La joven actriz, que se destacó en Iosi, el espía arrepentido, se mete de lleno en la música; “Siempre fui una chica a la que le costó mucho sentirse completamente cómoda con los chicos de su edad”
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Apenas salida del colegio secundario, Minerva Casero asomaba en 2018 como actriz revelación a propósito de su trabajo en Simona, la ficción de eltrece que por entonces ocupaba el horario central. Mientras, se subía al escenario como invitada en De qué no se puede hablar, el unipersonal de humor y música de su padre, Alfredo Casero.
Actriz versátil y dueña de un ángel especial que trasciende la pantalla, a los 20 años Minerva comenzó a desarrollar su faceta como cantautora, una arista que por estos días se convirtió en su principal ocupación de cara al lanzamiento de su álbum debut -el nombre aún no se puede anunciar, porque no está registrado-, donde reúne un manojo de canciones escritas de su puño y letra, junto a la productora musical Rocío Morgenstern, previsto para publicarse durante este mismo año.
“El disco ya está grabado y en su etapa final, así que no creo que tarde mucho en salir, seguramente este año, a más tardar a principios del año que viene. Me está llevando mucho tiempo, mucho amor y mucha voluntad. Si me preguntás de corazón a corazón, lo que en este momento se lleva mi atención, mi búsqueda y mi deseo es el aspecto musical. Siento que estoy en una etapa donde puedo encauzar mucho más eso que tengo para dar, para contar o para expresar”, admite Minerva, envuelta en un tapado de animal print mientras toma un café negro doble sentada a una mesa del bar Le Blé, sobre la calle Sucre, en el barrio de Villa Urquiza.
–¿Qué huella dejaron en tu vida aquellos años que viviste en Puerto Madryn?
–Tengo recuerdos confusos, pero la verdad es que me gustaba mucho, y me pareció muy difícil venir a vivir a Buenos Aires. Quizás el recuerdo que más tengo es que el cambio me pareció fuertísimo. Pasé de tener una carga horaria de medio día a ir todo el día al colegio. Hubo que adecuarse a otras maneras que eran más acordes a la capital. De vivir frente a la playa, en calle de tierra, rodeada de piedras, a Buenos Aires, fue una diferencia abrumadora.
–Sos porteña de nacimiento pero te formaste en un colegio japonés. ¿De qué manera marcó tu vida el paso por el Instituto Nichia Gakuin?
–Te va a dar risa, pero lavarme los dientes cada vez que como y limpiar mis espacios, por ejemplo, son algunos de los valores que me inculcaron. Hay algo que nos era muy enseñado, eso de tener el espacio limpio y ordenado, hacerse cargo de tus pertenencias y de tus cosas es dignidad para uno. Entonces teníamos estipulados grupos donde íbamos haciendo cosas. Unos barrían, otros se iban a lavar los dientes, otros servían la comida. Nos hacían accionar en equipo para ser serviciales con nuestros propios compañeros, y nos iban tocando diferentes grupos. Yo pensaba que era algo habitual, hasta que me hice más grande, salí al mundo y me di cuenta de que no era así en todos lados. Esto de que los japoneses van a un estadio y guardan su basura en una bolsa es propio de su educación. Para mí es algo muy bueno eso de hacerse cargo de lo propio con dignidad, por respeto a uno y también al de al lado. Hay una cosa muy cultural del respeto y del respeto hacia los mayores. Una cosa estructural de respeto general a los horarios, por el trabajo en equipo y por la limpieza.
–¿Practicás alguna religión?
–Tengo una filosofía que es básicamente luchar contra la inercia negativa que uno pueda tener. Para mí, cada uno tiene una inercia negativa, cada persona tiene una problemática, una tendencia, algo que pasa y que en algún punto nos hace sufrir. Hay cosas que nos salen naturalmente y nos traen beneficios y otras que nos salen naturalmente y nos ponen en lugares que no elegimos, que no queremos estar, y mi filosofía se basa en combatir esa inercia que nos lleva a un lugar que no queremos estar, pero es lo que nos sale. Después eso lo apoyo con un montón de cuestiones: hago meditaciones, me interesa mucho la filosofía budista, escribo mis sentimientos, tengo muchas herramientas para eso, porque creo que es un norte intentar mejorar aquello que nos hace sufrir y ocupa un lugar absolutamente prioritario en mi vida, porque me cuesta mucho aceptar el que las cosas son como son. Me parece interesante preguntarme qué es lo que me hace sufrir y tratar de combatir la semillita.
En su faceta de actriz, Minerva viene de filmar dos películas entre agosto y noviembre del último año. En la primera, que se llama Linda y está dirigida por Mariana Wainstein, se pone en la piel de una chica “muy reprimida” que de repente empieza a conectarse más consigo misma, con su sexualidad, con el verdadero “deseo de su vida”. La otra es Sin Salida, de Who, un film sobre la trata de personas que representó un gran desafío para ella. “Fue un rodaje nocturno, tuve que filmar escenas muy fuertes, escenas corriendo, muy físicas. Hacía mucho frío y me resultó muy difícil. La verdad es que fue un desafío total mantenerme despierta, con energía y de buen humor -asegura-. Creo que lo más interesante del año pasado fue hacer este vínculo con el cine por primera vez. Hasta ahora nunca había hecho películas largas y estuvo buena la experiencia”, reflexiona.
