La actriz, que acaba de estrenar la comedia Nada que no quieras en el teatro Picadero, repasa su trayectoria y recuerda el momento más duro que le tocó transitar
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Mirta Busnelli acaba de estrenar en el teatro Picadero Nada que no quieras, comedia con tintes dramáticos en la que encarna a una docente recién jubilada que está a punto de ser homenajeada. Fuera de la ficción, la actriz está lejos de pasar a esos cuarteles de invierno laborales que propone la madurez. Hace tiempo, ni siquiera una dura enfermedad logró paralizarla, aunque fue toda una enseñanza de la que no evita referirse. Al contrario. Si aquello no fue un stop, mucho menos la frenará el paso de los años.
De retiro ni hablar. La resiliencia bien puede definir a esta mujer cuidadosa de su estética que busca salir espléndida en cada plano fotográfico y que se muestra preocupada por una realidad social que no la satisface. Será por eso que, una vez terminada la charla con LA NACION, partirá hacia la Plaza de los Dos Congresos, donde participará de una marcha feminista. “Tenés que comer”, le sugiere alguien recordándole que no almorzó, pero ella responde con un escueto: “Me voy a la manifestación”. La palabra “manifestación” suena en sus labios hasta con candidez y dulzura.
Nuevo debut
Desde el domingo pasado, Busnelli habita el espacio de la sala del teatro Picadero, ese lugar emblemático de la cultura porteña, diezmado durante la última dictadura. Esta vez lo hace acompañada por Miriam Odorico, Mónica Raiola e Inda Lavalle, un verdadero seleccionado de grandes actrices, quienes se pusieron bajo la dirección de Corina Fiorillo para llevar adelante el texto del dramaturgo Fabián Saad.
“Nada que no quieras podría decirse que es una comedia dramática… ¿existe ese género?”, se pregunta Busnelli. En el entretejido del relato, la docente jubilada a la que le da vida, y que está a punto de ser agasajada por sus colegas, recibe inesperadamente la visita de su hija, una hermana y su mejor amiga, todas ellas acarreando conflictos intensos que logran desparramar en la vida de Emilia -tal el nombre de su personaje- modificando su concordia de manera fortuita y no elegida. Suele pasar.
“Rompen mi armonía porque soy la más conservadora”, dice la actriz robándole la primera persona a su personaje. Fuera de la fábula teatral, de conservadora tiene poco y de rebelde mucho. Pero, a diferencia de estas mujeres de la ficción que han naturalizado la desdicha, la actriz siempre fue en busca de aquello que la contuviera, de los propios deseos. “Los personajes viven la infelicidad a través de las deudas, las cosas pendientes”.
-En su vida, ¿cuántas veces le ha sucedido que algo fortuito rompiera con su equilibrio?
-Todos los días...
-¿Todos los días?
-Es una manera exagerada de decirlo, pero estamos viviendo a una velocidad muy enfermiza, acelerados, hay un mandato de productividad que es muy duro. A mucha gente le gustaría hacer todo a otro ritmo, pero la vida los va llevando. Por otra parte, la situación económica hace que para sobrevivir y si se consiguen se tengan dos o tres trabajos. Vivimos un momento duro.
La riqueza de los años
-Hablaba del mandato de la productividad, ¿cómo se ha relacionado con eso?
-Me he llevado bien, salvo con aquellos trabajos, como la grabación de telenovelas, que me exigían una cantidad de horas infernal. En cambio, los unitarios me gustaban mucho porque la carga horaria era menor y uno podía preparar el personaje; eso era similar a lo que sucede ahora con las películas o las series que se producen para las plataformas.
-De todos modos, usted jamás discontinuó su carrera y continúa muy activa.
-Ahora que estoy más grande, me tomo mis tiempos, no trabajo permanentemente. Me gusta estar en mi casa, mirar películas, encontrarme con amigas. Además, ya no se tiene la misma resistencia. Me acuerdo que, durante muchos veranos, iba a lugares de veraneo a hacer teatro y me pasaba el día en la pileta hasta la hora de la función y, luego, ya de madrugada, salía a comer con mis compañeros, hoy eso sería impensable para mí.
-Aparece el interrogante sobre cómo se lograba todo eso.
-Una se pregunta: cómo es que fui joven.
-¿Cómo se lleva con el paso del tiempo?
-Ni bien, ni mal. Aparece una aceptación que es saludable. Hay cosas que ya viviste y que no tenés ganas de volverlas a vivir. No digo que no me gustaría tener la fuerza de los jóvenes, pero he aceptado que es así, que el tiempo pasa, así que no me llevo tan mal, salvo cuando aparecen los problemas físicos, aunque existen cosas que llegan con la edad que son muy buenas.
-Cuénteme.
-Se trata de poner el foco en otro lado, mirar la belleza profunda de la gente, estar atenta a sus gestos; también lo que la naturaleza nos da es demencial y es bueno contemplarlo; sin caer en un lugar común, pienso en el disfrute de la música y los libros, en encontrarse con amigos; si se tiene suerte, poder viajar y observar los mares es algo único.
