duros que los duelos anteriores.
A comienzos de 2019, la salud de José Martínez Suárez comenzó a dar signos de deterioro. En pocos meses, Josecito, como lo llamaban sus hermanas, se apagó lentamente. El 19 de agosto de ese año falleció, luego de varias visitas de Mirtha a la clínica donde estaba internado. “Me miraba con sus ojitos celestes sin decirme nada”, reconoció la diva con dolor. Mirtha, como siempre al frente de su programa, otra vez vivió su duelo en el aire. “Se fue lo mejor de la familia”, dijo ante cámaras, llorando ante el retrato de Martínez Suárez.
Al año siguiente, ya con la pandemia instalada en el mundo y el consecuente encierro preventivo, Chiquita sufrió otra pérdida muy dolorosa. El 1 de mayo de 2020, su hermana Silvia fallecía mientras tomaba su siesta en su chalet de la zona norte del gran Buenos Aires. Las gemelas habían hablado por teléfono esa mañana, como lo hacían varias veces por día, y nada hacía suponer la tragedia.
Marcela Tinayre fue quien se acercó hasta el departamento de Mirtha para darle la noticia, desesperada por que su madre no se enterase de la noticia por televisión. Cuando su hija llegó, Mirtha descansaba en su dormitorio. Marcela la tomó de la mano y Mirtha, rápida de reflejos, le anticipó la muerte de su gemela. Pura intuición de quien estaba unida por sangre y emoción con Silvia.
Por tratarse de los primeros meses de la pandemia, el confinamiento era estricto, al punto tal que se prohibieron velatorios y entierros masivos. Mirtha levantó la voz cuando le prohibieron ir a despedir a su hermana. Junto con Marcela Tinayre, Carlos Rottemberg cumplía con aquel mandato de Tinayre para que el empresario cuidara de su mujer. Marcela y Carlos le explicaron las razones por las que no era posible asistir a un funeral. Mirtha no aceptó y su llanto se volvió desgarrador.
Esta vez no vivió el duelo junto a su público. Su programa era conducido por su nieta Juana, ya que para una mujer de la edad de la Legrand era riesgoso asistir a un estudio de televisión en plena pandemia y cuando aún no había vacunas disponibles en el mundo. Recién en diciembre de ese año volvió al set. Fue un 19 de diciembre y el recuerdo de Goldy sobrevoló la mesa. Entera, otra vez la resiliencia, se permitió reír en cámara y soñar con volver a una rutina laboral estable. Imparable. Inhundible, como Molly Brown, aquella sobreviviente del Titanic.
A pesar de todo
Con inteligencia, Mirtha Legrand supo virar a tiempo. Quizás no tanto por deseo propio, sino por imposiciones sociales, culturales y de mercado. Entiende el devenir de los tiempos como nadie y busca amoldarse para sostener su vigencia. “Soy curiosa y ganíca, me gusta la vida”, sostiene.
Se sobrepuso a todo. Apechugó en el cine naif en blanco y negro y fue pionera de la televisión en color. Su programa pasó de las “rosas rococó rosadas” y la “vueltita” para mostrar la ropa a convertirse en un ciclo periodístico donde se medía la realidad nacional. La Legrand comenzó a marcar agenda.
A veces con algo de impertinencia, avasalló con preguntas fuera de lugar, como cuando increpó a la actriz Cecilia Rosetto por sus ideales políticos. Con hidalguía, en un Día del Amigo, la conductora llamó a su invitada por teléfono para pedirle disculpas. Rosetto no la atendió. Silvana Suárez se levantó de su mesa en uno de los grandes papelones televisados. Y la conductora dudó de las posibilidades de paternidad de un invitado gay.
Sin embargo, “La Chiqui” afrontó cada una de las situaciones con entereza. Dio marcha atrás cuando consideró que debía hacerlo y pidió disculpas más de una vez. Generosa, jamás les negó el aire de su programa a sus colegas actores para que pudieran promocionar sus proyectos artísticos.
Mirtha Legrand es el personaje que sostiene a Rosa María Juana Martínez Suárez de Tinayre. Acaso la figura pública es la que le permite a la mujer de Villa Cañás atravesar dolores y soledades. La resiliencia de Rosa María Juana es el combustible para la inquebrantable Mirtha Legrand.
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