Minerva nació en Buenos Aires en 1999, en el seno de una familia de artistas. Hermana menor de Guillermina y Nazareno, pasó su primera infancia en el barrio de Agronomía y enseguida se mudó con su familia a una casa frente al mar, en Puerto Madryn, donde vivió unos tres años antes de comenzar el colegio. De regreso en Buenos Aires, estudio en el Instituto Privado Argentino Japonés Nichia Gakuin, en Almagro, y ya desde pequeña demostró sus dotes de artista cantando y actuando.
Así las cosas, lo que empezó como un juego se transformó en una pasión que la llevó a emprender una carrera a edad temprana. Comenzó a trabajar en la tele a los 16, con un pequeño papel en Esperanza Mía; un año después protagonizó Heidi para la señal Nickelodeon, y nunca más paró. En 2019 interpretó a la joven de clase alta en decadencia de la tira Argentina, tierra de amor y venganza, y en ese mismo recorrido, en 2022, se sumó al elenco de Ultimo Primer Día, una serie original de Flow. También se la pudo ver en Iosi, el espía arrepentido, la premiada producción creada y dirigida por Daniel Burman y Sebastián Borenztein, donde encarnó el personaje de Dafne Menajem, la pareja del protagonista.
–¿Cuándo te diste cuenta de que querías dedicarte a la actuación?
–Toda la vida disfruté mucho de actuar, cantar, bailar (pero sin coreografías), pintar, dibujar. Realmente, si hay algo que aprendí es esa manera de vivir o de expresarme o de ser, pero siempre lo viví de una manera muy natural, de convivir con personas que están todo el tiempo haciendo eso. Cuando fui un poco más grande y manifesté intereses un poco más pronunciados, a los 14 años dialogué con mis padres y ellos me propusieron empezar a ir a un grupo que coordinaba Nora Moseinco. Y me dio mucha vergüenza. Siempre fui una chica a la que le costó mucho sentirse completamente cómoda con los chicos de su edad, pero igual fui, muy nerviosa, y cuando dieron la posibilidad de pasar adelante pasé enseguida. Era todo impro y al final se me acercaron un montón de compañeros, me felicitaron. Pude relajarme y me hice un montón de amiguitos amorosos que quiero hasta el día de hoy. Después empecé a trabajar y esa fue una gran escuela también: mis compañeros, los directores, los coachs. Y también tomé clases con Mónica Bruni.
–Subiste al escenario con tu papá desde muy chiquita. ¿Cómo te resulta seguir trabajando con él a medida que vas creciendo?
–Desde que tengo tres años que me dejan subirme al escenario con él y siempre he tenido mi momento en sus shows para cantar una canción juntos. De hecho, me enseñó a cantar arriba del escenario con el público presente. Entonces por ahí yo cantaba y hacía cualquier cosa, y él decía: “Va a cantar de vuelta, perdón porque cantó mal”. Y me hacía cantar otra vez. Voy creciendo y todo eso está en mí. Más que trabajar con él es él que me deja un ratito estar ahí. La última vez que cantamos juntos en uno de sus shows fue en 2022, en la Sala Siranush. Siempre cantamos mucho juntos y me da mucha ternura, es un punto de encuentro muy dulce y es muy lindo generar eso con la familia.
–¿Cómo te definís hoy como artista?
–Disciplinada pero libre, muy libre.
–¿Te interesa la política?
–Soy una persona empática así que obviamente siempre estoy al tanto de la realidad. Pero sé muy bien que hablar del tema me quita mucha paz mental. En general, no me resultan conversaciones amigables; todo el mundo tiene su opiniones, hay que tolerarlas y uno ser tolerado, pero no siempre se encuentra ese equilibrio. No toda la gente tiene la capacidad de dialogar. Uno a veces no la tiene y soy una persona a la que la discordia no le divierte mucho. No la puedo transitar con tanta tranquilidad como otras personas, entonces, como básicamente casi todo es discordia, para mí es un aspecto difícil de llevar.
–¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
–Me gusta mucho pintar, escribo también un montón, y lo hago con disciplina y con método. O sea, me siento y escribo, y ordeno y trabajo en distintos proyectos. De todo tengo una idea que me encantaría llevar a cabo, entonces mi cabeza es como una ramificación constante de opciones en las que a veces estoy muy enfocada y voy completando y a veces se me va abriendo un abanico que es difícil. La actuación, la música, los videos de la música, el vestuario de la música, la pintura, las artes visuales, la escritura... es un montón. Trato de que algunas cosas todavía queden del lado del hobby y con el tiempo poder ir integrándolas un poco más como la escritura o la pintura, que me encantan.
–¿De qué cosas estás segura?
–De que se puede intentar construir desde la dulzura. No sé cual es el resultado, pero se puede intentar construir desde la dulzura, para con uno y para con todo. Siento que hoy la dulzura es disruptiva.
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