-Cuanto hay al alcance de la mano y no se percibe.
-Ni siquiera se necesita viajar, también puede ser muy gratificante ver la cara de un niño o abrir la ventana y mirar la copa de un árbol.
Dar de nuevo
-Aunque el concepto de resiliencia está algo malversado y utilizado en demasía, ¿puede aplicarse a usted?
-Teniendo en cuenta que me estuve por morir, yo creo que sí…
En el 2017, con el diagnóstico de cáncer en sus manos, la actriz afrontó un duro tratamiento que la alejó un par de años de la actividad. Acababa de estrenar la obra La savia en el Teatro Nacional Cervantes, pero debió imponerse una pausa, esos paréntesis no deseados. Reconoce que el mote de “sobreviviente” no le resulta cómodo. “Me suena a alguien que se tuvo que escapar por razones políticas”.
Se ataja y dice que siente que, hablar de lo sucedido con su salud, cansa, pero modifica su parecer cuando se le sugiere que su experiencia siempre puede resultar de ayuda para alguien que atraviesa igual situación: “Por más que tengas la fecha de defunción, hasta que eso esté comprobado, pueden pasar muchas cosas, incluso que se revierta la situación, o no, ya que estaba segura que me moría”, dice como contando un relato, un libreto de los tantos que estudió en su vida.
-¿Estaba convencida que se moría?
-Sí, claro. Estaba aterrada porque pensaba que yo sola me iba a morir hasta que me di cuenta que nos va a suceder a todos y que nada ni nadie me iba a evitar pasar de un estado a otro, de vida a muerta, así viviera sesenta o cien años. Eso me alivió, sé que fue una racionalización en un momento donde estaba cagada de miedo.
-En cierta medida, la tranquilizó
-Un poquito. Entendí que nadie me iba a evitar morir.
-Pero se lo planteaba siendo una mujer joven.
-No tan joven. La diferencia estaba en que yo sabía mi fecha...
-Esa posible fecha que no fue tal.
-No se sabía bien, me podían quedar un mes, dos o seis, no se sabía cuánto iba a avanzar el cáncer. La diferencia es que yo sabía que me iba a morir y vos, por ejemplo, no lo sabés porque no estás enfermo, entonces juega el azar.
-Usted dice que sabía la fecha, ¿los médicos le habían puesto un plazo?
-No me lo dijeron con tanto detalle, pero casi, ya que no había mucho para hacer.
-¿Eso sí le dijeron?
-Sí. Una vez un médico me dijo qué pensaba hacer yo con los momentos que me quedaban... un pelotudo. Era demasiado pronto para que me dijera algo así, no correspondía.
-A tal punto que, aquí estamos.
-Finalmente, estoy viva.
Busnelli recuerda al médico Guillermo Ojea Quintana “quien me hizo hacer un estudio y concluyó que había una posibilidad, aunque escasa, de poder superar el cuadro”.
-Usted estaba muy dispuesta a todo.
-Ya me habían operado, hecho quimioterapia y sometido a rayos, así que el nuevo médico me adelantó que el posoperatorio de lo que me haría sería largo y con la posibilidad que volviera a aparecer. Recuerdo que me alertó aclarándome que, si bien había una chance de éxito, el proceso sería muy duro, y sentiría algo similar a dos camiones pasándome por encima. Precavido, me fue planteando el panorama para ver si yo estaba dispuesta.
-¿Aceptó inmediatamente?
-Le pregunté si tenía otra opción y me respondió que no.
-Entonces, adelante.
-Estaba segura que esa opción no iba a funcionar porque, hasta ese momento, nada funcionaba, pero también pensaba que, si verdaderamente no me estaban engañando y yo sabía que no, debía someterme a eso.
-¿El padecimiento fue tan cruel a lo anticipado?
-Yo ya venía haciéndome tantas cosas que perdía la noción. Una amiga me decía: “Que Dios no te mande todo lo que sos capaz de soportar”. Cuando me dicen que hay gente que se deja estar, quizás es porque no puede soportar lo que le sucede. No sé si hoy soportaría tanto. A veces, iba a médicos que me preguntaban si había tomado el medicamento A o el B, y finalmente me sugerían que tomase cualquiera de los dos. Sin decírmelo yo entendía que el mensaje era que todo daba igual, total no habría resultados positivos.
-¿La cambió en algo atravesar esa experiencia?
-Sí, pero es difícil ponerlo en palabras, nombrarlo.
-¿Algún ejemplo?
-Si me enojo mucho por algo que esta enfermedad no me deja hacer, dada las limitaciones físicas que me impuso, rápidamente pienso que estoy viva, porque estoy viva...
-A tal punto que acaba de debutar en teatro.
-Trabajo, tengo amigas, puedo ver un atardecer... No puedo participar en un triatlón, pero tampoco lo podría hacer por una cuestión de edad.
¿Fe?
“La vida puede ser muy sórdida e injusta, pero también es maravillosa. No creo en Dios aunque, si creyera, le diría ´flaco, con todo lo que creaste, que es infinito, por qué no encontraste la manera para que no nos degrademos, para evitar el deterioro´. Si Dios hizo cosas mucho más difíciles en la naturaleza porque el pasaje de la vida a otro mundo, o a la nada, no deja de ser una degradación”.
-Sin creer en Dios, ¿en qué se aferraba en ese momento tan duro que la puso a prueba?
-Ni creo ni no creo, cómo me voy a expedir con semejante asunto. En principio, creo en la gente y creo que se elige tener una vida con nobleza o miserable y canalla.
Incansable
“A fines del año pasado hice como cinco películas”, se enorgullece con no poca razón. Uno de esos proyectos fue La práctica, el film dirigido por Martín Rejtman que acaba de competir en el Festival de Cine de San Sebastián. “El cine de Rejtman es de un mundo singular, se lo reconoce rápidamente. ¿Qué viste vos de él?”, interpela. La película es una coproducción entre la Argentina, Chile y Portugal.
-¿Cuál es su personaje en La práctica?
-Es una insoportable, madre del personaje que interpreta Esteban Bigliardi; el film va detrás de las tribulaciones de esta mujer que no sintoniza con su hijo. De hecho, él se va a Chile y, cuando la recibe, lo hace de una manera especial.
La estrella que perdí, otro de los materiales que la contó como protagonista, esta vez bajo las órdenes de Luz Orlando Brennan, le permitió interpretar a la madre del personaje creado por Anita Pauls, su propia hija, fruto de su relación con Axel Pauls, “fue una experiencia hermosa”.
-¿Se arrepiente de muchos trabajos realizados?
-No, pero sí me arrepiento de haber tomado como importantes a cosas que no lo eran, pero que suponía que sí... estaba confundida. De pronto, estaba en un trabajo que no era una maravilla y yo quería que lo fuera, entonces iba contra la corriente.
Busnelli es una actriz de una paleta de colores extraordinaria. Podemos pensar en su paso por el programa cómico Matrimonios y algo más, escrito por Hugo Moser; en su rol de madre en Los padres terribles, de Jean Cocteau; o en su protagónico en La savia, una joya teatral poética y simbólica.
-¿Tiene un buen recuerdo de su paso por un programa del tono de Matrimonios y algo más?
-Todavía lo dan en el canal Volver.
-¿Era de esos trabajos que usted buscaba que fueran maravillosos? ¿Se arrepiente de haber participado?
-No, no me arrepiento. Cuando me llamó (Hugo) Moser -con quien no concordaba ideológicamente, pero que era un tipo que sabía muy bien cómo generar situaciones, gags-, pensé que debía hacerlo, ya que significaba la posibilidad de estar en sketchs que eran muy distintos entre sí, pero siempre tratando de evitar cualquier situación con la que no estuviera de acuerdo y lo he logrado.
-¿Qué decía Hugo Moser en cuanto a su postura?
-Creo que se daba cuenta; me comprendió sin que lo hubiéramos hablado explícitamente.
-¿Disfruta haciendo humor?
-Me da mucho placer cuando alguien me comenta que lo acompañé con alguna propuesta de humor, es un energizante para el público y para mí, lo disfruto mucho. La risa es una emoción y a mí me gusta emocionar.
-¿Le dijo que no a algún trabajo que se transformó en un éxito?
-Sí, pero si no acepté era porque no me interesaba, así que, a pesar del posible éxito, yo no hubiese sido feliz.
-¿Se considera una buena espectadora o está a la búsqueda del descubrimiento de los hilos?
-Me entrego al disfrute y, aunque lo que vea no sea del todo bueno, creo que siempre hay algo para rescatar, eso hace que no sea todo pérdida. Es cierto que es un plomazo si el teatro es malo porque, a diferencia del cine y por respeto al compañero, no te podés ir.
El país
Mirta Busnelli se ha manifestado públicamente por diversas causas. Cuando se trató la aprobación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo dijo presente y cuando se leyó la primera denuncia pública de Thelma Fardin contra Juan Darthés, ella fue una de las que formó parte de la delegación del colectivo Actrices Argentinas que se subió al escenario del Multiteatro para alzar la voz.
Tampoco se ha privado de pensar la realidad política nacional y las concatenaciones que eso acarrea en la vida cultural: “Somos un país muy castigado. ¿Por quién? Por todo, por el cambio climático, por lo que hace el hombre con la naturaleza, por las potencias que se aprovechan de nosotros, por la usura del FMI, por nuestros políticos y jueces, y supongo que por nosotros mismos también”.
-Como ciudadanos, tenemos un grado de responsabilidad que no hay que eludir.
-Tenemos responsabilidad.
-¿Cómo piensa el futuro de la Argentina?
-Es muy difícil que cambie, pero tampoco puedo pensar que no puede cambiar. Lo mejor que podemos hacer es pensar. Pensar qué nos pasa y qué posición toma cada uno, si batalla o si es indiferente. No es fácil vivir, es una permanente lucha ética y moral, con eso uno ya tiene un montón.
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